Confesión al Psicólogo

Este relato sirve de introducción para explicaros mis fantasías y como me siento psicológicamente.

Ocurrió una tarde de verano. Pongan la fecha que quieran. El año, no obstante, fue en 2014. Fui a ver a un Psicólogo. Este era un hombre de cuarenta y dos años, cabello corto negro, ojos marrones. Era musculoso y fuerte, ya que iba al gimnasio. Hacía tiempo le confesé, al finalizar al anterior sesión, que llevaba tiempo excitándome al ver pollas, vestirme de mujer e imaginar que era una nenita. Me costó decirlo, pero necesitaba contárselo a alguien y ¿quién mejor que mi psicólogo? Jamás diría nada a nadie... esperaba. El caso es que fui vestida de nenita, por consejo suyo.

"para poder profundizar más en tus fantasías y saber que te ocurre con exactitud, deberías venir como niña. Saber que se siente al salir a la calle y delante de otro hombre. Para mejor análisis, ven caliente. Sé que no es común que lo diga un psicólogo, pero creo que eso puede ayudar. Mastúrbate viendo hipnosis Sissy, hasta casi correrte. Para entonces, ponte en castidad y ven a verme."

Eso fue lo que me dijo. Y eso fue lo que hice.

Estaba muy caliente, mi pollita de nena goteaba lechita de bebé, encerrada en su jaulita rosa, flácida. Me encantaba estar así. Iba vestida con un mini top rosa que tenía escrita la palabra Sissy. Llevaba una peluca rubia de cabello corto (a lo mujer, no hombre), pendientes de Hello Kitty y también una diadema roja de Minnie. Además, colgada al cuello llevaba un collar en forma de corazón. Llevaba también unas braguitas rojas de Minnie y una faldita. Por zapatos llevaba unas sandalias planas azules de mujer. Me había además colocado un piercing falso en el ombligo y me había perfumado el ano, la pollita y el cuello con perfume de Barbie. Todo muy infantil, pues aquello me encantaba.

Caminar así por la calle me mojaba toda. Me había maquillado un poco colocándome además  pintalabios rosas, así que más o menos daba el pego, pero aún así se notaba que era niño.

Qué más da pensaba No te conocen, no son quienes para juzgarte.

Además me gustaba que me miraran. Algunos hombres me piropeaban y algunas chicas me miraban con sonrisa cariñosa y dulce, como aprobando lo que hacía. Una me guiñó el ojo. Otros sin embargo, se asquearon o me llamaron zorra. Lo que me calentó más. Como todo, había gente que lo aceptaba y gente que no. Pero no sentí pena por quienes no me aceptaron, más bien pena, pues nunca descubrirían este hermoso mundo que el psicólogo me hizo aceptar.

Sin más preámbulos, por fin llegué al psicólogo. Se llama Carlos (ahora hablo en presente ya que sigue ejerciendo). Da las sesiones en su apartamento. El piso estaba bastante bien: una cocina a la izquierda del pasillo de entrada, una cocina salón y un pequeño dormitorio con cama de matrimonio. Me abrió la puerta y me quedé boquiabierta: estaba en toalla, pelo mojado y agua chorreando su musculoso cuerpo que me dieron ganas de tocar. Me mordí el labio, como siempre que estaba cachonda. Y ese día más que nunca.

— ¿Luis? ¡Vaya casi ni te reconozco así vestido! Bien, veo que hiciste lo que te aconsejé. Pasa, pasa, que me pillas terminado de duchar.

Pasé, ruborizada. El cerró la puerta y me hizo sentarme en el sofá, como siempre. Había un ventanal que daba a la calle. Carlos lo cerró y echó las cortinas, impidiendo a los transeúntes vernos, pero permitiendo que el sol nos siguiera dando. Había muy buena iluminación allí.

Se fue al servicio y lo vi traerse su perfume masculino. Se echó un poco y lo dejó sobre la mesita de cristal. Se sentó sin ponerse la ropa, solo tapado por la toalla. Me puso nerviosa.

— ¿Te incomoda?

— Un poco — reconocí.

— Veo que deseabas vestirte así. Ha sido buena idea mi consejo.

Me sonrió. Sonreí yo también con timidez.

— Bueno, como hoy vienes de mujer, te trataré como tal ¿tienes nombre cielo?

