Confesión (9ª Parte)
Les cuento aquí las impresiones que tuvo mi hija luego del espectáculo pornográfico que le di. Les cuento aquí la despedida sexual con ese hombre, que me convirtiera en su esclava sexual.
Fue la primer y única salida nocturna que tuve con un hombre con el que “anduve saliendo”. ¡Estábamos muy calientes y nos la pasamos cogiendo muy rico esa noche!. ¡Me dio por todos lados, en muchísimas posiciones!. Habíamos pasado una noche tremendamente lujuriosa y por demás apasionada. Me había penetrado en todas las posiciones y había hecho de mí todo cuando se le había ocurrido.
Luego del último palo de aquella noche, nos quedamos tirados sobre de aquella cama, ¡mi cama matrimonial!, hasta que el sueño gratificante se apoderó de nosotros.
Le di, de manera impensada, todo un espectáculo erótico – pornográfico a mi hija, quién nos estuvo mirando todo aquello que hicimos.
Enseguida les cuento todo lo que sucedió al día siguiente.
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Al amanecer el día, mis hijas se levantan temprano, aunque era domingo, pues generalmente vamos a la misa de las 9 am, en donde canta mi hija la chica, “la Chiquis”. Yo me encontraba inclinada, sirviéndoles el desayuno en la mesa.
De pronto Humberto se me acercó por detrás y me metió una mano por debajo del camisón que traía, apoderándose de uno de mis senos; me pega por detrás su pene, ya muy erecto, contra del camisón, acomodándolo entre mi rajadita trasera y comienza a besarme en el cuello.
Perdí el equilibrio y no conseguí echarme para atrás. Humberto me acariciaba con insistencia y ardor. Mis hijas me observaban y no sabían de qué se trataba, especialmente la Chiquis, que no sabía si era un juego o un pleito.
- ¡espérate, estate quieto..., aquí no, no ahorita, estamos en la mesa...!.
Por toda respuesta, Humberto me volvió a apretar fuertemente los senos, pellizcándome el pezón
- ¡estate quieto...!.
Volví a repetir y ahora sí me soltó los senos pero su mano se hundió entre mis piernas, buscando tocarme mi sexo, ya que andaba sin pantaletas, tan sólo con el camisoncito.
Mis niñas observaban y delante de ellas, apenas tapada un poco por la mesa, mientras me tocaba mis partes íntimas, por todos lados.
Mis hijas no dejaban de verme. Primero era a los ojos pero más tarde empezaron a dirigir su mirada a "lo que hacíamos". Yo me sentía incómoda pero tremendamente excitada:
# ¿qué es lo que te hace el señor, mami…?.
Me preguntó “la Chiquis”.
Quise responder algo coherente pero:
- ¡nada, nada..., no estés de mirona!.
Humberto volvió a acariciarme los senos y a tratar de levantarme el camisoncito, debajo del cual se encontraban mis senos, adornados de las grandes areolas, con sus puntitos y sus pezones muy erectos al centro. Me sentía como una marioneta entre sus manos. Sentía que estaba mojadísima, toda completamente venida, que me escurría incluso por mis piernas pero:
- ¡estate quieto ya, Humberto...!,
alcancé a murmurar, con voz entrecortada, esperando en cualquier momento que me quisiera penetrar, para metérmelo ahí mismo, sin embargo, continuaba dedeándome. Mis hijas seguían observando, con unos ojos tan grandes como los platos:
- ¡desayunen…!, ¿qué esperan…?,
les ordené a mis hijas, tratando de distraerlas, de no darle importancia al asunto.
Humberto estaba abstraído en lo que hacía; yo sentía que el placer me invadía lentamente, que mis piernas flaqueaban…, ¡que me estaba viniendo!.
- ¡Aaaahhh…!,
alcancé a reprimir un gemido de placer , pero Humberto insistía, pellizcándome mi clítoris; luego me hundió dos dedos hasta el fondo y me volvió a sacar otro orgasmo.
- ¡Aaaahhh…!.
Presa de placer le puse mi mano sobre la suya, sobre su sexo, para obligarlo a dejarla ya quieta, sin moverse dentro de mi vientre, sacándome mi lechita.
- ¡estate ya quieto...!.
Al mismo tiempo, girando la cabeza y cuello contra su cara, alcancé a murmurarle al Humberto:
- ¡eres un perfecto cabrón…!, ¡qué cabrón eres…!.
Humberto ya no se movió, tan solo movió los dedos dentro de mi vagina.
# ¿tú no vas a desayunar mami…?,
me preguntó mi hija la menor, levantándose de la silla para venir a jalarme hacia su lado.
Tuve miedo de que se diera cuenta y quise detenerla y traté de impedir que se parara pero..., apenas alcancé a decirle algo, murmurado:
- ¡de-sa-yu-na-te...!,
sin embargo, creo que ella pudo verme, con el camisón levantado por arriba del ombligo, y la mano del hombre insertada en mi sexo, en plena pelambrera..., masturbada por ese hombre en plena mañana, en casa de mi marido, delante de mis dos hijas.
En ese momento me vine, ¡me vine completamente!, ¡salvajemente!, ¡dementemente!. Sentí que mis fuerzas flaqueaban y tuve que apoyarme sobre la mesa.
- ¡Aaaahhh…!.
Humberto no estaba satisfecho; se sacó la verga y delante de mis hijas, y en especial, de la Chiquis, y me la metió por detrás.
- ¡Humbertooo…, aaahhh…!.
Al cabo de tres o cuatro golpes se vino y me batió todas las piernas con su semen, alcanzando a llenarme también mis pelos y mano. Intenté una sonrisa para distraer a la Chiquis...
Humberto medio se acomodó su verga y se fue para el baño. Yo estaba muerta de pena, de placer, y de desfallecimiento.
Tomé una silla y me senté, tal como estaba, con la venida en mis piernas y...., me tomé un jugo de naranja para recuperarme de esa vergonzosa venida que acababa de tener con Humberto, del espectáculo degradante que les había dado a las niñas, ¡mi humillación!.
