Confesión (11ª Parte)

En este capítulo les cuento cómo cambio de macho; el actual me cede a un amigo suyo y este toma posesión de su puta. Luego me voy a comer con mi antiguo macho y mi nuevo macho, en compañía de mi hija.

Ese día lunes 2 de noviembre lo pasamos bonito, en familia. ¡Me sentí yo muy feliz!, pero desde el martes la rutina volvió: salimos a la carrera por la mañana, levantarse de madrugada, dar de desayunar, despedir a mi esposo, llevar a mis hijas a la escuela, ir a correr al andador y…, de regreso a lo mío. Fue lo mismo el miércoles.

El jueves casi lo mismo otra vez: levantarse, desayunar, despedir a mi esposo, llevarlas a la escuela. Ahí estaba la mamá de una de las compañeritas de la Chiquis, que es muy amiguera. Me pido permiso para llevarse desde el día de mañana, viernes, de fin de semana a mi hija a su casa, y ella me la llevaba el domingo en la noche. Le dije que sí y me regresé a mi rutina diaria.

El viernes se fue de viaje mi marido, por casi 15 días, regresaba el lunes 16 de noviembre. Se fue muy temprano, en la madrugada; le di de desayunar, luego a las niñas; las llevé a la escuela y me regresé a mi rutina. Dejé mi coche en la casa y me fui a correr al andador y…, ¡ahí me estaba esperando el Humberto, recargado en su camioneta, fumando, con cara de pocos amigos!. De tan sólo mirarlo me dio mucho miedo, ¡“se me cayeron los chones”!.

Dócilmente me fui caminando hasta adonde estaba parado. ¡Sentía un escalofrío recorrerme mi cuerpo, de arriba hasta abajo!, pero al mismo tiempo sentía un tremendo cosquilleo en mi entrepierna.

Me paré yo a su lado, declarándome de antemano culpable de lo que me quisiera acusar. No me dijo ni media palabra, tan sólo sentí un fuerte golpe a la altura de mi mejilla, que me hizo dar varios traspiés hacia atrás…, me hizo mirar estrellitas y soltar un chillido,

  • ¡Buuuhhhaaa…, aaayyyhhh…, aaayyyhhh…, Humbertooo…!

acompañado de muchísimas lágrimas:

  • ¡Humberto…, snifff…, buuuhhhaaa…, snifff…, Humberto…!, ¿Porquéee…?,

Le dije, llorando, regresando a su lado, a tratar de abrazarlo:

  • ¿Porqué me maltratas Humberto…, snifff…, porqué me golpeas…, snifff…?,

¡si yo hago siempre todo lo que puedo por complacerte, papito…!.

= ¿Seguro que haces todo lo que puedes por complacerme…, pendeja…?.

Me dijo, jalándome de mis cabellos, que los traía recogidos en una “cola de caballo”, para correr.

  • ¡ Aaaayyyhhh…, sí papacito…, snifff…, sí lo hago…, snifff…, seguro…!,

snifff… ¿No hasta me cogiste delante de mis hijitas…, snifff…?.

= ¿Y cuando fuimos al bar…?.

Volvió nuevamente a decirme, dándome otro jalón de cabellos y al mismo asentándome de nuevo otra cachetada, muy fuerte y echándome en cara:

= ¡Te negaste a coger con los hombres que estaban ahí…!.

  • ¡ Aaaayyyhhh…, aaayyy…, aaayyy…, papacito…, ya no me pegues…, snifff…,

ya no me pegues Humberto…, snifff… Tú sabes que yo soy tú puta, snifff…,

que me encanta ser tuya…, snifff…, pero sólo tuya papito…, snifff…, no de

otros…, snifff…, que ni siquiera conozco…!.

= ¡A mí tampoco me conocías…, y de inmediato me “aflojaste las nalgas”!,

Me dijo, agregándole otro fuerte jalón de cabellos a su respuesta.

  • ¡Humberto…, snifff…, entiéndeme…, snifff…, lo tuyo fue diferente…, snifff…!,

¡me impresionaste a primera vista…, te apoderaste de mi razón,

de mis sentidos, de mi…, ano y mi sexo…!. ¡Me hiciste tu puta…, Humberto…,

yo soy tu puta…, pero de nadie más…, snifff…!.

