Concierto de guitarra y chochito ardiente

Aparté un poco del musgo crecido de su oscuro vellón, besé sus muslos y cuando pasé mi lengua por esa rajita mojada la sentí estremecerse, gimió, abrió los muslos y comenzó a moverse...

-Quiero entender esto, señorita Leopold, ¿quién tomó la decisión de cotizar el alquiler de un cuarto para una postulante a nombre de la fundación sin consultarme antes?

La señorita Leopold se acomodó las gafas, siempre se le deslizaban sobre el puente de la nariz aguileña. Los bordes de sus labios lucían arrugados por su costumbre de apretar la boca, como si quisiera hacerla más pequeña.

-Doctor, fue una sugerencia del doctor Merejo, él tiene mucho interés en que la Fundación patrocine a esta muchacha, y como usted sabe, los cuartos de la fundación están ocupados, el doctor Merejo dijo que hablaría con usted antes de viajar a Europa, pero ya usted sabe, seguramente él lo llamaría o… pobre doctor

El viejo Merejo había muerto hacía una semana. Estaba algo senil y su máximo dolor había sido tener que cederme la presidencia de la fundación, los estatutos establecían que el presidente debía ser menor de sesenta años y el único menor de sesenta en la directiva era yo. La Fundación Acordes era una institución sin fines de lucro que se sostenía con aportes de la unión Europea y de algunas asociaciones de melómanos de Alemania y de Holanda. El presupuesto de ese año daba para becar a cinco estudiantes, la residencia tenía siete cuartos pero dos eran prácticamente inservibles, se usaban para guardar el piano y los instrumentos, el otro hacía de biblioteca porque la biblioteca había sido transformada en sala de ensayos. Alojar a una estudiante fuera del recinto desvirtuaba el propósito de la fundación.

(Mientras recuerdo todas estas cosas veo a mi lado el cuerpo desnudo y hermosísimo de Samira, sus piernas como torneadas a mano, su negrura sedosa y brillante, ese culito respingón y sedoso como un durazno maduro y cálido…)

-Doctor, aquí tiene el expediente de la chica, debe ser que al doctor Merejo se le traspapeló. La audición de ella está pautada para mañana a las seis de la tarde. Ahora dígame qué hacemos con el cuarto, porque esa joven llega hoy al mediodía.

Estaba entre la espada y la pared. No podía llevarme a la chica a mi casa, aunque tenía tres dormitorios libres desde que se casaron mis hijas. Los europeos son muy estrictos cuando se trata de mujeres.

-Proceda- ordené y salí de la oficina rumbo a mi estudio. De la sala de ensayo llegaba el sonido de una escala de piano. El becario era un moreno de Azua que había demostrado buen oído, nos tocaba formarlo para ver si podíamos enviarlo a algún conservatorio de Italia o de Alemania. Dejé el expediente de la postulante sobre el escritorio, estaba cansado y al día siguiente me tocaba una audiencia difícil por un caso de divorcio en el que había unos cuantos millones en juego. Esa noche dormí mal. El enfrentamiento en el estrado fue tan duro como había previsto y la audiencia se prolongó unas cuantas horas. Eran casi las cinco cuando mi secretaria primero, y la señorita Leopold después, me enviaron mensajes al celular para recordarme que la audición era a las seis de la tarde en el comedor de la fundación.

Finalmente la jueza decidió pasar a un cuarto intermedio hasta la jornada siguiente y eso me dio tiempo a salir volando hacia la audición. Era una especie de tribunal examinador integrado por mí, un profesor del conservatorio nacional, un profesor de un conservatorio privado y dos músicos profesionales, violinista de la orquesta sinfónica uno y folklorista el otro. Cuando llegué caí en la cuenta de que no había visto el expediente de la jovencita, ni siquiera sabía su nombre ni qué instrumento tocaría. Cuando entré al comedor la señorita Leopold me miró con una cara de alivio que denotaba la angustia con la que me había estado esperando. Doña Maura, la mucama, me trajo un café y me ayudó a quitarme el saco. Alguien me alcanzó el programa de lo que la muchacha interpretaría y entonces supe que su instrumento era la guitarra: incluía piezas españolas conocidas, como una Folha, una zarabanda y un par de variaciones de temas de Alonso Mudarra y una ronda infantil dominicana.

Cuando la señorita Leopold abrió la puerta del comedor la chica entró con su instrumento, era una guitarra vieja y descolorida, pero las cuerdas eran nuevas. La muchacha era morena, tenía el pelo corto y brilloso de gel en un peinado varonil que resaltaba su carita redonda de nena asustada. Se la notaba nerviosa. Sus enormes ojos negros y su naricita respingada, más una boquita carnosa y sensual completaban el conjunto de un rostro muy bello. Llevaba puesto un pantalón negro perfectamente planchado, blusa de mangas cortas marrón cremita y un chaleco sin mangas del mismo color del pantalón. El toque femenino estaba en sus sandalias rojas, las uñas cortas perfectamente pintadas y unos aretes artesanales de porcelana.

La señorita Leopold nos presentó a cada uno de los miembros del comité de audiciones, aunque casi no había público, solamente dos o tres periodistas y alguno que otro estudiante del conservatorio nacional. También vi a dos muchachas que, supuse, eran conocidas de la postulante.

-Samira Eugenia Montero viene de Palmar de Ocoa, tiene 19 años y estudia música desde hace más de diez años, va a interpretar las composiciones que figuran en el programa y después responderá a las preguntas del comité de audición, así que a todos los presentes, les rogamos silencio y tú, muchacha, tranquila ¿estás lista?

