Confesión (6a parte)
Luego de haber tenido relaciones sexuales con ese hombre, el de la luz, que no me gustaba, pero que me había tratado como a su esclava sexual, esa aventura que tuve me sirvió para estabilizarme, pero , regresó mi marido y
Confesión (6ª Parte)
Resumen
Luego de haber tenido relaciones sexuales con ese hombre, “el de la luz”, que no me gustaba, pero que me había tratado como a su esclava sexual, esa aventura que tuve me sirvió para estabilizarme, pero…, regresó mi marido y…
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Luego de haber estado con ese hombre, que no me gustaba, pero que me había tratado como a una verdadera hembra, esa aventura que tuve me sirvió para estabilizarme; esa cogida tan rica que me paró ese hombre, me duró para casi quince días, de calma, de estar satisfecha, de tener a mis hormonas en paz. Hice mis labores domesticas, me dediqué a mis hijitas, a la casa, a los qué haceres…, etc., y ni siquiera me puse a reflexionar en las pocas veces que había llegado mi esposo, sin haberme hecho el amor, cosa que sería de extrañar, pues a él nunca se le pasaba.
Un fin de semana, un sábado por la tarde, habíamos ido al cine, mis hijas y yo. Al regresar les di de cenar y las acosté. Me puse a ver la tele y a rumiar mi soledad. Tenía ya mucho tiempo que mi esposo no estaba en la casa, de planta, como antes lo estaba, que no se quedaba a convivir con nosotras, que no disfrutaba de hacer el amor conmigo.
Pero…, esa noche llegó, ¡sorpresa!, ¡llegó…!, aunque fuera borracho y como siempre que llegaba borracho, llegaba sintiéndose supermán, agresivo, golpeador, pedante, fanfarrón:
= ¡qué no me oyes estúpida, ya llegó tu mero padre…!.
- ¡sí…!, y que quieres que haga…, ¿que brinque de gusto porque estás aquí…?.
¡Hace tanto que me tienes olvidada...!.
= ¡no me hables así, pendeja…, no me gusta que te me pongas al brinco…!.
¡Acuérdate que luego te acercas al callejón de las patadas…!.
- ¿cómo quieres que te trate entonces si siempre estás borracho y llegas
insultándome y amenazándome…?
= pero..., lo bueno es que aquí estoy mi vida…, siempre cumplidor…, su macho…
¡Ven p'acá mamacita…, acérqueme su trompita que la tiene tan linda…!.
¡Así enojada se me hace más sabrosita...!.
Se me acercó, me acarició la barbilla y quiso besarme
- ¡ve a besar a tu abuela, marrano!,
y añadí a esto una sonora bofetada que se estrelló en su mejilla derecha; ¡no pude evitarlo…!. Eran ya demasiados sufrimientos y demasiadas vejaciones a las cuales era cotidianamente sometida. Esto, naturalmente, hizo encolerizar a mi marido, quien no estaba acostumbrado a que "le faltara yo al respeto".
= ¡te vas a arrepentir de esto, perra callejera…!.
De inmediato cayeron sobre de mí un par de golpes, golpes aplicados con una brutalidad inaudita, buscando hacerme realmente daño y lastimarme. Les siguieron un rodillazo y luego una artera patada que me hizo caer al suelo quejándome lastimosamente:
- ¡aaayyyyhhhh..., no, no…!.
Rodolfito se había convertido en una bestia; se ensañaba contra mi indefensa humanidad, a la cual golpeaba con sadismo.
Luego de un rato de esto, el hombre se dedicó a "contemplar" su obra; yo yacía a sus pies, bañada en llanto:
= así te quería ver, pinche vieja de lo peor…, arrastrada a mis pies…,
pidiéndome clemencia y perdón. Y ahora, mi vida, ya que estás más
domesticada, esperemos que me cumplas…, como abnegada esposita que
eres...