= ¡Ahí lo tienes cabrona…!,

Y volvió a jalarme de los cabellos y a asentarme una nueva cachetada, y una segunda, que se convirtió en manazo en la espalda, pues yo me volité:

  • ¡Humberto…!,

Le dije, casi de rodillas, colgada de su brazo y su hombro:

= ¡Tú cógeme Humberto…!.

Le dije, sin bajar yo la guardia, pues seguía dándome de cachetadas, cuando menos me lo esperaba.

= ¡Cógeme Humberto…!,

le repetí.

Humberto me llevó hasta su camioneta; se sentó en el lado del copiloto y:

= ¡Mámamelo…!,

me ordenó. Yo, dócilmente lo obedecí. Me hinqué sobre el pavimento, le bajé el cierre del pantalón, le bajé un poco los pantalones, con todo y calzón,  y me puse a mamarlo, pero…, me daba miedo y pena que nos fueran a ver…, ¡que me fueran a ver…!, pues estábamos en mi colonia, en el andador donde yo acostumbraba a correr.

Se lo estuve mamando un buen rato, y cuando hice una pausa, le dije:

= ¡Humberto…, vámonos a un motel…, vámonos a otro lado…!.

Más tardé yo en decirlo que el Humberto en asentarme otra cachetada, que me hizo ver estrellitas y lucecitas, que me hizo llorar…

  • ¡Humbertooo…, perdóname ya…, snifff…, voy a hacer lo que quieras…, snifff…,

pero…, snifff…, vámonos a otro lado…, snifff…, me van a reconocer…!.

¡Hasta este momento el Humberto tuvo piedad de mí…!. Tuve que pronunciar la palabra mágica para que cambiara de parecer: “voy a hacer lo que quieras…”.

Se bajó de la camioneta, me hizo subirme a su camioneta, se dio vuelta y se subió de su lado.

Sin decirme palabra, nos fuimos hasta su bodega; ya daban casi las 11 de la mañana. Entramos a la bodega; la atravesamos de lado a lado; llegamos a una caseta; entramos. Tenía un escritorio, algunas sillas y una cama:

= ¡Desnúdate, puta…!,

me dijo, mientras él comenzaba a quitarse la ropa.

Apareció desnudo ante mí, con su verga muy grande, muy larga, muy gorda, como yo siempre me acordaba de ella, ¡de verdad imponente, y muy majestuosa su verga!.

Me quité toda la ropa sport que llevaba: el saco deportivo, la playera, los pants, los calcetines, los tenis, mi brasier y…, solamente me quedé con mis pantaletas, unas blancas, muy sencillas, de tela, clásicas, que me daban tantito abajo de la cintura, tantito abajo de mi ombligo.

= ¡Mámame, pinche puta…!,

Me ordenaba el Humberto, parado, a la mitad de esa caseta.

Me acerqué hasta su lado, me hinqué y me puse a mamarle su verga, a besarle su glande, su cabezota, a recorrérsela con mi lengua, a lengüetearle su pene de arriba hasta abajo, cuando de repente sentí que me tomaba de mis cabellos y me jalaba con fuerza hacia atrás, haciendo que mi cara quedara mirando a su cara:

= ¡Dime que eres mi puta…!.

  • ¡Soy tu puta, Humberto, soy tu puta…, tu puta…, tu puta…!,

le dije, sin poder detenerme.

= ¡Dime que me vas a obedecer en todo lo que yo te ordene!.

  • ¡Sí Humberto…, voy a obedecerte en todo lo que tú me ordenes…!.

= ¡Dime que vas a coger con quién yo te diga…!.

  • ¡Sí Humberto…, voy a coger con quién tú me digas…!.

= ¡Ya ves pendeja…, que fácil es obedecerme…, cabrona…, desobediente!,

me dijo, dándome nuevamente una cachetada, que me hizo derramar otras lágrimas.

= ¡Vete a acostar…, que ahí te voy…!.

Me recosté boca arriba. Humberto se hincó sobre de la cama, en medio de mis piernas, y comenzó a quitarme las pantaletas. ¡Me calienta muchísimo que me quiten las pantaletas!. ¡De inmediato sentí que comencé yo a venirme!, y tan sólo alcancé a suplicarle:

  • ¡Cógeme Humberto…, cógeme…, por favor…, dame verga…, dame tu verga…!.