Me sentí casi desnuda, ¡y volví a gozar...!, al chuparme los dedos de mi mano, llenos de las secreciones de Humberto.
Estaba tan ensimismada en mis reflexiones que cuando regresó Humberto del baño y me saludó, metí la mano en un plato de leche y las niñas rieron; el rió y yo también. ¡Esto sirvió para destensar la situación que se había generado!.
Aproveché el momento para decirle que se sentara a desayunar y me dejara ya en paz.
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Llevé a las niñas a la misa, que es muy cerca de la casa, en la iglesia de la Unidad, pero Laurita no quiso quedarse, me dijo que quería regresarse conmigo. Quise convencerla de que se quedara, pero ella no quiso.
Dejé a la chiquis con la directora del grupo, que es conocida nuestra desde hacía muchos años y le dije que pasaba al medio día por mi niña.
Nos fuimos al auto para regresarme a la casa, con Laurita, que me miraba con cara de interrogación. Nos subimos al coche y, antes de que yo lo arrancara, Laurita se soltó a platicarme:
& ¡Mamita…, te miré el día de ayer…!. ¡Muchas gracias por complacerme!.
¡Te vi cómo te besaba ese hombre, en la sala!. ¡Me gustó mucho cómo se
besaron, cómo le echaste tus brazos al cuello y la forma en que lo besaste!.
Hizo una pequeña pausa para tomar aire o para coordinar sus ideas, y después continuó:
& ¿Te gusta ese hombre…?. ¡Es mucho más guapo mi papi…!.
¿Porqué lo cambiaste por él…?. ¿Te gusta cómo te besa…?.
¿Te besa bonito…?. ¿Por eso cambiaste a mi papi…?.
Me soltó todas esas preguntas, de golpe, como letanía, una tras otra, sin esperar que le contestara, hasta que por fin se detuvo, y entonces, comencé a responderle, o al menos a tratarlo de hacer, pues me encontraba apenada con ella e incómoda con sus preguntas, pero quería responderle a todos los cuestionamientos que me hizo.
- Mira m’ijita…, quiero explicarte todo, paso a paso; quiero que me entiendas,
aunque a veces ni yo misma me entiendo. Quisiera contestarte a todas tus
preguntas, voy a intentar hacerlo pero…, si alguna no te contesto, pregúntame
nuevamente. ¿De acuerdo?.
& ¡Sí mami…, te quiero!,
me dijo, dándome un beso en la mejilla, mirándome con sus ojos enormes, tremendamente emocionada, pero a la vez satisfecha por mi respuesta y disposición.
- Quiero que sepas, antes que nada, que sigo queriendo a tu padre, que sigo
enamorada de él, que sigue siendo el hombre de mi vida.
Hice una pausa y luego continué nuevamente:
- Aunque discutamos y nos peleemos de vez en cuando…, o a cada ratito…,
pero son las cosas de los matrimonios, de la convivencia…,
y volví a hacer otra pausa, para después continuar.
- Ese hombre es simplemente un “conocido”, un señor que alguna vez me
encontré y que…, comenzó a enamorarme…, a invitarme a salir…,
y volví a marcar otra pausa, que ella aprovechó para cuestionarme de nuevo:
& y…, si estas enamorada de mi papá todavía…, ¿porqué aceptaste entonces a
salir con ese hombre…?.
- Mira…, dime tú misma: ¿cuánto hace que no se queda tu padre en la casa…?.
¿Cuántos días se está con nosotras…?. ¿Cuántos días a la semana anda fuera
y cuantos días se está con nosotras…?.
Se hizo de nuevo un silencio, en el que mi hijita, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, me daba la razón.
- ¿Me entiendes ahora…?.
Y moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, me volvió a dar la razón.
- ¡Ese hombre tampoco me gusta a mí…!, pero es muy varonil…,
¡y tiene las mismas necesidades sexuales que yo…!.
Se hizo otro silencio y después continué:
- Tú ya no eres una niña, y en este momento quiero tratarte como a una persona
mayor, quiero que esto sea una plática entre dos amigas, de mujer a mujer,
y así te lo voy a tratar.
Mi hijita, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, aceptaba esa plática, “de mujer a mujer”.
- Una…, como persona adulta…, tiene ciertas necesidades sexuales…,
que son tan importantes como comer, beber y dormir…
¡No puede uno vivir sin satisfacerlas!, y tu padre, aunque venga continuamente y
me de siempre el gasto y nunca se olvide de nosotras, me tiene completamente
abandonada, ¡en ese sentido, m’ijita!, ¡como mujer…!. ¡Me hacía mucha falta un
hombre que me hiciera sentirme mujer!, con el cual pudiera yo tener relaciones
sexuales, con el cual pudiera yo darle salida a mis ansias…, alguien que me
besara…, ¡y él me besa bonito…!, ¡alguien que me abrazara, que me
acariciara…!, ¡y él me acaricia bonito…!, ¡alguien que me llenara mi sexo…!,
¡y él me llena de sexo, es infatigable en el sexo!. ¡Me deja siempre con los ojos
en blanco…, tremendamente satisfecha…, colmada de gusto…, de placer…,
de felicidad!.
Mi hija me miraba…, me escuchaba…, y…
& ¿Por eso cambiaste a mi papi…?
- ¡No…, no he cambiado a tu papi…, este hombre es solamente alguien que me
satisface una necesidad…!. El lugar de tu papi es único, y nadie lo puede
llenar…!.
Nos volvimos a quedar calladas y luego de unos instantes ella de nuevo me preguntó:
& Esa pantaleta azul…, la que te pusiste anoche…,
¿de verdad te la compraste para él…, para ese hombre…?.
¿Porqué…?.
- ¡Sí…, sí me la compre para él…!, ¡para complacerlo…!, ¡para halagarlo,
para que me viera bonita…, para gustarle…!.
& ¡Te veías muy bonita con esa pantaleta…, pero…, te transparentabas todita…!.
¿Así le gustas a ese hombre…, que te transparentes todita…?,
¿que se te vean tus…, cositas…?. ¿Porqué…?.