Me levantó la cabeza, jalándome los cabellos; se había sacado ya su miembro en completa erección y comenzó a frotármelo contra la cara:
= ¡mama imbécil…!, que para eso te mantengo…, para eso te aguanto aquí…,
para que me complazcas en lo que a mí se me da la gana…
¿Qué no has aprendido todavía…?.
- ¡mejor mátame, desgraciado…!.
= ¡no te apures cariño…!, lo haré uno de estos días, que me agarres de genio…,
y cuando ya no me sirvas… Ahorita, por el momento…, quiero divertirme,
quiero gozarte, ¡quiero que me lo mames...!.
Tuve que abrir la boca y empezar a succionarle el glande, pues el energúmeno ese hubiera sido capaz de matarme; ¡ya lo conocía de sobra…!. No era la primera vez que me golpeaba…, ya en una ocasión hasta las costillas me había roto…!.
Me desgarró la ropa, el camisón y las pantaletas…, y obligó a que me quitara los jirones que aún quedaban sobre mi cuerpo.
Me puso sobre la cama, en cuatro patas, de rodillas y con las manos sobre el colchón. Se colocó tras de mí, abrió mis piernas y me penetró.
- ¡Aaaayyyhhh…, aaaggghhh…, aaayyyhhh….
Sentía que me desgarraban pues, no estaba lubricada, ¡para nada!. ¡Era una violación…!, y una humillación más que sufría a manos de ese degenerado de mi marido.
Luego de un rato de penetrarme se retiró, pero con una maquiavélica idea en mente. Sin dejar que cambiara de posición me abrió las nalgas y por mi roseta posterior, por el ano, por el culo, por ahí quiso darme de nuevo. ¡Esa es su vía favorita!. ¡Siempre le ha encantado sodomizarme…!.
Quise protestar…, pero un par de golpes en una oreja y en las costillas me hicieron cambiar de opinión.
Una vez más era mancillada mi honra y dignidad. Ese vil seguía sirviéndose de mí como de un objeto sin alma y sin sentimientos...
- ¿hasta cuando...?
= ¿hasta cuando qué…?
- ¿hasta cuando se me concederá que te vayas al diablo, que me dejes sola,
que me dejes en paz. ¡Ya estoy harta de ti, de ti y de tus malditas borracheras y
obscenidades, tus depravaciones…, tus viejas…, tus vicios.
¡Eres un degenerado…, un malnacido… Ya me tienes hasta la coronilla…!.
= pues vieras mi vida…, tú me causas un efecto tan…, vigorizante...,
¡me enajenas completamente…!, despiertas toda mi pasión y excitas todos mis
sentidos.
- ¡tu abuela, maldito abusivo, suéltame!.
Me debatía pero casi impotente, pues me tenía penetrada hasta las entrañas y sujetada perfectamente:
= ¡así enojadita luce más bonita mi chatita…!. ¡Me gustas muchísimo, chula…!;
sobre todo por tu genio: indómito…, difícil de someter.
Continuó el mete y saca y los intentos de escape pero, finalmente, el instinto y deseo tan fuerte de la mujer me traicionaron nuevamente, hasta hacerme vibrar de pasión.
- ¡aaaggghhh…, aaaniiimaaal…, iiidiiioootaaa…, iiimbeeeciiil…!.
Había intentado no dejar escapar ni un gemido de placer, para no darle gusto a mi marido y…, en vez de gritos de amor y placer le trataba de gritar insultos:
- ¡bestia…, vulgar y baja…!
= ¡sí mi amor…!, ¡todo lo que diga mi cielo…!, pero..., ¡me amas…,
¡te traigo loca…!, ¡no lo niegues…!; ¡sabes bien que nadie te hace gozar tanto
como papi…!, ¡con nadie te vienes así…, como conmigo...!.
- ¡maldito…, te odio...!.
= entre más me odies, más me disfrutarás, mi muñequita...