Humberto se quedó mirándome, acostada, boca arriba, con las piernas abiertas, entregada, suplicándole que me la metiera, que me cogiera, que me hiciera suya una vez más.

El Humberto se colocó entre mis piernas, me las separó, me separó los pelitos de mi panocha, dejando bien descubierta mi rajadita; me colocó la cabeza de su pene en la entrada de mi rajadita y antes de penetrarme me tomó mi espadita (mi clítoris) con dos de sus dedos y me la apretó, fuertemente:

  • ¡Aaaayyyhhhiiijjj…., aaayyyhhh…, aaayyyhhh…!,

comencé a gritar y a derramar nuevas lágrimas, a llorar, pero volví a pedirle perdón, nuevamente:

  • ¡Humberto…, snif…, ya te pedí perdón hace rato…, snif…, te vuelvo a pedir que

me perdones… snif…, de nuevo…, snif… ¿Me perdonas Humberto…, snifff…?.

¡No te volveré a desobedecer…, nunca más…!.

Pero por toda respuesta el Humberto me apretó y retorció mis pezones, haciéndome gritar nuevamente, con dolor, derramando de nuevo mis lágrimas:

  • ¡Aaaayyyhhhiiijjj…., aaayyyhhh…, aaayyyhhh…, snif…!, Humberto…, snif…,

Humberto…, snif…, ¡perdóname…, snif…, por favor…, snif…!.

¡Voy a coger con quién quieras…, snif…!, ¡te lo juro…!, snif…, ¡voy a cogerme

al que digas…, snif…, de verdad…, snif…, te lo juro…, snif…!.

Sentí su verga a la mitad de mis piernas, a la mitad de mi rajadita. ¡Estaba completamente venida, completamente mojada, completamente lubricada!. ¡Estaba deseando que me cogiera!.

Sentí que me metió la puntita, ¡la pura, cabecita!.

  • ¡Aaaaggghhh…, Humbertooo…, cógeme, Humbertooo…!.

Sentí cómo se abrió paso su glande, y cómo lo devoraron mis labios: primero los exteriores y luego los interiores, pero ahí se quedó:

  • ¡Síguele Humberto…, cógeme…, cógeme…, por favor…!.

= ¡Eres una puta caliente, Elvirita…, eres una puta caliente, Elvirita…!,

me repitió a mí el Humberto, volviendo a apoderarse de mi seno, derecho y…, antes de que me apretara de nuevo el pezón, comencé yo a gritarle:

  • Humberto…, snif…, ¡perdóname…, ya no me tortures más, por favor…, snif…,

¡Voy a coger con quién quieras…, snif…!, ¡te lo juro…!, snif…, ¡voy a cogerme

al que digas…, snif…, de verdad…, snif…, te lo juro…, snif…!.

= ¿Ya ves pinche Elvira…, tan sencillo que es hacerlo así…, por la buena…?,

Y en vez de retorcerme mi pezón, esta vez se puso a mamarlo, a chupetearlo, muy rico:

  • ¡Humberto…, que rico…, Humberto…, papito…, qué rico…!.

Y poco a poco, mientras me mamaba mis chichis, me fue penetrando mi panochita, con su vergota, muy morena, muy grande, muy gorda, hasta llegarme hasta el fondo:

  • ¡Humberto…, papito…, qué verga…, me encanta tu verga…, dame tu verga…,

dame muchísima verga…!.

Le dije, tremendamente caliente, olvidándome de los dolores que me había causado hacía apenas unos cuantos instantes.

Se puso a penetrarme, con fuerza, con golpes secos, contusos, hasta al fondo de mi panocha, que me hacían soltar lágrimas…, ¡pero de placer…!.

  • ¡Humberto…, papito…, mi lindo…, qué verga…, qué verga…, dame tu verga…,

dame muchísima verga…!.

El Humberto me miraba y se sonreía, satisfecho, gustoso, complacido de la obscena pasión que sentía yo por él y…, jalándome nuevamente de mis cabellos, me dijo, sonriente, con una sonrisa burlona:

= ¡Eres bien puta, Elvirita…, eres rete putona, Elvirita…, eres mi puta, Elvirita…!.

¡Repítelo…!.

y de inmediato lo repetí:

  • ¡Yo soy tu puta, Humberto, tu puta…, tu puta…, tu putaaa…!.