La muchacha asintió, acomodó sus partituras en un atril, comenzó a maniobrar con el clavijero y arrancó con la primera pieza de Alonso Mudarra. Las cuerdas nuevas tenían el viejo problema del sonido de arrastre, pero se notaba que sus dedos eran ágiles y, sobre todo, no trataba de impresionar con el exceso de vibrato, como hacen algunos novatos en una audición. Tímidos aplausos formales coronaron la ejecución de la primera pieza, siguió después con una folha y después con la zarabanda, nada que cualquier practicante no pudiera hacer con un poco de esfuerzo, pero al final, con la ronda infantil, lució una habilidad que nadie esperaba, intercaló variaciones veloces y creativas mientras en mitad de la pieza acomodaba el clavijero para alcanzar la nota exacta. El profesor Peñalver comenzó a seguir los compases con la cabeza, algo desusado en él. La muchacha no cerraba los ojos al tocar. Los aplausos al final no fueron tan tímidos. Cuando terminó le preguntaron lo de siempre, por qué la guitarra, cuántos años tenía, la señorita Leopold le preguntó si tenía novio y ella respondió que no, Peñalver quiso saber si podía tocar piezas de memoria y ella dijo que algunas, él le hizo ejecutar algunas figuras básicas, como un trémolo, un arpegio, le dijo que le tocara un allegro y ella tocó el principio del allegro gentile del Concierto de Aranjuez. Tuve que rendirme ante la evidencia. Su audición había sido un éxito, y aunque yo no tenía puesta en ella ninguna expectativa, ni buena ni mala, hubo algo en sus ojos que me inquietó.

No aparecí por la fundación durante toda esa semana, el sábado en la mañana fui a una reunión preliminar para el concierto de fin de año, un evento que se preparaba con seis meses de anticipación.

(Si la señorita Leopold supiera que Samira fue capaz de inventar en mi cama todo lo que no se animaron a soñar los autores del Kama Sutra, seguramente le daría un infarto, y ahora mismo yo también me pregunto cómo no me dio un infarto mientras Samira me cabalgaba, cómo no me infartaron esos pechos regordetes hamacándose en una danza voluptuosa mientras su sexo empapado se empalaba en mi falo ardiente y endurecido)

Las becas de la Fundación eran matadoras, los estudiantes tenían que estudiar música en la fundación o en el conservatorio nacional pero al mismo tiempo, si aún no habían terminado el bachillerato, debían terminarlo, y si ya eran bachilleres, debían estudiar una carrera universitaria, y quemarse, es decir reprobar en dos asignaturas como máximo, equivalía a la pérdida de la beca. El programa llevaba cinco años desde su creación y más de diez estudiantes habían sido colocados en Europa y algo más de veinte en Estados Unidos. Mis contactos con algunas fundaciones españolas habían ayudado al éxito, sumado a la honradez del doctor Merejo y a la eficacia administrativa de la señorita Leopold. En ese momento yo acababa de cumplir cuarenta y dos años, había enviudado unos años antes y me dediqué tanto a mi profesión y a mis hijas, que apenas sí tuve tiempo para las mujeres, nunca pasé de romances más o menos fugaces, tuve una relación de varios años, muy cómoda, con una muchacha que no tenía la más mínima intención de formalizar nada hasta que se casó con el hijo de su empleador y aseguró su futuro en Europa.

En Santiago de los Caballeros, donde había transcurrido mi infancia y mi juventud, había dejado también a alguien que fue talvez mi gran amor, ese que todos tenemos guardado en un rinconcito del alma y al que alguna vez renunciamos pero nunca pudimos olvidar del todo. Recuerdo que después de la reunión y de ajustar algunos detalles, como ya se hacía tarde y en verdad tenía hambre, decidí invitar a la señorita Leopold a almorzar, pero ella me dijo que la comida ya casi estaba lista. Pasamos entonces al comedor y estuvimos charlando un poco con los muchachos, la mayoría tenía sus bultos hechos para viajar al interior, ese lunes era feriado adelantado y tendrían dos días de descanso. Cuando salíamos de allí, como siempre que almorzaba en la fundación, tuve que acercar a la señorita Leopold a su apartamento, cuando llegamos a la esquina ella distinguió a una muchacha con su guitarra colgada a la espalda. Me impresionó esa imagen del instrumento maltratado, la presión podía deformar la inclinación del puente, y eso lo arruinaría por completo. La señorita Leopold la llamó por su nombre y le echó un sermón por maltratar así a su guitarra. La muchacha avergonzada resultó ser la guitarrista, en ese momento no recordé su nombre, pero la invité a montarse en mi auto y después de dejar a la señorita Leopold la llevé a su casa y la dejé frente a la puerta de la pensión estudiantil donde la fundación le rentaba un cuarto. La muchacha era huérfana de padre y tenía dos hermanos del segundo matrimonio de su madre, que era enfermera y trabajaba en una clínica de Ocoa, donde ella creció. Sus hermanos eran menores, su padrastro era ingeniero pero estaba divorciado de su madre y de su padre no tenía noticias desde que su madre se mudó de Santiago de los Caballeros a Ocoa. En menos de diez minutos me contó su vida, me invitó a tomar un café en su cuarto pero no acepté, ella sonrió entonces con una sonrisita capaz de derretir un témpano y solo en ese momento reparé en lo bonitas que eran sus facciones, pero sobre todo en la expresión de su mirada pícara enmarcada en ese rostro de niña, llegué a dudar de que tuviera los diecinueve años que figuraban en su expediente.

-Es una pena, profesor, me encanta charlar con un señor tan especial como usted.

-¿Especial?

-Oh, claro que es especial, en la fundación todo el mundo lo admira, la señorita Leopold le tiene terror, usted es toda una leyenda.

Sonreí por toda respuesta. O esta muchacha es muy ingenua y espontánea o es una chismosa, pensé en ese momento.