- ¡creído, te doy mi cuerpo pero me vengo pensando que es otro el que me
toma…, que es otro el que me la mete…, estúpido…, idiota...!.
= ¡sí mi mujercita linda…, te ves muy linda cuando estás brava…!.
El orgasmo me llegó de golpe y ...
- ¡Ooooh, aaaaggg, yaaa, máaaaas, aaaagh!
= ¿Ya ves…?, te digo que soy tu mero mero; ¡me ves y sufres…!,
¡me sientes…, y te vienes todita…!, ¡jajaja...!.
¡Me encantas…, por complaciente y sabrosa...!.
Me dirigí al baño a lavarme. En mi mente aún sonaban las palabras que mucho había oído en la casa, previniéndome de casarme con ese hombre…, que no me convenía.
- ¡creo que a ratos..., quisiera morir…!.
Alcancé a suspirar antes de hundirme en un sopor hasta el otro día.
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Al día siguiente me levanté muy temprano, como de costumbre, pues tenía que preparar los desayunos de las niñas, vestirlas y llevarlas a la escuela. Empecé a las carreras, los gritos y…, cuando estábamos desayunando, se apareció mi marido:
& ¡Papá…, papacito…!,
Se pararon las niñas de la mesa y corriendo, cariñosas, lo fueron a saludar. Le dieron de besos, lo abrazaron y, se regresaron a terminar de desayunar.
- ¿Te sirvo un café…?,
le pregunté a Rodolfito. Me dijo que sí y luego de servírselo, me senté yo a su lado y nos abrazamos. Nos dimos un beso y…, sentí que se me inundaba mi panochita. ¡No se qué hechizo tiene ese hombre, que tan sólo con verlo estoy deseando que me la meta!,
Andaba yo con unos pants, de esos de deportes, y abajo traía solamente una playera y mi pantaleta.
Cuando terminaron las niñas su desayuno, le pregunté:
- ¿Me acompañas a dejarlas a la escuela…?.
Me dijo que sí, y nos fuimos los 4 en el coche. Yo iba manejando.
Las dejamos y de regreso, él no dejó de acariciarme, de darme de besos; ¡me iba metiendo sus dedos en mi sexo!:
- ¡Rodolfito…, vas a hacer que me fallen los frenos…, no nos vayamos a chocar!.
Llegamos a la casa, y nos fuimos directamente pa’ la recámara. Nos desvestimos y nos pusimos a hacer el amor:
- ¡Papito…, Rodolfito…, mi cielo…, no sabes cómo te extraño papito…,
me haces muchísima falta…!.
= ¿De veras…?,
me preguntó sarcásticamente Rodolfito, como sin que deveras lo creyera:
- ¡Claro que sí papacito…, me tienes acostumbrado a tu verga…!.
La siento muy rica…, me hace muchísima falta…, me gusta tanto cómo me
coges…, me sacas un sin número de orgasmos, en repetición, uno tras otro…,
parezco yo llave de agua…, me vengo y me vengo en tus brazos, en tu camote,
en tu verga…, ¡cabrón…!.
Rodolfito tan sólo se sonreía, satisfecho, le estaba llenando su ego, ¡y sabía que todo eso era cierto…!, ¡sabía cómo me patinaba por él!.
- ¡Papito…, no seas tan ingrato…, nunca te he yo prohibido que antes con otras
viejas…, que andes en tus desmadres… Yo se que eres muy cogelón y que
necesitas tener otras viejas…, pero no dejes de venir a la casa, papito…,
las niñas y yo te extrañamos, nos haces muchísima falta, ya las viste…,
a las dos por igual, ¡cómo te adoran las niñas, papito…!.
Se hizo un silencio y como no me dijera ya nada, le volví yo a decir:
- Te extraño muchísimo, Rodolfito…, me haces falta, ¡en todo y por todo!.