Y el Humberto se puso a bombearme riquísimo, con muchísima fuerza, con muchísima velocidad y violencia, como si quisiera destrozar esa cama, y a mí junto con la cama.

Me estuvo bombeando cuando menos cinco minutos, si no es que los 10, o más, yo no se; yo me estaba viniendo y viniendo, en pequeños orgasmos, pero ya quería que me perforara hasta adentro y que me sacara un orgasmo violento, final, que me diera sus mecos, que me llenara de semen, que me inseminara mi chocho, y comencé a pedirle que así me lo hiciera:

  • ¡Ya vente…, ya dámelos…, ya los quiero, papito…, ya dámelos…!,

Y el Humberto comenzó a venirse, en mi sexo, en mi pucha, en mi vientre…, ¡bien rico!, muy rico.

Nos estuvimos un rato tranquilos; él por encima de mí, hasta que vi que se abría la puerta y que entraba un hombre, alto, grueso, quizás gordo y…, el Humberto se levantó de mi lado. Yo quería taparme con algo, pero aquella cama no tenía ni sábanas ni almohadas ni colchas, solamente el colchón.

Humberto se levantó y yo también. Fui corriendo a taparme con mi ropa, que estaba por encima del escritorio. Me tapé lo mejor que yo pude y:

= ¡Elvirita…!, él es Rufino…, ¡Rufino…!, recuerda bien su nombre…, pues él es

quién se va a quedar en mi lugar…, EN TODO…!, ¿entendiste putita…?,

¡EN TODO!, tanto aquí en la oficina como contigo también…, ¡el va a ser tu

nuevo macho…, tu nuevo camote!. Él te va a dar para adentro…, él va a ocupar

mi lugar…, ¿entendido mi puta…?.

Yo estaba pegada a la pared, medio tratando de esconder mi desnudez con mi ropa, hecha bolas por encima de mi cuerpo, de mi tórax, de mi vientre, de mi pubis, mientras que él Humberto me “presentaba” a Rufino, que era un hombre mayor que el Humberto, con entre 50 y 60 años de edad, moreno también, bastante moreno, con algunas canas en las sienes, de bigote, entrecano, ventrudo, más alto que yo, como de 1.70 m.

& ¡Ven…!,

Me dijo Rufino.

Voltié a ver al Humberto, quién moviendo la cabeza me ordenó que me le acercara y me le acerqué.

& ¡Bésame…!,

Me ordenó Rufino y…, voltié a ver de nuevo al Humberto, quién moviendo la cabeza me ordenó que lo besara.

Me paré de puntitas, sobre los dedos de mis pies y le di un beso en sus labios, muy pronto y fugaz.

& ¡Deja esas pinches cosas y bésame bien…!,

dijo Rufino, dándome una gran cachetada, al igual que el Humberto.

  • ¡Aaaayyyhhh…, aaayyy…!.

Mis ojos se me llenaron de lágrimas nuevamente y, volviéndome a parar de puntitas, le di un beso en sus labios, colgándome de su cuello. Rufino me agarró de las nalgas, desnudas, y me levantó del piso. Instintivamente entrelacé mis piernas alrededor de su cintura y comenzamos a besarnos.

Rufino me besaba con mucha destreza y pasión, con la maestría de alguien que sabe besar. Me daba su lengua y también su saliva: ¡me estaba metiendo uno de sus dedos en mi ano!, por lo que me puse yo toda rígida, y Rufino me preguntó:

& ¿Ya te han dado por el culito…?.

No dije yo nada, solamente moví mi cabeza, de arriba p’abajo, diciendo que sí, pero a Rufino no le gustó esa respuesta, y me volvió a preguntar:

& ¿Ya te han dado por el culito…?,

pero me lo dijo bajándome de su cuello y dándome una cachetada tremenda, más fuerte que las de Humberto, que me sangró hasta mi labio, un poquito, y entonces le contesté:

& Sí Rufino…, ya me han dado por mi culito…

Él se recostó sobre de aquel colchón y me dijo:

& ¡Desnúdame…!,

Y comencé a desnudarlo, comenzando por su camisa; se la desabroché y se la quité. Quedó con una camiseta, que no quiso que le quitara, así que seguí con los zapatos, las botas, unas tipo trabajo rudo que usaba; se las quité, lo mismo que los calcetines y luego con el pantalón. Le desabroché el cinturón, le bajé el cierre, le bajé el pantalón, con todo y calzones. Apareció su camote, parado a tres cuartos: ¡era muy moreno, muy grueso!, aunque no muy largo, con una gran cabezota, como si fuera una nuez.

