Confesión (7a parte)

Anduve “saliendo” con un hombre, que no me gustaba, pero que me convirtió en su “esclava sexual” con los trabajos que me prodigaba. Anduve así casi tres años con este señor; que jugaba conmigo como se le daba la gana.

Confesión (7ª Parte)

Resumen

Anduve “saliendo” con un hombre, que no me gustaba, pero que me convirtió en su “esclava sexual” con los trabajos que me prodigaba. Anduve así casi tres años con este señor;  que jugaba conmigo como se le daba la  gana.

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Anduve “saliendo” casi tres años con este señor, con Humberto, siempre que mi marido se desaparecía de mi mapa. Humberto jugaba conmigo como le daba la  gana,  me decía de majaderías y me hacía que se las dijera:

+  ¡me encanta tu verga...!; ¡soy tu puta y quiero verga...!, ¡quiero que me la metas...!,

¿sientes cómo me estoy viniendo?.

¡Cógeme fuertemente papito..., hazme todo lo que tú quieras!.

Me hizo conocer unos orgasmos fulgurantes, como nunca antes los había yo sentido. Dentro de otras cosas, Humberto, cada vez que “estábamos” juntos, me repetía hasta al cansancio dos cosas: que quería que invitáramos a un tercero o que fuéramos a esos clubes de intercambio de parejas, a los clubes swingers, pero yo nunca quise: ¡se me hacía contra mis principios, contra mi educación!: yo le era fiel a mi hombre, y en esos entonces, ¡mi hombre era él, Humberto…!, aunque él mismo me quisiera entregar a otros hombres.

En el transcurso de nuestra relación él se satisfizo a evocar las circunstancias en que había compartido a algunas de sus "mujeres" con sus compañeros.

Le dije varias veces que no me gustaba eso, pero siempre me decía que  a todas  las  otras,  luego  de  cierta  resistencia, habían terminado por encontrarle gusto al asunto. Sin embargo, mi mente no aceptaba esa idea. Humberto se contentaba con contármelo y reírse de mis atavismos.

¡Humberto era un amante exigente!,  mucho muy experimentado. Ahora ya no tenía más ojos, pensamientos y deseos que por él. Había aceptado y estaba segura que seguiría aceptando mucho,  casi todo lo que me pidiera.  Supe lo importante que para  un  hombre es el saberse aprovechar de la debilidad de  una mujer  para cogérsela; desde que ella le cede por primera vez, abriéndole  las piernas, dejándose penetrar su vientre por su  verga,  ¡ella no puede nunca más rehusarle ya nada…!.

Ya  no  podía  imaginarme   el  no  tenerlo   conmigo,  no  podía imaginarme  el perderlo.  Estaba dispuesta a  todo para retenerlo conmigo...,  y  él  lo  sabía.  A  su  lado  olvidaba  todas  mis preocupaciones y mis problemas personales.  En el plan físico era insaciable y exigente.  Cuando acababa de estar con él, no quería más que estar con él,  aunque estuviera  agotada  y  adolorida de por todos lados.  ¡La intensidad de mi deseo era enorme…!, y  sólo él  me colmaba y le daba satisfacción total a mis  deseos.

Con  la brutalidad y el  cinismo propios  de  los amantes  seguros  de  ellos,  enmedio  de  nuestras  caricias  y abrazos,  me obligaba a repetirle   lo rico que me cogía y que no podía estar sin él y que nunca había conocido a alguien como él, que me  volvía loca de  placer.

+  ¡me encanta tu verga...!; ¡soy tu puta y quiero verga...!, ¡quiero que me la metas...!,

¿sientes cómo me estoy viniendo?. ¡Cógeme fuertemente papito..., hazme todo lo

que tú quieras!.

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El segundo punto que siempre me decía, es que yo debía de buscarme a un chavito (un chaval); que eran incansables, que estaban llenos de semen y que lo único que les importaba era vaciarse sus bolas, sin importarles mucho con quién lo hacían, si era una belleza o era un espanto; que lo único que les importaba a los muchachitos era vaciarse las bolas, y que además, acababan de terminar y ya estaban deseando otra vez, andaban siempre como “burro en primavera”.

Ahora que lo escribo, once años después, comienzo a entenderlo, pero en aquellos entonces, lo consideré solamente palabrería de ese hombre, que me quería llenar la cabeza de frases, para ponerme caliente.

La verdad es que, en aquella época, poco me interesaban los chicos, los jovencitos, a los que consideraba idiotas, inmaduros, irresponsables, y con muchos otros epítetos más.

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Generalmente nos veíamos los lunes por la mañana, sin embargo, un día, luego de tener sexo con él, me dijo que estaba libre ese domingo, y…, en realidad, desde el sábado por la tarde, ya que su familia se iba a ir a ver a festejar a su suegra (con la que no simpatizaba, para nada), a la mamá de su esposa, y que podía venirse a quedar conmigo desde la noche del sábado.

