Concentrada con parte del plantel

Mi estadía en Medellín se vio reconfortada con la relación con un chico del platel principal

Nuestro trabajo de representación de futbolistas nos llevó hasta Colombia, mas específicamente Medellín, la Ciudad de la Eterna Primavera.

No fue un viaje de placer, es que uno de nuestros chicos sufrió una lesión grave y era necesario acompañarlo. Servicio médicos, atención personalizada, relacionamiento con el club para el cumplimiento de sus obligaciones, etc.

Allí estábamos en un caluroso setiembre, buscando un departamento para acomodarnos y que Sergio viviera con nosotros en él, mientras todo se acomodaba.

Sergio, lateral volante derecho es oriundo de un pequeño pueblo de Uruguay y con poca relación con su familia más que lo económico. Tiene 21 años.

Con mi esposo, elegimos un departamento de 3 dormitorios, balcón y en pleno centro.

Hasta allí trasladamos las cosas de Sergio y las nuestras que estaban en el hotel.

El yeso luego de la operación iba desde el pie hasta lo más alto de la pierna, lo que prácticamente lo inmovilizaba.

Todos los días venían compañeros del plantel a visitarlo, jugar al play, y tomarse una cerveza a escondidas. A pesar del dolor y los calmantes Sergio hacía el mayor esfuerzo por verse alegre y positivo.

En poco tiempo las actividades de mi esposo le requirieron lejos de América y decidimos que yo me quedara un mes más mientras organizábamos la venida de algún familiar.

Las tardes transcurrían entre risas, goles y alborotos y mucha cumbia y vallenato.

Sergio, generalmente abandonaba las reuniones para descansar, dormía mucho debido a los calmantes que tomaba. Pero el jolgorio persistía.

Dos asiduos concurrentes eran chicos de 30 que estaban sin jugar por lesiones más o menos graves, pero en etapas mas avanzadas de recuperación. Casi prontos para volver a entrenar.

Julio (arquero) y Joel (delantero) era chicos de color, llenos de ritmo y alegría. Estaban cumpliendo el sueño de su vida de jugar profesionalmente y lo demostraban a cada momento.

Joel era el mas extrovertido y siempre hacía comentarios sobre que  me había convertido en la madre de Sergio.

Un día, a solas en la cocina, me dijo “que linda mamá tiene Sergio.” Lo tomé como una de sus bromas, pero me corrigió al momento diciendo que era cierto y que le gustaba estar en mi presencia.

Obviamente no iba a responderle a un chico casi 20 años menor que yo y dejé pasar su comentario. Pero noté que su presencia era cada vez mas extensa y buscaba tener contactos, roces, que escapaban de lo accidental.

Tomarme la mano cuando le alcanzaba algo, venir más seguido a la cocina, que por pequeña hacía inevitable los contactos.

Una noche la cena se extendió casi hasta la medianoche y fuimos quedando solos Joel y yo. Como habían venido algunas novias de otros jugadores estaba vestida más elegante y hasta maquillada.

Mientras comenzaba la tarea de lavar la cocina y sus enseres, Joel me alcanzaba los trastos sucios desde el amplio comedor, convertido en un desorden descomunal.

En uno de esos viajes, se acercó y me obligó a ponerme un delantal, para preservar mi vestido blanco y se ubicó detrás mío para atar el lazo.

Al momento de ceñirlo a mi cintura, me atrajo hacia sí, me apoyó su “paquete” en mi trasero y murmuró al oído, así está bien? refiriéndose al delantal, o no.

Mi abstinencia de 20 días, las cervezas y el calor medallo me hicieron perder un segundo el control y sin quererlo o sin premeditación saqué mi cola hacia afuera sintiendo perfectamente lo que aquel jeans guardaba.

Reaccioné inmediatamente, pero la señal estaba dada, aunque me arrepintiera.

La tarea llevó más de una hora, era cerca de las 2:00 de la madrugada, cuando caí rendida de cansancio en un sillón de la sala.

Joel, atendía a su amigo enyesado y me fui quedando dormida, estirada en el sofá de 3 cuerpos.

Soñaba que recibía masajes en mis pies y me reconfortaba, pero no eran sueños, era Joel haciendo los masajes más lindos que había recibido en años en mis pies. Mi vestido estaba en su lugar aunque algo recogido y me pidió permiso para recogerlo unos cm más y poder masajearme las piernas.

Acepté en silencio, era muy gratificante y estaba usando una de mis cremas que causaban una sensación de frescura inigualable.

Lentamente, tomándome de las piernas me hizo girar y ponerme boca abajo y sus masajes empezaron a subir de intensidad y de geografía acercándose peligrosamente a espacios que no le eran permitidos. Luchaba con mis instintos para tratar de frenar eso, pero ya tenía el vestido en mi cintura y mi tanga era la única barrera entre sus manos y mis secretos.

Me era imposible evitar los jadeos y los suspiros cuando sus dedos jugaban en ese ir y venir con el elástico de mi barrera de tela blanca. Para peor, esos masajes, hacía rozar mi pelvis contra el sillón imitando el acto sexual.

Tomando lo último de mis resistencias, le dije que no, que parara, que esto no podía seguir. Que yo era mayor, que él era mi amigo, que si mi marido se entera lo mata y todos los argumentos posibles que obviamente resultaban banales.

