Condones para Follar

Le mandé a mi marido que me comprara una caja de condones. Me preguntó para qué. Para follar, le contesté imperativa, lo que no le dije es que no pensaba utilizarlos con él.

Condones para Follar.

Le mandé a mi marido que me comprara una caja de condones. Me preguntó para qué. Para follar, le contesté imperativa, lo que no le dije es que no pensaba utilizarlos con él.

Son muchas las mujeres que albergan una fantasía erótica recurrente en ellas: follar o ser follada por otra mujer, aunque desdichadamente son pocas las que se atreven o tienen la posibilidad de llevarla a cabo. Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid y estoy creando el "Circulo del Sexo con Imaginación" es decir aquellos que idolatramos al Dios Caballo, montar o ser montada a caballo, sobre una o por una, yegua Alazana.

Aquí les ofrezco el relato de una distinguida dama miembro del Círculo. Que lo disfruten.

Hola, soy Mirella, tengo cuarenta años y un marido forofo del Barcelona. Se dirán ustedes que nada de eso tiene especial relevancia, pero se equivocan, lo que tiene mucha, muchísima relevancia es que mi marido es forofo del fútbol y además un culé empedernido. Como además gozamos de buena posición y él tiene un buen trabajo y facilidad para hacer amigos, o mejor dicho, amigotes, pues es miembro de una peña, que él mismo ha fundado junto a otros forofos del Barcelona, además de tener un cargo honorífico en la directiva del club, y eso claro tienen sus consecuencias: cada dos por tres me deja sola en la Ciudad Condal porque él y los miembros de la peña se desplazan a pasar el fin de semana a la ciudad donde juega su equipo del alma.

Esto, con ser mucho, no lo es todo, porque como además el equipo juega la Liga de Campeones, pues de vez en cuando y hasta que lo eliminan, porque los muy zánganos al final la pifian, entre semana se larga a una ciudad de Europa para seguirle en sus desplazamientos, no sea que si les falta el aliento de sus aficionados vayan a perder el partido y luego le echen la culpa a la peña de mi marido.

Claro, con tanto desplazamiento y tanto quedarme sola, pues con el tiempo he ido haciendo amistad con otra esposa de otro forofo de la peña de mi marido. Se llama Aurora, tiene unos cinco años más que yo y de vez en cuando, cuando ellos se largan, aprovechamos y salimos juntas a tomar una copa, a escuchar música y a despellejar a nuestros maridos.

Hace unos dos años que nos conocemos y más o menos hace un año que cuando ellos se largan, nosotras quedamos para salir juntas. La cosa dirán ustedes que tampoco tiene excesiva relevancia, porque casos de esos y forofos como mi marido y el marido de Aurora los tienen todos los equipos de fútbol de España y más o menos todos hacen lo mismo, pero si piensan eso, también se equivocan, o mejor dicho, se equivocan de plano, porque estoy segura que no a todas las esposas de forofos de equipos de fútbol les ocurre lo que me ocurre a mí.

¿Y qué es lo que me ocurre a mí y que no les ocurre a las demás esposas de forofos de equipos de fútbol?, Pues que Aurora, cuando nuestros maridos se marchan y salimos juntas por la noche a tomar una copa, escuchar música y despellejar a nuestros maridos, además, me mete mano.

Hace una semana nuestros respectivos esposos decidieron sacarnos a cenar los cuatro juntos a un restaurante de prestigio, de esos que comes poco y pagas mucho. Según parece el equipo no jugaba porque jugaba la selección y válganos Dios, ellos no parecen que sean muy dados a la selección, porque de lo contrario, también nos quedaríamos en casa. Bueno, el caso es que quedamos en que pasaríamos a recogerlos a su casa y después, los cuatro en el mismo coche a un restaurante de la costa barcelonesa.

Subimos al piso de Aurora y de su marido y nada más entrar me dice su marido: -Pasa a la habitación. Mi mujer se esta vistiendo y me ha dicho que cuando llegaras que pasaras para aconsejarla-.

Vestir, vestir, la verdad es que no se estaba vistiendo. De hecho estaba en pelotas y eso sí, mirándose a ver si los pendientes le hacían juego con el anillo. El caso es que la apremié porque nuestros maridos nos estaban esperando y a regañadientes se vistió, aunque no se puso bragas. Bueno no sólo es que no se pusiera bragas, es que me metió mano y me quitó las mías.

-Hoy nos vamos las dos sin bragas- me dice toda contenta a la vez que me soba el culo.

La cena fue más o menos lo esperado, mucho perifollo pero poco condimento. Estos cocineros de la costa son unos genios, te sirven croquetas rellenas de aire y te cobran como solomillos, pero nada que decir. Todo de primera clase y con mucho glamour. Al final de la cena y mientras nuestros maridos baboseaban hablando de fútbol con el dueño del restaurante, Aurora se me acerca al oído y me pregunta en voz baja:

-¿Vienes al servicio?-

-No- le dije lacónicamente.