- ¡Es parte del juego de la atracción, entre hombre y mujer…!,
¡es para invitarlo…, es para incitarlo…, a que me toque por ahí…!,
¡es parte del acto…, de la seducción…!
& Él te agarraba tus pompas…, y también de adelante…, mientras te estaba
besando. ¿Porqué lo dejaste…, porqué…?.
- Porque era exactamente eso lo que yo quería, lo que yo deseaba,
¡lo que yo estaba deseando que hiciera…!, pero me dio pena que le siguiera,
¡porque sabía yo que tú me estabas mirando!.
& ¿Y por qué te dice majaderías, groserías…, no te está pretendiendo…?,
¿no te quiere gustar…?. ¡Te dijo “putita”…!, y me dio mucha pena que te dijera
de esa manera.
- Hay cosas que…, aunque suenan feas…, en el fondo son de cariño…
Eso me lo dice porque lo hago sentir muy hombre cuando estamos haciendo el
amor…, así como él…, me hace sentirme muy mujer…, lo mismo que tu papá,
cuando me hace el amor…
& No lo entiendo…
- No te esfuerces…, ya lo entenderás mejor cuando crezcas…
Se hizo de nuevo el silencio, y poco después, mi hijita volvió a comentarme:
& Oye mami…, también los miré cuando regresaron…
Sentí que venía la parte más fuerte; sentí que mi cuerpo sudaba frio, y me agarré del volante del carro para soportar la “embestida”.
& Te vi cómo te desnudaste delante de él… ¡Te veías muy bonita con tus
pantaletas azules…, todas transparentes…, y tus tacones…!.
¡Con razón ese hombre anda tan loco por ti…!.
Hizo una pausa mi hija, y después continuó.
& Los miré cuando regresaron… Los miré cuando se besaron en la sala:
¡le diste un besote muy grande…!. ¿Se siente bonito besar…?.
¿Qué cosa se siente al besar…?. Porque hasta te le colgaste del cuello a ese
hombre…, y a decirle de cosas…
Otra pausa, muy breve, y:
& Le gritabas “querías que te la metiera…”, y luego te desnudaste completamente,
quedando solamente con tus pantaletas azules, muy transparentes y tus
zapatillas, de tacón alto y con los senos al aire. ¿Eso es parte del juego de la
atracción…, de la seducción…?.
- No m’ijita…, eso ya es una entrega…, me le estaba entregando a ese hombre…,
me le estaba ofreciendo…, ya le estaba pidiendo que me introdujera su pene en
mi sexo, y que me hiciera sentirme mujer…, tenía muchísimas ganas de que me
metiera su pene…, hasta adentro…!.
& ¿y para eso se tienen que desnudar…?.
- Sí m’ijita…, es para sentirnos más cerca, el uno del otro, para que nada se
interponga entre nosotros, entre nuestras pieles, para sentirlo que te acaricia y
que se te mete en tu cuerpo…, ¡muy dentro…!, por eso es que tenía yo
muchísimas ganas de que me metiera su pene…,
& ¿Por eso fue que tú misma le quitaste su ropa…?.
- Sí…, me gusta mucho sentirle su piel…, sentir su calor…, el calor de su cuerpo
en mi cuerpo…, juntito del mío…, con su lengua por adentro de mi boca,
explorando mi boca, y su pene hasta adentro de mi panochita, explorando mi
panochita, sintiéndola cómo se calienta por él…
& Y luego que le sacaste su…, cosa…, ¿no te da asco besarlo…?,
¿metértelo en el interior de tu boca…?.
- No…, para nada, al contrario…, me gusta mucho sentirlo en mi boca, su calidez,
su grosor, su cabecita, sus huevitos…, su dureza, su longitud…, ¡su tamaño…!.
¡Este hombre lo tiene bien grande…, más grande que el de tu papi, que ya es
bastante grande también…!.
¡Le quise dar de besitos para darle las gracias…, por lo feliz que me deja cuando
me visita en mi rajadita, cuando entra en mi cueva…, cuando penetra en mi
intimidad!.
& ¡Aaaahhh…!,
exclamaba mi hija, tratando de comprender mis acciones, tremendamente sorprendida por la película pornográfica que acababa de ver, la noche anterior.
& Y…, ¿qué cosa es la leche…, la lechita que le implorabas te diera…?
- Eso es el semen, m’ijita…, es con lo que nacen los niños…,
al combinarse ese semen con lo que producen las señoras en el interior de su
vientre… Eso es algo que…, cuando no quieres hijos, solamente “jugar”,
disfrutar y gozar…, es muy sabroso beberlo, que te lo unten en tu cara o tu
cuerpo.
& ¡Aaaahhh…!,
- Tu papi juega muy bien ese juego…, pero ya casi no lo juega conmigo…,
por eso tengo que buscar a alguien más para poderlo jugar…
& ¡Aaaahhh…!.
¿Y los besitos y chupetones que le dabas…, ahí…, eran para sacarle su…
“leche”?.
- Sí m’ijita…, es una de muchas formas de sacarle su leche al “tilín”.
& ¡No me gusta que ese hombre te diga “puta”…, se me hace muy feo…!.
¡No te deberías de dejar…!.
- Ya te expliqué porqué lo hace…, ya lo entenderás cuando crezcas.
Se hizo otra pausa otra vez, y de nuevo m’ijita volvió a preguntarme:
& ¿Quién te enseñó a que…, “mamaras”…, si no fue mi papá…?.
- ¡Ay hijita, qué pena…, pero…, es que…, yo…, tuve muchísimos…, “novios”…,
antes que tu papá…, y…, cada uno de ellos…, me enseñaba un poquito…!.
& y luego ya vino papá…, y ahora este señor…
- Sí m’ijita…, así es…
& Y…, ¿se los mamaste tú a muchos …?
- Sí m’ijita…, así es…, y todos ellos saben…, distinto…, diferente…, especial.
& ¡Aaaahhh…!. ¿Y…, porqué te gusta que los hombres te quiten las pantaletas?
