Condenada (1)
Una joven comete un delito aparentemente leve que se convierte en un escándalo nacional. Ésta es sólo una breve introducción a lo que tendrá que vivir desde ese momento.
Allí estaba yo, frente al tribunal, tras los dos meses más duros de mi vida, y todo por una simple broma. O al menos eso es lo que pensaba yo, a mis inocentes 16 años, que lo que había hecho era una mera burla que se me había ido un poco de las manos, que al fin y al cabo que no se trataba de nada realmente grave. Cuando la invitamos a casa lo único que queríamos era reírnos un poco a su costa, y una cosa llevó a la otra y sí, al final recibió algún que otro golpe, pero no eran más que tonterías de adolescentes descerebradas. Sentadas junto a mí, mis compañeras de "fechoría", Ana, Clara y Laura. Estábamos en la misma clase de Alejandra y formábamos un grupito que era el terror de los profesores y el ensueño de todos los chicos, gracias en gran parte a las falditas tableadas del uniforme que nosotras mismas nos habíamos encargado de recortar. La chica no es que nos cayera mal, pero era tan pava y estaba tan deseosa de parecerse a nosotras que nos pareció que sería gracioso aprovecharnos un poco de esas ganas de emularnos que tenía.
La culpa de que estuviéramos allí, por cierto, era de Laura, pues no se le ocurrió nada mejor que grabar con su móvil la hazaña y subirla a todas partes. Pronto se hizo sumamente popular, causando un auténtico escándalo en la sociedad, lo que desembocó en una denuncia que, de no haber existido dicha filmación, seguramente nunca se habría producido. Alejandra nos temía tanto y le dio tanta vergüenza la humillación que le produjimos que no dijo nada hasta que lo que sucedió en mi casa aquella noche se hizo público, de forma que no le quedó más remedio. En el vídeo se veía cómo comenzábamos a insultarla, le tirábamos comida a la cara o le decíamos que con lo gorda que estaba no sabíamos ni cómo se había atrevido a intentar imitarnos. También sacamos maquillaje que le empezamos a untar de mala manera por toda su cara, dejándola hecha un cuadro. Me reí durante días con aquella escena. Luego, ya metidas en faena, no se me ocurrió nada mejor que empezar a tirarle del pelo, incluso tirándola al suelo y obligando a andar a cuatro patas. En un momento dado se podía observar cómo la montaba cual caballito y la jaleaba al grito de "¡arre burro!". Una auténtica salvajada, para qué negarlo, pero no era lo mismo visto ahora desde fuera que viviendo el momento. Mientras, mis amigas se dedicaban a mirar, riéndose al son de mis locuras. Tras alguna que otra patada, guantazo e incluso escupitajo, decidimos dejarla ir, haciéndola jurar que no diría nada por su propio bien, algo que como he dicho cumplió a rajatabla. Laura no.
La policía llegó apenas dos día después de que el vídeo apareciera en todos los informativos del país y de medio mundo, y me llevó a comisaría junto a mis amigas. Allí nos encontramos y no dejé de gritarle a Laura que cómo se le había ocurrido hacer eso, aunque ya era tarde para rectificar nada y sólo me sirvió para desahogarme temporalmente. Fuimos rápidamente llevadas a una prisión de menores, con un bonito uniforme naranja de esos que sólo ves en las películas, a la espera de juicio. Los primeros días fueron los peores, pese a que no dejábamos de apoyarnos entre nosotras. Debía cumplir estrictamente la del centro, pasaba horas aislada en mi celda y debía acudir a insulsas clases con jóvenes con nulo interés por el aprendizaje. La convivencia era realmente difícil con otras chicas de tan baja escala social y cada momento era una guerra por la supervivencia, lo ideal para un supuesto centro de integración social. Por ejemplo, un día me puse histérica porque una intentó arrebatarme la comida y me dio por golpearla con mi bandeja en la cabeza haciéndola incluso sangrar. Mala idea, pues aquello supuso que desde entonces tuviera que llevar siempre grilletes y se me prohibió durante dos semanas cualquier relación con el resto de reclusas, salvo precisamente en las citadas clases. Un auténtico infierno para una niña pija como yo, que por suerte llegaba a su fin, hoy se va a dictar sentencia.
Mi abogada me había dicho que lo peor que me podía pasar era que me condenaran a dos años de internamiento en aquel centro. Desde luego, no era una perspectiva nada halagüeña, pero si era el caso peor poco probable sería que me cayera tal castigo, así que estaba relativamente tranquila. Ella se encargaría de demostrar que los dos meses pasados en el centro juvenil habían servido para que aprendiera la lección, e incluso me declaré culpable mostrando mi arrepentimiento desde el primer momento. Toda una estrategia para conseguir convencer al juez de que eran cosas de niñas (aunque ya no lo fuéramos tanto) que simplemente se habían magnificado por la transcendencia del hecho en la opinión pública. El caso parecía ganado y ni la propia Alejandra, que bien podría haber hecho sangre del asunto para vengarse, se había mostrado demasiado dolida por lo sucedido. A buen seguro que el dinero de la indemnización prometido por nuestros padres había hecho su efecto en su familia, que le había aconsejado ser indulgente en su declaración.
Mientras mis pensamientos me llevaban a recorrer lo ocurrido en estos tres últimos meses, el juez entró en la sala con aire solemne y pidió que todo el mundo, salvo nosotras, tomara asiento. Entonces comenzó a dictar sentencia:
Declaró culpable a Ana López por los delitos de agresión verbal, intimidación y retención contra voluntad. Teniendo en cuenta la minoría de edad y el atenuante de arrepentimiento espontáneo, la condeno a internamiento en un centro juvenil de integración hasta cumplida su mayoría de edad, donde deberá seguir un tratamiento intensivo para corregir sus instintos agresivos. Además, su familia deberá pagar una indemnización por los daños psicológicos a la demandante por valor de 6 000 Dragones.
¡Oh no! Mis peores presagios se habían hecho realidad. Dos años en aquel funesto edificio rodeado de ratas que se hacían pasar por personas. Estuve a punto de llorar, pero me contuve, no así como Ana que se echó en brazos de sus padres.
Declaro culpable a Clara Villamor por los delitos...
La misma cantinela, era evidente lo que iba a suceder conmigo. Ahora era Clara la que no podía esconder sus lágrimas. Por contra, una sarcástica sonrisa se dibujaba en el rostro de Alejandra, había conseguido lo que quería y más aún, una sabrosa venganza contra nosotras.
Declaro culpable a Laura Borgoña por los delitos de agresión verbal, intimidación, retención contra voluntad, amenazas, violación de la intimidad y escarnio público. El informe psicológico de la acusada demuestra que se trata de un arrepentimiento fingido y que aún se siente orgullosa de la acción realizada. Por ello y teniendo en cuenta que los dos meses de internamiento no han servido para siquiera iniciar un cambio de rumbo en dicha actitud, la condeno a esclavitud durante 5 años. Como corresponde al artículo 258 de la Ley Orgánica 2002/6 "Sobre la pérdida de derechos de ciudadanía", esta condena ha sido certificada por el Tribunal Supremo y no cabe recurso. Además, su familia deberá pagar una indemnización por los daños psicológicos y para lograr el restablecimiento de la imagen pública de la demandante de 60 000 Dragones.
¿¡Qué!? ¡Esclavitud! ¡No puede ser! ¡Eso era la condena máxima! Me puse a temblar sin control y me desplomé sobre la silla, ¿qué me podría pasar a mí?