Confesiones

Mi primera salida a la calle vestido de mujer, una experiencia muy excitante...

Desde muy niño despertó en mi el deseo de vestirme de mujer, fascinado por todo aquello que no correspondía con mi condición masculina, envidiaba el comportamiento en general de las niñas, pero aquello estaba vetado para mí, un muchacho debía tener una actitud poco afeminada y ser un machote, no obstante me encantaba jugar con muñecas y cambiarle los vestidos a la Nancy, cuando no tenía muñecas travestía a mis viriles madelmanes confeccionando vestidos con trozos de retales de costura de mi madre. Cuando ya fui un poco más grande podéis imaginar quien era el objeto de la feminización. Siempre que tenía oportunidad de quedarme solo en casa aprovechaba y me ponía los vestidos de mi hermana.

Paseaba por los pasillos de casa con su ropa interior, sus falditas escocesas y los tacones de mi madre. Me miraba en los espejos y de este modo caminando por toda la casa como una loca, me hacía sentir la chica más sexy del mundo. Esto lo hacía siempre como digo en la intimidad y con mucha precaución para no ser sorprendido. Un día todas estas prendas dejaron de valerme y no podía adquirir vestuario para mí por temor a ser descubierto, así que en esta etapa gris me limitaba a llevar bajo mi ropa masculina la ropa interior que iba adquiriendo y que escondía tan celosamente en mi habitación y los resultados que obtenía no me satisfacían en absoluto. Necesitaba calzado de mi número, ropa interior que me quedaba embobado mirando en los escaparates de las lencerías, y mucho más vestuario.

Hasta que me independicé y fui a vivir a un piso de alquiler. Entonces desperté del letargo y el afán por adquirir todas aquellas prendas con las que había soñado durante tanto tiempo se convirtió en algo compulsivo. En cuanto tenía algún dinero me dirigía a grandes almacenes y lencerías donde compraba ese vestuario con el que tanto había fantaseado: corsés, ligueros, sujetadores, braguitas, medias, vestidos, minifaldas... Tras años de probaturas y después de renovar el armario en varias ocasiones he adquirido un estilo definitivo con el que me identifico y me siento cómodo, elegante y discreto, dejando toda la fantasía y seducción para la ropa interior y por supuesto tacones muy altos con los que camino con bastante soltura. Así he desarrollado esta afición mía a la feminización en la intimidad durante mucho tiempo, pero nunca me había atrevido a mostrarme ante los demás y jamás había confesado este secreto mío a nadie.

Aquella noche estaba definitivamente decidido a salir a la calle travestido. Otras veces cuando ya vestido completamente de mujer llegado el momento de cruzar la infranqueable barrera que suponía la puerta de casa no lo hacía por mil temores. Pero aquella noche del mes de noviembre debía ser diferente, y así fue; estaba lloviendo y oscurecía temprano, era el momento más apropiado para salir y pasar desapercibido poniéndome una gabardina y ocultándome con un paraguas. Con estos pensamientos llegué a casa después de un día de trabajo, durante el que estuve dándole vueltas en mi cabeza fantaseando con los planes para la salida.

Primero tomé un baño de espuma para relajarme y concentrarme en el cambio que mi imagen iba a sufrir en lo que restaba de día. Había que cuidar mucho todos los detalles ya que era la primera ocasión en que me iba a exponer ante otras personas como mujer.

Después del baño y la oportuna depilación de piernas y axilas, en el vestidor medité mucho el vestuario de entre tanto donde había que escoger, como ya he dicho había acumulado bastante cantidad de prendas femeninas; vestidos, faldas largas, minifaldas, trajes chaqueta combinados con falda o pantalón, blusas, jerséis, camisetas, sujetadores, corsés, ligueros, zapatos, sandalias, botas... etc, etc... Un verdadero paraíso multicolor de seducción femenina que contrasta con el triste vestuario masculino marginado en un rincón. Finalmente me decidí por una faldita tableada de color negro y un suéter de cuello cisne rojo. Para la ropa interior me reservaba toda la parafernalia de un corsé con liguero negro y unas botas altas de tacón recién adquiridas.

Tras maquillarme, máscara, rimel, labios, ojos, perfilo mis ojos. Me coloco un tanga que muy ceñido recoge y oculta mis genitales entre las piernas.