- ¡Aaaahhh…, eso está solamente en mi mente!, me imagino siempre lo que sigue
después de que me las quitan…, ¿qué sigue…?, ¿qué sigue después de eso?,
le pregunté yo dos veces, y terminó por decirme:
& ¿Qué te hagan el amor…?
- Sí…, y eso me gusta muchísimo…, que me den sexo, que me metan su pene…,
que me penetren muy dentro…, que me hagan sentirme mujer…!.
& ¡Aaaahhh…!. Ese señor también te dio de besitos…, “ahí…”, en tu cosita.
¿Se siente bonito…, te gusta…?.
- Sí m’ijita…, también se siente bonito…, me gusta.
Y me di, ahora yo, un leve respiro, suspirando y “tomando aire”, para continuar:
- esto y muchos otros juegos son “perversiones sexuales”, cosas que van más allá
del simple acto sexual, pero que le gustan mucho a los hombres…,
y a las mujeres también.
& ¡Aaaahhh…!,
volvió a exhalar m’ijita, llena de cosas extrañas en su cabecita.
- ¡Ese hombre también te lo hizo por atrás…!. ¿También se siente bonito…?,
¿te gusta…?.
- Sí m’ijita…, también se siente bonito…, también me gusta…, pero…,
¡también es una “perversión”!. ¡El espiar a la gente que lo hace…, también es
una perversión…!. ¡Te vi parada en la puerta…, mirándonos…!.
¡Eres una perversa!.
Le dije, y nos soltamos a reír. Se hizo nuevamente un silencio y, mi hija fue la que lo rompió:
& ¡Me gustó mucho verte…, quiero ser igual como tú cuando yo sea más
grande…, quiero tener muchos novios y que me den mucha leche…,
así como a ti!. ¡Quiero ser muy perversa…!. ¡Me gustó mucho lo que hicieron,
con ese señor…!.
Se detuvo un instante, y después continuó:
& No me gustó que te dijera “puta”…, pues suena muy feo…, tú no eres así…
Tampoco me gustó que te pegara… ¿porqué te pegó…?.
Ahora sí me tomó muy desprevenida…, no sabía qué decirle, y empecé a tartamudear:
- Eeeesss queee…, yooo…, me encontraba dormida…, no le entendía qué decía,
no lo podía complacer…, y eso lo enojó mucho a ese hombre…, pero…, eso fue
nada más…
& ¡Aaaahhh…!. También escuché que te quejabas bastante.
¿La tiene muy grande?. ¿Te lastima…?
- Sí la tiene muy grande…, es la más grande de todas las que yo he conocido, y en ocasiones sí te lastima, sobre todo cuando no estás preparada para ello, o el hombre no sabe controlar su tamaño; ¡ahí si te lastiman!.
& ¡Aaaahhh…!. Pero también escuché que te quejabas bastante.
- Sí m’ijita, pero esos gritos son de gusto, de placer, de satisfacción, de felicidad.
Es como cuando mete un gol el equipo al que tú le vas…
Nos volvimos a quedar ya calladas, las dos. Y como no surgía ninguna otra pregunta, entonces yo le pregunté:
- ¿Ya te vas a alcanzar a tu hermana, a la misa…?.
& No mami, yo creo que ya se acabó…, mejor me regreso contigo a la casa…
- No m’ijita…, allá está el Humberto, esperándome…
& ¿Y…, van a hacerlo de nuevo…, otra vez…?
- Yo creo que sí…, él es un hombre muy ardiente…, siempre anda con ganas de
tenerme en la cama…
& ¡Y a ti te gusta también…!
Jajajaja.
Nos soltamos a reír, y luego de unos instantes, mi hija me volvió a preguntar:
& ¿me regreso contigo a la casa…?.
- Bueno…, ¡pero nada de salirte al pasillo…!,
y si puedes irte con alguna amiguita, mejor.
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Nos fuimos para la casa. Yo me fui a mi recámara, a buscar al Humberto, y mi hija se metió a su recámara.
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Llegamos a casa. Ahí estaba el Humberto, esperándonos, mirando la tele, en la sala. Se levantó y me tomó entre sus brazos,
- ¡Humbertooo…!.
= ¡Putita…!.
Me estrechó fuertemente, dándome unas vueltas cargada, agarrada yo de su cuello y él tomándome por mi cintura. ¡Fácilmente me levantó!.
Laurita, mi hija, nomás nos miraba, hasta que terminó de darme las vueltas, y luego de ello me depositó sobre el piso y me plantó un gran besote en mi boca, al que yo contesté, echándole nuevamente mis manos al cuello.
¡Estábamos besándonos delante de Laurita, mi hija, que nos miraba toda absorta y embobada, fascinada con nuestros besos, a un escaso metro de mí!.
Humberto se pegó a una de las paredes de la sala y comenzó a meterme las manos sobre mis nalgas, por debajo de unas pantaletas blancas y por debajo de unos pants deportivos que me había puesto para llevar a mis hijas a misa.
- ¡Humberto…, mi hija…!,
Le dije, y él retiró sus manos de mi trasero, pero me las pasó hasta mi espalda, donde nada más llevaba una playera, sin brasier. Comenzó a tocarme mis senos, debajo de mi playera y:
- ¡Humberto…, estate quieto…, mi hija…!,
le dije, de nuevo, pues Laurita no se retiraba de ahí…, ¡no dejaba de vernos!,
= Es que me tienes muy caliente, putita..., ando con muchas ganas de darte de
nuevo p’adentro.
Y como el Humberto no se estuviera sosiego, entonces le dije a mi hija:
- Laurita…, tu mami y Humberto vamos a hacer unas cosas de grandes;
quédate en tu recámara un rato, ya en un ratito te llamo.
y mi hija se marchó a su recámara.
El Humberto volvió a atacarme de manera inmediata, directo a mis pantaletas y pants, bajándomelos casi hasta la mitad de mis muslos:
- ¡Humberto…, aquí no…, por favor…!.
