Confesión inesperada
Un fin de semana en la montaña con la familia. A mis 18 años, me folló la persona que menos lo esperaba...
Hola, mi nombre es Miriam, una chica catalana de 25 años. Mi padre es inglés y mi madre sueca, cosa que me ha ayudado a aprender idiomas con facilidad y a tener un cuerpo diferente al resto de las chicas con las que he crecido. Soy rubia, pelo ondulado, ojos azules, mido 1.73 y peso 52 kg. Casi todas mis amigas son morenas y más bajas que yo, así que desde los cursos de educación secundaria he sido una especie de triunfo para los chicos: siempre era a la primera chica a por la que se lanzaban en el instituto o saliendo de fiesta… Esta situación me hizo perder a más de una amiga y tener que aguantar a más de un chico demasiado impetuoso en algunas ocasiones, incluso dentro de mi familia.
Todo comenzó un frío viernes por la tarde del otoño del año 2004. Por el cumpleaños de mi tío, el hermano de mi padre, fuimos a pasar el fin de semana a su casa de montaña, perdida en un pequeño pueblo semideshabitado de los Pirineos catalanes.
Por entonces yo tenía 18 años recién cumplidos. Mi familia es más bien escasa. Yo soy hija única, mi padre tiene un solo hermano (el homenajeado), casado con una catalana y con dos hijos (Marc de 20 años y Noel de 15). Mi madre también es hija única. Como mis abuelos seguían viviendo en Reino Unido y en Suecia nos veíamos poco.
El plan no me entusiasmaba mucho debido a que hacía poco más de un mes que salía con un chico y estábamos en plena lujuria sexual. Hubiese dado un brazo por haberme quedado a solas en casa, pero mis padres eran fieles guardianes de las escasas tradiciones familiares. Y desde hacía años mi familia paterna utilizaba ese cumpleaños como motivo de encuentro. Si mis abuelos venían desde Londres, como no iba a ir yo desde Barcelona…
Pues eso, el fin de semana comenzó con un largo viaje de casi cuatro horas en coche, donde mis hormonas iban disparadas por las ganas de sexo y mis muslos no dejaban de frotarse. Tal era mi calentón que aprovechando una parada para repostar, llamé a mi chico desde los baños de la gasolinera y disfruté con él compartiendo una masturbación vía teléfono.
Una vez llegamos a nuestro destino, una reformada y confortable masía, nos repartimos las estancias: las tres habitaciones de matrimonio fueron ocupadas por mis tíos, mis padres y mis abuelos; las tres habitaciones individuales serían ocupadas por mi y mis primos, a una por cabeza. Pensé que al menos podría hacer un retiro espiritual. No me caían bien mis primos. Marc, el mayor, estudiaba derecho, como su padre, y era demasiado refinado y protocolario para mi paciencia, además de tener la estética del típico empollón y no tener un músculo en forma en su cuerpo. Noel, el pequeño, era hiperactivo y destrozaba cualquier cosa que se le pusiera por delante, un dolor de cabeza constante. Al contrario que su hermano, Noel era todo fibra.
Una borrasca constante y una temperatura gélida no invitaban a salir de la masía. Así que los adultos aprovecharon para charlar y ponerse al día de sus asuntos, Marc estudiaba, Noel se enganchaba a la videoconsola (matar a gente virtualmente era la única manera de conseguir que estuviese sentado) y yo no dejaba de enviarme sms con mi chico. Estos mensajitos no hacían más que ponerme más cachonda de lo que estaba. Así que maté la tarde del viernes con dos masturbaciones más para calmar mi apetito.
