Confesión (12ª Parte)
En este capítulo ya no puedo tapar con el sol con un dedo y le confieso a mi hija que tengo un macho nuevo. Huele y lengüetea mis pantaletas, batidas de semen de mi nuevo macho y luego la comienzo a iniciar en el arte del sexo, en su primera lección con un hombre maduro.
En el capítulo anterior les platiqué mi cambio de macho; el actual me cedía a un amigo suyo y este tomó posesión de su puta, yo, de mí. Luego de estar con los dos me fui a comer con ellos, en compañía de mi hija, que no dejaba de interrogarme sobre qué cosa había pasado, que porqué estaba estrenando yo “novio” y si ya había hecho el amor con mi nuevo novio y si me gustaba cómo me lo hacía. Le contesté rápidamente y le dije que después le contaba con más detalle. Nos fuimos a comer los cuatro juntos: mi hija, mis dos machos y yo, y luego…
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Nos fuimos a la casa en un taxi. Mi hija no dejaba de preguntarme “¿qué había pasado con el gordo?”; quería que le contara todo, con lujo de detalles, pero yo no le contaba pues el del taxi no dejaba de “parar la oreja”.
Llegamos a la casa y ella me seguía preguntando:
- al rato te cuento…, voy a meterme a bañar…
& me baño contigo,
me dijo mi hija, y de inmediato se fue para el baño, mientras yo me iba a mi recámara a buscar una muda, para cambiarme, pues quería irme de compras, a comprar las “cosas bonitas…”, de las que había estado hablando con Rufino hacía un rato, y ya pasaban de las 4 de la tarde.
Tomé las prendas de vestir y me fui para el baño. Ahí estaba mi hija, totalmente desnuda: se le miraban sus senitos, pequeños, como unas peras pequeñas, con sus pezones muy erectos y endurecidos. Su vientre era plano y…, ¡tenía puestas mis pantaletas!, con las que me había yo limpiado la “venida de Rufino”. Le quedaban un poco grandes, aunque tenía ya mi misma estatura:
- ¿Qué estás haciendo con mis pantaletas…?.
& ¡Estoy viendo cómo se me ven…!.
- ¡Están todas sucias…!. ¡Échalas a lavar…!.
& Las estuve oliendo, mamita… ¡Huelen muy rico, mami…!. Es la leche de…,
Rufino…, ¿verdad…?. ¿Es la que te echó adentro de ti…?.
- ¡Quítate mis pantaletas y échalas a lavar…!.
& ¡Cuéntame mami…, no seas…!. ¿Se vino adentro de ti y tú te limpiaste con tus
pantaletas…?. ¿Se siente rico que terminen adentro de ti…, que se “vengan”
adentro de ti…?. ¿Te gusta que te llenen de leche…?. ¡Porque “huele” muy
rico…!, ¡y también sabe rico…!. ¡La estuve probando hace rato…!, y se la di
también a probar a mi rajadita…, a mi panecito…, ¡a mi pucha…!,
me decía, mientras se quitaba mis pantaletas y luego se las frotaba contra de su rajadita, que le parecía como una cicatricita, que ya comenzaba a cubrirse de vellos, muy finos, que le adornaban todo su alrededor.
Volvió a oler mis pantaletas y luego les dio un chupetón, en la zona en donde estaba el semen de Rufino impregnado, y luego se las pasó por encima de su rajadita, acariciándose varias veces, como si se estuviera masturbando con ellas:
& ¡Se siente muy rico, mamita…!. ¡Tengo muchas ganas de que me la metan…!.
¿Se siente muy rico que te la metan…, mamita…?. ¡Me gustaría ser igual de
puta que tú…!.
- ¡Laurita…!,
le dije en tono de reprimenda:
& ¡De verdad, mami…!. ¡Tengo muchas ganas de que me la metan…!.
Ya voy a cumplir mis trece años…, y tú también comenzaste a los trece,
¿no es cierto…?.
Me quedé desconcertada. ¡Era cierto…, yo había comenzado a los trece, a los trece años había sido mi primera vez…, pero nunca se lo había contado a mi hija!.
& ¡Tienes que llevarme al doctor para que me mande la píldora…, no me vaya yo a
embarazar…!.
¡Me dejó sin habla…, con todas esas cosas que me estaba diciendo!, y para terminar, me volvió a remarcar:
& ¡Tengo muchas ganas de que me la metan, mamita…!.