Le suplicaba al Humberto, al reaccionar a su caricia.
= ¡Déjame que te bese tu chocho…!, ¡tengo muchas ganas de besarte tu chocho!.
Y dicho esto, estando yo de pie, a un lado de una de las paredes de la sala, Humberto me bajó mis pants y mis pantaletas, hasta sacármelas con todo y mis tenis, por debajo de mis pies y empezó a chuparme mi sexo, completamente mojado y lleno de mis secreciones.
- ¡Humbertooo…, papito…!. ¿Ya viste cómo me tienes caliente…?,
¿cómo me estoy viniendo por ti…?. ¡Tengo muchísimas ganas de que me
¡hagas tu puta…!, de que me lo metas de nuevo, de que me des para dentro,
¡muy fuerte…, como lo sabes hacer…!.
Humberto me pasaba su lengua a todo lo largo de mi rajadita; me besaba suavemente al principio y después más y más fuerte, hasta hacerme gritar de pasión:
- ¡Humbertooo…, papito…, me vengo…, me vengo…, me vengooo…!.
El condenado de Humberto me estaba metiendo su lengua, de una manera muy sabia, por en medio de mi rajadita; me la hacía entrar y salir, dándole de paso una raspadita a mi clítoris, a mi espadita, que se encontraba tremendamente parado: ¡me estaba cogiendo con su lengua…!, y eso me excitaba tremendamente!.
Me chupaba mi clítoris, me lo succionaba con fuerza, jalándolo mucho. ¡Sentía que me lo estaba haciendo crecer y crecer…, lo sentía muy erecto!. Me lo mordisqueaba con sus labios haciéndome soltar de alaridos:
- ¡Humbertooo…, papito…, me vengo…, de nuevo, me vengo…, me vengooo…!.
Movía su lengua rápidamente, sobre el clítoris, chupeteándolo todo; esto me provocaba que mis piernas se estremecieran, que se me hicieran como de chicle: ¡estaba alcanzando otro orgasmo…, de nuevo…, otro orgasmo en repetición…!.
- ¡Humbertooo…, no pares…, no te detengas…, más fuerte…, más fuerte…,
¡me vengo…, de nuevo, me vengo…, me vengooo…!.
Nos quedamos parados un rato; yo, recargándome en la pared, apoyada en su espalda. Él agachado, enfrente de mí, con su cabeza mirando a mi chocho, mirándome cómo se me escurrían mis venidas a lo largo de mis muslos y piernas, hasta que luego de un rato, el Humberto se levantó, me quitó mi playera y nos fuimos pa’ mi recámara.
Al pasar por enfrente del espejo de mi tocador, me miré mis pezones: estaban tremendamente parado y endurecidos, muy rectos, ¡se me veían impresionantes, de lo gruesos que estaban!, y en ese preciso momento, el Humberto me los apachurró con sus dedos, de manera violenta y salvaje:
- ¡Aaaayyyhhh…!,
me hizo gritar el Humberto…, de manera apagada.
Volvió a “bajarse” a mi sexo y me presionaba mi clítoris con su lengua, al tiempo que también succionaba hacia afuera, para jalarlo más fuerte. ¡Movía su lengua, extendida, hacia arriba y hacia abajo de mi panocha, de mi clítoris, para lengüeteármelo todo!. Me había metido sus dedos por adentro de mi chochito, y me estaba estimulando mi sexo. Yo nomás me agarraba del tocador que tenía tras mi espalda.
En una de esas, el Humberto se levantó y se fue directamente sobre de mis chichitas, sobre de mis pezones, muy erectos y gruesos de la calentura, y se dedicó ahora por completo a mi chichis, ¡me las apretaba con fuerza!, les daba de chupetones a mis pezones, me los succionaba, me los jalaba con fuerza hacia afuera, me los estaba dejando tremendamente sensibles; combinaba los besos y chupetones con los pellizcos y los jalones con sus manos. ¡Me dolía y me gustaba!, ¡era una combinación muy extraña!, quería decirle que no, pero también quería decirle que resiguiera, ¡más fuerte!. Ya no le dije nada de nada…, deje que me hiciera lo que quisiera; ¡me tenía muy caliente!.
Mientras me estaba mamando, el Humberto me tomó de una mano y me la llevó hasta su pene, tremendamente parado. Yo ya le conocía bien su pene, pero en esta ocasión me sentía de verdad tremendamente impresionada: ¡estaba enorme ese monstruo en erección!; su glande estaba muy gordo, muy grueso, muy amoratado, muy negro; su tallo estaba enormemente crecido, mucho más que otras veces.
- ¡Humbertooo…, la tienes enorme…, mucho mayor que otras veces…!.
¡Me vas a despanzurrar esta vez…!.
= ¡Me calienta muchísimo que tu hijita nos pueda escuchar…!.
¡Mámamela…, como sólo tú lo sabes hacer…!.
Me “bajé” pa’ mamarlo. Me pasaba su verga, ¡grandota!, por encima de mis labios, la lengüeteaba, desde sus huevos hasta su glande, y luego…, va de regreso.
= ¡Mámamela…, métetela en tu boca…, como sólo tú lo sabes hacer…!.
- Es que…, ahora la tienes muy grande, más grande que nunca…,
se te paró como nunca…, no creo que me la pueda meter…,
¡la tienes muy grande esta vez…!
= ¡Ya te lo dije hace rato…, me calienta muchísimo que tu hijita nos pueda
escuchar…!. ¡Ándale y chúpamela…!, que luego te la voy a meter…
Con mucha emoción y con algo de miedo comencé a tratar de meterlo a mi boca. Abría yo mis mandíbulas lo más que podía, para tratármela de meter en la boca; le daba de mordisquitos.
= ¡Nomas no me la vayas a morder…, pinche puta…, ten más cuidado con eso!,
Me dijo, dándome una cachetada en una de mis mejillas.
Lo masturbaba con una mano y con la otra me llevaba sus huevos a la boca, se los lamía. Esta acción le gustó mucho al Humberto. Yo tenía su verga en mis manos y abrí mucho mi boca para mamarla, pero me costaba trabajo meterla…, hasta que la metí.
