Confesión iniciática 2

Después de haber tenido el primer orgasmo, empecé a investigar. Unas investigaciones que pronto me llevaron a experimentar métodos muy placenteros que todavía uso.

Empecé en “confesiones” con un relato de mi primer orgasmo y sigo en la misma categoría, aunque también hubiera podido ser “autosatisfacción”, ya que este es el contenido de lo que quiero explicar.

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Antes de alcanzar, sin proponérmelo, mi primer orgasmo, las ideas que tenia sobre el sexo y el placer, no eran demasiado realistas. Algunos compañeros de la escuela, de los dos sexos, daban a entender que el placer femenino se adquiría sólo por la penetración masculina o sucedáneos de ella. De alguna manera, quizás por comentarios irónicos de alguna mujer con experiencia real, intuía que no iba por ahí la cosa.

Quizás por esto, empecé a experimentar escépticamente, siguiendo mi intuición y alguna fuente informativa que me pareciera seria. Aunque internet no era todavía popular y era muy lento, en casa tenía y no me lo controlaban en absoluto. De hecho, cuando mi padre no estaba, que era a menudo porqué trabajaba bastante en el extranjero, mi madre no lo usaba, o más bien lo usaba únicamente cuando yo le conectaba el programa de correo electrónico para escribirse con él.

Encontré información sobre la masturbación femenina, creo que usando un buscador de aquellos tiempos llamado Altavista. En inglés. Y casi todo lo que encontré que me pareció serio y escrito para mujeres, decía que el órgano del placer femenino era el clítoris.

Anatómicamente ya sabía lo que era. Respecto a las sensaciones, no tanto, o nada. O sea que empecé a investigar y experimentar básicamente por esta parte de mi cuerpo.

AL cabo de una quincena de años me es imposible recordar muchos detalles de como fueron estas primeras investigaciones, aunque algunos me quedaron profundamente grabados en la mente.

En primer lugar, fueron secretas o, mejor dicho, privadas. No tenía ninguna amiga con la que me atreviera a comentarlo. Con mi madre, tampoco. Hablar de estos temas, al principio, supongo que era incluso más difícil para ella que para mí, aunque con el tiempo establecimos una comunicación a bases de indirectas y metáforas: dábamos implícitamente  por supuesto que yo lo hacía, pero sin admitirlo abiertamente en absoluto, como bromas hablando de terceras. Al menos durante un par de años, que luego sí que nos atrevimos a hablar más abiertamente.

Yendo al grano —y esto no es otra metáfora respecto al clítoris— descubrí rápidamente las formas básicas de masturbarme. Mis formas básicas, quiero decir, las que todavía continúo usando.

En primer lugar hacer circulitos con un dedo sobre el clítoris. A ser posible con un poco de lubricación extra. Tenía en mi habitación un tubo con lubricante acuoso que había usado en cierta ocasión que se me habían irritado los muslos yendo en bicicleta. Era perfecto, el dedo deslizaba con extrema suavidad y, dependiendo de la presión y velocidad, podía controlar finamente el gustito. Pronto aprendí a identificar el punto de no retorno y a controlar el momento del orgasmo.

Ya muy al principio se me ocurrió una técnica que todavía me encanta, sea en solitario sea con otra persona. Ahora que me fijo, no le he puesto nombre, es “aquello” de las paraditas. Consiste en masturbarse lentamente hasta que advierto que voy a llegar al punto de no retorno. Entonces me paro sin quitar los dedos y cuento hasta veinte, o a veces un número inferior. Durante estos segundos me relajo conscientemente, sobre todo soltando los músculos de las nalgas y los muslos que involuntariamente podía tener contraídos. Al llegar al número continúo con el movimiento hasta estar otra vez al borde del orgasmo. En ocasiones, al cabo de unos pocos ciclos, decido no pararme porqué ya tengo ganas de llegar; en otras me propongo tener un número concreto de “pre-orgasmos”, por ejemplo veinte, aunque alguna vez ha sido un número bastante más alto. Y, finalmente, otras veces uso un sistema más “automático: cuando después de una detención vuelvo con los movimientos masturbatorios, cuento otra vez hasta veinte —u otro numero razonable—, y durante esta cuenta, si llego al punto de no retorno, sigo… Para mí es muy divertido y placentero notar como, después de una pausa, llego al punto del orgasmo cada vez más rápido. Salvo que algo me distraiga y entonces el proceso se alarga. Con este método, a veces he llegado a durar una hora.

También al principio descubrí, esto sí que lo leí, la técnica de la ducha. Aunque en casa tenía un cierto problema sobre todo en invierno: la ducha era del tipo llamado “termo” y no podía tener el agua caliente abierta más de cinco o diez minutos como máximo hasta que empezara a enfriarse. Por esto, para mi, esta técnica es la “del hotel”. No es que vaya mucho a hoteles, pero cuando voy, si puedo, la utilizo. Otro sitio era la casa de mi abuela:

—¿Y no preferirías ducharte por la mañana antes de salir?

—No, no, abuela, si lo hago después de cenar, duermo mucho más relajada.

Y era absolutamente cierto.

Y, en tercer lugar, un método que ahora uso poco. Entre el dedo pulgar y los otros, hacía una pinza en la que aprisionaba los labios mayores. Entonces me movía de forma que estimulaba a través de ellos, tanto los labios menores como el clítoris.

Naturalmente que probé la autopenetración. Con precauciones, ya que me daba algún reparo “higiénico” al principio, pero no era un tema tabú porqué regularmente usaba tampones en los días de la regla. Por ahí, sea con los dedos, sea con algún objeto casero, también obtenía orgasmos, pero nunca fue mi método favorito.

Todo ello sin descartar las otras zonas eróticas.

Los pechos. Los tengo muy pequeños, y ni siquiera ahora esforzándome puedo conseguir lamerlos. Pero también son muy sensibles y pronto descubrí que era bueno, con la mano libre estimularlos mientras la otra hacía el trabajo principal. Alguna vez intenté ver si llegaba al orgasmo sólo con la estimulación de los pezones, pero no lo conseguí, al menos sola.

Todo esto, fue antes de que tuviera la mínima relación sexual con nadie.

Aquí debo decir que no recuerdo haber tenido ensoñaciones eróticas con otra persona concreta: ni compañeros ni personajes famosos —un mundo que de todas manera a mí siempre me ha quedado muy lejano—. No, si imaginaba que estaba con alguien, era un personaje abstracto con el que tenía juegos concretos, sin ni siquiera nombre o aspecto físico definido. En esta época de sexo estrictamente solitario que duró un año y medio, es cuando me di cuenta de que era bisexual, con algo más de imaginaciones con chicas que con chicos, sin descartarlos.

Cómo llegó el “primer contacto”, es la continuación de la historia.