Me gusta tu compañía, que me acompañes a dejar a la escuela a las niñas,
que me hagas el amor, que me saques 500 orgasmos, que me hagas venir muy
sabroso, papito…, no sabes cómo te extraño…, papito.
Le decía yo, enamorada, ilusionada, contenta, feliz de tenerlo a mi lado, y que me estuviera haciendo el amor.
= ¡Tengo ganas de darte por el culito…!. ¡Nadie tan sabrosa para coger por el culo!
¡Tienes unas nalgas…, de diosa…!.
Me dijo, y de inmediato me acomodé para complacerlo. Me puse en cuatro patas, parándole mi colita, pero él, antes de que otra cosa pasara, me puso su pene, ya parado, en la boca, y:
- ¡Mámalo…, ensalívalo bien…, para que no nos duela…!.
Lo hice; le di una buena mamada, lo ensalivé muy sabroso y luego, él de inmediato se me acomodó, semi-flexionado detrás de mí, apuntando con su pene a mi ano. Lo colocó en posición y comenzó a empujarme hacia adentro, descargándome el peso de su cuerpo sobre de mi trasero.
Comenzó a penetrar, ¡sentía cómo iba metiéndose dentro de mí…, adentro de mis intestinos…, adentro de mi interior…!:
- ¡paaapiiitooo…, Rooodooolfooo…, Rooodooolfiiitooo…, mi vidaaa…!,
y me lo metió por completo, hasta que sus testículos comenzaron a darle de besitos a mis nalgas:
- ¡Déjamelo así por un rato…, déjame disfrutarlo…, déjame que me acostumbre
a tu verga…!. ¡Papito…, te amo…, me haces muchísima falta…, mi vida…!.
Me coges muy rico, papito…, es una delicia tu pene…, mi cielo…!.
Y luego de un rato, comenzaron sus movimientos, pero también sus nalgadas:
= ¡Tienes unas nalgas bien ricas, Elvira…, me encanta nalguearte…,
se te siente bien rico…, y tus chichis…, me gusta mucho pellizcarte tus chichis,
y tus pezones, mientras estoy dándote mi camote aquí atrás…!.
- ¡A mí también me gusta todo eso, Rodolfito…, me gusta mucho que me des de
nalgadas…, me excita…, me provoca…, me pone caliente… Me pone caliente
que me pellizques las chichis, mis pezones, que me jales de los cabellos…,
que me cojas de “a caballito…”, jalándome los cabellos…!.
Lo sentía trabajarme, empujarme, meter y sacarme su verga, muy erecta, muy rica; lo sentía dándome de nalgadas: ¡me calienta tanto que me den de nalgadas cuando me cogen…!. Me jalaba los cabellos: ¡me hacia respingar del gusto que me daba mi macho!.
- ¡Rodolfitooo…, te amo Rodolfito…, te extraño papito…, te quiero, mi cielo…!,
pero me calentó tanto que pronto comencé a sentir que ya me venía, y se lo comencé a gritar:
- ¡Rodolfito…, me vengo…, ya…, ya…, yaaa…, me vengo Fito…, me vengooo…!,
= ¡Vente cabrona, tú vente…!,
me dijo Rodolfito, y me siguió cabalgando.
Yo ya no pude aguantarlo: me vine y me derrumbé sobre de la cama, extasiada, pero Rodolfito no cejaba en su cabalgada, seguía embistiéndome con muchísimas ganas, con muchísima fuerza y…, volví a sentir que me llegaba otro orgasmo:
- ¡Rodolfo…, papito…, me viene…, de nuevo…, me vengo…, me vengo…!.