El Humberto comenzó a mover su pelvis rítmicamente, introduciéndome más su camote con los movimientos de sus caderas, de adelante hacia atrás, como si me estuviera cogiendo por mi boquita. Esto a ratos me hacía atragantarme y tenía yo los ojos llorosos y de vez en cuando tosía, por los movimientos de Humberto.
= ¡Sigue mamando putita…, ahí la llevas…, ya ves que si te entra…, te la metiste
todita…, hasta la garganta…, sigue mamando, putita…!.
Me gritaba el Humberto, frenético de pasión.
Por momentos me la sacaba y así me dejaba para que yo respirara un ratito, y luego me la volvía a meter nuevamente, ¡hasta la garganta!, haciéndome sentir ganas de vomitar, y entonces me la sacaba de nuevo, y así sucesivamente, por muchas veces, una vez y otra vez y otra vez..., hasta que Humberto se sintió satisfecho y entonces:
= ¡Ya déjame, puta…, vete a acostar, bien abierta de piernas…!,
que te la voy a meter.
- ¡Si papacito…, dame tu verga papito…, quiero tu verga papito…!,
¡dame muchísima verga, papito…!.
Le dije, caliente, ansiosa, ganosa, pero al mismo tiempo se lo aclaré:
- ¡pero…, prométeme que me la vas a meter con cuidado, despacio…!,
¡con mucho cariño, papito…, porque la tienes muy grande el día de hoy…!,
¡más grande que de costumbre…, te creció demasiado…, no me vayas a
lastimar…!.
Me recosté sobre de mi cama matrimonial y separando mis piernas le pedí:
- ¡Ven…, dame un beso en la boca, cachondo…, que me hagas fundir de pasión!
¡Me encanta cómo me besas, papito…!. ¡Ven…, cógeme…, destrózame…,
perfórame fuerte…, mátame de pasión…!,
lo incitaba a que viniera conmigo, a mi lado, por encima de mí…, que me penetrara.
Él se me subió y se colocó entre mis piernas; me dio un gran besote en mi boca, un beso cachondo, tremendamente cachondo, como se lo pedí. Nos dimos las lenguas nos las entrelazamos abriendo al máximo nuestras bocas, y en esos precisos momentos, el Humberto me restregaba su verga contra mi rajita, tratando de introducirla.
Yo me encontraba perfectamente lubricada: ¡me había yo estado viniendo desde que había platicado con mi hija, luego en la sala, mientras me lo mamaba el Humberto y ahora con esos besos tan ricos!. ¡Estaba completamente batida!, y el Humberto comenzó a introducirlo, despacio, como se lo pedí.
¡Me la introdujo hasta el fondo…, despacio, haciendo que se abrieran poco a poquito los paredes de mi vagina, aceptando a su “monstruo”, adaptándose a él.
Cuando lo sentí bien adentro, hasta el fondo, comencé a mover mis caderas, despacio, a aventárselas contra de él, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, y de derecha hacia izquierda, girándolas, despacito primero y más aprisa después.
El Humberto disfrutaba de mi calentura, ¡se dejaba querer!. Me besaba en la boca, me retenía de mis cabellos, a la altura de mi nuca, me miraba a los ojos:
= ¡Eres requete puta…, Elvirita…!. ¡De verdad que disfrutas la verga…, cabrona…!
Esas palabras me hicieron sentirme orgullosa de mi, de mis artes de seducción, de mis artes de complacencia, y entonces me puse a pedirle de nuevo:
- ¡Dame tu verga papito…, quiero tu verga papito…!,
¡dame muchísima verga, papito…!.
Y en ese momento el Humberto me preguntó:
= ¿Te vas a comer otras vergas…, además de la mía…?,
Y yo, caliente como ya estaba, le dije que sí…, ¡le diría que sí a lo que quisiera, pero que me metiera su verga, que me la meneara, que me la bombeara, desde adentro hasta afuera, con fuerza, con rapidez, con lujuria!.
- ¡Sí papito…, quiero todas las vergas del mundo…, que me la metan toditos…!,
¡quiero yo mucha verga…!.
El Humberto bajó sus manos hasta mis chichitas, sobándomelas con gran fuerza, arrancándome un grito,
- ¡Aaaayyy…, Humberto…, con cariño…, más suave…!,
le dije, porque las tenía muy sensibles en esos momentos, porque siempre han sido mi parte más sensible y a la vez más erótica.
El Humberto se puso entonces a morderme mi cuello, mis orejas, dejándome su verga hasta adentro, sin moverla, pero bien adentro de mí; ¡yo era la que movía las caderas, la que gozaba de la verga de Humberto, la que se estaba venir y venir, llenando de secreciones a la verga de Humberto, llenándome completamente de orgasmos, que venían y se volvían a presentar otra vez, una y otra vez…, ¡estaba tremendamente caliente!, le estaba dando salida a mis ansias sexuales…, ¡tan ricas!.
Lo disfrutaba yo mucho, pero añoraba sus embestidas, y por eso le supliqué:
- ¡Ya Humberto, ya dámela…, cógeme…, méteme y sácame tu vergota…!,
¡hazme nuevamente tu puta, papito, vergudo…, cógeme Humberto, ya cógeme!,
¡por favor…!.
Y entonces el Humberto comenzó el movimiento, de adelante hacia atrás, con golpes profundos, con fuerza, ¡hasta adentro!.
- ¡Papito…, que rico…, papito…!.
y le entrelacé yo mis piernas, alrededor de su cintura, para ayudarlo a que me llegara, ¡hasta adentro!.
Mi corazón me latía con mucho más fuerza y velocidad. La sangre me hervía, en mi vientre y por todo mi cuerpo, y creo que en el de Humberto también.
Abrazados muy fuerte, como ya estábamos, nos comenzamos revolcar en la cama, de un lado para otro, girándonos, abrazados, besándonos, gimiendo, pujando, gritando:
- ¡Humbertooo…, aaaggghhh…, Humbertooo…, aaaggghhh…!.