Se separó de mí y pensé que había lo grado mi cometido, pero no. Ahora estaba semidesnudo, solo con la sudadera puesta.

Quiso sacarme la tanga, pero le dije que no, entonces solamente la corrió y sentí esa brasa ardiente que desde atrás buscaba mi entrepierna. Su calor me quemaba, tomó mi cintura con sus manotas y jalándome de ella elevándome, dejó al descubierto lo que él buscaba.

Siguiendo mi pedido, solamente la corrió y con un exquisito vaivén rozaba mis labios vaginales inundándome de mis propios jugos.

Expuesta, caliente y decidida, tomé su pene y sin pensarlo lo ubiqué donde ambos queríamos. Fue una sola estocada, una sola. Violenta, desgarradora, caliente. En un segundo inundó mis entrañas con su herramienta. Grité de placer y de dolor. Me cabalgó desde atrás varios minutos y seguía quedando material afuera. Cada estocada llegaba más profundo y cada vez gozaba más y más.

El final, era previsible un vendaval de quejas, suspiros y exhalaciones precedieron a la explosión final.

Hace rato había amanecido en la hermosa Medellín, el sol entraba a raudales por la ventana y allí me desperté acostada en el sillón, sola. Mi ropa en su lugar y la duda si había sido un sueño o realidad.

En segundos mi cuerpo me dio la respuesta, había sido una hermosa realidad, ahora venían dos problemas.

Sin duda, Sergio debió haber escuchado el ajetreo del living y segundo Joel, no creo que se conformara, como yo, con la aventura nocturna.

Para mi alivio, Sergio había tomado su pastilla para dormir y no sintió ni siquiera el bullicio de la fiesta.

Con Joel, era distinto, no solo estaba dispuesto a repetir, sino que me lo hacía saber por whastapp. Mi respuesta fue lacónica, “tenemos que hablar”.

Pasaron dos días y no había rastro de mi amante ocasional y eso me daba esperanza que todo quedaría así. Que equivocada estaba.

La semana empezaba con buenas noticias, la hermana de Sergio había confirmado su venida a Colombia a hacerse cargo de su hermano, marido tenía nuevos contratos en su carpeta y el club de Sergio ponía a su disposición una persona femenina para su cuidado. Todo indicaba que en una semana retornaba a Montevideo.

Joel llego el lunes de tarde, sonriente, alegre, a ver a su amigo. Lo recibí con la misma frase tenemos que hablar.

“Doñita, no se estrese, lo que pasó, pasó. Cero expectativas y cero compromiso”

En realidad me quedé más tranquila y la jornada terminaba tranquila. Se fue la empleada del club, cenamos los tres y me fui a mi dormitorio a hablar con mi marido, que estaba ahora en España.

La charla usual, novedades de uno y otro lado, los te extraño y esas cosas. De pronto se abrió la puerta, Joel entraba sigilosamente mientras hablaba haciendo señas que se iba. Lo saludé con la mano, pero él siguió avanzando y me dio un beso en la mejilla, luego otro, y otro. Me resistía, les aseguro que me resistí, pero empezó a besar mi cuello y oreja de una forma que me hacía perder el control de lo que hablaba. El morbo de la situación hacía calentar los motores y decidí terminar la charla con mi esposo argumentando lo cansada que estaba y lo tarde que era.

Sentada al borde de la cama luchaba con los avances de mi amante, que arrodillado detrás de mí en la cama me besaba el cuello y masajeaba mis senos.

Intenté pararme, e ir al baño, pero estaba apresada por dos tentáculos oscuros que no cesaban de acariciarme.

Aprovechó el envión y me paró de frente a la cómoda o mueble con espejo que tenía mi dormitorio. Allí sin miramientos me bajó el pantalón deportivo y desde atrás comenzó a apoyar su bulto, como la primera vez.

Esa posición, parada y de espaldas es mi preferida y estaba dispuesta a disfrutarlo abiertamente, esta vez sin miedos o sin falsos pudores, estaba dispuesta.

No hubo mucho juego previo, las urgencias nos dominaban. Allí pude sentir el tamaño de su herramienta. No excesivamente gruesa, pero si considerablemente larga.

El espejo me devolvía una imagen que me gustaba, yo siendo poseída por mi amante mientras la lujuria se apoderaba de nuestros rostros.

Exploté unos segundos antes que él, por eso pude sentir a cabalidad el caudal lácteo que depositaba en mí.

Jadeante hui al baño a descargar ese bagaje de placer. Nos bañamos juntos. Unos besos donde nos gusta más y así volvimos al dormitorio, mojados, cansado, con ganas de seguir.

Salimos del baño, entrelazados por nuestras lenguas. Caminando torpemente, llegamos al borde de la cama. Allí me giró poniéndome de espaldas nuevamente, pensé que repetiríamos la posición, pero no. Me hizo poner de rodillas en la cama y apoyar los brazos en las sábanas negras de raso.

Arrodillado detrás mío empezó con besos negros que me enloquecieron.

Lo posterior se lo pueden imaginar.

Fui tomada por la cola, dándole lo que tanto placer le generaba. Para mí, no fue especial, lo sufrí más que lo gocé.

Pero una mujer de cincuenta años debe ser complaciente con un chico veinte años menor.

No habría mañana, Joel y el equipo partían a hacer su pretemporada. Yo me volvería a Uruguay, pero en Medellín, un moreno hermoso me hizo felíz.