-Ven- me insiste -quiero darte una cosa-.

Bueno, me fui con ella. Inocente de mí, creí que lo que quería darme eran mis bragas, pero lo que quería darme era un buen repaso, y me lo dio, vaya que si me lo dio. Entramos a los servicios que como correspondía a un restaurante de lujo eran cabinas independientes y amplias, echó el pestillo, se arrodilló, me subió las faldas, hundió sus labios en mi chocho y con la lengua me hizo una mamada bestial.

Yo había bebido algo de vino en la cena, había cenado agradablemente, y había pasado una confortable velada, de modo que su mamada me cogió de sorpresa y con buen ánimo, así que en unos minutos me eché una corrida que todo mi cuerpo vibraba de espasmos de satisfacción. Aunque para satisfacción la de Aurora, que se incorporó, me compuso el vestido, se alisó el pelo y me sacó nuevamente al comedor. Yo estaba como sonámbula y no sabía cómo reaccionar, sólo sabia que Aurora me había echado un polvo de puta madre y que hacía conmigo lo que quería, cuando quería y como quería.

Hasta aquí hemos llegado. Ese Domingo planifiqué minuciosamente los pasos a seguir. Sabía que el lunes a primera hora me llamaría al trabajo y que trataría de engatusarme con otra treta para que en cuanto me confiará echarme otro polvo.

-Hola cielo ¿cómo estas?- me dice el lunes muy a primera hora, casi sin darme ni tiempo para encender el ordenador del trabajo.

-Muy bien Aurora, pero apenas te voy a poder atender porque tengo mucho trabajo. ¡Ah!, por cierto, este fin de semana no quedes con nadie porque nos vamos las dos a París. Dile a tu marido lo que quieras, pero el viernes a las cuatro de la tarde te quiero ver en el Aeropuerto-.

Esta toma de decisión mía la desconcertó. Se pasó la semana llamándome y dándome la matraca de lo que íbamos hacer y del por qué había decidido irnos solas a París.

-Mujer es que es la primera vez que salimos solas de viaje- me dice una de las veces escamada por mis intenciones.

-También es la primera vez que una mujer me echa un polvo, pero si no quieres pues lo anulo- le contesté expeditiva.

-No mujer, no, sólo es que me has cogido de sorpresa, pero me apetece mucho pasar un fin de semana las dos solas en París- y así lo dejamos.

Esa semana tuve muchas tareas que resolver. La primera hacerme con un consolador para lesbianas, de esos que vienen con correas para sujetarlo entre las piernas y hacer de hombre. Usé de mis mañas y conseguí tres modelos a cuál más erótico y sofisticado para elegir el que más se adaptara a mis necesidades. No tuve mucho que decidir, eche los tres a la maleta, aunque me surgió una duda -¿se podrán utilizar directamente o se necesitará una crema suavizante?- lo mejor será llevarme unos preservativos que ya vienen lubricados y si viene al caso, pues los enfundo con un condón, de modo que como no tenía condones ni tiempo para hacerme con ellos, se los pedí a mi marido.

-Consígueme una caja de condones- le dije como no dándole importancia alguna, vamos como si le pidiese pasta para los dientes.

-¿Para qué quieres condones?- me preguntó un tanto perplejo.

-¿Para qué van a ser? Condones para follar- le contesté de lo más natural.

Él ni dijo ni se atrevió a preguntar nada, sólo se limitó a cumplir el mandado. Salió a la calle y al cabo del rato me entregó el envoltorio. Yo lo metí en la maleta y no hablamos más del asunto.

Ese viernes puntual a la cita en el aeropuerto llegaba Aurora, escamada, precavida, pero ansiosa. De qué ira esto, supongo que estaría pensando ella, porque además yo llevaba la iniciativa de todo, contrariamente a lo que hasta ahora era lo normal.

Llegamos al lujoso hotel Ritz de París situado en La Place Vendome ya casi anochecido. Un breve tramite en recepción, porque todo estaba convenientemente reservado y derechitas a la habitación.

-¿Te deshago la maleta?- me preguntó Aurora un tanto retraída. Le dije que sí y mientras salía a la terraza a ver la ciudad. Al ratito oigo sus pasos que se acercaban hacía mí.

-¿Qué vas hacer con esta polla de látex?- Me preguntó sorprendida por el hallazgo.

-Metértela- le contesté tranquila y descarada. Ella se quedó un rato en silencio mirando el artilugio y por fin me contesta:

-¿Y a qué esperas?-

-A que deshagas las maletas- le dije como metiéndola prisa.

-Las maletas pueden esperar, pero yo no- me dice la muy puñetera.

