Confesión de como me convertí en esclavo (6)

Mi degradación a manos de mi tío está a punto de despegar. Si os gusta os lo seguiré contando.

Después del último episodio, nuestra relación volvió a la normalidad. Mi tío volvía a colmarme de cariño y atenciones. Establecimos un acuerdo tácito y nunca hablábamos de los dos episodios degradantes a los me había sometido, aunque quedó claro que su "capricho" de tenerme completamente depilado era una exigencia que no admitía discusión. Dado que en cuanto el vello empezaba a asomar me colocaba sobre la mesa a cuatro patas y me sometía de nuevo a la crema depilatoria como si fuera un monigote, preferí aplicármela yo mismo para ahorrarme aquellas escenas que me violentaban en sobremanera, con lo cual además lo tenía contento por mi buena disposición.

Mi tío seguía teniendo la costumbre de atarme al cabecero de la cama para nuestros juegos de sexo oral, pero sin ninguna violencia, y reiterando su promesa de no volverme a penetrar si yo no se lo pedía si leía algún signo de alarma en mi rostro, por lo que me acostumbré a ello y lo aceptaba con tranquilidad.

Yo solía ir a visitar a mis padres los fines de semana, salvo aquellos en los que hacía planes con mi tío lo cual era a menudo, por lo que, cuando una mañana entró en el baño y me dijo que no hiciera planes para el siguiente fin de semana, ya que le habían prestado una casa en la Cerdanya, en lugar de alarmarme me alegré por la perspectiva de un fin de semana romántico en el campo. Ni siquiera me molestó cuando metiéndome la mano en el slip me pidió que me depilara antes de irnos, porque según dijo, me quería suave como una niña.

Salimos a media tarde hacia Girona, todavía con sol, pero por la época en que estábamos cuando llegamos ya había anochecido. La casa, una masía antigua, estaba restaurada con el típico gusto, y el dinero, de los burgueses de Barcelona que gustaban de la zona para sus segundas residencias. Un portón daba acceso al patio central, rodeado de varias edificaciones y presidido por la casa principal por cuyas ventanas cerradas con postigos se escapaban hilos de luz. Me sorprendió ver luz porqué creía que íbamos a estar solos como siempre, y más cuando salió a recibirnos el propietario de la casa al que mi tío saludó cordialmente.

Ferrán, que así se llamaba nuestro anfitrión, tenía todo el aspecto de típico de gay maduro, mayor que mi tío (sobrepasaría la cincuentena), llevaba el pelo rapado muy corto, unos aros en las orejas y un espeso bigote negro que destacaba en un rostro linfático de aficionado a la buena mesa que confirmaba su abultado vientre. Vestía una inapropiada camisa de seda estampada a juego con el foulard que llevaba al cuello y unos vaqueros estudiadamente envejecidos. Ferrán nos hizo pasar al recibidor y nos guió por las escaleras hasta nuestra habitación situada en el piso superior, mi sorpresa siguió creciendo cuando desde el salón nos llegó un murmullo de voces de lo que parecía un animado grupo. Nervioso, no presté mucha atención al parloteo de mi tío con nuestro anfitrión pero si capté que esperaban a alguien más, aunque ya estaban casi todos, que un tal Gonzalo ya había llegado pero que faltaba un tal Pixot...

Cuando antes de dejarnos solos en la habitación para refrescarnos, Ferrán me guiñó el ojo diciendo que esperaba me gustara la cama, sentí como el rubor me subía a las mejillas. La cama en cuestión, una preciosa antigüedad isabelina de aspecto confortable, era de matrimonio, y en su comentario había la certeza implícita de que sabía las cosas que mi tío y yo haríamos en ella. Sentado en la cama, corté el parloteo de mi tío alabando las virtudes del pequeño baño de la habitación para decir;

Creí que estaríamos solos...

No, no te dije que estarían unos amigos? – negué con la cabeza – ah, creí que te lo había dicho. Seremos unos 10 o 12, no te importa no?

No sé, que pensaran de que durmamos juntos?

Javi, cariño – me respondió riendo y sentándose junto a mi – aquí no hay nadie que se sorprenda de que tu y yo "durmamos" juntos. Son de confianza, todo hombres como tu y yo, y todos "duermen" con algún otro...

Son todos... gays? – pregunté usando el eufemismo de moda.

No cariño, son todos machos pero... unos auténticos mariconazos! – el apelativo no me gustó – Vamos! Ya es hora de que conozcas a gente como nosotros, verás, son muy agradables y es más, ninguno se extrañará de que tardemos un poco en bajar...

