Condolcezza
Un ajetreado día de la Secretaria de Estado.
CONDOLCEZZA
Alzó perezosamente la cabeza de la almohada y con ojos entrecerrados miró hacia el exterior. No, no se veía el Potomac , y eso quería decir otro día de niebla en la ciudad.
Su mano se deslizó, suave e indolente por la blanca espalda del atlético becario, que dormía profundamente, hasta llegar al hermoso trasero; la sonora palmada despertó al muchacho.
-Arriba!, son las siete y se hace tarde!.
Sin esperar respuesta, entró en el baño dejando caer el blanco camisón de noche y mirándose complacida en el espejo. Con casi cincuenta años, conservaba una bella figura; su piel era tersa y suave (sin esa horrible celulitis de las mujeres blancas) sus pechos pequeños pero todavía desafiando a la ley de la gravedad, las caderas breves (el no haber tenido hijos era, en este caso, una ventaja) y, lamentablemente, su hirsuto cuero cabelludo era otra historia; desde los lejanos tiempos de la niñez en Alabama, había mantenido mil batallas-todas perdidas- para conseguir alisarlo. El descubrimiento de la peluca fue providencial y durante muchos años, su salvación, pero con el aumento de notoriedad mediática arreciaban las criticas por la monotonía del peinado; no tenía mas remedio que buscar un nuevo modelo.
La imagen de Edward, el becario, se interpuso entre el espejo y sus pensamientos. No era el mejor de los que habían pasado por sus manos, pero, ponía una gran voluntad y aprendía rápido. La noche anterior, sin ir más lejos, comenzó con una charla sobre geo estrategia en el lejano oriente y terminó con una súper sesión de sexo oral, una asignatura en la que el muchacho pronto podría doctorarse.
Ahora mismo se le notaba un gran deseo de agradar a su jefa: el mástil erecto pedía, a gritos, el examen de revalida.
-No me provoques Eddy, sabes que es tarde. Vistete, pide la limusina, el desayuno y pasa a tu habitación!.
Había escogido el hotel Watergate porque estaba, relativamente, cerca de los edificios del Departamento de Estado y eso le permitía ir caminando cuando el tiempo era bueno y su jefe de seguridad lo consideraba oportuno. Además, las habitaciones tenían puertas de intercomunicación, gozando con ello de una discreción absoluta en sus relaciones extraoficiales.
El zumbido insistente del teléfono la devolvió de nuevo a la realidad.
-Condolezza?, hola, soy George, pásate por aquí esta mañana, hemos de hablar de un proyecto que tengo en mente. Una invasión rápida e incruenta.
-Será a última hora, hoy tengo pruebas de selección de becarios.
-Tu y tus becarios acabarás como Bill!
Colgó desabridamente, George seguía con la costumbre de llamarla por su horrible nombre oficial; de nada servía que le hubiese explicado el gran error de su padre y del encargado del registro. Su madre quería que se llamase "Con dolcezza" y aquellos dos brutos, que no sabían una palabra de italiano, habían olvidado una "c" y convirtieron su nombre en una "dolenza".
Todos sus amigos la llamaban "black pussy"; en la Casa Blanca y con la administración republicana, quizá no sería bien visto tan cariñoso apodo.
Recordó con nostalgia, mientras se vestía, el día del bautizo del súper petrolero que lleva su nombre; algún obrero avisado, había pintado un gran conejo negro en el bulbo de proa y, cuando ya comenzaban a oírse los maliciosos murmullos, el barco se deslizó por la grada y el conejito desapareció bajo las aguas.
Sobre la blanca combinación de braguita y sujetador de "Fredericks of hollywood" (donde menos se espera, salta la liebre!)), se puso directamente su tradicional traje chaqueta de color gris que tanto éxito tenía entre los viejos congresistas republicanos y desayunó opíparamente.