Ese fin de semana recibí un mail de la señorita Leopold con una relación de todos los asuntos pendientes, me extrañó que no me lo dijera personalmente, pero ella era así, prefería mandar correos. Había documentos que el viejo Merejo había archivado y que yo debía revisar, era mucho trabajo atrasado, eso me obligó a dedicarle mucho tiempo a la fundación, llegaba a las cinco de la tarde y salía de allí agotado, poco después de las nueve de la noche. En esos días yo estaba solo, mis hijas me llamaban una o dos veces por semana, estaba algo estresado por los casos que tenía en proceso y mi secretaria se había dedicado a cortarme todas las llamadas de mis amiguitas de siempre. El martes en la noche salí de la fundación, muerto de hambre y con ganas de tomarme una cerveza fría. En la pantalla de mi celular daban poco más de las nueve de la noche.

-Profesor, excúseme

Di la vuelta, asombrado. A esa hora los estudiantes que vivían en la fundación ya estaban en sus cuartos. No se permitía entrar ni salir a nadie, salvo por motivos de estudio, es decir que podían entrar los que regresaban de la universidad pero nadie podía entrar y el único que tenía llave era el guachimán, y éramos muy estrictos, no se permitían visitas en los cuartos ni en días de semana, salvo familiares directos que vinieran del interior, pero con previo aviso.

-¿Qué haces a esta hora aquí, muchacha?

-Yo… alcanzó a responder con una voz cascosa, la boca muy abierta, el pecho le rugía, prácticamente se dejó caer en mis brazos. El guachimán se acercó y me ayudó a cargarla en el auto, enfilé hacia la clínica cercana a la Universidad Católica y entré a la emergencia dando gritos, creí que esa muchachita se moriría en el asiento trasero. Dos enfermeros se la llevaron y me dejaron esperando en un asiento empotrado en la pared. Una doctora muy simpática y bonita se acercó después de media hora.

-Ya está bien, ¿es su hija?

-No, ella es… becaria de la fundación que yo dirijo

-¿Usted sabía que es asmática?

-No, prácticamente no la conozco, se descompuso justo cuando yo salía de mi oficina en la fundación y

-No se preocupe, ya está mejor, la nebulizamos y la estabilizamos ¿usted conoce a la familia?

-No… dije mientras movía la cabeza, preocupado.

-Bueno, hay un riesgo mínimo de crisis, yo no sé si usted sabe que el asma es de origen alérgico, si esta chica se expone a la causa de su alergia puede tener una recaída, o sea que por esta noche puede dejarla interna si quiere, pero si se la va a llevar es mejor no dejarla sola, ¿oyó? De todas maneras ella va a tener que consultarse con la doctora Ulloa, que es especialista en asma. ¿La chica tiene seguro?

-La fundación tiene un seguro general que incluye a todos sus becarios, pero eso yo no sé cómo funciona, así que por esta vez me hago cargo yo

-Bien… dentro de una media hora más o menos se la puede llevar.

Hice todos los trámites y ayudé a la muchacha a montarse en mi auto, era poco más de las once de la noche. Se la veía asustada, intentó disculparse pero le dije que no se preocupara.

-Vas a dormir en mi casa. No voy a arriesgarme a que te dé otra crisis- dije. La acosté en mi cama, vestida como estaba, ni siquiera le quité los tenis que llevaba puestos, y me tendí en el sofá de la sala. Me quedé dormido de inmediato. Me despertó un aroma de café y de pan tostado, de vainilla y de jugos de citrus.

Eran las siete de la mañana. La niña lucía un aspecto radiante, como si nada le hubiera sucedido. Caminé avergonzado a mi habitación y bajé después de haberme duchado, me puse un traje gris y llamé a mi secretaria para decirle que me enviara la agenda del día a mi móvil, porque no había revisado nada la noche anterior.

-Muchacha, anoche casi te mueres y ahora estás preparando desayuno, a ver, cuéntame.

-Bueno, yo… tengo asma bronquial pero tomo una pastilla y uso un aerosol… ya usted sabe… lo que pasa es que se me acabó y… mi mamá no me ha enviado el dinero para comprarlo y, como anoche no me sentía bien fui a la fundación, a pedir ayuda porque casi no conozco a nadie en la capital, menos mal que estaba usted, señor, le debo la vida

-¿Y llamaste a tu madre? Llámala ahora mismo.

Vi en su carita avergonzada que el problema era que en realidad no tenía dinero para su medicamento. De todos modos insistí en que llamara a su madre, tomé mi celular y marqué yo mismo.

-¿Cómo se llama tu madre?

-Rosaura

-¿Rosaura qué?

-Rosaura Montero.

Mientras marcaba el número de la mujer recordé vagamente a Rosaura, mi compañera de bachillerato, mi gran amor frustrado de la adolescencia. Ahora no me parecía un nombre tan bonito.

-¿Aló?

-¿Rosaura Montero?

-Sí, ella habla

-Un momento- dije y le pasé el teléfono a la muchacha.

Me levanté de la mesa un momento para que pudieran hablar con tranquilidad y, cuando volví, Samira me devolvió el celular. Le dije que viniera conmigo, fuimos a una farmacia y compramos sus pastillas y le compré tres vaporizadores, me divirtió su cara de asombro cuando pagué los casi cien dólares que me costó aquello. Le dije que a partir de ese momento ella tenía que hacerme acordar con tiempo de esa medicina, para que no se repitiera ese episodio. Al despedirse me abrazó emocionada y me dio un beso y después festejó mi perfume. Me hizo gracia.