Besándome el cuello, introdujo la mano por debajo de mi suéter y empezó a acariciarme. No muy convencido, no pude resistirme a su contacto y muy pronto estábamos los dos desnudos rodando por la cama entre besos y caricias. Cuando bajé mis labios por su vientre velludo para rodear con ellos su miembro semi-erecto me detuvo jadeando...

Espera, espera, he traído una sorpresa – y alargando el brazo alcanzó su bolsa de mano de la que tras rebuscar sacó algo que me mostró como un trofeo – te gustá?

No supe exactamente que era aquello, parecía un revoltijo de cadenas y correajes de los que pendían, eso si lo reconocí y no me gustó nada, unas esposas como las que solo había visto en películas policíacas.

No irás a ponerme eso aquí...?

Si, claro que si, venga no seas remolón, tengo ese capricho, no vas a dármelo?

Un poco a regañadientes, pero sabiendo lo que podía suponer negarme a sus caprichos, me dejé inmovilizar las muñecas con las esposas que sentí frías al contacto con la piel. Del amasijo restante sacó una tira de cuero que atravesaba una bola roja de goma, que me introdujo en la boca antes de que me pudiera preguntar para que era, y la fijó con la correa a mi nuca. Lo que quedaba sobre la cama, era un collar de perro que me ató al cuello y un barra metálica que unió cuyo extremo superior fijó en la argolla que pendía del collar, y el inferior en la cadena que unía las esposas, de modo que a pesar que tenía cierta movilidad en las manos, no la suficiente para alcanzar la mordaza que me impedía hablar.

Mi tío se levantó y de pié frente a mi contempló su obra. La visión debió estimularle porque su pene apuntaba amenazador hacia el techo.

Mírate... me encanta verte así – dijo sonriendo cínicamente – ahora podría hacer contigo lo que quisiera y ni siquiera podrías gritar... podría romperte el culo una vez tras otra y nada podrías hacer para evitarlo, jajajaja

Sus palabras me asustaron, era eso lo que pretendía? Abriendo los ojos desesperado negué con la cabeza intentando articular unas palabras que aquella maldita bola me impedía pronunciar.

Tranquilo, tranquilo... tenemos un pacto no? Tu tíito no te follará el culete hasta que tu se lo pidas y a cambio tu me darás algún caprichito no? – Asentí frenéticamente – bien, bien, tranquilo, recuerdo mi promesa. No te lo haré, pero me pone tanto verte así...

Sin apartar los ojos de mi, empezó a masturbarse, primero lentamente, luego más rápido hasta que convulsionándose, escupió todo su semen sobre la moqueta del suelo. No entendí su juego, ya que si me hubiera liberado de la bola y mismo hubiera exprimido sus jugos con mis labios, pero aliviado de mis temores no quise darle más vueltas.

Mi tío fue a lavarse al baño y yo quedé todavía atado sobre la cama, un poco decepcionado porque no me hubiera dado placer a mi también, pero relajado esperando que me liberará de aquellos utensilios incómodos. En lugar de eso, cuando salió del baño mi tío empezó a vestirse ignorando mi presencia, extrañado, intenté llamar su atención con los torpes sonidos que mi mordaza me permitía emitir.

Que quieres? Que te desate? No, no, todavía no – gimoteé juguetón – noooo, no seas remolón sino quieres que me enfade, tengo que bajar un momento.

Y sin más salió de la habitación dejándome desnudo, maniatado y amordazado sobre la cama. Aquello no me gustaba pero intenté distraerme contemplando la decoración de la habitación, desde luego el tal Ferrán tenía buen gusto y dinero. Pasaron unos 20 minutos hasta que oí voces acercarse y la puerta de la habitación se abrió para dar paso a mi tío Paco que para mi horror no venía solo, le acompañaba un tipo muy alto, cuarentón y con la cabeza cubierta de una espesa mata de pelo completamente blanco que peinaba con la ralla a un costado. Vestía vaqueros, una camisa de grandes cuadros y en la mano portaba una especie de maletín.

Mira Javi, te presento a Gonzalo, un buen amigo.

Hola Javi, como estás? – Me saludó mirándome sin ningún pudor.

Sentí como me ruborizaba, aunque el tal Gonzalo actuaba con total naturalidad yo me sentí muy azorado por mi desnudez, mi sexo depilado, mis ataduras, mi exposición a los ojos de un extraño en definitiva. El tipo dejó el maletín sobre la cama, lo abrió extrajo un tarro blanco, unos guantes de látex y un utensilio metálico.