= ¡Elviraaa…, tan puta…, Elviritaaa…, tan putaaa…!.
Luego de esa revolcada grandiosa, el Humberto se detuvo, quedándose por encima de mí, con su verga muy ensartada, hasta el fondo de mis entrañas, y mirándome a los ojos me dijo:
= ¡Coges rete sabroso, putita…, eres una puta grandiosa, Elvirita…!,
y entonces me levantó de mis piernas, me las levantó muy arriba, colocándose mis pies en sus hombros y…, de esa manera su verga se me deslizaba hasta el fondo, hasta tocarme mi útero, y eso me hizo gritar de emoción:
- ¡Papacitooo…, Humbertooo…, qué ricura de verga…, Humbertooo…!.
¡Cógeme Humberto…, bombéame fuerte papito…, mételo muy adentro!.
¡Destrózame mi chochito, Papito…!.
= Eres increíble Elvirita…, con toda la verga que ya te he dado y me sigues
apretando bien rico…, ¡qué estrecha que eres…!. ¡Siento que me estoy cogiendo
a una niña…, así…, de la edad de tus hijas…, a una virgencita…, a una
primeriza…!.
- ¡Qué bueno papito…, tu cógeme…, cógete a tu niñita…, a tu virgen…!,
¡tú métela, métemela bien adentro…, destrózame mi chochito, papito…!,
¡cógeme por favor…!.
Y no se lo dije dos veces; el Humberto me la sacó casi toda, hasta afuera, y tomando fuerza y velocidad me la clavó bien adentro, de un solo golpe, muy fuerte.
- ¡Aaaayyyhhh…, aaaggghhh…, agh…, agh…, agh…, Humbertooo…!.
Le grité…, ¡desde el fondo…, desde el fondo de mi corazón y de mi vagina…!, ¡lo sentí bien adentro…!, muy rico…, ¡riquísimo…!.
Me sacó un nuevo orgasmo, muy grande, ¡tremendo!.
- ¡Hum-ber-to…, pa-pi-to…, qué sabroso… qué venida…, qué rico…!.
y me quedé como muerta…, con los ojos en blanco, disfrutando de aquella cogida tremenda, en mi casa, en mi cama matrimonial, a un lado de donde estaba mi hija, que nos podía estar oyendo.
Humberto se quedó detenido, encima de mí…, sonriéndome, satisfecho:
= ¡Elvirita…, tan puta… Me encanta cómo te vienes…, cómo disfrutas la verga…!,
¡cómo disfrutas los coitos…, eres requete puta, Elvirita, me cai…!.
Le devolví la sonrisa… Estaba yo toda extasiada…, satisfecha…, ahíta…, contenta…, emocionada…, feliz…
- ¡Humberto…, mi macho…, mi semental…, papacito…!.
Y volvimos a rodarnos sobre de aquella cama matrimonial, a todo lo ancho de ella, con su verga en mi chocho, sintiéndola todavía muy potente, muy erecta, tremendamente parada y hasta el fondo de mis entrañas, acariciando mi útero y mi punto G, calentándome nuevamente, deseando que siguiera cogiéndome ese hombre, que tan rico me sabía fornicar.
= ¡Pinche Elvirita…, tan rica…!. ¡Deberías probar otras vergas…!,
¡que te cogieran otros hombres distintos…, mayores…, jovencitos…!,
¡de todos tamaños…, seguro que te van a gustar…!.
- ¡Humberto…, papito…, yo solo quiero tu verga…, me haces sentir muy feliz!,
le dije, rechazando su oferta, y dándole un beso en la boca, me hizo volver a rodar, sin sacarme su verga, hasta que quedó por arriba de mí.
Comenzó a bombearme muy lento, pero poco a poco comenzó a acelerar en sus embestidas, hasta que comenzó haciéndolo en una forma salvaje, sin importarle si yo estaba sintiendo dolor o placer.
- ¡Hum-ber-to…, Hum-ber-to…, pa-pi-to…, qué rico…, qué rico…, papito…!,
¡qué rico…!.
Me la sacaba por entero y me la metía toda entera. Mis chichitas se me movían para todos lados; ¡el mete-saca era tremendamente brutal!. Humberto no tenía para cuando acabar; los dos estábamos sudando, a la gota gorda, de manera muy literal; ¡estábamos empapados de nuestro sudor!. Yo ya no podía soportarlo, ya me ardía mi chochito, las paredes de mi vagina, las sentía lastimadas, y el Humberto me seguía cabalgando, con mucha fuerza y velocidad, hasta que comencé a suplicarle:
- ¡Ya dámela Humberto…, ya no puedo, papito…, ya me arde…, ya dámelos…!,
¡por favor…, ya termina, papito…, ya vente…!.
Yo, a pesar del ardor que sentía, continuaba caliente; quería que terminara, pero también que siguiera…, lo sentía yo muy rico…, aunque llevaba más de 200 orgasmos en esa sola mañana.
Seguía con mis piernas entrelazadas a su cintura; me aferraba a su espalda, le clavaba las uñas en los hombros, en sus omoplatos, sin dejar de pedirle:
- ¡Ya dámelos papacito, dámelos todos…, báñame mi vagina…, por dentro…!.
Pero el Humberto no lo hizo; se detuvo un momento y:
= ¡Quiero venirme en tu culo…, quiero romperte el culito…!.
¡Me dio mucho gusto y mucho miedo también…!. ¡Nunca antes le había yo visto la verga tan grande a mi macho, al Humberto!, pero me dispuse a complacerlo; ¡cansada pero gustosa!.
Me acomodó boca abajo y me puso una almohada a la altura de mi cintura. Comenzó a separarme las nalgas y a mamarme mi ano, al cual le dedicó una gran atención, llenándolo de saliva y pasándole algo de las venidas de mi chochito, que estaba desbordante de secreciones.
Me introdujo sus dedos, como para hormarme mi culo y luego se colocó en posición; sentí que me colocaba su glande sobre mi ano, que comenzaba a hacerme presión y..., “¡plog…!”,
- ¡Humbertooo…, papitooo…, mi machooo…!.