Durante esa semana seguí trabajando en los papeles de la fundación y después me iba a comer algo antes de dormir. Una noche soñé con Rosaura. La vi caminar por la playa de Sosúa donde pasamos el único fin de semana que estuvimos juntos, quince días después ella se casó con Ricardo, él había vuelto de Nueva York, traía dólares, se compró un carro y una casa, puso un negocito, en fin, cosas que en aquel tiempo pesaban mucho más que el futuro de estudiante muerto de hambre… qué yo podía ofrecerle sino un cuartucho de mala muerte en la zona universitaria. Me costó tabaco y whisky barato en muchas noches de insomnio poder olvidarla un poco, pero ella tenía esa costumbre de aparecerse así, a mansalva en mis sueños de la madrugada, ahora que estaba solo y Juana, mi compañera de una vida y madre de mis hijas, ya no podía brindarme un poco de consuelo. Esa mañana decidí que no iría por el estudio, salí a caminar por el parque Mirador Sur y llegué hasta el árbol donde solíamos sentarnos con Juana mientras las niñas montaban sus bicicletas, recordé momentos felices, me sentí viejo. Debiera ser feliz, me dije, no tengo apuros económicos, mis nietas vendrán en navidad, puedo ir a comer al restaurante que me dé la gana, pasar la noche con una muchacha sin tener que rendirle cuentas a nadie, y sin embargo estoy solo. En fin, que me estoy poniendo viejo, es eso. Esa noche en la fundación Samira se apareció por mi oficina.

-Quisiera hablar con usted, profesor.

-No soy profesor, ya no lo soy, soy un simple abogado, niña, dígame

Me entregó un sobre que, dijo, me enviaba su madre. Cuando lo abrí encontré adentro varios billetes de cien pesos, que completaban la cantidad de tres mil y monedas. No entendí al principio pero de inmediato recordé que se trataba, seguramente, de la devolución del dinero que había gastado en las medicinas.

-Explícame- pedí con el entrecejo fruncido.

-Oh, no se enoje, por favor, es su dinero… es

-Es lo de tus medicinas ¿verdad?

-Sí… yo… llamé a mi madre y le dije que

-Mire, señorita, llévese esto… y por favor, no lo vuelva a hacer. No me sobran los cuartos, pero usted no me debe nada ¿entendió?

-Señor… yo

-Ningún "señor", devuélvale ese dinero a su madre, que usted tampoco lo necesita, usted tiene sus gastos cubiertos con una beca, su único compromiso es estudiar, ¿oyó?

-Pero

-Ningún pero… y por favor, váyase que ya es tarde.

La vi tomar el sobre y salir, humillada, y confieso que me movió a ternura. Cuando salí de la fundación la encontré afuera, esperando un transporte, era tarde y el cielo estaba ennegrecido por las nubes de lluvia en plena temporada ciclónica. La invité a subir con intención de acercarla a una parada de guaguas más segura. Abrió la puerta trasera del auto y colocó allí su guitarra, se sentó a mi lado y se enjugó una lágrima con la palma de la mano.

-¿Te peleaste con tu novio?- intenté bromear.

-Señor, no hay ningún novio con quien pelear

-Oh, ¿y qué fue?

Ella comenzó a llorar entonces, como si estuviera dolida por algo. En ese momento comenzaron a dibujarse en el parabrisas las primeras gotas de lluvia y yo no sabía qué hacer. Detuve el auto un par de calles más allá de la avenida 27 de Febrero y le pregunté qué le pasaba.

-Excúseme, profesor, es que estoy demasiado sensible hoy… mi mamá y yo… no nos entendemos y… yo creo que voy a dejar la fundación para buscarme un trabajo, porque talvez ella tiene razón, ella está pasando trabajo con mis hermanos allá, mi padrastro está desaparecido hace años y… usted no tiene que escuchar mis problemas, por favor, lléveme con usted, señor, yo no quiero estar sola en mi cuarto, yo… extraño mi casa y

-Dios mío- dije para mí en voz alta, y enfilé hacia mi casa solitaria con esa niña hermosa deshecha en lágrimas.

La marquesina de mi casa estaba cerrada con llave, ella me quitó la llave de la mano y de sacó un pequeño paraguas de su mochila, bajó y abrió la marquesina. Sentí que estaba cometiendo un error pero la depresión de esa niña se parecía en cierto modo a la mía, ambos estábamos solos en una ciudad ajena.

-¿Usted se deprime a veces?

-Mucho, pero tengo motivos más… valederos que los tuyos

-Oh, usted es un señor exitoso, respetado, es buen mozo, es un caballero ¿cómo puede deprimirse?

-Hm… déjame ensayar una respuesta, una muchacha bonita como tú, con una habilidad artística como la tuya, con un futuro promisorio por delante, que tiene tanto que esperar de la vida, ¿cómo puede deprimirse?

-Señor… me hace sentir tonta yo… ¿puedo pedirle algo?

-A ver… ¿me deja tocar la guitarra?

-De acuerdo, pero antes vamos a hacer cena, porque deprimirse con el estómago lleno es mucho mejor… ¿verdad?

Comimos pizza y bebimos un tempranillo español que yo había guardado, y después, mientras los truenos y relámpagos parecían anticipar el comienzo del Apocalipsis, ella desenfundó la guitarra, se sentó en el piso, recostada contra un sofá de la sala, y comenzó a templar las cuerdas. La vi cerrar los ojos mientras tocó, prácticamente sin variaciones, "Guárdame las vacas", una composición tradicional de Luis de Narváez, siguió después con un preludio lleno de trémolos y arpegios que yo pensé que nadie conocía, tocó una variación de un tango de Piazzolla y de pronto se detuvo.

-Se me acalambran las piernas- dijo y se sentó en el sofá.

-Puedes parar si quieres- sugerí, debes tener cansados los dedos también

-¿Se aburre?

-Niña, me pasaría la noche entera escuchándote, pero tienes que descansar, y yo también… ¿te sientes mejor?

