Condenada (2)
En esta segunda parte de la introducción conocemos el destino de la protagonista. En los próximos capítulos veremos cómo debe afrontar su nueva vida.
Un estruendo de aplausos y vítores surgió espontáneamente en la sala, sobre los que se impuso el martillo del juez. El pueblo estaba contento, mientras que yo no me lo podía creer. Aquello era totalmente inaudito, era una condena reservada a los peores delitos: asesinatos, terrorismo, etc., era para auténticos criminales, no para nosotras. Sin duda, el juez se había dejado llevar por la opinión pública y quería convertir este caso en un ejemplo para la juventud... a nuestra costa.
Se había discutido durante años y fue finalmente en 2002 cuando se aprobó la nueva ley, la que recuperaba la ancestral figura del esclavo bajo el legal paraguas de la democracia, toda una contradicción. Sin embargo, gran parte del populacho se mostró a favor, incluso yo misma fui a manifestaciones con mis padres cuando apenas había aprendido a leer, reclamando que de una vez por todas se diera el visto bueno a la citada reglamentación. El espíritu de la norma era claro: quien no fuera capaz de vivir en la sociedad sería apartado de la misma, pero de forma que pudiera seguir siendo útil. Tras años de aguantar criminales que no lograban reinsertarse y que suponían un coste constante a las arcas públicas al tener que mantenerlos en prisión, se decidió que era el modo perfecto de sacar provecho de los desechos del pueblo. Es decir, no se trataba de volver a un sistema de clases en que los más pobres sufrían y una élite se aprovechaba de ellos, sólo aquellos que delinquieran de manera realmente grave pasarían por tal situación, un porcentaje realmente pequeño por tanto.
De hecho, el nivel de vida de mi país no se podía considerar bajo en absoluto y la gran mayoría de la población se encontraba bastante por encima del llamado umbral de la pobreza. Sólo unos pequeños reductos de gente generalmente aislada de la sociedad malvivían en chabolas, robando y creando mal ambiente a su alrededor. Muchos de ellos eran los que poblaban las cárceles o los centros de menores como en el que yo había estado, así que eran los candidatos ideales para ser reconvertidos en esclavos. Pocos más caían en este pozo: psicópatas incurables, terroristas, empresarios sin escrúpulos que pensaban que no serían cazados en sus desfalcos o fanáticos en general incapaces de controlarse a sí mismos. Prácticamente ahí acababa la lista.
Esta medida provocó inmediatamente una seria condena internacional y muchos países amenazaron con romper relaciones. No obstante, al final la necesidad se impuso y es que la importancia en el mercado global de mi patria era demasiado elevada como para expulsarla sin que supusiese un descalabro general y un serio hundimiento de decenas de economías. El dinero es que lo mueve todo en este mundo. Es más, con el paso de los años se fue viendo que había sido un movimiento más que acertado, pues los índices de criminalidad se redujeron a mínimos jamás vistos. La gente le tenía pavor a ser reducido a la nada, a perder su identidad y tener que cumplir órdenes careciendo totalmente de criterio o voluntad propios. El total de esclavos era realmente bajo en proporción al total de habitantes y la mayoría habían sido condenados en los primeros años de vigencia de la polémica ley. En apenas unos pocos años el resto de naciones comenzaron a plantearse introducir una ley similar en sus ordenamientos jurídicos y no faltará mucho para que la esclavitud vuelva a ser una realidad en todo el planeta en pleno siglo XXI.
El nuevo orden implicó otro tipo de reformas para adecuarse a este insólito estatus social. Por ejemplo, los esclavos no podían acceder a lugares públicos como cines o restaurantes si no iban acompañados de su amo y en la mayoría de sitios tenían lugares reservados para que no se mezclaran con la población normal. De esta forma, se evitaba una de las tentaciones que muchos críticos habían temido y es que no se quería que la depravación se extendiera y las calles se convirtieran en una orgía continua. Las normas no escritas (o sí) de decoro y respeto debían mantenerse y no había motivo para que, por ejemplo, unos niños contemplaran cómo un esclavo era sodomizado en mitad de un parque. Esas cosas, de producirse, necesariamente se reservaban para el ámbito privado.
Yo prácticamente no había tenido contacto con esclavos así que era incapaz de imaginar cómo sería su día a día. Mi familia no estaba mal situada y podrían haberse permitido, de haberlo considerado, haber adquirido algún esclavo pese a que los precios eran realmente desorbitados dada la demanda. Sin embargo, mis padres nunca pensaron que lo necesitaran, consideraban que era meter a alguien de clase baja en su hogar y la idea no les alentaba. Sus amistades más próximas eran del mismo parecer, así que no tenía referencias en mi círculo cercano. En ocasiones había visto cómo personas desnudas eran tiradas mediante una cadena atada a su cuello andando por la calle, o me había encontrado a esclavos enjaulados a la entrada de un teatro, pero más allá de esos acercamientos esporádicos no había tenido ocasión de conocer los padecimientos de estos seres que tan poco valoraba.
Costó varios minutos pero el juez logró silenciar la sala a golpe de maza, expulsando a la mayoría de asistentes de allí para evitar que el alboroto continuara. Era mi turno y no sabía ni en qué pensar, sólo esperaba que un milagro ocurriese y no sufriera el mismo fatal destino de Laura. Me puse en pie de nuevo y escuché la grave voz que determinaría mi futuro.
- Declaro culpable a Alba de la Vega por los delitos de agresión verbal, intimidación, retención contra voluntad, agresión física y amenazas. Dado el comportamiento de la acusada en sus dos meses de internamiento previos a este juicio, junto a un informe psicológico acreditado, queda probado que presenta una conducta antisocial y agresiva, resultando en un peligro para la sociedad. Por este motivo y habida cuenta de que su conducta agresiva también se hizo palpable en su estancia en el centro de internamiento, condeno a la acusada a esclavitud durante 15 años. De acuerdo con el artículo 258 de la Ley Orgánica 2002/6 "Sobre la pérdida de derechos de ciudadanía", esta condena ha sido certificada por el Tribunal Supremo y no cabe recurso. Además, su familia deberá pagar una indemnización de 300 000 Dragones por los daños psicológicos y físicos causados a la demandante.
Me quedé sin palabras y sin aliento. Aquello había sido lo más duro que jamás había escuchado y suponía que mi vida daría un vuelco absoluto. No era capaz de evaluar las consecuencias de la condena y sencillamente me bloqueé. Ni veía nada ni escuchaba nada y ni siquiera me enteré cuando me separaron de mis padres, que no dejaban de abrazarme, y me llevaron de vuelta a la celda del juzgado junto a mis amigas, que lloraban desconsoladas. Así me quedé, observando el infinito, aguardando lo inesperable sin asumirlo.