— María señor.

— De acuerdo. María, me he dejado la toalla deliberadamente. Quiero comprobar hasta qué grado te gustan los hombres. Voy a hacerte diferentes pruebas. Como considero esto importante, hoy he querido alargar la sesión. Tendrás, de dos horas, tres. La última gratis claro.

— Gracias Carlos — le dije.

Realmente estaba contenta. Se notaba que era su vocación la psicología. La mía era la escritura. Me encantaba escribir relatos eróticos aunque no había publicado ninguno. En su lugar trabajaba como camarera en un bar cercano a casa.

— Bien, primero, ven aquí.

Obedecí. Me acerqué a él y a cada momento me hallaba más excitada y nerviosa.

— Siéntate entre mis piernas. Sin miedo.

Lo hice. Estaba deseosa de hacerlo de la calentura que llevaba encima. Me senté entre sus piernas y ya noté su verga de macho de verdad. Aquello me impresionó a medida que me sentaba sobre la polla, aplastándola. Estaba dura. Estaba excitado. Me acurró junto a él. Me quité las sandalias con los pies hasta quedar descalza. Apoyé mi cabecita en su pectoral izquierdo. Me acarició la cabecita. Estaba toda caliente. Aspiraba su aroma masculino mientras mi excitación aumentaba más.

— Quítate solo la faldita.

Lo miré con algo de miedo. ¿Qué pretendía?

— tranquila, solo te tienes que quitar la falda, nada más. No haré nada que no desees.

Me la quité, quedando en braguitas.

— Buenas braguitas. Ya sé algo.

— ¿El qué?

— Te vistes así porque te sientes una niña frágil e indefensa. Buscas una mujer dominante o un macho par que te protejan. Te excita el olor masculino, los hombres, pero no terminas de aceptarlo. Estás acostumbrada a solo mujeres. Dime ¿lo has hecho alguna vez con mujeres?

— No Carlos — admití avergonzada — soy una nenita virgen.

— ¿Qué prefieres? ¿Una mujer que te quite la virginidad o prefieres que lo haga un hombre?

Me mordí el labio, indecisa.

— ¿porqué dudas? — me preguntó al cabo de un minuto.

— Es que... me excita muchísimo la idea de que un hombre me quite la virginidad, aunque otras veces querría que lo hiciera la mujer... aunque realmente creo que preferiría que fuera el hombre. Me excita la idea de pensar que soy una niña virgen y que entra un hombre a quitarle la virginidad.

— Ya veo — dijo pensativo —. Dime ¿qué pasa cuando te corres pensando en chicos?

— Por eso vine, Carlos. Me gusta imaginarme haciéndolo con chicos, pero cuando me corro me deja de gustar. Al rato bien me puede gustar otra vez o no. Aunque me encantaría probarlo...

— ¿Sabes lo que pasa? Te gustan los hombres, pero no quieres aceptarlo. No obstante, una buena sesión de sexo con un chico lo puede arreglar. Dime ¿qué clase de fantasías tienes con hombres? Dímelas todas las que recuerdes. Trata de no dejarte ninguna.

Pensé unos segundos y luego dije:

— Pues, una de mis fantasías es ser la niña de papá. Ósea, tener un "padre" y yo soy su hija y él me enseña a tener sexo. En otras tengo mamá y ella me enseña el arte del sexo con su amigo o novio. Otra fantasía es que soy una colegiala que ha sido castigada y debo convencer al profesor. Tener una orgía, hacer un trío, con un hombre de color, ir a una consulta para que el médico me "revise", que un hombre me folle en público...

Pensé un poco más y finalmente solté:

— Y mi mayor fantasía es fingir que me casó con un chico y que soy su novia.

Me avergoncé al decirlo, pero estaba hecho.

— ¿Te gustaría tener un novio?

— Solo para el sexo — me apresuré a decir —. Cuando me corro no quiero eso.

— Así que tu gusto por los hombres es meramente sexual.

— Así es — corroboré, contenta de que me hubiera entendido.

— Entonces, te gustan las mujeres tanto psicológicamente como físicamente y los hombres solo sexual. Por eso cuando te corres no te gusta. Tu gusto es meramente sexual. ¿Qué hay de las trans?

— Me gustan igual que las mujeres. No tendría problemas en salir con alguna.