-Sí… es usted, señor… ¿puedo hacerle una pregunta?

-Adelante

-¿No tiene novia ni… digo… no hay una mujer en su vida?

-Hay muchas, pero eso es todo lo que te diré.

-Excúseme… dijo y comenzó a enfundar su guitarra, ¿dónde duermo?

La acompañé hasta el cuarto de mi hija mayor, le acerqué un par de toallas y jabones de tocador, un tubo de pasta dental y un cepillo de dientes, que le dije que se lo quedara, y me fui a dormir sin remordimientos. La noche estaba fría, los acordes de esa guitarra me acariciaban el alma, esa niña era hermosa y sus dedos dibujaban sonidos angelicales sobre el pentagrama de madera y cuerdas

(Pero los mejores arpegios de Samira los he gozado yo, los trémolos más vibrantes me los interpretó con su panochita caliente, las más dulces armonías las disfruté de sus senos azucarados y tibios…)

A las seis de la mañana la lluvia había anegado prácticamente todos los sectores más bajos de la ciudad, las universidades y escuelas suspendieron las clases y las oficinas públicas estaban sin luz. Mi mucama llamó para avisar que no vendría porque no había transporte desde su casa. Y el diluvio continuaba. Mi secretaria también llamó para avisar que no podía salir de su casa, de modo que me dispuse a perder el día. Lo cierto es que me envolví en una toalla y entré al baño, dispuesto a darme una larga ducha tibia, afeitarme la barba crecida, en fin, cocinaría una carne al horno pero al abrir el baño me topé con Samira, desnuda, totalmente mojada y enjabonada, los ojos cerrados bajo el chorro de agua, se dio vuelta hacia mí en la fracción de segundo que tardé en abrir y cerrar la puerta y se me quedó grabada en la retina su desnudez morena y el oscuro vellón de su sexo blanqueado de espuma y sus senos regordetes y perfectos… me extrañó que esta muchacha utilizara el baño de abajo y no el de arriba pero bueno… fui a mi habitación y me vestí con un pijama y esperé un tiempo prudencial, cuando salí el aroma de café y tostadas en la cocina me dio de lleno, me duché rápido, me puse un pantalón de algodón, chancletas y una guayabera de hilo. Desayunamos tranquilamente, no hice alusión al incidente del baño y ella actuó como si nada hubiese sucedido. Puse la tele para ver noticias y me encerré después en la biblioteca. Escuché la guitarra durante toda la mañana mientras repasé los expedientes que tenía cargados en la PC. Ella vino a tocarme la puerta cerca del mediodía para decirme que la comida estaba lista, y vaya si sabía cocinar, hizo una carne al horno que estaba deliciosa, tomamos un vino de mi vinotera y comimos un panetone español que me encantaba. Después del café decidí que dormiría una siestita, ella me preguntó entonces si podía ponerse alguna de las ropas que había en el closet de arriba, para lavar su pantalón y su blusa y secarlos después con la plancha. Noté entonces que llevaba el mismo pantalón que en la audición y la misma blusa. Dije que sí. La lluvia continuó hasta bien entrada la tarde. Me quedé en mi cuarto, viendo películas subtituladas y no supe de mi huésped hasta la noche. Supuse que se iría apenas pudiera pero, cuando eran casi las ocho, la alarma automática de la marquesina sonó y las puertas de la casa se trancaron automáticamente. Alguien estaba tratando de entrar, una sirena de un patrullero, algunos disparos y un griterío llegaron desde la calle. Samira entró a mi cuarto dando gritos. Tenía puesta una vieja camisa mía con las mangas recogidas. Saqué de un cajón de mi mesita de noche mi vieja pistola Sig Sauer 220, apagué las luces y salí hacia la parte de atrás de la casa. En ese momento varios disparos dieron en el frente y los vidrios saltaron hechos añicos. Finalmente alguien que se identificó como policía con una bocina pidió que lo dejara entrar y, efectivamente, era un oficial que me informó que hubo un asalto a una casa de a la vuelta y que los ladrones escaparon por los techos. Vinieron más policías y tomaron fotos de la ventana rota, de los trozos de vidrio en el piso y prometieron que dejarían un guardia a cargo de la cuadra. Cuando entré a mi habitación Samira estaba literalmente aterrada, acurrucada junto a la mesita de noche

-Por favor, señor, no me saque de aquí, no me deje sola… tengo miedo… dijo con un hilo de voz y se apretó contra mí. Hacía demasiado tiempo que no tenía en mis brazos un cuerpo tibio, tembloroso, inolvidable como ese, pude sentir los latidos de su corazón por encima de la tela de la vieja camisa. Me sentí incómodo porque ella no me soltaba. Su fragilidad, el aroma de jabón, de suavizante de ropa, su pelo cortito, todo su ser parecía pegado a mí, me excitó

-Tranquila, mi niña, no pasará nada, no

Entonces, como tal vez hubiera sucedido en mis mejores fantasías, esa niña me besó en la boca, con un beso fuerte, caliente, que me encabritó la sangre y aunque luché por soltarme, en último y vano intento de sensatez, no pude… caímos sobre la cama donde, desde que había muerto mi esposa, yo jamás me había acostado con ninguna mujer, comencé a besarle el cuello, le mordisqueé las orejas, ella acarició mi nariz con la punta de su varicita respingada y después se acomodó sobre mí, exactamente como un jinete. Se desprendió parsimoniosamente los botones de la camisa, no había nada debajo, solamente sus pezones erectos como dos globos con punta de chocolate, su vientre sedoso y el vellón espeso de su sexo sin depilar

-No tengo condones- dije

-No hay problema, hace dos días que se me cortó.

Encendí el aire acondicionado del cuarto y me desnudé después de apagar la luz.

