Condesa Haydée
Con amor, un amante enamorado
Sus suspiros… sus suspiros, su resuello y su mirada ebúrnea; su sudor y sus labios; la noche, la lluvia con su olor a petricor; todo a fuer de la pasión. Piel como casimir, cabello como cobre y ojos como constelaciones y estrellas, pálidos como el busto de palas sobre el dintel de la puerta, penetrantes como los de un demonio, un cuervo. Nepente de las noches, anhelo de los días; añagaza de afrodita; luz de sol, reflejo de luna. Sus besos, sus labios se tatuaron en mi masculinidad, en mi pecho y, sin que lo sepa, en mi corazón. Se maquilló, se puso como entró: con sus labial bermellón y sus pestañas negras; su tez beige y sus mejillas encarnadas. Arregló su melena, vistió su vestido y calzó sus tacones; se puso su pelerina, su sombrero con su velo y finalmente sus guantes de terciopelo. No pidió que le ayudara a cerrar su vestido de encaje, ni me dio su mano a besar, ni que la acompañara a la salida, ni esperó a que me vistiera. Salió, llamó a su chofer y como entró salió. Dejó la habitación sola. Sola justo como ayer, como mañana. Sola porque yo no soy nada ni nadie.
Si solo supiera que daría mi alma para que se quedara más, para que se quedara a mirar conmigo las estrellas. Para que escuchara mis poemas, mis historias, mis composiciones, mis bagatelas, el pulso de mi corazón. Que sirviera sopa cuando caigo enfermo o me hablara de sus ambiciones, así como hace con su marido. Supongo que será otra navidad junto a la chimenea, pensando en lo que pudo ser y no fue. O con alguna puta que no es ella, que no es la condesa Haydée. Ella no me ama. Ella no me ama y me tengo que conformar. Nunca le daré el palacio, ni la rueca de plata, ni el teclado de oro, ni el jardín elíseo, ni nada. Solo le puedo dar placer sexual, como una sucia prostituta. Como una sucia prostituta que tira a la basura cuando quiere. La vida no es como los relatos, ella no se enamorará de mí porque disfruta más en la cama que con su marido. Así no pasa, así no es. El secreto nunca fue un buen cuerpo o un buen dote; siempre fue lo que había adentro, y lo supe tarde. No pude recitarle poemas tan bellos como su marido, el conde de Montecristo; no pude llevarla a conocer el oriente. Solo pude penetrarla como un poseso, como un energúmeno, como una maldita bestia; solo pude hacerla gritar de placer, que me pidiera de rodillas que la domine. Pero nunca me pidió que la besara, ni que la abrazara en mi lecho y planeáramos el porvenir.
No llorará, no le importará. Lo contrario, se alegrará, se calmará de que no tiene que ocultar nada, de que no tiene que comprar mi silencio. Vendrá a recoger aquellos herretes que olvidó la semana pasada. Me mirará y se reirá, tal vez me pateará. Y volverá con su marido a pasear por los jardines elíseos, tal vez beban champagne y hablen de L'elisir d'amore ,que se estrena hoy en la noche. Si lees esto, recuerda que te amo; te amo como nadie lo ha hecho. Eso es todo. La habitación aún tiene tu aroma, así podré irme imaginando que estás aquí, que estás abrazándome y diciéndome cuando nos volveremos a ver. Cuida a Mercedes, un lacayo me dijo que estaba enferma, y dile a Louis que la literatura rusa no se empieza por Pushkin, que lea primero a Tolstói.
Con amor, un amante enamorado.