¡Me gustaría ser igual de puta que tú…!.
Con esta última expresión, no se qué cosa me dio, pero sentí que mis piernas me temblaban y me tuve que detener de la pared de la regadera. En cuanto me repuse de ese mareo (orgasmo), me enjaboné con presteza y
- ¡Apúrate a terminar…, no nos vayan a cerrar…!,
le dije a mi hija, y terminé por salirme del baño; tomé mi ropa y me fui a mi recámara a vestirme, pues me había quedado caliente con las…, “ideas” de mi hija. ¡Me ponía muy caliente con sus preguntas y con sus palabras!.
Me puse unas pantaletas blancas, de algodón, clásicas, a la cintura. Me las coloqué en posición y deslicé mi mano derecha por encima de la entrepierna: ¡mi vagina continuaba fluyendo!.
Me puse un top azul marino, sin brasier por debajo. No me gusta usar brasier; prefiero sentir mis senos libres. No requiero mucho del brasier pues no soy tetona, al contrario, mis senos son pequeños pero muy firmes aun, ¡y me gustan!.
Me puse una faldita de mezclilla y sin ponerme medias, me coloqué unas zapatillas blancas, de tacón alto.
- ¿Nos vamos…?,
Le grité a mi hija, apresurándola, pues ya era tarde y tenía el pendiente de que nos fueran a cerrar las tiendas.
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Llegamos a una tienda de lencería, allá en el centro; vi algunos modelos bonitos en la vitrina y entramos; ya estaban ya por cerrar. Estaba como dependiente un señor de entre 40 y 50 años, muy educado, muy respetuoso más alto que yo, de complexión “normal”. Se me acercó y me preguntó en qué podía ayudarme. Le dije lo que quería y le mostré las pantaletas que yo había visto en el aparador.
= ¿algún color en particular, señora…?
- ¿me podría mostrar los que tenga…?
= sí claro…, en un momento los traigo.
& ¡Están muy bonitas, mami…!,
me decía, toda emocionada mi niña, viendo todo lo que había de lencería en esa boutique.
El hombre regresó con una gran variedad de colores, de texturas, de acabados:
= Tengo todo esto…, y algunas otras cositas de más…, pero…, depende de la
ocasión…, del motivo, del destino, de la persona a la cual se la piensa lucir…
¿Es para celebrar algún aniversario con…, su esposo…?,
me dijo, morboso, insinuoso, tratando de conocer…, algo más de mi intimidad…
& Es que se va a ir a cenar con Rufino mañana en la noche…,
le dijo mi niña, sin poder contenerse las ganas de hablar y participar.
El señor se sonrió y simplemente le preguntó:
= ¿Con Rufino…?
& Es el nuevo novi…migo de mi mamá…
Yo creo que iba a decir novio, pero al momento lo corrigió y quiso decir amigo, pero ni uno ni otro salió, sin embargo, ese hombre comprendió de inmediato que no era a mi esposo al que yo intentaba halagar, y entonces volvió a dirigirse hacia a mí:
= ¿Es su primera…, salida con él…?.
- ¿Eeeehhh…?,
Me quedé trabada; no supe qué contestarle, y Laurita le contestó por mí:
& Mañana va a ser la primera vez que van a salir en la noche…,
aunque hace un rato comimos juntos…
= ¡Aaaahhh…!, entonces le sugiero este rojo…, color que despierta pasiones…,
Y me mostró unas pantaletas bonitas, rojas, altas como a mí me gustan, con un moñito negro en el centro, caladas, cachondas, sensuales:
= ¡Tienen un encaje muy bonito en la parte de arriba, aunque por debajo,
en la parte del triangulito de la entrepierna…, usted la puede observar…,
está transparente, para que pueda cautivarlo con…, sus “encantos”…!.
¡Sentí una descarga de adrenalina en el cuerpo y una descarga muy fuerte de electricidad en mi panochita, seguida de una humedad muy tremenda, que mojaba mi pantaleta!.
- ¡Aaaaggghhh…, estáaa…, muuuy…, booonita…!,
Dije, tratando de sonreír, tratando de disimular ese orgasmo que acababa yo de obtener.
& ¡Está muy bonita, mamita…, esta me gusta bastante…!,
Dijo Laurita, brincando de la emoción y del gusto.