-Déjate amar- pidió ella y yo comencé a besar su cuello, bajé hasta sus pezones que parecían destilar una miel desconocida, dejé que mi lengua anduviera alrededor de su ombligo, aparté un poco del musgo crecido de su oscuro vellón, besé sus muslos y cuando pasé mi lengua por esa rajita mojada la sentí estremecerse, gimió, abrió los muslos y comenzó a moverse, levantó la pelvis y me acarició el pelo mientras apoyaba sus pies sobre mi espalda, mi lengua hacía cositas en su chocho empapado y mis manos tanteaban sus pezones endurecidos, metí un dedo entre esos muros de carne tibia y palpitante y esta vez su movimiento fue como de danza mientras sus gemidos casi se hicieron gritos, mi dedo tanteó en el interior de esa chucho ardiente y sentí que su culito latía, introduje mi lengua por completo y al sacarla ella me retiró la cabeza y se puso de costado, mientras respiraba con la boca muy abierta y la piel cálida y sudorosa me indicaba que había tenido un orgasmo increíble. Me besó con toda la animalidad del deseo y se montó sobre mi bastón enhiesto y deseoso, se movió hasta introducírselo totalmente mientras mis manos le sostenían los senos movedizos que se hamacaban al ritmo de sus embates, me cabalgó, volvió a gemir, me pidió que acabara, volvió a gemir con gemido muy parecido al grito y, exhausta y palpitante, se dejó caer sobre mi pecho sin sacar mi carne erguida de su carne abierta.

-Sí que eres especial, dijo, eres un caballero y un amor… hmmm… repitió mientras me besaba una y otra vez. Se quedó adormilada un ratito y después se despertó y volvimos a hacer el amor, esta vez ella se acomodó de espaldas sobre mí, se introdujo ella misma mi trozo envarado y volvió a cabalgarme hasta gemir, me colocó las manos sobre ambos senos mientras con un dedo se acariciaba la entrada superior del chochete mojadísimo, voy a acabar, por favor, vente cuando quieras mi amor… dijo entre espasmos placenteros, y cuando noté que se le ponía la piel de gallina, me dejé ir hasta sentir que una larga agonía de deseo y soledad se deshacían en ese sexo tibio y pegajoso, territorio de todos los deleites jamás soñados