Tras una cena protocolaria me volví a mi habitación a intentar dormir, pensando que sería lo más útil que podría hacer. A las 22:00h ya estaba frita, algo inusual en mí. Hacia las 3:00h me desperté con ganas de ir al baño. Yendo hacía él pude ver un halo de luz que salía bajo la puerta de la habitación de mi primo Marc. Después de salir del baño, y con mi somnolencia rebajada, no pude evitar la curiosidad de saber que estaba haciendo mi timorato primo. Así que casi haciendo el mínimo ruido posible abrí sigilosamente la puerta Pude ver a mi primo tumbado sobre la cama, completamente desnudo y con una bomba de destrucción masiva entre sus manos. Su enorme polla pasaba tranquilamente de los 20 cm y era lo suficientemente gruesa como para satisfacer a cualquier mujer. Boquiabierta le observé unos segundos y me retiré a mi habitación dejando a Marc machacándose su enorme polla. No reparé en cerrar la puerta…
A la mañana siguiente fuimos a dar un paseo por unos fríos caminos rurales cercanos a la masía. Yo, en mi hastío mental me quedé rezagada del grupo, observando desinteresadamente el paisaje. Sin darme cuenta mi primo Marc se colocó a mi lado y sin ningún tipo de rubor me dijo:
- ¿Te gustó lo que viste anoche?
- No se de que me hablas – mentí.
- Anoche cuando empecé a hacerme una paja estaba encerrado en mi habitación y cuando acabé la puerta estaba abierta. Si me hubiesen pillado los abuelos, tus padres o los míos, me la hubiesen cortado allí mismo. Y mi hermano se hubiese mofado de mí. Así que tú eres la única que pudo abrir mi puerta anoche.
Involuntariamente mi mirada se fijo en su abultado paquete
- Así que fuiste tu, ya sabes que tengo ahí abajo… - me soltó.
- Sí, es cierto, te vi. ¿Y? – le cuestioné.
- Pues que si te gustó lo que tengo… No he tenido novia nunca y tengo ganas de hacer algo, y en esa masía no encuentro nada mejor con lo que entretenerme.
Marc media cerca de 1,90 pero era ancho y fofo. Seguramente debía pasar de los 120 kg y su pinta era una mezcla de freak y joven conservador. Un desastre lo mirases por donde lo mirases.
- No. No va a pasar nada entre tu y yo – le contesté.
- Prima, siempre me he hecho pajas pensando en ti porque estas muy buena. Y aunque fuese por una paja tuya haría lo que quisieras. Te puedo dar dinero…
- No soy una puta – le recordé de manera muy tajante.
- Ya, no quería decir eso, sólo que estas muy buena y me pones muy cachondo… y yo no he estado nunca con una chica…
Ese factor captó mi atención. No era lo mismo no haber tenido nunca novia a no haber estado nunca con una chica… Mi primo virgen y pajillero, con 20 años, horroroso a la vista pero con un pollón impresionante me estaba pidiendo sexo.
- Te he dicho que no. Eres mi primo y además no me gustas – fui muy abrupta en la respuesta.
Caminé hasta juntarme con mi madre y mi tía para seguir una conversación intrascendente pero que al menos me valía para escapar del acoso de mi primo mayor.
El sábado por la tarde, después de comer, todos se fueron a visitar un pueblo cercano. Yo me excusé de ir con la intención de dormir la siesta y estar a solas sin compañía. De tal manera que a media tarde, con la complicidad de estar sola en casa, utilicé el ordenador de mi primo Marc para chatear por cam con mi chico. No hace falta decir que a los dos minutos estábamos desnudos frente a nuestras pantallas gozando de una video paja. Fue la media hora más divertida que tenía en dos días, y gocé mucho.
Pero cual fue mi sorpresa, cuando desnuda sobre la cama, advertí que alguien me estaba observando desde la puerta… me giré y era mi primo Noel, el pequeño diablillo también se había escaqueado de la visita familiar y me había pillado en plena faena.
Me vestí rápido y salí en su búsqueda. Sólo pasar el marco de la puerta pude ver una mancha de semen en el suelo; el muy cabrón haría rato que me estaba viendo. Fui hacia su habitación y me lo encontré sentado en su cama, con la cara roja, tanto de vergüenza como fruto de la paja que se acababa de hacer.
- ¿Tú no te habías ido con el resto? – fue lo único que se me ocurrió preguntar.
- No, al final no he ido porque yo también quería dormir la siesta – contestó.