& ¡Póntela mami…, pruébatela…!,
= ¡Lo siento señora…, no se puede probar la ropa interior…,
es por medidas de higiene…, usted sabe…!,
- Está bien…, no se preocupe… Déjelo…, así está bien…, pero…, dígame…,
¿esta pantaleta tiene brasier y liguero…?, ¿algo así que venga como…,
en conjunto…?.
= No señora…, en conjunto, así como para primera salida tengo esto en morado,
con vivos rosas, muy sensual, refinado, así como usted, que le hace juego con
su piel y su pelo…,
me dijo, señalándome la pantaleta, que estaba en el mostrador y poniéndome sobre de mi pecho el brasier, muy bonito, morado, con ribetes negros, totalmente transparentes:
= y como usted puede apreciar, se podrían traslucir perfectamente sus pezoncitos,
me dijo, poniéndome ese brasier justo encima de mi seno izquierdo – pues yo no llevaba brasier – tocándolo con sus dos manos, de manera descarada, enfrente de mi hija, que no dejaba de verme.
= ¿le gusta…, señora…?,
me preguntaba, con doble sentido, diciéndome de la ropa interior y de sus tocamientos, al mismo tiempo.
& ¡Póntelo mami…, pruébatelo…!,
Volvió a exclamar mi niña, y entonces el hombre me dijo:
= Si quiere probárselos…, para ver cual le gusta…, puede pasar al probador…,
que está allá en el fondo, solamente déjeme cerrarle a la puerta, pues ya pasa
de la hora de cerrar y…, no vayan a venir otros clientes…,
dijo ese hombre, lléndose hasta la puerta, de vidrio, la cual cerró con llave y le colgó un letrero que así lo decía: “cerrado”.
Nos fuimos los tres a un cuartito, que hacía las veces de probador. Quise cerrar yo la puerta del cuarto, pero era de madera, toda descuadrada y desvencijada, así que no pude hacerlo; la puerta se volvía a abrir, ella solita.
Ya no le di importancia, supuse que ese hombre se había quedado más lejos y…, me quité mi top azul marino y me quité la faldita de mezclilla que llevaba esa tarde, quedándome solamente con mis pantaletas blancas, de algodón, clásicas, a la cintura y unas zapatillas blancas, de tacón alto.
Me voltié a ver a mi hija, que me sonreía embelesada, aprobando mi compra:
& ¡Te vas a ver muy bonita, mamita…!.
Me tomé las pantaletas del elástico de la cintura y me las deslicé hacia mis tobillos y luego las saqué por debajo de mis pies y las dejé en un sofá que estaba en el cuarto, junto con mi falda y mi top.
Tomé las pantaletas rojas y pasé un pie de un lado y el otro pie por el otro lado; me las subí a las rodillas, semi-flexionada hacia adelante y luego me las jalé hacia arriba para subirlas a medio muslo.
Estaba yo en eso cuando vi en el espejo del cuarto aparecer a ese hombre, que venía directo hacia a mí. ¡Terminé de subirme las pantaletas, aunque no me las puse correctamente, por la prisa de cubrirme mi desnudez!.
El hombre se me acercó por detrás, se paró justamente detrás de mí, pegándome su cuerpo a mi cuerpo, su pene a mis nalgas y, pasándome las manos por enfrente de mí, se puso a toquetearme mi sexo, por encima de la pantaleta roja, hecha bolas a mitad de mis piernas.
Entre las prisas y la pena, comencé a jalarme las pantaletas hacia arriba, hasta que llegaron a su lugar,
= Se le ven muy bonitas…, señora…,
me dijo ese hombre, que seguía siguió toqueteándome mi panocha, por encima de la pantaleta roja:
= ¡Esto es lo que le explicaba, señora…!, ¡se le nota muy fácilmente su “nidito de
amor…”!.
- ¡Aaaaggghhh…, aaasperame…, agh…, aaafueraaa…, m’ijitaaa…!,
le grité yo a mi niña, quien de inmediato se retiró, al mismo tiempo que ese hombre me deslizaba su mano por debajo de la pantaleta y me acariciaba mis pelos, mi rajadita, mi clítoris, mis labios vaginales, ¡me los empezaba a dedear…!.