Al día siguiente salimos de la casa antes de las ocho de la mañana, la acompañé a que el enviara a su madre el dinero del sobre y después la dejé en la universidad. Me encargué de que alguien viniera a arreglar la ventana de calle de mi casa y me ocupé de mis cosas. Sensaciones encontradas dominaban mi mente, por un lado estaba pisando terreno peligroso, no podía involucrarme con una becaria de la fundación, eso podía echar por tierra toda mi trayectoria profesional ganada con mucho sacrificio, por otro lado había pasado una noche genial, como jamás se me hubiera ocurrido. Decidí que tomaría distancia de esa niña, aunque no estaba seguro de que me resultaría fácil. Ella me llamó a mi oficina de la fundación una tarde que, evidentemente yo no podía negarme a atenderla. Me dijo que estaba en el multicentro de la avenida Churchill, que necesitaba hablar conmigo. Tómate un taxi y ven a la fundación, le dije, y ella llegó como media hora después. Me trajo una serie de informes médicos, y un presupuesto dental que necesitaba mi aprobación. Le dije que todas esas cosas tenía que tramitarlas con la señorita Leopold y le di dinero para reponerle lo que había gastado en el taxi. La señorita Leopold apareció entonces y hablamos los tres, de manera informal sobre bueyes perdidos, ella le entregó los papeles y me ofrecí a llevarlas a ambas a sus respectivas casas. Dejamos a la señorita Leopold y, cuando quedamos solos, ella insistió en que necesitaba hablar. Vamos a su casa, profesor, por favor, dijo. En mi casa hablamos de manera franca y directa. Le dije que era muy peligroso para ambos, que nos involucráramos en un relación de cualquier tipo, soy un hombre viejo y tú podrías ser mi hija, los patrocinadores de la fundación me cocinarían si supieran que me acuesto con una becaria, tú podrías ser hasta mi nieta, ironicé, y ella se rió, me encantan los abuelos, dijo y comenzó a quitarse la ropa, otra vez el mismo pantalón y la misma blusa, cuando dejó caer su sostén sobre la mesa y quedó en tanga ya mi razón estaba totalmente obnubilada, la tomé en mis brazos y nos tiramos sobre el sofá de la sala, ella me ayudó a desnudarme, se acomodó encima de mí de manera que comencé a pasar mi lengua por su chocho tibio y terminamos haciendo un sesenta y nueve como en las películas, ella estaba dispuesta a demostrarme que sabía, pero era evidente que su experiencia no era tanta, tuvo un orgasmo intenso que la hizo gritar, colocó mi pene entre sus tetitas maravillosas y me recalentó hasta que, cuando vio que estaba demasiado excitado, me masturbó con dureza, su mano me causaba dolor pero al mismo tiempo me excitaba más ver cómo se movía su culito y comencé a acariciarlo… ¿te gusta? Es tuyo mi cielo… dijo ella y esa vocecita me hizo diluir en un espasmo que me dejó totalmente hecho una nulidad… le pregunté cuánto hacía de su última menstruación y la fecha no daba para que la penetrara, me negué a hacerlo y ella se enterneció. Me dijo que yo era un amor y cómo era posible que las mujeres me hayan dejado escapar. Compra condones para mañana, me dijo antes de quedarse dormida. La levanté y la llevé a su casa en un taxi, puse unos billetes de mil pesos en su mochila y regresé a dormir, agotado, saciado y preocupado. Esto no tenía que ser. Pero aún me faltaba conocer otro detalle que complicaría más las cosas. Me prometí que renunciaría a la fundación si fuera necesario pero no continuaría con esto que amenazaba convertirse en un infierno. Al día siguiente no fui a la fundación, pero ella me llamó desde su celular y hablamos de muchas cosas, como dos amigos, como dos novios, cuando se ponía tierna yo le recordaba que ya esa etapa de mi vida había pasado, que cada vez que recordaba su edad me sentía ridículo, ella se reía entonces y me contaba cosas de su infancia. El viernes en la noche la señorita Leopold me llamó para decirme que de España vendrían a hacer una inspección de uso de los fondos, y que alguien de un conservatorio quería presenciar el ensayo general del concierto de fin de año, algo que me pareció una insensatez porque los chicos estaban en ensayos preliminares, ni siquiera había un programa tentativo. Entonces tendremos que improvisar una reunión con los muchachos, dijo ella, y preparar algo más o menos organizado para el próximo sábado que es cuando esta gente quiere su audición, por los papeles no hay problema, está todo en orden. Samira resultó ser una eficaz organizadora, armó un programa tentativo con los otros chicos, ensayaron al vapor algunas piezas clásicas, su entusiasmo contagió a los otros becarios y al final la audición fue un éxito. La profesora alemana que vino con el grupo quedó impresionada con la habilidad de Samira, necesita una buena academia y será una concertista de primera, dijo. Esa noche invité a los chicos a comer y fuimos a una hamburguesería cerca de la fundación, por supuesto, tuve que llevar a la señorita Leopold a su casa y a Samira, pues… ella dijo que quería ir a una cabaña con yacuzzi… me hizo tender sobre la cama y comenzó a desprender botones y cierres, cuando me tuvo desnudo y empalmado como en mis veinte años, me pidió que la desnudara lentamente… me dio un poco de trabajo el brochecito triple de su bra, pero el premio fueron esos botoncitos oscuros como golosinas de chocolate que se endurecían al contacto de mi lengua, encanuté los labios y le hice vientito en la columna hasta llegar al huesito dulce, que acaricie a mordiscos que la enloquecían, le bajé la tanguita hasta unos centímetros antes de las pantorrillas y le mordí los glúteos redonditos y carnosos, ella comenzó a luchar para liberarse, se dio vuelta, se quitó totalmente la tanguita mojada y el aroma penetrante y salobre de su chochito empapado me dio de lleno en la nariz, saltó de la cama y puso a funcionar el yacuzzi y me invitó a que la siguiera, una vez en el agua se dejó enjabonar y acariciar hasta volverme loco, me sostuvo de los glúteos hasta que mi tronquito asomó fuera del agua y se lo introdujo en la boca, su lengua juguetona y endiablada subió y bajó cuantas veces ella quiso, se detuvo en mi glande, con el duchador de mano del yacuzzi me lavó varias veces y volvió a metérselo en la boca, hasta que, a punto de acabar por ese adorable tormento, le pedí que saliéramos, cuando la tuve sobre la cama, después de haberla secado totalmente, volví a morderle los glúteos, le besé el huesito dulce y le di un beso negro que ella no se esperaba, primero cerró el culito pero a medida que mi lengua fue dándole cosquillas comenzó a levantarlo un poco, dejó que lo abriera con los dedos y, cuando metí totalmente mi lengua en ese abismo mínimo, la sentí gemir complacida, parecía una gatita en celo… oh… oh… métemelo despacito… plis… pidió, pero yo seguí atormentándola de placer y deseo, le pasé el pulgar por el chochito mojado y esta vez sus gemidos aumentaron… pugnó por liberarse hasta que se me montó encima y se metió totalmente mi bastoncito endurecido y me cabalgó pero solo un momento, me colocó un condón, me dio una corta mamada y se montó de espaldas a mi, mientras le acariciaba los senos, sentí que me adentraba en un hoyo más estrecho que su conchita adorable, se inclinó hacia delante para que la penetrara mejor, volvió a acomodarse y comenzó a introducirse un dedo en el chochete mientras se movía con lentitud para que mi carne le entrara en el culete calentito, sus gemidos felinos aumentaron en intensidad, se movió más rítmicamente hasta que se tensó un momento… me gritó que acabara, se agitó sobre mi bastón erguido que se vació totalmente y, cuando estuvo segura de que yo había llegado al final, salió de mi cuidadosamente y se acostó boca arriba, jadeante y sudorosa… ay papi… dijo con un hilo de voz… eres de lo que no hay… nos dimos una ducha y volvimos a la cama. Estuvimos en silencio, hasta que empezamos a besarnos y esta vez ella se montó sobre mí y me frotó el vientre y el pecho con el vellón oscuro de su sexo, cuando ella me puso otro condón y me dio una chupadita volví a encenderme y esta vez fui yo quien la montó, se lo fui metiendo despacito, hasta que ella comenzó a moverse, aguanté cuanto pude mi orgasmo, ¿quieres probar a terminar juntos? Preguntó mientras se movía, seguí bombeando con la respiración agitada hasta que ella dijo… ahora mi amor… ahora… no sé si terminamos juntos, pero el placer fue tan grande que creí que se trataba de un sueño, el sueño en que me sumergí de inmediato.