Y volví a terminar, pero Rodolfo no terminaba. Me sentí con la obligación de que terminara, y continué moviéndome de mi cola, mi cadera, girándolas, tratando de brindarle placer adicional para que ya terminara:
- ¡Papito…, ya dámelos…, ya…, acaba papito…, termina mi cielo…!,
y entonces Rodolfito comenzó a bombearme con muchísima fuerza, como si quisiera romperme, perforarme con todo el colchón y la cama:
= ¡Cabrona…, tan puta…, tan rica…, cabrona, cabrona, cabronaaa…!,
Y se vino en mis intestinos, descargándome todo su semen por ahí…, para luego de ello, dejarse caer sobre de mí, modrizqueándome el cuello y los lóbulos de mis orejas:
- ¡Rodolfo…, me vas a poner más caliente…, mi vida…, te amo…!,
y me giré boca arriba para darle un beso en la boca. Fue un beso muy largo y cachondo; sentí que me salía de mi alma, de lo más profundo de mí:
- ¡Te amo mucho papito…, te amo como no tienes idea papacito…, no nos dejes solitas papito…, las tres te queremos muchísimo rey…, yo te amo muchísimo papi…, me haces mucha falta, mi vida…
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Se metió al baño, se vistió, se arregló y luego de tomar su desayuno, se fue a trabajar. Yo me metí al baño; me vi en el espejo: ¡Tenía una cara…, de satisfacción, de felicidad, de júbilo, de alegría, de placer, de complacencia!.
Me metí a bañar, me arreglé, fui por mis hijas, fuimos al súper; regresé a hacer la comida y en la noche llegó mi marido, y “volvió a cenar Pancho de nuevo” (es una expresión mexicana cuando a una mujer le toca “comer”).
De ahí en adelante, por casi un mes, las cosas se desarrollaron de maravilla; yo andaba feliz y colmada de felicidad, mis hijas contentas y…, hasta creí que mi marido andaba contento, sin embargo…, ¡volvió a las andadas!; un buen día nada más me dijo que iba a estar fuera por un tiempo, y se me desapareció más de un mes. Andaba yo toda triste y apachurrada, enfrascada en el qué hacer de la casa, la escuela, la educación de mis hijas, etc., cuando…, en un día de rutina, acababa yo de regresar de la escuela, de dejar a mis hijas, serían como las 8:30 de la mañana; todavía andaba desarreglada.
Me quité los jeans y me puse un camisón ligero, bajo el cual sólo traía los calzones. Iba saliendo a tirar la basura al camión, cuando me topo directamente con Humberto, el hombre de la compañía de luz:
= ¿le ayudo?,
me dijo solícito.
Yo me moría de la pena, del enojo, de vergüenza, etc. No dejé que lo hiciera y yo misma la fui a tirar. El se quedó parado en la puerta, observándome y esperando mi regreso
= se te ve muy sabrosa tu pantaleta negra debajo de tu camisón,
y las chichitas las traes muy paradas...; ¿me invitas a pasar…?.
Me sentía..., ¡estallar de la ira…!. Mis vecinas me observaban, y queriendo evitar que oyeran cualquier cosa de las que decía ese hombre, le dije que pasara.
En cuanto cerramos la puerta me jaló entre sus brazos y me comenzó a besar, a apretarme los senos y a meterme una mano hasta la pantaleta, apretándome salvajemente mi chocho.
- ¡Aaaaggghhh…, agh…, de…ja…me…!,
Le trataba de medio decir, aprisionada dentro de sus brazos, sin embargo, Humberto nunca me soltó, al contrario, me pasó la mano bajo la pantaleta, me agarró los pelos y me los jaló;
- ¡Aaaaggghhh…!,
emití un grito y me soltó, pero me introdujo un dedo en la vagina. Me empujó contra el sillón, me hizo flexionarme, me levantó el camisón y, así flexionada comenzó a darme dedo, ¡muy rico…, lo sentía delicioso…!. Estaba yo muy caliente y esperando que me diera más pero, inexplicablemente, él se me separó, diciéndome:
= ¡ahora síguele tu sola!.
No entendí que era lo que me quería decir; me lo quedé viendo con una mirada de interrogatorio; entonces añadió:
= ¡mastúrbate un poco…, para calentarme!;
¡métete un dedo en tu chocho, o apriétate tu espadita o hazle como
acostumbras; quiero ver cómo te masturbas…!.
