Con una parejita morbosa
La vida tiene de todo. A veces te sorprende por lo inesperado. Me gustó la mamada que me hizo esa gordita mientras su novio le comía el culo.
Estaba aburrido aquella tarde, mi mujer se había llevado a nuestros hijos al cine, así que como tantas otras veces decidí entrar al chat para pasar el rato. Me gusta chatear porque soy muy morboso y en el chat puedo serlo discretamente. Suelo entrar en salas de temática sexual.
Llevaba un rato saludando a nicks de mujer en la sala Zaragoza, pero las conversaciones no pasaban de unas cuantas líneas. Suelo ser muy claro y directo cuando chateo y eso no parece gustar mucho a la mayoría de las mujeres. De repente, alguien me saludó desde la sala mazmorra, con un nick que no recuerdo bien, pero que me resultó ambiguo. Pregunté si era perra o perro y la línea siguiente me aclaró que era ambos: perra y perro. También buscaban morbo aquella tarde y habían decidido seguir explorando su lado sumiso. La conversación fue ágil e hizo subir rápidamente la temperatura del teclado: eran pareja, ella 22 y estudiante de fisioterapia, él 30 empelado en no sé dónde; estaban en casa de él y buscaban a alguien Dominante que los sometiese a ambos. Les dije que podía ir a pasar un rato con ellos, que quizá no habría continuidad, pero que sería una sesión satisfactoria si eran realmente sumisos. Para mi sorpresa me dijeron que estaban dispuestos y me dieron su dirección. Sinceramente, no me lo esperaba, nunca había pasado de conversaciones morbosas. Dudé antes de salir de casa: ¿y si era una broma?, ¿y si era un hombre sólo?, la prudencia me aconsejaba quedarme en casa pero el morbo me decía que hay oportunidades que sugen solas.
45 minutos más tarde estaba tocando en el portero automático. Llevaba puesto un vaquero ajustado y una camiseta blanca, sin ropa interior, y mi polla se marcaba dura contra la tela. Estaba realmente excitado y pensar en que pudiesen estar esperándome como les había ordenado solo ayudaba a aumentar mi calentón. Mientras subía en el ascensor alguien en mi cabeza me decía que aquello era una locura y que aún estaba a tiempo de darme la vuelta, pero mi polla palpitaba dentro del pantalón como hacía mucho tiempo que no lo había hecho.
Toque a la puerta con los nudillos. Miraba el reloj de mi muñeca cuando se abrió la puerta y apareció él. Había sido obediente: llevaba puesto un delantal y aparentaba no llevar nada debajo. Pasé sin esperar a que me invitase a pasar, y una vez dentro, me giré para cerciorarme, mientras él cerraba la puerta, de que no llevaba nada más puesto. Pregunté por la perra y me indicó con un leve gesto una puerta que quedaba a mitad del pasillo. Entré y allí estaba ella, de pié en medio del salón: su única ropa era una venda sobre sus ojos y una cuerda anudando sus manos a la espalda; era muy blanca, con una larga melena rizada que caía sobre sus gordas tetas, como queriéndolas cubrir. Era un poquito gorda. No sé porqué la había imaginado delgada. Me acerqué mientras él se quedó en la puerta del salón. Dí una vuelta alrededor de ella, apartando el cabello que cubría sus tetas, observándola bien. Le dí un sonoro cachete en una de sus nalgas que la pilló desprevenida y soltó un leve quejido. Otro cachete en la otra nalga, que no obtuvo respuesta.
- ¿Así que esta zorrita está hambrienta de rabo y necesitada de macho, eh?- pregunté. -El maricón ese que hay en la puerta no es lo suficientemente macho para esta perra, ¿verdad?-. No obtuve respuesta, así que solté una sonora palmada sobre una de sus gordas tetas y volví a preguntar: ¿verdad?.
Sus gordas tetas subieron y bajaron una vez, de forma exagerada, mientras la oí decir: Sí Señor. Aquellas palabras me sorprendieron; nunca se habían referido a mi como Señor y aunque había fantaseado muchas veces con juegos de Dominio y sumisión, nunca antes lo había hecho. Debía comportarme como tal para no defraudarlos. Y debía comportarme como tal, porque quería disfrutar dominando a esa parejita.
Me senté en el sofá y le ordené a la perra que se arrodillase. Él seguía en la puerta del salón, ridículo sólo con el delantal. Le dije que a qué esperaba para sacarme una cerveza y desapareció por el pasillo.
