Concurso de disfraces. Mirian y Marian

Un flaco, mucho más joven que el anterior, se acercó a invitarme a bailar. Antes de contestar vi los ojos de fuego de Mirian, así que, delicadamente asentí.

Menos mal que me puedo sentar,

estos tacones me están matando.

– Le dije en un susurro.

Ella se río abiertamente de mí y mi padecimiento.

Al momento se acercó un cincuentón y me sacó a bailar. Yo decliné la cabeza haciendo mi negativa. El hombre, molesto, se fue.

Miriam me miró a los ojos y me dijo. “Es la última vez que rechazas una propuesta así. Quedamos en que era una noche para ambos.”

Bajé los ojos y no sé si me saltó una lágrima, pero era mi primera experiencia. La música continuaba a todo lo que da y las parejas en la pista movían sus culos al ritmo que podían. Había hombres y mujeres meneándose, cada quien más hermoso al compás de la wiscola.

Un flaco, mucho más joven que el anterior, se acercó a invitarme a bailar. Antes de contestar vi los ojos de fuego de Miriam, así que, delicadamente asentí.

Ignoro si el flaco era un buen o mal bailarín, pero para mí era poco menos que una tortura por los tacos, aunque su cercanía al abrazarme, entendió que me costaba moverme, me contagió su calor.

Su voz grave y amorosa desglosaba decires como estás muy linda, tus pechos son esponjosos y penetrantes; tienes personalidad; una espalda tan limpia como la tuya es una fuente de placer para mis manos y otras sandeces.

Su forma de bailar era especial porque metía sus piernas entre las mías friccionándome la entrepierna y haciéndome nacer el temor a que descubra que era una disfrazada.

Tras un buen faje, antes que un baile, me devolvió a la mesa y, descarado, se sentó y pidió una botella para todos.

De alguna forma comprendí que la suerte estaba echada y debía seguir en mi papel de mujer todo lo que restaba de la noche.

El hombre, Miguel, era atractivo y le gustó a Miriam. La conversación fue fluida y el también sacó a bailar a Miriam. La relación amorosa se había establecido entre Miguel y Mariam (yo), pese a lo cual había nacido una plena confianza entre Mirian y él. Al fin las tres emes (Miriam, Miguel y Marian) recalamos en nuestro hotel.

Al entrar, el hombre me abrazó y, como si como si yo fuera una verdadera hembra, me arrastró a la cama.

Mirian (mi esposa) nos siguió como buena cortesana hasta que Miguel, con toda su borrachera y calentura encima, logró desnudarme y descubrir que era un hombre disfrazado.

El momento pudo ser trágico si él no se hubiera reído a carcajadas, siguiéndonos el juego a todos, hasta que me dio vueltas y me clavó su verga impiadosa, haciéndome devoto, y me hizo eyacular por la poronga que Miriam me comía.

Después, Miguel se la mandó a ella por delante y por detrás y, por último, me hizo un anilingus que me desarmó y debí soportarlo (con placer) hasta que me inundó el culo con su leche.

Debo reconocer que esta segunda vez me dejó en falta, pero mi mujer, con su técnica infusa, me satisfizo gestionándome el punto g y chupándome la verga.

Amaneció y, mucho después, me desperté ordenando los recuerdos y los ardores de la noche anterior hasta que abrí los ojos y las preguntas interiores me apabullaron.

  1. Mi mujer

Ella, Miriam dormía a pata suelta a mi lado exhibiendo su hermoso trasero, las líneas suaves de la espalda, desde sus hombros hasta la cintura y su grácil encorvamiento para pronunciarse en el culo voluptuoso de piel suave y fácil agujero, líneas que se pierden en muslos gastronómicos que dan ganas de lamer en cualquier parte y en todo momento.

“También, después anoche, tiene que dormir”, pensé al sentir un dejo de celos a los que no tenía derecho porque el juego había sido consentido, planeado y ejecutado por ambos y yo también había tenido mi parte en la ruleta.

Con dos suaves besos, uno en cada hombro, me levanté.

El esfuerzo de pararme me hizo sentir el temblor de mis piernas, mi falta de equilibrio y el terrible ardor en mi recto que me recordó la verga del flaco en mis entrañas como si la llevara puesta.

En el baño, me miré en espejo descubriendo los restos de un maquillaje que, ahora y caído el disfraz, me mostraba como un mamarracho.

Pero las necesidades fisiológicas imperiosas me llevaron al wc y descargarme. Luego, la ducha aclaradora de recuerdos; mi mano enjabonarme o acariciándome, aunque por dentro el recuerdo-presencia de la verga se hacía sentir.