- Desde que te conozco tu no has dormido nunca la siesta… - le sugerí…
Tras unos segundos de silencio, me pude fijar que mi joven primo Noel tenía un gran bulto entre las piernas, que no podía ocultar por mucho que lo intentase. Era más guapo que su hermano mayor. Era alto (1,76, que para tener 15 años ya es mucho), no pasaría de los 65 kg, y tenía un cuerpo delgado pero fibrado.
- ¿Te querías quedar para espiarme? – le solté otra pregunta.
- No, prima, yo no he visto nada…
- ¿Y la mancha que hay en el pasillo de qué es? – lo volví a interrogar…
Más silencio por su parte. Tenía la cabeza gacha y rehusaba mirarme.
- ¿Tú eres virgen y nunca has tenido novia como tu hermano?
- No, nunca he estado con ninguna chica.
- ¿Así nunca habías visto a una chica desnuda?
- Sólo en Internet y en alguna revista…
Un calentón enorme recorrió mi cuerpo, y como si alguien me manejase me acerqué a mi primo, me puse de cuclillas ante él y mirándole a la cara le bajé los pantalones… Tenía la polla totalmente dura y era muy parecida a la de su hermano. Grande y larga, parecía un don que había caído sobre los machos de mi familia.
- Tú ya me has visto desnuda, ahora te quiero ver yo a ti – le dije.
Sin poner mucha resistencia Noel se acabó de quitar los pantalones y luego se desnudó completamente. Le tumbé sobre la cama y le cogí su gran polla. Sin decir nada le empecé a masturbar mientras le acariciaba los testículos y le besaba el cuello y sus pezones… No pasó un minuto hasta que empezó a soltar un par de grandes chorros de semen…
- ¡Joder! - espeté. Te acabas de correr hace diez minutos y ya sacas tanta leche…
Creo que mi joven primo no escuchó ninguna de mis palabras. Estaba tembloroso, como en trance. Seguramente le había dado el mayor placer de su corta vida…
- Tienes una buena polla, aprovéchala con todas las chicas que te gusten – le recomendé.
- Tú me gustas prima – me contestó.
- Ya lo he visto.
- Quiero follar contigo - me confesó.
- Eso no va a pasar nunca. Te he hecho una paja porque estas bien y yo estoy cachonda. Pero esto no se va a volver a repetir y nadie lo va a saber. Lo que tienes que hacer es buscarte alguna amiga que te folle. Tal como eres te costará poco encontrar a alguna, y, sino, sólo te tendrás que bajar los pantalones para animar a quien sea…
Volví al retiro de mi habitación. La familia regresó y la masía estaba otra vez llena y bulliciosa. En dos días, mis dos primos me habían propuesto sexo. Seguramente de no ser familiares me los hubiese follado. Estaba en celo, pero haber hecho cualquier cosa con ellos me hubiese acarreado funestas consecuencias.
Por la noche, nada más cenar, volví a mi encierro. Los mayores se quedaron tomando sus copas nocturnas, y mis dos primos salieron en la gélida noche en busca diversión en medio de la nada.
Las risotadas de mis padres y tíos me hacían pensar que se habían tomado alguna copa de más. Mis abuelos eran abstemios, pero les seguían la diversión sin problemas.
Bien entrada la madrugada comenzaron los sucesos tan inesperados como trascendentes en mi vida. Escuché una pequeña discusión procedente del pasillo y un portazo. Al minuto mi padre entró en mi habitación. Estaba claramente bebido, pero aún podía razonar. Me pidió si se podía sentar un rato en mi cama hasta que le bajase un poco los efectos del alcohol…
- ¿Erais tú y mamá los que discutíais? – le requerí.
- Supongo que sí.
- ¿Por qué? Nunca os he visto discutir (eso era verdad, mis padres, en caso de conflicto, callaban y dejaban pasar el tiempo, no se ponían a gritar).
- Por nada.
- Por algo habrá sido… – insistí.
- Tu madre es una frígida, y yo soy un hombre. Y eso a veces me saca de quicio.