El corsé es de color negro, con aros y ballenas. Tiene encaje en el borde del pecho y en la parte inferior donde salen las ligas. Me gustó tanto cuando le vi que compré otro idéntico en blanco. Introduzco los brazos para colocármelo, con la lenta y dificultosa operación de ir abrochando a tientas los corchetes de la espalda. Tembloroso me siento en una silla para uno de los momentos más eróticos de mi transformación, recuerdo a la Sra. Robinson en el graduado. Cojo una media, introduzco el brazo en su interior y compruebo que está libre de carreras, son oscuras y sin encaje, de las que tienen la blonda a dos bandas, una más clara y otra más ancha y más oscura. Comienzo a desplegarla muy despacio sobre mi pierna, demorando y recreándome en su perfecta adaptación, hasta que se ajusta a los muslos, acaricio mi pierna enfundada con ambas manos desde el tobillo hasta el final de la media. Repito la operación con la otra media. Cuatro broches plateados tiene el liguero, primero el delantero izquierdo, con gran deleite deslizo el macho por debajo de la media y con la horquilla superior desde el exterior lo atrapo, compruebo que esta bien sujeto. Me recreo de igual modo con el derecho. Para los de atrás me incorporo y girando el torso con algo más de dificultad logro retenerlos. Ajusto la altura de las cintas y compruebo estén paralelas. Al moverme siento con placer la tirantez desde la punta de los pies hasta los hombros y con unos pañuelos de seda relleno mis carencias en el pecho, que adapto y acaricio desde el exterior del sujetador. Cierro los ojos durante unos segundos sumergido en el dulce gozo de la suavidad de estas prendas en mi cuerpo.

Vuelvo a sentarme y saco las botas de su caja donde están envueltas en papel celofán. Son botas altas casi hasta las rodillas, de piel negra, con cremallera interior y de un tacón de unos diez centímetros. Resbalan mis piernas hacia su interior y cierro la cremallera con mucho cuidado de no pellizcar las medias. En pié siento vértigo e inestabilidad, hay que destacar lo mucho que estilizan los tacones, las piernas parecen muchísimo más largas y mi apariencia es mucho más esbelta. Recorro el salón y el pasillo, escucho el taconeo, que placer también su sonido. Compruebo que me resulta más cómodo caminar con las botas que con los zapatos, me dan mucha más seguridad al ir los tobillos firmemente sujetos. Me giro, me veo, de frente, de espaldas, con los brazos en alto acariciando mi cuello, mi pelo, mi pecho, me acuerdo de las modelos en las sesiones fotográficas. Siento mi pene atrapado entre las piernas que pide a gritos ser liberado. Quiero masturbarme pero sé que si lo hago, aquí se acabarían mis planes para salir. Me contengo y rápidamente cojo la minifalda, es negra y tableada como las del uniforme de las colegialas, la dejo caer desde la cabeza y la giro y cierro en mi cintura. Doy vueltas sobre mí y la falda se eleva lo suficiente para mostrar las cintas del liguero y el extremo de las medias. El jersey me queda muy ceñido, mostrando un pecho no muy abultado, el cuello de cisne me cubre hasta la barbilla.

De nuevo en el espejo me veo estupenda, sólo me reconozco por el pelo corto que contrasta con tanta feminidad, el rojo de los labios y del jersey contrasta con el negro de la falda y las botas. Las piernas se ven un palmo por encima de las rodillas. La falda con un poco de vuelo y tan apretada moldea una curvita en mis caderas. Parezco completamente una mujer, una mujer muy sexy. Siento humedad en la entrepierna, estoy muy excitado, o excitada, ya me cuesta trabajo pensar en masculino con esta imagen, pero soy yo. Camino por la casa disfrutando con el incómodo placer de los tacones, adoptando actitudes muy femeninas, me siento en el sofá, cruzo las piernas, crepitan las medias con el roce de la falda, se estiran las ligas, me acaricio a través de la falda, cojo una revista tratando de mostrar naturalidad, enciendo un cigarrillo para relajarme, casi inmediatamente lo apago, el carmín rojo en la boquilla me reafirma en mi nueva identidad. Saco del armario una peluca morena, el cabello acaba de decorar mi vestimenta, con una pinza recojo parte del peinado dejando algunos mechones sueltos más informales. Por último una gabardina roja cubre toda mi ropa dejando ver únicamente las botas y el cuello del jersey, amarro el cinturón todo lo que puedo para marcar más la cintura.

Llega el momento de la verdad, dispuesto a salir compruebo en el bolso documentación, llaves, móvil, barra de labios... ¡qué nervios!... respiro hondo. Unas enormes gafas de sol terminan por ocultar mi rostro. Con las precauciones oportunas salgo de casa para que no me reconozca ningún vecino, aunque pienso que difícilmente me iban a reconocer. El corazón me late de tal modo que por algún momento temo sufrir un ataque cardiaco. En el ascensor retoco el pelo, mi imagen en el espejo me estremece, no me reconozco, tiembla todo mi cuerpo, el perfume me embriaga y pienso también lo hará al vecino que coja el ascensor después. Ya en el garaje me dirijo hacia una puerta peatonal con paso firme y seguro que hace que resuenen los tacones por todo su interior, el roce de la falda con las medias, la sensación de frío en las piernas, la gozosa incomodidad de tan sofisticada ropa interior, me excita, este soy yo y este es el mundo al que pertenezco. No hay nadie aunque la verdad no me importa demasiado. Lo he conseguido, he traspasado por fin la barrera que me parecía tan infranqueable, aunque he preferido salir por el garaje y evitar el portal.