— Ya veo.

Entonces me quitó de él y yo me levanté.

— Quiero que hagamos pruebas — me dijo —. Hagamos una cosa: sigue así, sin venirte todavía. Créate una cuenta de niña y busca hombres, mujeres, lo que quieras.

— Vale.

— Lo haremos aquí. Para supervisarte. Pero antes quiero hacer otra prueba.

Al preguntarle cual me contestó:

— Quiero saber hasta qué punto te excita un hombre. Dime ¿deseas arrebatarme ahora la toalla?

Aquello me dejó sin aliento. Contesté un débil sí. Él asintió con la cabeza, satisfecho.

— Vale, quiero que te arrodilles y me arranques la toalla ya sea con las manos o con la boca. Como quieras. Deja florecer tus auténticos deseos cielo.

Aquello me dejó en Shock unos segundos, pero enseguida obedecí. Si me daba libertad para hacerlo, no podía echarme atrás ahora. Me daba miedo, pero la excitación podía conmigo así que me arrodillé a la altura donde estaría su pene y lentamente, con mi boquita de niña, se la arrebaté con facilidad. Al soltar la toalla pude ver aquel hermoso miembro duro balancearse, de al menos veinte centímetros de largo. Me relamí.

— Deseas comerlo ¿cierto?

Asentí, ansiosa.

— Huélelo si quieres, pero no lo lamas aún. El negarte tus deseos aumenta las ganas y la excitación. Realmente te gusta, lo veo en tu mirada. Si no te gustara, la mirarías con asco, pero es con deseo como la miras.

Obedecí, roja como un tomate. Olí aquella verga desde los huevos hasta el glande. Pasé lentamente la nariz por su pene, aunque no me atreví a pegarlo mucho por miedo a su reacción. Pero Carlos tenía razón: estaba loca por llevármela a la boca. Tras eso me pidió levantarme. Lo hice y lo seguí a su cuarto. Se sentó en la silla de su escritorio donde había apoyado su portátil. Me hizo señas y me senté de nuevo en su verga, aplastándola. No me la metía en el ano, simplemente me sentaba en ella y aquella sensación me excitaba sobremanera.

— Dime ¿cuándo te ves como una niña, de qué edad te ves?

— De unos siete o diez años... Quizá doce o trece a lo máximo.

— Ya veo... Bueno venga, crea la cuenta ya. No veré la contraseña, prometido. Tú me taparas la visión.

Tragué saliva e hice  lo que me dijo. Creé una cuenta Gmail y un Twitter. Cuando lo hice, me dijo Carlos:

— le faltan algunas fotos... te recomiendo que coloques algunas tuyas. Vamos a hacerlas.

Me levanté de su verga y Carlos fue a coger la cámara. Me hizo varias fotos en diversas posiciones. Una en la cama, tumbada con una mano apoyada en mi cabeza mientras metía un dedo en el ano. Otra enseñando las braguitas. Otra con las manos en la espalda viéndose mi mini top y braguitas. Me quité el top y me hizo otra foto a cuatro patas. Él decía que si quería tener sexo con hombres, debía mostrarme provocativa. Subimos todas las fotos a Twitter.

— Ahora toca esperar. No se te ocurra tocarte durante una semana para mantener la calentura. Busca calentarte cada vez más, habla y cuando pase una semana ven a verme. Según como hayan ido las cosas haremos unos u otros experimentos. Quiero que tengas de aquí a una semana una primera cita con un chico y a ser posible tengas sexo con él. No te fuerces, hazlo solo si lo deseas. Pero ambos sabemos que si quieres. Busca hombres que te agraden ¿vale?

Asentí y él me despidió totalmente desnudo. Me fui más caliente que antes pero accedí a obedecerle por difícil que resultara. Que mal que no me dieran vacaciones hasta la semana que viene... entonces tendría un mes entero de vacaciones. Hasta entonces debía aguantar. Mi primera vez... iba  a ser ¿con un hombre? Los nervios y el miedo me invadieron pero era como Carlos decía ¿me gustaba no? O eso se suponía. Estaba dispuesta a probarlo desde luego. Nada más llegar a casa encendí el Twitter y, encendida, empecé a colocar Twits sin cesar. Al acabar el día, tuve dos mensajes de machos... ¿Con quién quedaría?