Conejita

Cuando me masturbaba frente al espejo, no sabía como me iban a llevar al otro lado a un mundo de lujuria salvaje

Conejita.

Me movía despacio, me daba cuenta que mi marido me miraba con lujuria. No podía evitarlo, me gustaba que me deseara .

  • ¡ Ven acá , conejita!-

Sabía lo que quería, me di la vuelta, me apoyé en la cama y me agaché, dejé mi nalgas en alto y separé las piernas para no caerme cuando me enculara. Porque es lo que iba a hacer.

Me levantó la falda del vestido y me bajó el tanga. Sentí su saliva en mi esfinter, lo embadurnó, apoyó su cipote y entró despacio. Me agarró por las caderas. Lo sentí todo dentro, llenándome. Comenzó a moverse fuerte, rápido,estaba caliente . Se derramó en mí. Poco más de un minuto, la sacó todavía dura.

-¿ Quieres que te la lave?- le pregunté sumisa.

  • Me voy a duchar, tú ya estás vestida para ir a cenar.

Me dejó en el dormitorio del pequeño hotel rural mientras él iba al baño. Me quité la braga y con ella me limpié el semen que salía de mi culo. Estaba caliente y el pensar en salir a cenar en aquella pequeña aldea entre Asturias y Galicia sin bragas me excitaba aún más. Me miré en el espejo, rubia, una cara bonita con ojos azules, no muy alta, las tetas pequeñas pero turgentes, los pezones grandes que se marcaban bajo la tela, sabía que no tenía un cuerpazo pero sí que rezumaba una sensualidad que lo hacía muy apetecible. Mi conejito depilado me gritaba que le tocara y le diera gustito, yo nunca me he sabido negar y mis dedos fueron a acariciar mi sexo hambriento.

En esas estaba, sin cerrar los ojos, que verme hacerme una paja siempre me ha gustado, cuando del armario de la habitación salieron dos enormes bestias .

  • ¡Socorro!- chillé- ¡Socorro! Que me llevan.

Porque era lo que estaban haciendo. Me habían agarrado cada uno de una muñeca y tiraban de mí hacía el armario abierto, con tal fuerza que estaba a punto de golpearme con él, cuando mi marido salió desnudo del baño. Se quedó un segundo parado cuando vio lo que pasaba y se lanzó sobre ellos gritando:

  • ¡Dejen a mi mujer!

Pues no me dejaron, uno de ellos dio un tirón y me cargó al hombro, el otro fue hacia él y le dio un golpe terrible en la cabeza con un garrote que llevaba colgando del cinto. Mi esposo cayó al suelo desmayado.

  • ¡ Tráelo también! Laia no quiere dejar huellas.

Sin dejar de hablar el tipo, conmigo al hombro, entró en el armario que nos tragó. Yo, asustada, había cerrado los ojos, cuando los abrí, estaba no sabía donde, pataleando en la espalda de aquella bestia enorme. Y detrás, el otro con mi marido desnudo al hombro. Yo ya no pataleaba, me daba cuenta que mi transportador tenía su mano grande en mis nalgas aprovechando a sobarme mientras me llevaba.

Estábamos en un lugar oscuro, apenas iluminado por las llamas de una pequeña fogata. El que me había llevado me dejó junto a ella y quedó de pie ante mí , amenazante, yo noté su excitación lujuriosa, su rabo duro levantaba el faldón que llevaba. Gruñía. Tenía miedo. Decidí hacer algo. Metí la mano bajo la tela y agarré su polla. ¡ Era una piedra! Y meneé aquella piedra hasta que me soltó un chorro de leche encima. El otro, que había tirado a mi desmayado marido al suelo, se acercó. Quería que le hiciera lo mismo. Y lo hice. La verdad que tenían un par de vergas enormes y duras y estaban tan calientes que no había empleado mucho tiempo en ordeñarlos, lo que parecía haberlos calmado un poco, cambiando el gruñido feroz a un ronroneo de placer.

Fue entonces cuando oí una voz de mujer:

  • He visto cómo sabes tratar a los hombres. Me gustas. Vosotros llevaros a esa rana a otro sala, yo tengo que hablar a solas con esta mujer.

Yo me asusté pensando en qué podían hacerle a mi marido, que aquella mujer había llamado rana, y supliqué:

  • ¡Por favor , no le hagan daño!

  • No te preocupes, no le pegarán , sólo quiero que lo tengan prisionero.