- ¡Bésame…!,
le grité, girando mi cara alrededor de mi cuello, buscando la boca del hombre, que se encontraba justamente parado detrás de mí.
Nos comenzamos a besar en la boca, ¡en un beso tremendamente apasionado y cachondo!.
El hombre me agarraba de mi trasero, me apachurraba las nalgas, con fuerza, me jalaba contra de su cuerpo y así…, envueltos por esa pasión tan tremenda, caímos por encima de aquel sofá, donde seguimos besándonos, mientras el hombre se bajaba sus pantalones, sus calzones y me bajaba las pantaletas. Se acomodó en medio de mis piernas y comenzó a darme de acometidas, pero no lograba meterlo, hasta que yo misma, pasando mi mano por debajo de mis piernas, me acomodé su camote y entonces el hombre se puso a empujarme con fuerza, haciéndome gritar al entrar:
- ¡Aaaaggghhh…, aaahhhyyy…, despacito…, aaaggghhh…, agh…, agh…!.
= ¡Cabrona…, estás rete apretadita…, se nota que te hace falta la verga…!,
me dijo, y me siguió empujando despacio, sin bombearme, sólo sosteniendo su peso sobre mi rajadita, hasta que se metió por completo:
- ¡ Aaaahhh…ssspérate ahí…, estate quieto un ratito…!,
le pedía yo, sintiéndolo hasta adentro de mí:
= ¡La trais atrasada, cabrona…, qué cogida te voy a parar…, y luego de eso…,
mañana…, ¡Rufino…!. ¡Mañana en la noche cena Pancho de nuevo…!.
¡Rufino y esta señora caliente…!,
me susurraba ese hombre, mientras me estaba aflojando mi vaginita.
Nuestros cuerpos fusionados en uno se miraban en el espejo, en donde me encontré con la cara de mi Laurita, ¡que nos estaba mirando!, con sus ojitos grandotes, clavados en nuestras imágenes:
- ¡Déjame te lo mamo…, para lubricarlo…!,
le dije, y nos giramos completamente sobre del sofá. Yo me puse de rodillas y me puse a mamarle su pene, a recorrerlo con mi lengüita, a ensalivarlo y luego de un rato:
- ¡Métemelo ya…, despacito…!
¡Y ese hombre me lo metió, despacito, hasta adentro!, ahora sí…, sin problemas.
Nos estuvimos un rato tranquilos, sin movernos; el hombre me mamaba mis chichis, que estaban muy paraditas, mis pezoncitos, al máximo de tensión y de excitación, y luego del rato, ya comenzó a fornicarme, a comenzar el entrar y salir, a bombearme:
- ¡Así…, así…, un poco más rápido…, así…, dámelo más aprisa…, sí…, sí…, así!.
= ¡Me voy a venir…, me vengo…, me estoy viniendo…, todito…!.
- ¡Dámelos…, dámelos…, sí…, así…, asíiii…!,
y nos venimos en un chico rato, pequeño, muy rápido, pero muy sabroso, muy lleno de pasión, de lujuria y morbosidad.
Nos levantamos; el hombre se limpió el pene con su pañuelo y yo con mis pantaletas de algodón, las que llevaba yo puestas al entrar a esa tienda.
Me puse las pantaletas rojas y…, con mi cabellera extrañamente expandida, desordenada, “greñuda”, despeinada por las acciones coitales que acabábamos de desarrollar, le grité yo a mi niña:
- ¡Laurita…!,
y de inmediato se apareció.
Yo estaba de pie, enfrente del espejo, tan sólo con esas pantaletas rojas y mis zapatillas blancas, de tacones altos:
& ¡Te ves muy bonita, mamita…, se te ven muy bonitas esas pantaletas…!,
me dijo mi niña, abrazándome fuertemente, queriéndome decir tantas cosas en ese abrazo.
El hombre nos miraba, viendo cómo Laurita me abrazaba sin dejar de mirarlo a él mientras terminaba de vestirse:
& ¿Me compras unas de esas pantaletas pa’ mí…?,
me estaba pidiendo mi niña.
Le iba a contestar algo cuando el hombre ese le dijo:
= No tenemos ropa para niña, pero si quieres, podemos ver si te quedan unas tipo
bikini, o algunas tanguitas…
& No mami…, yo quiero unas así como las tuyas…, así me gustan a mí…
= Tráigale la talla más chica que tenga…
El hombre se salió del cuartito y:
- ¿Porqué me andas espiando pa’ todos lados…?,
Le dije a mi hija, sonriéndole, dándole un jaloncito de oreja, haciéndolo de cariño.