Era una situación incómoda para mí. Mi padre bebido, en mi habitación, explicándome que mi madre no quería follar y el sí.
- No se que os pasa a los hombres de esta familia que sólo queréis follar – dije esta frase tal como me pasó por la cabeza, sin pensar que se la estaba diciendo a mi padre y hacía referencia a mis primos…
- ¿Cómo dices? ¿Quién más quiere follar a quién? – se puso serio mi padre.
- Nada, no he dicho nada – intenté ser todo lo disuasiva que pude.
- ¿Es que alguien de nuestra familia te ha propuesto follar? – insistió mi padre desinhibido por el alcohol.
Yo tan solo acerté a callar y ruborizarme. No sabía como salir de la situación.
- ¿Ha sido tu primo el gordo o el enano hiperactivo? – mi padre quería saber el por qué de mi frase.
- Lo dos – dije al hallarme sin salida ante su insistencia. Total, pensé que al no haber pasado nada no tendría mayor importancia.
Mi padre puso una cara que mezclaba tanto la incomprensión de un padre que ve como su hija se ha hecho mayor y practica el sexo, y la de un borracho salido al cual su mujer le niega un polvo.
- ¿Y lo has hecho con ellos? ¿Aquí? ¿Con el resto de la familia presente?
- ¡No!, ¡claro que no me he acostado con ninguno de mis primos! – contesté.
- ¿Entonces como han llegado a proponerte acostarte con ellos? No te habrán dicho, “buenos días, ¿quieres acostarte conmigo?”
- No… no fue así – continuaba sintiéndome intimidada. Nunca he sido capaz de mentir a mi padre, como mucho de guardar silencio.
- ¿Entonces como fue?
No me quedó otra opción de explicarle mí fin de semana. De haber cazado a mí primo Marc con su enorme polla y de haber pajeado al pequeño Noel después de que me hubiese pillado masturbándome desnuda ante el ordenador mientras hablaba con mi novio.
Mi padre enrojeció. Y me soltó una bofetada. Me hizo daño. Lloré. No esperaba esa reacción de alguien en el que siempre había confiado y del que siempre había recibido comprensión.
- Perdona hija, ha sido un pronto. Estoy borracho, no controlo lo que hago – me dijo en tono de disculpa mientras me abrazaba.
Ahí estaba yo. Sentada en la cama junto a mi padre, después de haberle dicho simplemente la verdad y haber recibido una hostia como respuesta. Cuando de repente me fijé que la entrepierna de mi padre estaba totalmente hinchada. El muy cabrón estaba empalmado.
Mi curiosidad y el calentón que llevaba de todo el fin de semana me hicieron posar mi mano sobre su paquete. No había duda, mi padre se había empalmado completamente imaginándose que yo, su hija, era toda una mujer que deseaba sexo.
- ¿Qué haces Miriam? – Me dijo. Ahora el avergonzado era él.
- Nada, solo quería comprobar si este bulto es por lo que te acabo de explicar.
- Saca la mano de ahí – me dijo.
No la saqué. Mi mano acariciaba circularmente su paquete y notaba su polla palpitar. Mi padre no hizo nada por hacer desaparecer mi mano de su bulto.
Mi padre cerró los ojos y se recostó en la cama. El alcohol y su hombría habían vencido definitivamente el pudor de un padre.
Yo estaba cegada. Irracionalmente sentía un deseo perverso por aquella polla y tenía ganas de follar. Y mi salido padre sería mejor que cualquiera de mis primos vírgenes.
Mi padre tenia cerca de 50 años, 180 cm de altura y se cuidaba bien practicando deporte de forma asidua para no pasar de los 75 kg. Canoso y bien vestido siempre mantenía la apariencia de hombre bien educado y de familia modélica.
Y a ese buen hombre su hija le estaba abriendo la bragueta del pantalón. Y desabrochando su cinturón. Y bajando sus pantalones hasta dejar libre una tiesa polla, marca de la familia, gorda y de unos 20 cm de largo.