Rufino se quedó recostado, mirando mi desnudez; yo me encontraba hincada sobre de la cama, cuando de repente me dijo:

= ¡Mámamelo…!,

y me puse a lamerle su pene, hincada. Le mamaba su huevos y…,

= ¡Mámame el culo también…!.

Voltié a verlo, un tanto extrañada de su petición: ¡nunca nadie me había pedido “esa” cosa!:

= ¡Mámame el culo también…!, ¡chingada madre…!,

me dijo, dándome un golpe en la cabeza, que me hizo obedecerlo sin preguntar más.

¡Sentía mucha repulsión: eso no era para mí…!, pero…, lo estaba ahí haciendo, complaciendo a ese hombre, ¡a mi nuevo “macho”!, igual de pegón que el anterior, que el Humberto, solo que como con 20 años de más, y más gordo.

Traté de acordarme lo que los hombres me hacían a mí cuando me mamaban mi sexo; en ocasiones se pasaban hasta mi ano, y me lo mamaban, ¡y sentía yo muy bonito!.

Quise pensar que este hombre, Rufino, también sentía como yo…, que le agradaba esa acción, y dejé de pensar tonterías y me puse a pensar positivo, y me puse a mamarle su ano, su cola, tratando de hacerlo como me lo hacían a mí, y me gustaba.

Comencé a lengüetearlo todito, los cachetes interiores de sus nalgas, la roseta del ano, se la estimulaba con mi lengua, a ratos a chupetones, a ratos la enredaba y la hacía como taco, y se la trataba de introducir, como si fuera un pequeño pitito.

Tenía ya como cinco minutos, quizás más, empinada detrás de ese hombre, en su trasero, mamándoselo, cuando se me ocurrió la brillante idea de meterle uno de mis deditos, el índice, de la mano derecha, por dentro de su ano, hacia su recto, a sus intestinos, ¡y lo hice!:

= ¡Aaaaggghhh…!, ¡cabronaaa…!, ¡ya me desfloraste mi anooo…!.

Toda asustada, retiré mi dedo de ahí, pero el Rufino me dijo que volviera a meterlo, y se lo metí:

= ¡Déjalo adentro…, muy quieto…, tranquilo…, hasta adentro…!,

¡hasta la empuñadura…!.

Lo hice. Dejé mi dedo hasta adentro y me estuve muy quieta, hasta que se me ocurrió meterlo y sacarlo, despacio:

= ¡Asíiii…, asíiii…, despacito…, qué ricooo…!.

¡Por eso les gusta a los homos que les den por ahí…, sienten igual que nosotras…, tienen las mismas terminaciones nerviosas…!.

Seguí haciéndolo un rato, despacio, sin prisa. El pene del Rufino parecía que crecía con cada metida de dedo: crecía hacia lo largo y hacia lo ancho, se le ponía más largo y más gordo, ¡más grandote!, en todos los sentidos. ¡Estaba yo complacida y alucinada con mi “descubrimiento”.

Rufino estaba contento: ¡se notaba que lo gozaba!, tanto que…, terminó por decirme:

= ¡Ya párale tú, cabrona!, que vas a conseguir que me venga…, y quiero echarte

mis mocos adentro…, dentro de tu rajadita…!.

Detuve mi mano y me acomodé frente a él:

  • ¿Quieres que te lo mame…?,

le pregunté, para complacerlo.

= ¡No…, porque si me mamas ahorita…, seguro me vengo…!.

¡Recuéstate boca arriba…!.

Lo obedecí. Me acomodé boca arriba y él se acomodó entre mis piernas. Me lo empezó a introducir, despacito. ¡La sentía rete gruesa, muy gorda!. ¡Sentía que iba separando las paredes de mi vagina, lentamente, avanzando seguro, hasta que consiguió llegar a mi tope!:

  • ¡Ruuufinooo…!,

Le grité. Estaba tan gruesa su verga, que me ensanchó completamente mi vaginita, dándome unas sensaciones…, ¡tremendamente gratificantes…!.