Le dije a la perra que no tenía mucho tiempo, mientras me descalzaba y me quitaba los calcetines. Como tenía las manos atadas a la espalda acerqué uno de mis pies a su boca y la abrió y sacó la lengua para empezar a lamerme los dedos y a metérselso con avaricia en la boca. Chupaba cada uno de mis dedos como si no hubiese comido desde hacía días y eso me excitó todavía más.
Él vino con la cerveza, me la entregó y se quedó de pié junto al sofá. Iba a ordenarle que le desatase las manos a ella, para que me pudiese quitar los pantalones, pero me pareció mucho más humillante que fuese él el que lo hiciese. Ella estaba de rodillas hacia adelante, para seguir lamiendo mis pies y sus gordas tetas se apoyaban en el suelo. Yo me había levantado y él sacó mi camiseta por encima de mi cabeza y luego desabrochó mi pantalón, bajó la cremallera y bajó mi pantalón al tiempo que mi polla salió liberada por fin. La tenía a reventar. Hacía mucho tiempo que no había estado tan excitado y os aseguro que mi mujer hacía ya mucho tiempo que no me excitaba; y mucho menos se habría sometido a algo así. Se arrodilló, apartó la cara de ella y sacó mis pantalones.
Allí estaba yo, a mis 40 años, de pié en el salón de unos desconocidos, mientras una gordita de 22 años se afanaba en seguir chupándome los pies y su novio la miraba con una gran erección que hacía levantarse el delantal que llevaba puesto. No sabía muy bien cómo continuar aquello, pero no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de esa situación.
Me senté en el sofá, abrí mis piernas y le dije a la perra que ya bastaba de mojarme los pies, que siguiera demostrándome lo buena perra que era. Ella levantó su tronco y de rodillas se acercó hasta la orilla del sofá, despacio porque no veía se echó hacia delante, buscando mi cuerpo con su boca. Al tocar mi pecho con su cara, bajó rápidamente hasta mi polla. La buscó a tientas con la boca y la engulló toda sorprendiéndome. Miré a su novio y le dije que su novia era una buena perra y que esperaba que él también lo fuese. Debió entender que quería que me la comiese él también, porque se arrodilló junto a ella con la intención de comerme él también. Le dije que él no era merecedor de mi polla, que era un perro y yo sólo quería perras. Me miró sorpendido.
- Ella es una buena perra y lo está demostrando. Se merece un premio. Ponte detrás de ella y lámele el culo como buen perro que eres.
Él obedeció de inmediato. Estaba claro que ambos eran sumisos y necesitaban órdenes. Se arrodilló detrás de ella, abrió su culo con ambas manos y empezó a lamerla y a meter la lengua en su raja, arriba y abajo.
La escena, junto con la tremenda mamada que me estaba haciendo esa perra me estaba llevando a un punto sin retorno. Le dije a la perra que estaba disfrutando de la mamada y que no podía estropearla, como buena perra debía comérsela toda y mientras lo decía, empecé a correrme en su boca, mientras ella seguía mamando y empezaba a tragar, cerrando sus labios contra mi polla para que nada se escapase.
Él seguía comiendo su culo como buen perro, mientras había empezado a masturbarse como un loco. Quizá debería habérselo impedido, pero mi inexperiencia como Dominante dejó que él se hiciese su paja, que empezó a brotar al momento.
Ella dejó mi polla, se incorporó y abrió la boca buscando mi aprobación. Quité la venda que todavía tapaba algo de su visión y ella sonrió. Cacheteé sus gordas tetas felicitándola por ser tan buena perra.
Seguro que ella quería más, pero el perro se había quedado satisfecho con su pajita y yo había recibido una mamada como hacía mucho tiempo. Así que, mientras los dos me miraban de rodillas, me vestí, me calcé y les dije que no se incorporasen hasta que me hubiese marchado.
Vestido me volví a sentar en el sofá. Pellizqué sus pezones, estrujé sus tetas y mirándola a la cara le dije que era una buena perra, que seguro que encontraría al Macho que necesitaba y que él sabría sacar de ella a la mejor perra. Me levanté y me fuí.
Volví a casa con la esperanza de que mi mujer no hubiese vuelto todavía. Había sido una locura, pero había sido una locura que volvería a repetir si se daba la oportunidad.