Se me quedó viendo y..., terminé por obedecerlo, por miedo a que se pudiera enojar y fuera a portarse violento o, quizá simplemente porque sentía un especial atractivo a plegarme a su voluntad, a sentir su dominación sobre de ml.
Separé las piernas y le mostré mi chocho abierto. Lentamente coloqué mi mano derecha sobre de mi vulva. ¡Estaba ya muy caliente y bastante húmeda de mi sexo!. Los pelos que rodeaban mi rajada estaban muy mojados, y esto debía de notarse, aún desde lejos. Apenas comencé a deslizar mi dedo dentro de mis labios vaginales, sentí de inmediato cómo estos se separaban, inmediatamente "buscando pelea".
Con la mente un tanto confusa y con el corazón palpitando de la emoción, comencé a masturbarme, venciendo mi pudor.
¡Me masturbaba con toda mi voluntad y sin esperar más ninguna otra orden suya!. Me metí dos dedos, sintiendo un placer muy violento al hacer esto, mientras que con mi pulgar me frotaba mi clítoris.
Mis dedos ágiles me comunicaban unas sensaciones muy intensas que se irradiaban en todo mi vientre, abierto y ardiente.
Perdí la conciencia de su presencia pues, me conocía yo muy bien y sabía de sobra que nunca, con anterioridad, hubiera permitido que alguien me observara en esta intimidad tan secreta. Igualmente sabía que, nunca antes había conocido tal plenitud en la masturbación. Estaba descubriendo que me sentía realizada al ofrecérmele en espectáculo al "animal" que tenía yo enfrente, cuya voluntad se había apoderado de la mía.
Estaba ya casi "terminada" cuando me interrumpió mi "labor", para constatar, por él mismo, lo caliente que me tenía y la emoción que en mí había despertado.
Me abrió las piernas completamente y comenzó a introducirme sus dedos. Cuando los retiró, los sacó completamente blancos, completamente impregnados de mis venidas. Tenía el pito muy parado y levantaba sus dedos (impregnados de mis venidas) con aire triunfador:
= ¡No puedes negar que te excita que te traten como a una puta...!.
En el fondo de ti, tú debes ser una vieja de ese tipo!; que tienen necesidad de
sentirse dominadas, humilladas, controladas…
Nada contesté y un silencio reinó en la sala...
= ¡Abre bien las piernas para que te pueda ver bien tu chocho…!, sí...., así..., sí...;
¡Bien que te hace efecto el tratamiento..., estás ardiendo de calentura!.
¡Ábrete más...!. ¡Tienes tu chocho todo inflado y venido!. ¡Mira nomás que ruido
hace cuando te mete uno los dedos!. ¡Eres una gran puta!, ¿sabes...?,
¡eres una gran puta!.
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Sus palabras me llenaban de vergüenza pero aumentaban enormemente mi estado de excitación. Me resultaba tremendamente humillante las observaciones que me hacía del funcionamiento de mis órganos sexuales pero, al mismo tiempo, aumentaba enormemente mi deseo, llegando casi casi a la locura del frenesí sexual.
No cesaba de señalarme mis tendencias de sometimiento, el gusto que de ellas sentía, el gusto de habérmele exhibido en mi masturbación, mi sumisión total a sus deseos y al placer obscuro de sentirme humillada.
Casi podía adivinar que esto nunca acabaría aquí. Cualquiera podría apostar a que esto iría mucho más allá del placer y los juegos de pareja. Humberto deseaba llevarme mucho más lejos, hasta donde sus instintos lo quisieran. Tenía el presentimiento de esta amenaza vaga. Sus intenciones secretas atraían toda mi curiosidad, llenaban mi imaginación y avivaban en mí una cierta excitación que me daba miedo analizar:
- ¿Sería posible que me convirtiese en puta?, ¿Sería posible que me convirtiese
en
SU
puta?.