Me quedé sola con ella , pude verla cuando salió de la penumbra. Era una mujer alta, delgada pero con pecho grande, como dejaba adivinar la larga túnica roja que vestía. Me impresionó la belleza de su rostro, un óvalo perfecto, con labios carnosos, nariz recta, ojos negros brillantes, grandes y una melena ondulada que le caía sobre los hombros.

  • Me llamo Laia y he mandado que te traigan acá. ¿Cual es tu nombre?

  • Lucía pero me llaman Lucy ¿ me puedes explicar dónde estoy y qué hago aquí?

-Estás en mi cueva, soy la sacerdotisa de los viejos dioses. Te he traído para que me ayudes en el problema que tengo. Pelayo me ha dicho que eres la persona adecuada. Te he estado espiando por el espejo y creo que tiene razón.

  • Cual es tu problema, aunque no entiendo nada de nada. Y quiero volver a mi habitación con mi marido.

  • Es la fiesta de la siembra , la primera noche con luna llena después del invierno, y necesito que participes conmigo. Yo ya no doy para tanto sacerdote. Cuando eran sólo dos , era fácil hasta divertido. Pero ahora son seis y además incansables. Me van a matar a polvos. Por eso te he traído, para que entre las dos podamos con ellos. Me entiendes ...¿ verdad?

Yo alucinaba, no podía ni creer ni entender qué hacía yo allí, en un mundo donde todos debían estar locos, porque yo vivía en el 2018 y me querían hacer creer que estaba en otra época, parecía la Edad Media. Aquello no podía ser:

  • Quiero que mi marido y yo volvamos a nuestra habitación, haré lo que sea necesario.

  • Me ayudas y os devolveremos sin problemas.

  • Y ...¿ cómo te ayudo?.

  • Acompañándome a la ceremonia de modo que entre las dos podamos con ellos. Son muy viriles, muy machos, no se cansan....y yo sola no puedo.

Me repetía lo que me había dicho antes, me había traído a su mundo para participar en una orgía. Aquello se salía de mi imaginación. Me pellizqué por si era una pesadilla erótica, solo logré que se pusiera roja la zona pellizcada.

Podía ser una fantasía porno o un realidad pero lo cierto es que no tenía otra opción que aceptar su propuesta, así que le contesté:

  • Te ayudaré, vamos a ser dos compañeras de lucha, alegría y sexo.

Y la abracé dándola un beso. No sabía donde me metía, porque mi inocente ósculo, Laia lo convirtió en un morreo de pasión libidinosa que me dejó temblando y mojada cuando me soltó.

  • Lo vamos a disfrutar mucho, estoy segura.- y me volvió a besar poniendo sus manos en mis nalgas para apretujarme contra ella y meter su muslo ente los míos, restregándome y calentándome aun más.

Una tenía sus experiencias con mujeres, nunca he sido una niña inocente, así que respondí besándola yo a ella con un buen juego de lengua, separando un poco los torsos para poder tocarle los pechos. ¡ Qué tetas tenía! Duras, grandes, una envidia. No llevaba nada bajo la túnica, así que le pude acariciar los pezones erectos.

Ella no se quedó atrás, atacó mis senos que respondieron viciosos a la caricia haciendo que me derritiera.

  • ¡ Quietas ..brujas ! Luego podrán jugar cuando cumplan con sus obligaciones . Ahora prepararos para la fiesta.

El que nos dio aquellas órdenes era un tipo raro, alto , delgado, con el pelo largo, en coleta, perilla, con ojos negros de fuego, vestido con una túnica roja y con una vara en la mano derecha.

Me di cuenta que Laia se convertía en una perrita apaleada, sumisa y obediente.

  • Lo que digas , mi Maestro

  • Vístanse- nos ordenó y dejó junto al fuego un pequeño fardo.

Mi compañera, obediente, sin levantar la cabeza, me dijo cuando comenzó a desnudarse .

  • Quítate esa ropa para ponerte la de la fiesta.

La imité sacándome el vestido, mientras ella se soltaba la túnica. Nos miramos desnudas a la luz de las llamas. Ella era más hermosa que yo, bien formada, de tetas grandes, tiesas, con un culo levantado . Una mujer alta, fuerte, de esas que parecen diosas. Y con un conejo peludo, con el vello negro rizado.

A su lado, yo era poca cosa, pero me estiré pensando que yo era la novedad, y ya se sabe como son los hombres, les encanta la chica y la concha nueva. Y mi coñito depilado me daba aspecto de jovencita, algo que sabía vuelve locos a los machos.