En silencio, sólo escuchando nuestras respiraciones aceleradas mezcla de pánico y perversión, mi mano derecha recorría de arriba abajo el pollón de mi padre, y mi mano izquierda casi no alcanzaba a masajear sus testículos. No era la primera vez que hacía esto, pero sí en la que más excitación estaba sintiendo: lo hacía con mi padre.
Él continuaba con los ojos cerrados y en silencio, como si no verme le eximiese de estar haciéndolo con su hija. Yo no podía más, así que acerqué mi boca a su polla y le di unos cuantos lametones para saborearla…
- No… no… - decía mi padre con la voz medio ahogada gozando de la lengua de su hija.
Al final me la metí en la boca. Era tan gorda que al hacerlo roce su glande con mis dientes, lo que me obligó a abrir aún más mi mandíbula. Con mis labios acariciaba su piel y con mi lengua dibujaba círculos en la punta de su polla mientras no dejaba de succionar lo máximo posible y de subir y bajar mi cabeza.
En un momento dado, noté que mi padre comenzó a bombear mi boca con un rítmico movimiento de pelvis a la vez que con una mano sujetaba mi cabeza haciéndome prisionera de un morbo infinito. Sin saber como, mi padre me estaba follando la boca y me estaba dando una gran ración de polla que tanto había deseado los últimos días.
- Miriam…. Ahh…
Fue oír mi nombre y comenzar a notar como un caliente brebaje inundaba mi garganta. Mi padre se estaba corriendo en mi boca. Y vaya corrida. Tantos fueros los chorros que lanzó que le dio tiempo a llenarme la garganta y la boca y, una vez me había retirado para respirar, llenar mi cara de su dulce leche, la misma que me había dado la vida antaño.
Mi padre se quedó tumbado en la cama disfrutando de su gozo. Estaba como anestesiado. Mientras, yo me sequé la leche que mi padre había soltado en mi cara y salí sigilosamente de mi habitación y fui al baño a asearme. Creo que de haberme cruzado con alguien de mí familia me hubiesen preguntado si me pasaba algo, porque estaba en estado de shock, entre el cielo y el infierno.
Tardé unos diez minutos en volver a mi habitación. Mi padre me esperaba de pie, y al entrar me abrazó. Lo hizo de la manera más tierna que recuerdo.
- Lo siento Miriam, no se que ha pasado aquí. Pero sí se que nadie lo puede saber. Somos una familia y una cosa así puede romperla – me dijo dulcemente al oído.
- Lo se papá, nadie sabrá esto – le tranquilicé. Siempre me ha sorprendido la facilidad que tienen los hombres para usar su polla y el gran miedo que luego tienen a que se sepa…
Mi padre, tranquilizado, me volvió a abrazar. Pero en vez de consolarme el roce de nuestros cuerpos solo hacía que ponerme más cachonda. Aún tenía el gusto de su semen en mi boca, y mi coño quería ser penetrado. Entonces lancé uno de los órdagos más grandes de mi vida:
- Pero si quieres que no se lo cuente a mamá me tienes que follar aquí y ahora…
Mi padre empalideció. Me miró como si yo fuese un fantasma. No reconocía en mí a su hija. Le estaba pidiendo polla…
- Miriam, todo esto ha sido un error que tenemos que olvidar – me suplicó.
- ¿No te ha gustado la mamada que te hecho?
Mi padre no contestó, tan solo retrocedió y se sentó en la cama. Creo que estaba consternado porque su hija tenía todas las ganas de follar que le faltaban a su mujer.
- Ya has visto que lo hago bien. Y eso es porque tu polla no es la primera que pruebo. Pero sí la que más me ha gustado.
El hablar de manera lasciva con mi padre me ponía muy cachonda. Y a él lo descolocaba.
Totalmente lanzada comencé a desnudarme lentamente. Me descalcé las zapatillas deportivas, me bajé los tejanos ajustados y me deshice del suéter. Por arte de magia estaba ante mi padre únicamente tapada por un conjunto de ropa interior bastante provocativo, que aprisionaba mi pecho tanto como alegraba la vista a mi padre. No hace falta decir que el pequeño tanga que llevaba hacía rato que estaba completamente empapado, y el hedor que desprendía fue captado por mi padre pese a estar a cierta distancia.