Tiene buena pinta – dijo Gonzalo dirigiéndose a mi tío mientras se enfundaba unos de los guantes.

Ya os lo dije, lechal de primera.

Que cabrón eres – rió Gonzalo – pero bueno, eso ya te diré yo. Anda, levántale las piernas.

Mi tío, como si yo fuera un objeto, se colocó a un lado de la cama y tomándome por los tobillos los levantó hasta hacerlos descansar en su hombro.

Cuanto tiempo hacía que no te veía Gonzalo? Un año?

Si más o menos, desde la cena en casa de Marta creo. No? – respondió abriendo el tarro.

Si, es verdad. Que tal siguen tu mujer y los niños?

Como siempre bien, Bea sigue liadísima con sus reuniones y sus cosas y los niños bueno, no tan niños, que el mayor se nos casa el año que viene.

Joder, te están haciendo viejo.

No me lo podía creer, mi tío me tenía expuesto como un "cordero lechal" había dicho, completamente desnudo, y ellos hablando de trivialidades. La cabeza empezaba a darme vueltas.

Y que lo digas, de todas formas voy para los cincuenta ya. Bueno, vamos a ver como está esto. Ahora Javi procura relajarte, notarás frío pero es normal, es un momento.

Y vi como con toda naturalidad hundía el dedo enguantado el tarro, se inclinaba bajo mis muslos y tras embadurnarme el ano, me lo introducía entero dentro. Al sentir aquel cuerpo extraño deslizándose dentro de mi, arqueé instintivamente la espalda, no por dolor que no sentí, sino por sorpresa.

No, no, no, no aprietes Javi, procura relajarte, es un momento.

El tal Gonzalo me hablaba como se le habla a un animal en el veterinario, emitiendo sonidos tranquilizadores con la lengua. Volví la cabeza hacia mi tío buscando una explicación de aquello que me estaban haciendo, pero él solo miraba las manipulaciones de Gonzalo que seguía explorando con su dedo el interior de mi culo.

Si, parece intacto. Como es que no te lo has tirado todavía. – Le preguntó a mi tío.

No quiere que se lo haga yo, verdad cariño?

Abrí los ojos, desencajado, mirando a mi tío que ahora si, me devolvía la mirada. Que significaba aquello? Que tenía que demostrar al tal Gonzalo? Porqué me humillaba de aquella manera...? Las preguntas se quedaron en mi mente sin respuesta, mientras sentí como el dedo salía de mis entrañas para dar paso a un objeto frío y metálico, luego sabría que era un espéculo, que me hizo arquearme de nuevo. La cabeza de Gonzalo, oculta por mis piernas, pareció muy interesada en mi orificio anal durante unos segundos eternos, hasta que por fin sentí el espéculo deslizarse fuera de mi ano.

Bien, aprobado – concluyó Gonzalo con una sonrisa, quitándose el guante y cerrando el maletín. – vamos allá.

Por aquel entonces no me había emborrachado nunca, pero era como me sentía mientras aquellos dos hombres me hacían incorporar y completamente desnudo me hacían salir de la habitación y descender por las escaleras. La planta baja estaba silenciosa, cruzamos el vestíbulo y salimos al patio exterior, ni el frío me hizo reaccionar y como sonámbulo me dejé guiar por los dos hacia una de las edificaciones laterales. Entramos y se estaba cálido, parecían unas antiguas cuadras, al fondo, después de varios compartimentos oscuros, había una sala más grande en penumbra donde varias personas charlaban animadamente. Sino me hubieran sujetado por los brazos, uno a cada lado, las piernas me hubieran fallado del temblor que me sacudió, pero fui conducido hasta la estancia iluminada done se hizo el silencio, y varios pares de ojos se volvieron hacia mi cuerpo desnudo. Mis manos hicieron un gesto reflejo de tapar mi sexo, avergonzado de verme expuesto de aquella manera, pero el tirón que el collar me dio en la nuca, me hizo comprender que aquel artilugio al que estaba maniatado me lo impediría. La explosión de vítores, gritos y silbidos, que estalló a nuestra entrada no hizo más que aumentar la desazón que sentía. Lo que iba a pasar a continuación la justificaría con creces.

Pronto os contaré lo que sucedió esa noche, los sensibles que dejen aquí mi relato, los que no, que me manden sus comentarios y continuaré mi terapia personal poniendo sobre el papel lo que me sucedió en aquella época.