Laia me dio lo que había que ponerse, entendí por qué el fardo era pequeño, porque la ropa era casi nada. Un cinturón dorado y dos tiras de tela azul claro, no hacía falta ser una genio para saber como ponérselo. Lo hicimos . La verdad es que parecíamos dos sacerdotisas de una religión antigua pero perversa. Del cinto colgaban las dos telas que nos tapaban la concha que quedaba al aire cuando se movía.

  • ¡Estás hermosa!- me dijo mi compañera y me besó pegándose a mí y moviéndose para que nuestras tetas se rozaran.

  • Vos más- contesté y metí mi muslo entre los suyos para restregar su sexo que estaba húmedo.

El hombre que hacía de sacerdote y amo nos dio un golpe con la vara en las nalgas, no fuerte pero sí un poco doloroso.

  • Separaros y bebed la pócima del amor.

Nos ofreció dos copas, yo solo la bebí cuando lo hizo Laia. Estaba buena, roja, dulce, se notaba que tenía alcohol. Fue llegar al estómago y darme cuenta que tenía otras propiedades. Me pegó una subida de lujuria, cachonda como estaba, fue a mas y pensé que me iba a chorrear el coño de lo mojada que me había puesto.

  • Uaauu ..esto es maravilloso- no pude menos que decir.

  • ¿ Quieres una copa mas?- me preguntó el hombre sobándome con los ojos.

  • Sí- dije en un suspiro. Si la cosa iba de orgía, me apeteció ponerme a tope.

  • Dí sí , maestro. Así deberás llamarme. Y ven acá.

  • Sí, mi maestro.

Fui hasta él, la verdad que impresionaba su seguridad y su dominio de nosotras. Me tomó de la mano y me acercó a un arcón , lo abrió y sacó dos aretes y un collar de oro con piedras azules. Me quedé quieta frente a él. Me puso los pendientes y el collar, al hacerlo sentí un fuego que me quemaba y deseé que me hiciera suya.

Extendió el índice de su mano derecha y lo paseó por la montaña de mi teta izquierda. El corazón me latió más y más fuerte. Mis pezones erectos, duros pedían ansiosos que los tocara. Los pellizcó, los apretó entre sus dedos y yo gemí entregada.

  • Laia, Lucy es muy viciosa.

  • Si, mi maestro. ¿ Quiere que le alivie la lujuria?

  • Vamos a gozarla un poco antes de la ceremonia. Arrodíllate ante mí y abre tus piernas.

Obedecí, en el suelo una piel de vaca, yo estaba ante su faldón a la altura de la verga. Noté como Laia reptaba entre mis muslos hasta que su rostro quedó justo bajo mi concha.

  • Saca mi semen con tu boca. - me dijo el Maestro y abrió la túnica que llevaba. Ante mis ojos saltó una polla majestuosa , gorda, grande, bien surcada de venas, un tronco duro que agarré para llevarlo a mi boca glotona.

Apenas me la metí entre los labios, cuando mi compañera atacó mi coño húmedo. Y empezó un maravilloso deleite. Chupar aquella maravillosa verga, porque así la sentía, como una joya que tenía el honor y el placer de mamar y dejarme comer por una fiera que me llevaba a la nirvana. Las dos cosas a la vez me hacía temblar de placer. Yo acabé antes, estaba muy muy cachonda, el Maestro se dio cuenta, tiró de mi pelo para separar mi boca de su arma.

  • Lucy es muy lujuriosa. Sujeta sus manos.

Laia surgió de mi entrepierna para agarrar mis manos y llevarlas a mi espalda, tiró de ellas, quedé ansiosa con la cara ante aquel rabo que quería devorar. El Maestro le sujetó con su mano izquierda, me puso la derecha sobre mi cabeza como si estuviera bendiciéndome y comenzó a golpear mi boca abierta con su pija. Me gustaba, me hacía sentir un juguete de aquel hombre, yo intentaba besar y lamer la verga. Me daba duro. Yo gemía de vicio y le miraba desde abajo como una esclava que necesitaba el placer de su amo.

Paró de golpearme y me la dejó para que pudiera volver a meterla en la boca. Lo hice, me sujetó la cara y me folló como si fuera mi coño, apenas unos segundos hasta que su leche me llegó a la garganta. No tuve arcadas, soy buena chupando pijas.

Me hizo levantar, Laia me besó limpiando con su lengua los restos de semen.

  • Ya es la hora , vamos a la ceremonia.

Las dos le seguimos hasta una puerta de madera. Yo ardía con una mezcla de lascivia y miedo. No sabía lo que iba y me iban a hacer tras aquella puerta.