Ya en la calle observo que la vida transcurre como siempre, y allí estoy yo, no como de costumbre, ahora soy una mujer o al menos lo aparento. Camino primero por una calle poco concurrida en donde a los primeros pasos me tambaleo un poco por los nervios y la altura de los tacones, pero al recorrer unos pocos metros me voy habituando al caminar, cogiendo más seguridad. Me cruzo con las primeras personas, ninguna repara en mí, lo que me llena de satisfacción y me anima a seguir adelante. Serán las ocho de la tarde, algunos comercios todavía están abiertos. Me detengo en una boutique y me observo reflejada frente al escaparate, en su interior hay una chica joven que parece en breve va a cerrar el establecimiento, no me decido a entrar porque pienso la voz me delataría. No sé ni a donde ir, solo quiero mostrarme ante la gente, aunque la gente pasa a mi lado sin más. Me detengo en una parada de autobús y me siento bajo la marquesina fingiendo esperar. Una chica de pié enfrente de mí y un señor también esperan, el señor me mira, pero sobre todo mira mi calzado, debe haberle llamado la atención los tacones, desde luego a mí también lo haría. En un autobús se montan ambos. De nuevo sola en la parada, noto presión en la entrepierna, mi excitación es total, pienso en liberar mi pene y masturbarme aquí mismo.

Otro autobús se detiene en la parada, sin pensarlo subo en él, en su interior quince o veinte personas. Tiemblan mis piernas, siento que me observan todos, ¿se habrán dado cuenta?. Después de abonar al conductor recorro el pasillo agarrándome a los asientos, temo me falle el caminar y caer al suelo por los vaivenes del bus. Tomo asiento casi atrás del todo dejando libre el asiento de la ventanilla. Respiro hondo, de los nervios siento bloqueada la columna vertebral. Una señora en los asientos de mi izquierda me observa con descaro. Temo por algún momento que me dirija la palabra. Después de varias paradas, no sé si más tranquilo me quito las gafas y las guardo en el bolso, la señora continúa mirando con insolencia. Asoman mis piernas un poco por debajo de la gabardina y desafiando a mi vecina las estiro dejándolas ver un poco más, yo ni la miro. Por fin se marcha. Me acomodo un poco, no tengo a nadie detrás de mí, tan solo algunos viajeros en los asientos por delante. Abro la gabardina sin desabrocharla y me acaricio a través de la falda, siento los broches del liguero y la presión del corsé. Me incorporo y en pié me dirijo hacia la salida, un chico espera apearse delante de mí, me da la sensación de que me mira con timidez, en ese mismo instante siento algo tras de mí, un señor se me arrima descaradamente y siento su paquete en mi culo, me aparto adelantándome un poco pero me embiste como un toro. En cuanto para el autobús me apeo con ligereza y emprendo el camino de vuelta a casa, pienso ya que por hoy es suficiente, he llegado ya demasiado lejos, hasta se me ha arrimado un viejo.

Camino con decisión hacia casa, mis andares son cada vez más desenvueltos, completamente envalentonado y excitado me quito la gabardina y la cojo junto al bolso bajo el brazo. Cruzo un semáforo, el taconeo en el asfalto suena rítmicamente, meneo el culo de un lado a otro al compás, siento ser el objeto de la mirada de los conductores. Se sucede todo tan rápidamente... Mi respiración se entrecorta. A mi paso tengo la sensación de que todos cuantos se me cruzan se vuelven después detrás de mí, que satisfacción sentirse deseada por todos. Me arrepiento de no haber hecho esto antes, cuanto tiempo perdido... pero más vale tarde que nunca. Acelero el paso según me acerco a casa. Casi corriendo entro en el portal excitadísimo.

Ya dentro de casa me quito el jersey, me levanto la falda y libero el pene del tanga que lo tenía oprimido. Qué efecto ver emerger el pene de entre la faldita y enmarcado por el extremo de las medias y las tiras del liguero. Comienzo a masturbarme con una mano, con la otra me acaricio el pecho mirándome en el espejo. Suelto gemidos como lo haría una mujer en un orgasmo. Cada vez con más energía y rapidez según veo se acerca la eyaculación, hasta que rapidamente estallo de placer. Con mucho cuidado de no manchar mi vestimenta tan preciada, me limpio y quitándome la faldita y las botas me acuesto en la cama. Ya relajado y muy satisfecho por lo acontecido me duermo fantaseando con el futuro incierto que se abre ante mí y que seguro me deparará en nuevas experiencias muy gratas...