Concierto
Un concierto de verano, adolescentes fogosos, muchos mensajes de móvil y una buena mamada.
CONCIERTO.
Fue durante un concierto. Lo curioso es que la cantante era yo. Por aquel entonces nos llamábamos Agua de Luna y pensábamos que nos comeríamos el mundo. Juan y Clara tocaban la guitarra. Yo cantaba, lo nuestro era pop comercial con aires de flamenco. No llegamos a ninguna parte pero nos divertimos mucho ese verano.
Ocurrió en un pueblo del Sur. Uno de esos perdidos por ahí, con playa, y gente ávida de diversión. Él estaba entre el público, tendría dieciocho años, lucía una melena castaña que le rozaba los hombros. De repente me lo imaginé desnudo, en mi cama, con una de sus manos acariciando mi culo, la otra entretenida en retorcer mis pezones.
Él se fijó en mí, también. Comentó algo con sus amigos, y me obsequió con un gran repaso. No recuerdo cómo iba vestida, en aquella época llevaba el pelo cortito, teñido de color arándano, y probablemente me habría puesto unos vaqueros y una camiseta, antes me encantaba vestir así. Yo creo que era bastante guapita, no muy alta, con un cuerpo lleno de curvas sugerentes, un trasero respingón y unas tetas bastante generosas.
Al terminar una canción le sonreí. Se encontraba en segunda fila, más o menos, y me fijé en sus ojos azules. No estaba nada mal, el chico Me miró, y su mirada era penetrante, casi sentí cómo mi vulva se abría para cederle el paso a su verga erecta. Me excité, lo reconozco. Me excité bastante, y mi tanga se humedeció, y ahí dentro algo palpitó y deseó ser lamido. ¿Cómo sería su lengua?. ¿La movería bien?. La quería en mí, y la quería ya, dentro de mi coño, llenando los pliegues de mi geografía sexual de saliva y placer.
Alguien me entregó un trozo de papel, mientras Juan decía no sé qué de algo, y la gente se reía, divertida. Juan se encargaba de amenizar las veladas, era el simpático del trío, el que tenía más tablas. El único chico, nada feo además, así que casi siempre conseguía enloquecer a buena parte de los asistentes a nuestras actuaciones. Me preparé para meterme con una nueva canción, ¿la novena de la noche?, ¿la décima?, y eché un vistazo al papelito que acababan de darme. Lo que suponía. Un número de móvil.
Álvaro. Y un 6 seguido de varios números
Una promesa
Mientras nos aplaudían, tras una más que decente interpretación de nuestro tema estrella, me las ingenié para enviarle un mensaje a aquel Álvaro tan mono, que tanto me observaba, al que tan bien sentaban sus vaqueros anchos. Disponía de poco tiempo, así que fui directa al grano. "Me apeteces. Me gustaría comerte la polla y escucharte jadear", escribí, y pulsé enviar.
Ya estaba cantando, otra vez, acomodando mis caderas al ritmo que marcaba la nueva canción, cuando él recibió mi recado. Hizo una mueca, complacida, y creí ver que se calentaba un poco, que ya le molestaba el pantalón. Yo, por mi parte, estaba mojada, henchida de deseo, como loca por bajar del escenario, acercarme a él y degustar todo su cuerpo, morderle el cuello, amasar su culo, sentir la dureza de su anatomía.
Hacía calor, y la ropa se pegaba a mi piel, me encontraba sudorosa, ardiente.
Más aplausos. Silbidos y piropitos, que me permitieron leer su sms. "Te espero al acabar".
Chico escueto. Directo al objetivo.
Como pude, mientras Juan aludía a la belleza de las jovencitas del lugar, y Clara ofrecía sonrisas, escribí un segundo mensaje. En esta ocasión más explícito. "Te la voy a mamar como nunca te lo han hecho. Me la voy a comer enterita. Toda. Hasta que me atragante. Tú sólo empuja y gime "
Bueno, fueron dos sms los que le mandé.
Tema tras tema, la rutina de cada noche, hoy aquí y mañana allí Normalmente me encantaba mi vida, aquel día sólo podía soñar con acabar de una vez, con perderme en cualquier zona oscura en compañía de Álvaro, con sentir en mi boca un pene que intuía arrogante, poderoso, lleno de venas, duro como nunca, dejándose hacer entre mi lengua, estallando después en una tremenda sacudida que culminaría con un baño de leche que yo quería beber.
Al fin libre, pensé, y le seguí, se diluía en la oscuridad, había gente, me rodeaban chicos, pero yo no veía nada. Sólo él, nada más existía él, le perseguía como si fuera su esclava sumisa, no era capaz de apartar los ojos del camino que él marcaba, había perdido toda mi voluntad, me comportaba como un objeto a merced de sus caprichos.
Llegamos a una especie de descampado, escasísimo en luz, maloliente, él se bajó la cremallera, aquel ruidito hizo que me excitara más, notaba la humedad en mi entrepierna, y esa humedad se volvió más espesa y caliente cuando él se sacó la polla. Allí estaba, ni grande ni pequeña, juguetona, erecta, dispuesta a todo lo que yo quisiera hacer con ella.
Me puse de rodillas, se me clavaban guijarros en las piernas, a pesar de llevar vaqueros, y me metí aquel trozo de carne palpitante en la boca. Engullí, tragué cada centímetro de aquella picha que se me ofrecía en todo su esplendor, y le di todo mi cariño. Lamí, recorrí con la lengua impaciente cada poro de piel, enloquecí cada vez que el tamaño aumentaba y aquella polla perfecta se endurecía más y más, chupé extasiada aquel juguete que tanto había deseado, y disfruté como nunca de los jadeos salvajes que emitía Álvaro.
Cuando se corrió, los escalofríos de su cuerpo se confundieron con los míos. Temblamos juntos, y él me tiró suavemente del pelo, y me llenó de semen. Vació toda su leche en mí, su leche amarga y caliente, y yo bebí, me la bebí toda, bajó con fuerza a través de mi garganta, y dejó en mi boca el sabor del sexo fuerte. Álvaro suspiró, y yo sonreí.
Nunca volví a verle. Me mensajeó al día siguiente, decía sentirse en deuda conmigo, me invitaba a cenar, y quería regalarme una noche entera llena de placer sólo para mí, me felicitaba por ser una mamadora estupenda.
No le contesté. Iba ya camino de Málaga. Además estaba bien así.