  • ¡Rufino…, qué rico…, Rufino…, Rufino…, Rufinooo…!,

y sentí que en ese preciso momento se me presentaba mi orgasmo:

  • ¡Rufinooo…, Rufinooo…, Rufinooo…!, ¡agh…, agh…, agh…!.

Me relajé por completo, y el Rufino se dejó caer simplemente sobre de mí…, me mamaba mis senos, me chupaba mis pezoncitos, erectos, calientes, lo mismo que yo:

  • ¡Muévete de nuevo, Rufino!,

le dije, al volverme a excitar con la mamada que le estaba dando a mis pechos.

¡Ahora sí comenzó a moverse muy duro…, a bombearme con fuerza, a penetrarme hasta el fondo!, y no contento con eso, me levantó mis tobillos, se los puso en sus hombros y…, ¡la penetración fue mayor…, más profunda, hasta el tope…!:

  • ¡Rufinooo…, Rufinooo…, Rufinooo…!, ¡agh…, agh…, agh…!.

Me hizo venirme de nuevo, muy rico, muy fuerte, pero él todavía no había terminado y entonces, se zafó de mi vagina y me penetró por el recto, por detrás, por el ano:

  • ¡Aaaayyyhhh…, aaayyy…., aaayyy…, despaciiitooo…, despaciooo, Rufinooo…!

Y él me hizo caso esta vez. Me siguió metiendo su pene, despacio, empujando, abriendo poco a poco el esfínter, que estaba tragándose todo es pedazo de verga, que poseía el cabrón de Rufino:

= ¡Ya te la tengo hasta adentro…!, ¿te gusta…?, ¿te gusta…?,

¿que te aceiten el culo…?, ¿te gusta…?,

  • Sí Rufino…, me gusta…, me gustas…, ¡dámelo…, dámela…, dámelos…!.

le decía, pensando en su pene, en su verga, en sus mecos.

El Rufino se puso a moverse, despacio, sacando muy lentamente su pene, incrustado en mis intestinos. ¡Sentía cómo me dilataba mi ano!. ¡Me producía unas sensaciones…, tremendas!, ¡muy ricas…!, y creo que al Rufino también, pues comenzó a vociferar y a gritarme:

= ¡Me vengo, cabrona, me vengo…, me vengo…, me vengooo…!,

y se vació por completo en mis intestinos, inundando de leche mi ano y mi recto.

Nos quedamos un rato “atorados”, hasta que se le bajó la erección, se zafó de mi ano y…, comenzaron a desbordarse sus mecos hacia afuera de mí, hacia mis piernas, mi sexo, el colchón.

= ¡Ya no me vine adentro de tu rajadita…!, pero me vine en tu culo…!.

¡Te aceité tu culito…!. ¿Te gustó…?, ¿te gustó que te aceitara el culito…?.

¿Te gustó…?,

  • ¡Sí Rufino, todo lo que me hagas me gusta…, soy toda tuya, Rufino…!,

¡Soy toda tuya, Rufino…!,

le dije a mi “nuevo macho”, tocándole su cara con mi manita.

Él nada más se sonrió, complacido, satisfecho, y por toda respuesta, nos dimos un cachondo beso en la boca.

Se vino a recostar a mi lado, abrazándome por detrás de mi nuca; yo me acomodé de lado sobre de su pecho, y comenzó a interrogarme, sobre mi vida sexual: cómo me inicié, mi primera vez, cómo me embaracé, cómo me inicié en el sexo anal, cómo había sido mi vida sexual durante mi matrimonio, mis infidelidades, etc.

Estábamos platicando muy a gusto, como dos grandes amigos. Yo estaba recostada sobre de su pecho, con mi carita apoyada en su tetilla izquierda, y así estábamos platicando cuando pensé en la hora que era: ¡ya eran casi las 2 de la tarde!. Mi hija Laurita salía a las 12 horas, y yo tenía que ir por ella:

  • ¡Rufino…, vámonos por mi hija…, se me pasó el tiempo volando…!,

pero Rufino, sonriendo, me dijo que Humberto se había ido por ella y que nos iban a estar esperando en el restaurant de aquí enfrente. ¡Ufff…!, ¡qué alivio…!. Respiré profundo y le di un beso, rapidín, a Rufino, en sus labios, y le pregunté:

  • ¿Ya nos vamos…?.