Fui caminando hacia él. Sólo había silencio en la habitación. Me recliné hacia delante y le susurré al oído:
- ¿Te gusta tu hija?
- Sí… - confesó.
- Pues soy toda tuya. A mi me puedes hacer todo lo que mamá no quiere…
Entonces fue cuando nos besamos. Nos besamos apasionadamente, con hambre de sexo pero con la mayor de las ternuras. Nuestras lenguas se enlazaban y nuestros labios se rozaban hasta que las manos de mi padre arrancaron mi sujetador.
Fue entonces cuando me hizo enloquecer succionando mis pezones y apretándome las tetas. Yo deliraba camino del cielo. Nunca nadie había codiciado tanto mi cuerpo. Mi padre disfrutaba como hacía años que no podía.
En la habitación los jadeos se ahogaban en busca de intimidad. No podíamos externalizar nuestro gozo con gemidos, tan solo se escuchaba la rápida respiración de dos personas dejándose llevar por el placer.
Mi padre se puso de pie y apretándome hacia él. Yo rodeé su cintura con mis piernas. Nos volvimos a besar apasionadamente. Hasta que dio media vuelta y me tiró a la cama. Casi no había aterrizado cuando me quitó el culotte de un tirón, me abrió las piernas, y metió su lengua en mi coño.
Grité. No lo pude evitar. Mi padre se sobresaltó y me puso la mano en la boca tratando de no hacer ruido. Pero no sirvió para nada. Escuchamos unos pasos acercándose por el pasillo. Mi padre (que por fortuna aún estaba completamente vestido, se escondió tras un armario. Yo, tan solo tuve tiempo de ponerme el culotte y una camiseta usada que colgaba tras la puerta.
Justo cuando había apagado la luz y me estaba acabando de colocar la camiseta se abrió la puerta. Pero no dejé que se abriese del todo y asomé la cabeza por el resquicio abierto.
- ¿Qué te ha pasado Miriam? – me preguntó mi madre asustada.
- Nada mamá, ha sido solo una pesadilla.
La cara de mi madre no ocultaba confusión ante una excusa que no parecía aceptar.
- ¿Seguro que estas bien? ¿De veras estaba durmiendo? – a mi madre tampoco la podía engañar.
- Sí mamá, todo bien, tan solo ha sido un mal sueño. ¿Y tú? ¿Estas bien? No tienes buena cara – contraataqué.
- Sí Miriam, estoy bien, aunque he bebido un poco de más en la cena. Y tu padre…
- ¿Qué pasa con papá? Antes os escuché gritar – necesitaba desviar la conversación del porqué de mi chillido.
- Nada, creo que ha salido a dar un paseo y calmarse un poco, pero todo está bien – me contestó mi madre.
- ¿Quieres pasar y hablar? – nunca deseé más que mi ofrecimiento fuese rechazado. Mi padre estaba en mi habitación y quería que acabase lo que había comenzado.
- No Miriam, no son horas. Lo mejor será que todos nos vayamos a dormir. Mañana toca hacer las maletas, volver a la ciudad y despedirnos.
Estiré la mano, y siempre con la puerta entre medio de las dos, acaricié la cara de mi madre a modo de consolación. Mi mano olía a polla, pero la pesadumbre de mi madre evitó reconocer ese aroma.
Mi madre volvió a su habitación. El pasillo volvió a quedar en silenció y a oscuras. Y antes de cerrar la puerta noté la presencia tras de mi.
- Si quieres que te folle, cállate, no chilles – dijo en tono intimidador.
Cerramos la puerta, me volvió a desnudar, me tiró encima de la cama y reanudó la comida de coño. Yo no podía hacer más que agarrar las sábanas con las manos… era una sensación celestial. Mi padre comía el coño como los dioses. Tuve tres orgasmos consecutivos sin que mi padre separase su lengua de mi coño.