Me dijo que quería cogerme en mi cama, en mi cama matrimonial, donde cogía yo con mi esposo. ¡Se me hacia cuesta arriba dar ese paso!, pero finalmente, en una sesión más de sexo, ese hombre me convenció. Me dio mucho gusto pero…, mi problema eran mis hijas: ¿qué hacía yo con ellas…, qué explicación les daba…, qué cosa podría yo decirles para que aceptaran la presencia de ese hombre en mi cama…?.

Tuve que decirle que no, que no era posible que se quedara en la casa, que mejor salíamos a un motel y regresábamos en la noche, cosa que ese hombre aceptó. Me dijo que me arreglara muy guapa pues pensaba llevarme a un lugar…, “especial”.

Había quedado de pasar por mí a las 9 de la noche, pero yo le pedí que pasara más tarde, para poder dejar dormidas a mis hijas, por lo que el hombre me preguntó si a las 10; yo le dije que a las 10:30, y así lo acordamos.

Les di de cenar a mis hijas y como a las nueve de la noche las quise acostar, pero estaban viendo la tele y solamente me dijeron:

& ¡otro ratito mamá…!.

  • ¡Voy a bañarme!,

les comenté, y me fui para la regadera.

Salí y me fui para mi recámara. Me puse una pantaleta azul cielo, casi transparente, bonita, con encaje azul marino en el elástico de la cintura, clásicas, como yo acostumbro a vestir, altas, con un moñito en el centro del elástico.

Estaba sin brasier, frente a mi tocador, peinándome los cabellos, cuando entró la mayor de mis hijas; se me quedó viendo y me peguntó:

& ¿vas a salir en la noche…?.

Le dije que sí, aunque sentí que me puse muy colorada al responderle a aquella pregunta, y ella me preguntó nuevamente:

& ¿vas a salir con…, un hombre…?.

Nuevamente le dije que sí, y nuevamente sentí que me ponía yo muy roja, sintiendo yo mucha pena, pero sin atreverme a mentirle; y ella nuevamente me preguntó:

& ¿Es…, tu…, novio ese hombre…?.

  • No…, sólo somos amigos…

& ¿Ya no quieres a mi papá…?

  • ¡Sí…, sí mi hijita…, sigo queriendo mucho a tu padre…!,

& ¿Y entonces…?

  • Es que…, tú misma te has dado cuenta, y me has preguntado por él…,

sólo que él…, anda muy ocupado…,

& ¿Y vas a hacer…, el amor…, con este…, hombre…?.

Me quedé callada. La plática había llegado muy lejos y…, ¡me sentía descubierta…!, nerviosa…, ¡culpable…!, sin embargo, volví a responderle con la verdad:

  • ¡Sí…, sí mi hijita…!, ¡son necesidades que tienen los adultos!,

las mujeres de mi edad…, ¡son cosas muy necesarias…!,

¡tanto como beber y comer…!.

Mi hija se me quedó mirando, en silencio y…

  • ¡Ayúdame a cepillarme el cabello…!,

Le pedí, y ella, con una sonrisa muy linda, se colocó por detrás de mi espalda y comenzó a cepillarme el cabello:

& ¡Te ves muy bonita, mamá…!,

me dijo mi niña, mientras me cepillaba el cabello…

& ¿Son para él estos…, chones que te compraste…?,

me dijo, señalándome mis pantaletas azules, con las que estaba sentada:

  • ¡sí…, quiero gustarle mucho…, quiero que me encuentre bonita…!.

& ¿Te gusta mucho ese hombre, mamá…?.

¿Cómo decirle que no me gustaba…, pa’ nada…, que me tenía sojuzgada con lo que me hacía…, con la forma que me trataba…, que me sacaba un orgasmo tras otro…, pero que no me gustaba…?.

¡No pude evitarlo y tuve que decirle mentiras…!:

  • ¡Sí…, sí mi hijita…, es un hombre muy…, varonil…, sabe tratar a una dama…!,

¡me hace sentirme mujer…!.

Siguió cepillándome el pelo y volvió a preguntarme:

& ¿Y con mi papá…, no te hace sentirte mujer…?.

  • ¡Sí…, sí mi hijita…, tu papá es quién más me hace sentirme mujer…!, sólo que…

& ¿sólo que…?, ¿qué …?,

  • ¡sólo que casi nunca está con nosotras…!,

Le dije, mientras que se me escurrían unas lágrimas por mis mejillas.

Mi hija, tomando un kleenex de mi tocador, me secó aquellas lágrimas y me dijo:

  • ¡Que te lo pases muy bien en la noche, mamita…!,

yo me quedo a cuidar a la Chiquis…

Me arreglé mi carita, me maquillé, me puse rímel, me pinté los labios, me puse perfume, en mi carita y mi cuerpo, y mi hija me preguntó:

& ¿Te besa por todos lados ese hombre…?