A pesar de intuir lo que se le venía encima seguía retándome, de modo que cogí el aparato y con habilidad me lo enfundé entre las piernas, también rescaté del fondo de la maleta unas bragas de látex negras, unas botas negras de tacón alto, un látigo, unos guantes negros y un antifaz de cuero negro, vamos un equipo completo de sadomasoquismo. Ella no daba crédito a lo que estaba viendo y la verdad es que yo tampoco, pero continué con la puesta en escena.

La tumbé en la cama, la puse en pelotas y me la monté. La tía gemía y se retorcía enfurecida, como si fuera la primera vez que una mujer la estaba follando, aunque así era. Entre gemidos de gusto, de dolor y de sorpresa se iba desahogando y diciéndome todo lo que siempre quiso decirme. Que no era lesbiana, pero que yo la ponía muy cachonda. Que nunca antes había tenido relación alguna con mujeres, pero que esperaba que no fuese la última. Que ardía en deseos de follarme y que se moría de gusto de que la estuviese follando. De que se la metiera toda. De que hiciera con ella lo que quisiera, que era mi esclava, de que se había enamorado perdidamente de mí y de que sentía una atracción brutal por mi cuerpo, vamos, lindezas de esas que se dicen cuando la pasión arde dentro de ti.

Y en esas andábamos cuando entre suspiros, espasmos y balbuceos casi se me desvaneció. Se me había corrido como una adolescente, como si ésta fuese la primera vez, aunque quizás era la primera vez que tenía un orgasmo tan diferente. Mi plan era mucho más completo y no acababa aquí, de modo que quise llevarlo hasta el final y la puse a cuatro patas encima de la cama. Se la metí por el culo y noté que la estaba haciendo daño. Podía seguir cuanto quisiera, porque ella estaba entregada y sumisa, quizás no disfrutaría, pero seguro que no decía nada. Creí que no merecía la pena seguir con algo que no la satisfacía y por primera vez me di cuenta que esta persona me quería, y que incluso se dejaría humillar si yo se lo exigía, de modo que se la saqué, le di un beso, le acaricie la mejilla y la dejé que tomara aliento.

No necesitó mucho, porque a continuación fui yo quien se abandonó y adopté el papel que siempre había adoptado, el de sumisa e indefensa que se deja hacer. Ella no tardó en reaccionar, se enfundó aquel consolador, le cambió los condones y me la metió. No se puede decir que yo me considerase tardona, pero con mi marido la cosa nunca estaba para monear porque si te descuidas te quedas en albis. No, no es que mi marido sea un eyaculador precoz, pero podría decirse que sí es un aventajadillo, pero con esta polla y Aurora manejándola podía recrearme tranquilamente. Sin problemas de tiempo ni de flacideces. Aurora sabía exactamente cómo actuar, el ritmo preciso y el lugar adecuado.

Si el polvo anterior fue violento, ardoroso, furioso, lleno de lujuria y de pasión, este era justo lo contrario, lleno de ternura, caricias, besos, abrazos y susurros, susurros de amor recitados bajito, muy bajito al oído, pero el final… eso amigos, no, eso, fue como el primero: temblaba hasta la lámpara de estilo Luis XIV que colgaba del techo de la habitación del hotel y es que mi chica, mi Aurora, mi cómplice que me venía acosando desde hacía más de un año, sabía lo que quería, que no era otra cosa que follarme y esta noche por fin, tenia la recompensa que hacía un año llevaba buscando.

Al regresar, nuestros respectivos maridos nos estaban esperando en el aeropuerto con un ramo de flores cada uno. Estaban mosqueados con el viajecito y nada más llegar a casa y empezar a deshacer la maleta, mi marido, como haciéndose el despistado va y me pregunta:

-¿Te han sobrado condones?-.

-Sí- le contesté a la vez que saqué de la maleta una caja de doce donde creo que quedaban un par de ellos sin usar. Se la entregué, le hice un guiño de complicidad y le dije:

-Por cierto, la próxima vez me compras la caja de doce. Las de seis no dan para nada. Me he tenido que comprar otra-. La abre nervioso y cuenta los que quedan dentro.

-Has utilizado los seis de la otra caja y diez de esta- dice con voz baja y temblorosa.

-Que brutas- pensé para mí. Nos hemos pasado el fin de semana follando.

A partir de ese día no ha mostrado el más mínimo interés en planificar ningún otro viaje con la peña para ver los partidos del Barcelona y se ha comprado unas guías de turismo. Hoteles con Encanto, Casas Rurales, Hoteles con Chimenea y mariconadas de semejante porte. Ya me ha propuesto salir el próximo fin de semana a pasarlo los dos solos en el que más me apetezca.

Aún no le he dicho que sí, porque Aurora también me ha llamado y me ha propuesto repetir la experiencia. Estoy dudando qué oferta aceptar, pero como dice el refranero español: más vale tener dos ofertas y despreciar una, que no tener ninguna.

Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com