Cuando recobré las fuerzas, me volvía incorporar para besarle, abrazarle y desnudarle. Su falo palpitaba. Estaba realmente duro. Sabía que iba a follar a su dulce y tierna hija que en esos momentos había pasado a ser la mayor puta con la que había estado.
Fue entonces cuando intenté volver a comerle la polla….
- No Miriam. Como me la vuelvas a comer me voy a correr, y no me quedaran más balas. Lo que quiero es follarte.
Y fuimos a lo básico. Me tumbé boca arriba en la cama, el se colocó sobre mi. Nuestros cuerpos se rozaban, y en la tradicional postura del misionero sentí como todo el mástil de mi padre se insertaba de golpe en mi coño.
Estaba completamente mojada, y esa fue la única razón por la que aquel pedazo de carne pudo entrar casi sin resistencia. Pero mi coño es estrecho, y por entonces, casi virginal. Sentía un gran dolor, pensaba que las paredes de mi vagina se iban a romper.
Mi padre notó mi preocupación y dolor, pero no dejaba de embestir. Quería sexo y lo estaba teniendo. Pero cuando vio lágrimas cayendo por mi cara se detuvo.
- No pares papá, quiero darte lo que quieres. Quiero que me sigas follando… - le dije con toda la sinceridad del mundo.
Mi padre continuó su bombeo rítmico y alegre. Una vez se dilató mi vagina el dolor fue desapareciendo paulatinamente, y el morbo de ser follada me fue invadiendo hasta comenzar a sentir placer. Los besos de mi padre me ayudaron a sentirme más a gusto.
Envalentonada retiré a mi padre y le hice sacar su polla de mí. Me incorporé y me puse a cuatro patas sobre la cama.
- Quiero que me folles lo más duro que puedas – le dije mientras doblaba mis brazos y me vencía hacia delante, de tal forma que mi coño quedase a su entera disposición.
Mi padre se puso de rodillas tras de mi. Me agarró por la cintura y volvió a embestir de la manera más animal que pudo. Notaba perfectamente como todo el tronco de su polla llenaba mi cuerpo. El sonido de sus huevos chocaban contra mí y de la viscosidad mi coño hiperlubricado mientras me metía su polla era una sinfonía para mis oídos. Tuve que hundir mi cara en la almohada para apagar los gemidos de placer que emanaba mi garganta. Mi padre respiraba aceleradamente y no pudo más que avisar que se iba a correr…
Sacó su polla, la puso sobre mi culo, y expulsó tres latigazos de semen sobre mi espalda. Después cayó rendido sobre mí y abrazamos nuestros cuerpos desnudos. Yo no había llegado al orgasmo, pero había sido el polvo más excitante y morboso de mi vida.
- ¿Y ahora qué? – le pregunté a mi padre cuando me bajó la calentura y volvía a ser responsable de mis actos…
- Seguimos siendo padre e hija, nada tiene que cambiar. Pero esto no lo puede saber nadie, no está bien y tu madre se moriría si llega a saber lo que hemos hecho.
- Y si esto es tan malo, ¿por qué lo has hecho?
Mi padre calló, no me costó adivinar que no quería decir lo que le estaba pasando por la cabeza.
- ¿Por qué papá? ¿Por qué soy guapa? ¿O sólo por que querías un polvo?
- Miriam, desde hace tiempo eres toda una mujer. Y vivir contigo es un suplicio… no puedo dejar de mirarte si pasas por mi lado en bragas, o de observarte a través de la puerta si te duchas o te estas cambiando. Cuando estas cerca de mi te huelo y me excito. Hace tiempo que no te puedo ver sólo como a una hija, ya no eres aquella niña inocente a la que crié. Eres una mujer adulta, estas buena y me la pones dura. Lo que ha pasado hoy lo he soñado desde hace mucho tiempo.
Aquella confesión de mi padre me dejó de piedra. Estaba confundida. ¿Con aquellas palabras me querría decir que había conseguido su objetivo o que tan solo era el inicio de todo?