Realmente, tendría una mañana muy ocupada pues la selección de los nuevos becarios no era labor para delegar en el subsecretario que con seguridad solo se fijaría en el expediente académico y no en detalles de "bulto".
Para no provocar susceptibilidades con la minoría hispana, escogió a un cubanito de Miami (su amiga Ana, la esposa de Ansar; le dijo que en España arrasaban con las de su edad). Un gran paquete en la entrepierna prometía, a ojo de buen cubero, no menos de veinte centímetros de carne magra.
El segundo favorecido fue un joven yiddish .Todavía no había probado ningún pene circuncidado, esta era la ocasión oportuna y complacía, en cierto modo, al "lobby" judío.
Lamentó dejar marchar a los descartados (había un par de negrazos con muy buena pinta) pero con los dos nuevos y Eddy tenía suficiente para los próximos dos meses.
Dio las instrucciones oportunas para que aquella misma noche comenzasen las prácticas de los muchachos y marchó, desganadamente, a despachar con el "boss".
Costó un poco, el convencer a George de que la invasión de Andorra no tenía ningún sentido y de que ese país no pertenecía al eje del mal, no poseía material nuclear ni pozos petrolíferos.
Llegaba tarde a la reunión con Moratinos, y aquellos chicos esperando! Despachó al español en poco tiempo y además le hizo el feo de no asistir a la rueda de prensa posterior. Doce horas sin hacer el amor era demasiado para ella.
Cuando a las siete de la tarde, apareció por el vestíbulo del Watergate, los chicos habían ya empezado la fiesta por su cuenta en la habitación de Edward y al soplón de McMurdo le faltó tiempo para comunicárselo.
- Jefa:¿ quiere que suba, despida a las tres rubitas, y sacuda a los niñatos?.
McMurdo era un buen tipo, pero un poco rudo. Algún día le tendría en cuenta.
-No, déjalo yo me encargaré de eso.
Subió a la décima planta con una creciente excitación. Montárselo con tres muchachos era habitual, pero una orgía a siete hacía tiempo que no disfrutaba de algo parecido.
Entró en su habitación, se desnudó dejándose tan solo el tanga y pasó entusiasmada a la habitación de Edward a través de la puerta entre ambos dormitorios.
Por Changó ¡. Se había vuelto a equivocar en la elección de los becarios!.
Mientras Eddy cabalgaba a una de las putitas, las otras dos se dedicaban afanosamente a un memorable número lesbico y el cubano practicaba, con el judío, un sesenta y nueve que prometía ser paroxístico pues ambos parecían estar llegando a un orgasmo que iba a resultar simultaneo.
Abandonó la habitación con un creciente malestar. Su rígida educación baptista le permitía pocas licencias en el ámbito sexual y la homosexualidad no estaba entre ellas.
Por otro lado, el espectáculo de los seis jóvenes le había excitado aunque no quisiese reconocerlo.
Se dirigió maquinalmente al teléfono.
-Con la embajada española, ya!.
Aguardó, pacientemente, mientras planeaba un escarmiento para los chicos.
-Miguel Ángel?, hola de nuevo, cariño.
Que quería disculparme contigo por lo de esta mañana y nada mejor que con una cena. Que te parece a las nueve en mi apartamento del Watergate?.
Te espero, mi amor!.
Nunca le agradecería la nación todos los esfuerzos que hacía para recomponer las maltrechas relaciones con los españoles. Cuantos sacrificios!.
La mañana prometía ser radiante, el sol irisaba ya, las aguas del Potomac y Condolcezza estaba exultante.
-Miky, son las siete de la mañana y te esperan en la embajada.
Acuérdate de decirle a Bono que se pase por aquí a tomar una copa cuando venga a Washington.
Condolcezza entró en el cuarto de baño pensando en aquel viejo refrán de Alabama :"Gallina vieja hace buen caldo" (o lo había oído en España ?), el escarmiento a los chicos podía esperar!.