El hombre regresó de inmediato trayendo unas pantaletitas amarillas, muy tenues, opacas, pero en la parte del frente, en el pubis y la zona erógena tenía la forma de un corazón en el mismo amarillo pálido, pero completamente transparentes:
= ¡Tengo estas pa’ ti…, estoy seguro que te van a gustar…!. ¡Pruébatelas…!.
Laurita me voltió a ver y con un meneo de cabeza le dije que sí.
Se quitó de inmediato su pantaloncito y luego su calzoncito, uno rosa, de algodón estampado, que llevaba puesto y…, nos mostró su virginal rajadita, con un esbozo de pelambrera en su monte de Venus y su clítoris muy erecto, muy desafiante y ganoso. Nos mostraba también su ombliguito, pues también andaba de top.
= ¡También quítate lo de arriba…, para que te pruebes también el brasier…!
En un dos por tres mi Laurita ya estaba desnuda, tan sólo con calcetines, mostrándonos su cuerpecito delgado, sus “limoncitos” que tenía por arriba y su cicatricita a mitad de sus piernas: ¡era una belleza mi nena!.
= ¿Te los pongo?,
le preguntó ese hombre y yo le dije que sí.
El hombre se puso a acomodarle su brasiercito: se le veían dos puntitos en medio de la tela de la copa del brasier, un poquito más oscuros que lo demás. ¡Sus pezoncitos estaban erectos!.
Le puso la pantaletita: ¡se le veía su rajadita enmarcada por las paredes del corazón!: ¡era como la envoltura de un regalo tremendamente preciado!.
= ¿te gusta…?,
le preguntaba ese hombre, igualmente, con doble sentido, diciéndole de la ropa interior y de sus tocamientos, al mismo tiempo.
= ¿te gusta…?,
le repitió la pregunta.
Laurita volteó la cabeza, a buscarme, pero yo ya me había salido del cuarto, aunque los estaba mirando desde el corredor, que estaba completamente apagado
= ¿te gusta…?,
le preguntó de nuevo ese hombre, y mi Laurita le contestó, con voz trémula y tartamudeante:
- síiii…, seee sieeenteee booonitooo…,
dijo Laurita, con su voz apagada y atemorizada por la situación.
El hombre la jaló hacia el espejo y parado tras ella, comenzó a tocarle sus senos, sus “limoncitos” y luego deslizaba su mano por debajo de la pantaleta y le acariciaba su virginal rajadita, su clítoris, sus labios vaginales, ¡se los empezaba a dedear…!.
= ¡Bésame…!,
le dijo ese hombre, por lo que Laurita, girando su cara alrededor de su cuello, le ofreció su boquita a la de ese hombre, que se encontraba parado a su espalda.
Se comenzaron a besar hasta que Laurita comenzó a moverse y a gemir y a pujar: ¡se estaba viniendo mi niña…!, ¡lo mismo que yo!.
- ¡Vete a vestir allá afuera!,
le dije a Laurita, al tiempo que entraba al cuartito, desnuda, tan solo con mis pantaletas rojas y con mis zapatillas blancas:
- ¡Cógeme…!,
Le dije a ese hombre, que solamente me flexionó hacia el sofá, me bajó un poco la pantaleta, la nueva, la roja, dejándola a la mitad de mis muslos y me la metió de un solo empujón por detrás: ¡estábamos muy calientes!. Se vino en un dos por tres, en mi sexo, lo mismo que yo.
Cuando terminamos, Laurita estaba a un lado de nosotros, y estirando su mano, le tocó el pene a ese hombre, se lo agarró, lo aprisionó y le dio un besito inocente por encima del glande, completamente batido por su venida y mis secreciones.
Nos vestimos, con las nuevas adquisiciones y al momento de pagar, el hombre solamente nos dijo:
= se los cambio por los “viejitos, usados”,
Y se quedó con nuestras pantaletas, todas batidas de nuestras venidas.
Nos salimos y nos fuimos a un restaurant. Llegamos al baño directamente y luego salimos a tomarnos un buen refresco y a platicar.