Sentí que tronó y…, comenzó a introducirlo en mi recto, en mis intestinos.
El Humberto dejó que me acostumbrar a su vergotota y mientras se colocó sobre mis espaldas, mordiéndome la nuca y el cuello, calentándome nuevamente.
= ¡Relájate Elvira…!. ¡Ya te metí la puntita!, ahorita te va lo demás…!.
- ¡Nada mas despacito, papito…, no me vayas a destrozar…!.
¡El día de hoy se te puso muy grande…!, ¡métela despacito…!.
El Humberto comenzó a presionarme más fuerte, descargando el peso de su cuerpo sobre mi cuerpo, hasta que me clavó la mitad de su verga, y ahí se detuvo un instante y luego me dio la estocada final, ¡hasta adentro!, ¡hasta el fondo!, hasta sus huevos, hasta donde se toparon con mis nalgas y mi trasero.
= ¡Te la metí ya todita…, te la tengo hasta adentro…, siéntela bien…!.
Se estuvo estático por algunos momentos, pero luego de eso, comenzó a pistonearme, con fuerza, sin detenerse.
Me la metía y la sacaba como un pistón de una máquina.
- ¡Agh…, agh…, agh…!.
Yo jadeaba como una perra; mis chichitas se movían para todos lados, ante los vergazos que me daba el Humberto.
Me estuvo cogiendo un buen rato, no supe ni cuánto, 15, 20, 30 minutos, no se, yo ya no lo aguantaba, ya estaba cansada, suplicante, pidiéndole que parara:
- ¡Ya Humberto, ya termíname papacito…, ya dámelos…, por favor…!.
El Humberto no había bajado ni su potencia ni su violencia o velocidad. Yo estaba ya muy cansada y le volví a suplicar:
- ¡Ya termíname Humberto…, ya termíname…, por favor…!.
¡Me encontraba desbordada de verga!: ¡ese hombre era un semental, incansable…!.
El Humberto me continuó fornicando, hasta que en uno de los movimientos, me la clavó muy al fondo y me llenó todita de leche, mi ano y mis intestinos.
= ¡Putitaaa…!,
gritaba el Humberto, cuando me estaba entregando su leche, quedando tumbado sobre de mí, sobre de mi cama matrimonial.
Estuvimos un rato acostados y cuando me la sacó, me miré en el espejo mi ano: ¡lo tenía muy abierto…!, como si fuera una boca. ¡Se le estaban saliendo los chorritos de semen, de esperma, con que me lo retacó!.
Me jaló de la cabeza a su verga y me pidió que mamara:
= ¡Chúpamela…!,
Me ordenó.
Se la chupé hasta dejársela limpia. Luego lo besé en la boca y nos levantamos. ¡Ya pasaba del medio día!.
El Humberto se fue para el baño y yo solamente me puse mi camisón de dormir y me fui para la cocina, para prepara algo para comer.
En el camino me topé con Laurita, mi hija:
& ¡Mamita…, te vi…!,
me dijo, toda emocionada y contenta, dándome un abrazo muy fuerte y sentido.
Nos fuimos a la cocina, en donde me puse a preparar la comida, con mi hija pegada a mi cuerpo, abrazándome y diciéndome elogios:
& ¡Mamita…, te veías muy bonita…, me gustaste muchísimo…, eres lo máximo…!,
y etc., etc.
Llegó a alcanzarnos Humberto, ya bañado y vestido. Le dio un beso a mi hija, que se me volvió a pegar a mi lado:
- ¡Ponte la mesa, m’ijita…!,
y se fue a poner la mesa, en el comedor.
Humberto me abrazó por detrás, me colocó su pene sobre mi rajadita trasera y se puso a tocarme mis senos:
- ¡Humberto…, andas desatado…, no tienes llene…!.
= ¡Siempre me dejas con ganas, putita…, siempre me quedo con ganas de más!.
¡Lástima que tengo que irme…, ya sabes porqué!. Y…, no puedo verte mañana,
porque ando entregando mis cosas…, las oficinas…, porque me ofrecieron una
chamba muy buena…, sólo que es muy lejos de aquí…!. ¡No sabes cómo voy a
extrañarte…!, me he acostumbrado muchísimo a ti…, a las culeadas tan ricas
que nos paramos…, a tus mamadas, a tu chochito…, a tus chichitas chiquitas,
calentadoras…!.
¡Me cimbró toditita…, no me esperaba esa revelación!.
- ¿Cuándo tienes que irte…?.
= Más o menos en un mes…
Y me voltié entristecida, asustada, llorosa y me abracé de ese hombre:
- ¡No te vayas Humberto…, no te vayas, papito…!. ¡Me hace mucha falta tu
verga…, papito…!, ¡me hace mucha falta que me la metan…, que me cojan!,
¡como sólo tú lo sabes hacer…, papacito…!. ¡Me acostumbraste a tu monstruo!,
¿cómo voy a poder ya vivir ya sin él…?. ¡Me hace muchísima falta tu verga…,
Humbertito…!.
Le dije, con mis ojos enrojecidos y humedecidos de lágrimas.
= Yo también te voy a extrañar…, me vas a hacer mucha falta…, no sabes cuánto,
¡me he acostumbrado muchísimo a ti…!, ¡nunca había yo encontrado una putita
tan rica…!.
- ¿Qué voy a hacer yo sin tu verga…?.
= Por eso quería yo presentarte otra gente, otros hombres, para que te
acostumbraras a ellos, para que cogieras con ellos, para que te satisficieras con
ellos…, ¿me entiendes ahora…?.
- ¡Eres un cabrón, pinche Humberto…, así no se vale…, me dejaste toda entrada
contigo…!,
y me abracé yo de él.
Así nos estuvimos un rato, y luego…, ya nos fuimos al comedor. Comimos en silencio y luego de terminar, el Humberto se despidió.
Todavía nos “vimos” tres veces más, que ya se las contaré.