Terminada la ducha me miré en el espejo y el maquillaje, corrido, deformado, adherido a la piel como una máscara, permanecía modificándome la cara. Yo me reconocía, pero era otro que llegaba a desesperarme.

Me sacó de ese pozo mi mujer que, ya despierta, ingresó al baño descubriéndome en el estado que estaba.

“Ya te ayudo”, dijo y, después de escuchar su meada y la ducha del bidet lavando la vagina, me tomó de los hombros sacándome del espejo y sentándome en la sala.

Con voz, gestos amables y amistosos, me calmó y lentamente, recurriendo a sus cremas y afeites logró limpiarme la cara, dejándome presuntamente como era antes.

Mientras limpiaba mi cara con sus afeites, deslizaba: “estuviste muy bien anoche”, “te portaste mejor que una mujer”; “me gustó verte, liberado”; “me gustó saberte libre, caliente y espontáneo llenándome de semen”; “tenías la verga parada y dura más grande que nunca”; “me llenaste más que nunca”.

Lo único que dije fue ¿te ha gustado?

“Sí, tonto, no empieces con macanas, a vos te encantó; y a mí ver como tu culito se abría al placer. No seas tonto, cómo no voy a comprenderte”. El “ya está” fue milagroso y, frente al espejo, me vi como era antes, pero distinto.

3.-

Después de esa reconstitución que hizo mi mujer, Mirian, de mi prestancia, y a pesar de que me sentía inseguro, vino el desayuno en el bar del hotel.

Yo no quería mirar a ningún lado. Sentía que, mirara a donde mirara, todos me reconocían como la mejor chica del disfraz. Mi mujer me calmó lo suficiente hasta que, a la merienda, en la mesa del comedor, el mozo se acercó a servirnos café y, al llegar a mí, me dijo desembozadamente: “Lo felicito, Ud. ha estado magnífica anoche al ganar el primer premio”.

La felicitación quedó flotando en el ambiente.

Mi mujer lo disimuló con una sonrisa cómplice y, a mí me convenció diciéndome, “tu disfraz fue el mejor, esta noche tienes que vestirte mejor para avanzar en el concurso”

“No entiendo, dije, me arde...”

No importa, ya pasará, pero te has portado muy bien y has ganado las preliminares. Yo te amo; necesitamos la plata del premio, dijo mi mujer.

4.-

Al llegar el atardecer, después de pasar un día hermoso, en el pueblo y sus playas, mi mujer me tomó de las caderas y me llevó en el hotel, escaleras arriba, donde teníamos la habitación.

Me sentía seducido por la actitud de mi esposa ya que siempre antes el trabajo de llevarla al privado era mío; ahora era ella la me tomaba de la cintura, aunque en la intimidad ya lo había hecho cuando jugábamos al cambio de roles.

En esas situaciones me sentía muy suyo y ella me decía: “eres mi marido, mi puto, quiero que goces y me hagas gozar”, a lo que yo condescendía obediente.

  • Tienes que ponerte muy bonita para esta noche porque Miguel será uno de los jurados, me dijo, agregando, necesitamos esa plata del premio.

  • Sí, acepté bajando la cabeza y sintiendo un enjambre de sensaciones punzantes en el culo que me habían abierto anoche con carne en serio y no con un aparato de silicona.

Mi mujer se tomó el trabajo de vestirme, maquillarme y hablarme como si fuera una diosa. Cuando me miré al espejo sentí que su labor no había sido mala y, todo sea por el premio, me sentí mujer.

5

La fiesta fue normal, primero la cena, en el caso con mi mujer como dos amigas, luego el camerino y, por último, el estresante desfile en el escenario. Miguel, en el palco de los jurados, no me sacaba los ojos de encima y hablaba de mí con los otros jurados cada vez que desfilaba, saludaba, me mostraba en la pasarela.

Me sentía mujer y atractiva.

Cuando anunciaron que era la ganadora, casi se me cae el techo. Mi mujer tenía razón. El secreto estaba en dislocarse la columna para sacar y menearse al caminar, sonreír con el dolor, y aceptar con ojos inteligentes toda frase estúpida que se diga. Lo demás lo tenía puesto porque la naturaleza me había dotado de un cuerpo feminoide, gracilidad de movimiento, buen culo, buena boca, flexibilidad de conciencia.

6

Así como vino el premio se fue porque Miguel, además de nuestros culos, tomó la mitad por su gestión, que le correspondía y, después, de pagar el hotel, quedaron unos pocos euros.

-“Después de todo, no nos fue tan mal”, dijo mi mujer al hacer la cuenta. Y me miró diciendo “ya sabemos para el futuro, eres mi socia.”