El final de la historia fue menos duro de lo que yo esperaba. El día del concierto ella estaba muy ansiosa porque su madre y sus hermanos le habían prometido que vendrían. Efectivamente, llegaron al mediodía de un viernes de diciembre y esta vez casi me da un infarto. Yo había ofrecido alojar a su familia en mi casa, sabía que la relación de Samira con su madre era pésima y esperaba que mi presencia pudiera alejar cualquier posible choque entre esa mujer y esta muchacha que no había ido a Palmar de Ocoa más de tres veces en el año, en realidad estuvo muy ocupada con sus estudios, con sus prácticas y en inventar conmigo sobre las camas de todas las cabañas de Santo Domingo todas las diabluras posibles. Fuimos a la parada de autobuses a esperar a la familia de Samira y, cuando vi bajar del autobús a la mujer que ella me señaló como su madre tuve que tragar aire una y otra vez, fingí un ataque de tos, me recompuse a duras penas y puse mi mejor cara de imbécil: Samira era hija de Rosaura Montero, la madre de Samira era la mujer que había convertido mi adolescencia y parte de mi juventud en un largo y sombrío otoño… Rosaura se quedó petrificada, sus ojos adolescentes me escudriñaron desde ese cuerpo ahora gordo y agotado, un pelo teñido de castaño rojizo reemplazaba a la larga catarata de azabache que fuera el cabello del que Rosaura se había enorgullecido en su juventud. La miré fijamente a los ojos, como rogándole que disimulara, como si ella pudiera leer en mi mirada que el amor, el goce y el placer que yo hubiera dado el cielo y la tierra por gozar con ella lo había conseguido con el cuerpo apetecible, inolvidable y ardiente de su hija, y gracias al cielo, Rosaura no me reconoció, o simuló con la misma maestría con que fingió no verme aquella tarde en Santiago, cuando caminaba del brazo de Ricardo y me dio a entender con el beso que le dio, que yo ya no existía para ella. Dejé a Rosaura, a Samira y a sus hijos en mi casa y me fui a mi oficina, regresé lo más tarde que pude pero no me fue posible eludir el interrogatorio de Rosaura. Samira había ganado una beca para estudiar música en Alemania, mis influencias me permitieron conseguirle el visado, su pasaje de avión ya estaba confirmado y su viaje definitivo era un hecho. Traté de que Rosaura entendiera que no podía, que no debía impedir que su hija se fuera, y aunque mis motivos para ocultarle que su madre y yo nos conocíamos solamente obedecían a un oscuro sentimiento de culpa por haber transgredido principios éticos que me obligaban a no involucrarme con una becaria que además podía ser mi hija, que lo hubiera sido si Rosaura no me hubiera abandonado. Esa noche, antes del concierto, la señorita Leopold leyó un discurso muy emotivo en el que resaltó mi aporte a la Fundación, mi ética intachable, mi hombría de bien y señaló como el mayor éxito la beca otorgada por el gobierno alemán a Samira, a quien definió como "la joyita de la Fundación Acordes". Samira tocó piezas de Tárrega, de Torroba, de Joaquín Villalobos, un popurrí de rondas infantiles que le permitieron lucirse ante un auditorio atónito que después la aplaudió de pie, y si los ángeles saben tocar la guitarra estoy seguro de que la habrán escuchado con envidia, la última pieza, una adaptación de una composición de Paganini, mantuvo en vilo hasta a los más exigentes maestros del conservatorio nacional, y cuando sonó el último acorde busqué sus ojos desde mi asiento, creo que ella decidió mirarme entonces, y en los lagrimones que surcaban su rostro precioso entendí que el adiós era el paso definitivo hacia su triunfo y mi regreso a la soledad.

-Quiero quedarme contigo, estoy enamorada de ti, me casaré contigo mañana mismo, sólo tienes que pedírmelo, mi madre ya lo sabe, yo misma se lo he dicho, todo está claro ahora, sé lo que pasó entre ustedes, o mejor dicho lo que no pasó, y no me importa, yo te quiero a ti ¿no puedes por una vez en tu vida dejar de ser un cobarde?

-Samira, no me hagas esto. A ti te espera un mundo nuevo lleno de cosas maravillosas en el que yo no debo interferir, amor, hace veinte años tu madre estuvo a punto de hacerme olvidar dónde tenía la hombría, la dignidad, el honor, por ella casi olvido para qué tenía todas esas cosas, pero si te quedas ahora, mi niña, seré yo el que no me perdone. Tienes que irte, no puedes rechazar esto con lo que tantas chicas de tu edad sueñan, yo no puedo acompañarte, si te quedas terminarás odiándome un día...

La discusión siguió hasta que terminamos haciendo un sesenta y nueve que nos dejó agotados, y aunque me moría de ganas de aceptar que se quedara, supe que lo que ella consideraba cobardía era mi último acto de valor y de coraje.

(En cada concierto de guitarra que escucho ahora revivo una y otra vez los besos de Samira, sus caricias, su cuerpo sobre el que ejecuté las más hermosas y dulces melodías con mis dedos, con mi lengua, con mi sexo enfebrecido)

La noche anterior a su partida hicimos el amor hasta quedar exhaustos, Samira se montó sobre mí como le gustaba hacerlo, se había afeitado el chochito y lo bañó con miel para que se lo chupara hasta la saciedad, caminó desnuda por toda la casa, muerta de risa mientras yo la perseguía en el colmo de la calentura, hasta que la atrapé o ella se dejó atrapar junto al sofá y le penetré allí mismo, ella me puso las piernas sobre el hombro y se movió como si danzara… quise aguantar todo lo que pude, pero ese chochito delicioso estaba más rico que nunca, me vacié totalmente en Samira y regresamos a mi cama, ella se dio un baño y se dejó chupar el coñito hasta que acabó pero después seguimos acariciándonos, le metí dos dedos en la chucho empapada hasta que se excitó de nuevo… no pares mi amor… no pares… dijo, entonces acompañé las estocadas de los dedos con la punta de la lengua en la entradita del chocho y Samira gritó de placer. Sobre la madrugada, con lo que me quedaba de fuerzas, la penetré por última vez y ella me regaló como su recuerdo ese culito precioso, inolvidable y cálido, y se durmió en mis brazos hasta que los primeros rayos del sol marcaron la hora del adiós definitivo.