  • ¡Sí…!,

le contesté secamente, mientras me colocaba el brasier, sin querer añadir nada más.

& ¿por eso tus chones y tu bra los usas tan…, transparentes…?,

¿para qué te mire…, todita…?.

Me quedé yo en silencio y mi hija le continuó:

& ¿le gusta mirarte tus…, cosas…, tus chichis…, tu rajadita…?.

Un poco…, apenada, le contesté:

  • ¡Sí…, pero…, esos son…, juegos de adultos…!, ¡algún día los comprenderás…!.

Me puse mis zapatillas, unas azul cielo, de tacón alto.

& ¡Te ves muy bonita, mamá…!, ¡le vas a gustar mucho a ese hombre…!.

Me puse una blusita azul cielo, de manga corta, abotonable hacia el frente; me la abroché y luego me puse una faldita azul marino, plisada, línea A, que me daba por arriba de la rodilla y…, como miré que mi hija me seguía mirando muy fijamente, le sonreí y moviendo los brazos le pregunté:

  • ¿Te gusto…, te parezco bonita…?,

y ella de inmediato me contestó:

& ¡Te ves muy bonita, mamá…!.

Y luego de eso nos fuimos para la sala, en donde encontramos dormida a mi hija, la chica, “la Chiquis”, a la cual la cargué y me la llevé hasta su cama. Me flexioné para acostarla sobre de su cama y arroparla, y cuando terminé, mi hija Laurita, la grande, me dijo:

& ¡Mamita…, ahorita que te flexionaste para dejar a la Chiquis…,

se te vieron los chones…!,

y de inmediato añadió:

& ¡pero te ves muy bonita, mamá…!.

Se volvió a hacer un silencio y le dije:

  • ¡acuéstate tu también…, para dejarlas acostadas a las dos antes de irme…!.

Mi hija me obedeció, pero, cuando me disponía a apagarle la luz, me hizo una petición:

& ¡Mami…!, ¿me gustaría mucho verte dándole un beso a ese hombre…?.

¿Lo besas aquí…, antes de irte…, en la sala…, adonde empieza el pasillo…,

para verlos desde aquí…, a escondidas…?.

No se qué sentí en ese momento: sentí que me venía de inmediato, que se me mojaban los chones, tan sólo con esa petición de mi hija. Creo que tuve en ese momento un orgasmo…, tan sólo con la petición de mi hija.

Me detuve de la puerta de entrada a su cuarto, tratando de reflexionar y de tomar un poco de aire, y le dije:

  • ¡qué cosas se te ocurren mi amor…!,

y ella volvió a insistirme, por una respuesta a su petición:

& ¿Vas a dejarme mirarte, mamita…?.

Le dije que sí…, y me fui hasta a la sala, a tomarme una cuba, pues me sentía bastante acalorada, y por demás excitada.

Estaba terminándome apenas mi copa cuando tocaron el timbre: ¡eran apenas las 10:25!. Le eché una buena carrera a la puerta. ¡Era ese hombre, el Humberto!. ¡Me le aventé hasta su cuello!, lo abracé y lo besé, en un besito muy rápido, en un “pico”, como acostumbro decirle a ese tipo de besitos, pequeños y rápidos.

= ¡Qué guapa señora…!,

Me dijo el Humberto, galante:

= ¡Vas a ser el foco de las miradas en la reunión!.

  • Me conformo con gustarte a ti…, nada más…

Me separó un poco de su lado y…, luego de verme, me hizo girarme, una vuelta completa, y después me pidió…,

= A ver…, date una vueltecita por allá…, un poco más rápida…,

Y me fui hasta adonde empieza el pasillo…, adonde me había pedido mi hija que me parara para darle un beso a ese hombre, y ahí me giré, con una vuelta muy rápida, como me lo había pedido el Humberto:

  • ¿Te gusta mi faldita…, te gusto…, te parezco bonita…?,

le preguntaba a ese hombre, sonriéndole, complacida.

El hombre se me acercó, me tomó entre sus brazos y comenzó a besarme en la boca. Yo le eché de inmediato sus brazos al cuello y el hombre me metió las manos por debajo de mi faldita, para comenzar a tocarme las nalgas, por encima de mi pantaleta.

¡Hasta en ese momento, cuando me estaba besando en la boca y tocando las nalgas, fue que me acordé de mi hija!, ¡Seguramente me estaba mirando…!, ¡mirándome cómo me tocaban las nalgas y mi sexo…, por encima de mis pantaletas, además de ese beso…!.

  • ¡Ya vámonos…!,

Le dije, temerosa de que siguiera con caricias más…, atrevidas.

Nos salimos de mi casa y nos fuimos para la “reunión”.

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