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= ¡Voltéate…!,
me ordenó y me hizo adoptar una posición que a mí en lo particular me gusta mucho, en cuatro patas, de a perrito.
Dejé que me la metiera, contenta de satisfacer mis deseos y todos sus caprichos, segura de que esto me conllevaría a alcanzar un placer que rebasaba el de mi imaginación. No era ya la señora Elvirita..., sino una hembra de 27 años que este hombre se divertía a encontrar en mí. Tenía las nalgas paradas; ¡me le seguía ofreciendo a sus más obscuros deseos…!.
Con toda calma y tranquilidad se metía y se salía de mí; me agarró a nalgadas sin dejar que me volteara pa’ verlo y menos que me cambiara de posición.
En una de esas se me resbaló la rodilla y me resbalé del sillón, golpeándome la pierna contra la madera del mismo. Él me siguió dando de nalgadas y yo terminé de resbalarme hasta la alfombra adonde me siguió Humberto, pero ahora dándome de patadas hasta que se aburrió:
= ¡levántate y acomódate dónde estabas!.
Me metió la mano a mi chocho y me jaló salvajemente de los pelos de mi pubis.
- ¡Aaaaggghhhyyy…!.
Proferí un grito de dolor y..., creí adivinar en él una sonrisa de triunfo.
Me levantó las nalgas nuevamente, me abrió, con una mano los labios de mi vagina y se soltó una carcajada al encontrarme tan empapada y caliente de mi rajada.
= ¡Jajaja…, estás bien caliente, mi vida…!.
Me penetró de un golpe muy fuerte y potente, para después comenzar a bombearme rítmicamente y después, poco a poco irse moderando y cambiando de táctica.
- ¡Aaaaggghhh…, Hum…ver…tooo…!.
Humberto sabía variar los movimientos. En ocasiones me cogía penetrándome salvajemente, con gran fuerza; a veces me acariciaba con su pene, metiéndolo suavemente en penetraciones lentas y mesuradas. A veces se retiraba casi por completo de mi vagina y su pene tocaba tan solo el pliegue interno de mis labios o bien, dejaba de moverse, plantado hasta el fondo, para que apreciara completamente la fuerza y el volumen de su verga. ¡Era eso exactamente lo que me estaba haciendo ahora!: ¡sentía con delicia las palpitaciones de su verga en el fondo de mí!.
- ¡ Hum…ber…tooo…!,
derramándose en mí…, en el interior de mi sexo, llenándome de semen mi vientre.
Me cai hasta la alfombra y Humberto se acomodó en el sillón:
= ¡Ven…!,
me ordenó, y yo obedecí, complaciente; fui a acomodarme al lado de él. Me abrazó, me besó en los labios y me preguntó nuevamente:
= se me hace que a ti no te cogen seguido..., ¿tienes marido?.
Esta vez Humberto sí esperó a que le contestara:
- ¡Sí…!,
le respondí, con algo de pena, mirando hacia abajo, hacia el piso:
- ¡pero casi siempre anda fuera…, por eso…, por eso es que me hace muchísima falta el sexo…!, ¿me entiendes ahora..., me comprendes ahora…?,
Le dije, buscando su cara, buscando sus ojos, buscando su boca, sus besos.
Humberto me besó, ahora de manera cariñosa, ya no pasional; me acarició mi carita y me dijo:
= Cuando te sientas solita…, márcame a la oficina…, los lunes me toca andar por
aquí…, y me gustaría venir a saludarte a tu casa…, o salir a…, tomarnos un
cafecito o ir a desayunar en algún restaurant…
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Anduve “saliendo” casi tres años con este señor, siempre que mi marido se desaparecía de mi mapa. La verdad lo quería y lo sigo queriendo; me complace y me llena sexualmente y…, solamente que me abandonaba con mucha frecuencia.
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