Y me dijo que sí.

Me levanté, nos levantamos, y comenzamos a vestirnos. Como no había baño, me limpié

mi sexo con mis pantaletas y luego busque un basurero, pero tampoco había y…, seguramente Rufino me adivinó mis intenciones y:

= ¡Déjalas ahí tiradas, en ese rincón…!. ¡Ya mañana vienen los de intendencia y

las tiran…!.

No se qué cara pondría yo, pero Rufino me dijo:

= En la tarde te vas a comprar unas nuevas…, cachondas, para cuando salgas

conmigo…

Le sonreí y me le colgué de su cuello:

  • ¡Eres un galanazo…, no se te pasa el detalle…!,

Le dije, dándole un beso en la boca y colgándome de su cuello, lo atenacé con mis piernas, pasándoselas alrededor de su cintura.

Rufino me agarró de las nalgas y me metió sus dedos por mi colita:

  • ¡Me gustó muchísimo tu culito…!. ¡Estás muy sabrosa…, de todos lados!.

Me dijo, y luego me solté de su cuello, y me colgué de su brazo, sin tirar mis pantaletas sucias a la basura; me dio no se qué dejarlas ahí, así que las metí en una bolsa de mi saco deportivo y me le volví a colgar de su brazo.

Él me abrazó por los hombros y yo le pasé mi brazo por su cintura, y así atravesamos la bodega y abrazados llegamos hasta el restaurant, adonde estaba Humberto y Laurita.

Rufino andaba muy cariñoso conmigo, besándome, abrazándome y de esa manera llegamos hasta la mesa, en donde le pedí a Laurita que me acompañara al baño.

& ¿es tu nuevo novio?.

  • no, como crees…,

& ¿y entonces…?

  • Eeees… un amigo de Humberto…

& pero te trae abrazada…

  • Él sí quiere, pero yo no…, sólo que…, pues…, no se…, Laurita…,

no se ni qué quiero…, pero necesito otro hombre…, Humberto se va…

& ¿y mi papá…?.

  • ¡Nunca se cuándo y cuanto pueda confiar yo en tu padre…, es muy inestable…!.

Ya se fue nuevamente de viaje…, ahora por 11 días.

Se hizo el silencio y:

  • Voy al baño,

Le dije. Le dejé mi saco deportivo y me metí a uno de los gabinetes. Me limpié lo mejor que pude, mi sexo y mi ano y luego salí. Laurita me estaba esperando, y a boca de jarro me dijo:

& ¿Ya hiciste el amor con el gordo…?.

¡Hasta se me atragantó su pregunta!, y le contesté con otra pregunta, tratando de ganar algo de tiempo y pensar en alguna respuesta:

  • ¿Qué…?,

& ¿Que si ya hiciste el amor con el gordo…?.

  • ¿Porqué lo preguntas…?.

& Es que…, se te cayeron tus…, chones…, y están todos llenos de…

¡Ya no supe qué hacer…!. ¡Me sentí descubierta…!. ¡Se me derramaron mis lágrimas y…, le di un gran abrazo a mi hija…!.

  • ¡Es que me quedo de nuevo sin hombre, m’ijita…, Humberto se va…, se marcha

para otra ciudad… y…, me hace falta otro hombre…, te lo dije hace rato…!.

Le dije, sollozando, abrazada de ella.

& Entonces…, ¿ya hicieron el amor…?

  • ¡Sí m’ijita…, ya hicimos el amor…!.

& ¿Y te gustó…, te lo hizo bonito…?.

  • Sí mi amor…, sí me gustó…,, sí me lo hizo bonito…!. ¡Luego de cuento m’ijita…!,

le dije, acariciándole sus cabellos:

  • ¡Vámonos a comer…, que me ando muriendo de hambre…!.

Salimos del baño y comimos todos ahí.

Al terminar la comida, Humberto se adelantó con Laurita y atrás iba yo, con Rufino, que me llevaba abrazada:

= Elvirita…, tengo que llevar al Humberto a su casa, pues solamente tenemos esta

camioneta. Aquí te doy para el taxi, vete con tu hija y ten también para te

compres unas “cosas bonitas…”, de las que estuvimos hablando hace rato.

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