Con una mujer casada (Parte 3 de 3)

El final de la historia.

PARTE III

Teníamos una pregunta y una respuesta secreta a modo de contraseña para asegurarnos que cuando conectábamos éramos realmente nosotros y no un suplantador de identidad. En la ventana aparecía la pregunta y rápidamente tecleé la respuesta acordada.

  • No logro quitarme de la cabeza nuestro encuentro. Me escribió. Al día siguiente tenía remordimientos, pero ahora no hago más que pensar en ello y deseo con locura que vuelva a ocurrir.

  • Sabes que repetir y entrar en la rutina puede ser peligroso. Y la que corres riesgo eres tú si tu marido lo descubre. Contesté.

  • Sólo una vez más y nos despedimos ya definitivamente. Llevo estos dos meses masturbándome como una descosida, y ahora que vuelvo a estar sola en casa me imagino que entras por las noches en mi casa y te metes en mi cama.

  • Vale, si quieres, lo volvemos a hacer. - Contesté. ¿Quedamos en la puerta del hotel?

  • No, me dijo, quiero que vengas a mi casa.

  • ¡¡¡A tu casa!!! ¿No querías correr riesgos y quieres que me cuele en tu casa?

  • Quiero que cumplas mi fantasía. Y tengo un plan perfecto.

El plan era sencillo, yo trabajaba en una empresa de servicios urbanos, así que con la ropa del trabajo con el logotipo de la empresa iría a su chalet, como a revisar las instalaciones y así pasaría desapercibido para los vecinos. El plan se haría efectivo el sábado por la mañana.

Me indicó su dirección, así que mapa en mano, ya que por entonces no había GPS, me encaminé a una urbanización de lujo en las afueras de Sevilla. Ya iba tarde, puesto que me había quedado dormido. La noche anterior estuve de fiesta con los amigos y me acosté muy tarde. Y como colofón, llegué a la urbanización y llevaba ya más de media hora dando vueltas buscando la calle, nunca me entendí bien con los mapas.

Llevaba casi una hora de retraso conforme la hora acordada cuando encontré la calle, pasé por la puerta y pude ver cuál era el domicilio, la urbanización era de chalets independientes, con una valla exterior y las casas estaban más atrás de la valla, por lo que desde la calle sólo se veía la planta alta de las casas y el tejado entre los árboles.

Aparqué más adelante para disimular el coche, ya que era el particular, no de empresa. No era plan de utilizar el coche del trabajo para desplazamientos particulares y además en días de descanso.

Caminaba por la acera opuesta, y al llegar al domicilio pude verla que estaba asomada a una ventana en la planta alta. Ella me vio también y la vi meterse rápidamente para adentro. Al llegar a la puerta pulsé el botón de llamada e inmediatamente pulsó la apertura de la puerta.

Había un caminito en el césped que comunicaba la puerta de la calle con la de la casa que se encontraba varios metros más adentro. Vi a la izquierda su coche aparcado tras la puerta grande para vehículos, y al frente se presentaba la puerta del chalet que estaba totalmente abierta.

Al llegar al umbral de la puerta dije – Holaaa. Y pude verla al fondo – Pasa y cierra la puerta.

Tras pasar el umbral cerré la puerta. Era una espléndida casa, modernamente decorada, con un suelo tan brillante que podías verte reflejado como en un espejo.

Me quedé parado tras la puerta y ella casi corrió a recibirme desde el lado opuesto del gran salón. Llevaba puesto una bata estilo chino de color blanco con coloreados bordados, la cuál desabrochó mientras recorría el largo salón, dejándola tirada a mitad del camino, recorriendo el resto totalmente desnuda, no llevaba nada debajo. Sus pechos se movían de un lado al otro mientras caminaba, su chocho se veía algo más poblado que la vez anterior aunque lo tenía bien recortado, su cara estaba radiante, parecía más juvenil, creo que se había cambiado de corte de pelo. Cuando llegó a mi altura, casi con odio me dijo – Ya pensaba que ibas a dejarme plantada, llevo una hora asomada a la ventana esperándote.

Lo siento, contesté, es que me he perdido.

Se abrazó a mí con su cuerpo desnudo, me dio un morreo muy fuerte, casi haciéndome daño, al tiempo que me empujaba contra la puerta a mi espalda y comenzó a despojarme de la ropa que llevaba puesta hasta dejarme totalmente desnudo tal y como estaba ella.

La cogí de la mano y la llevé al gran sofá que había en el salón, pensaba tumbarla sobre el mismo, pero ella se dirigió a la parte trasera del mismo, apoyando los codos sobre el respaldo y ofreciéndose por detrás, así que allí de pie la agarré de la cintura y se la metí de un solo golpe hasta el fondo. Estaba totalmente empapada lo que facilitó que entrara resbalando de un solo empujón hasta el fondo.

  • Fuerte, dame fuerte, viólame, me decía.

  • Comencé a darle fuerte y no tardó mas de un minuto en correrse pegando gritos.

En tan poco tiempo yo no llegué a correrme, y ella lo sabía así que me llevó a la parte delantera del sofá y me tumbó. Se puso sobre mí como para hacer un 69 yo tumbado boca arriba y ella al contrario con una pierna apoyada en el suelo y la otra flexionada entre mi cuerpo y el respaldo. Se colocó adecuadamente y comenzó a chupármela al tiempo que bajaba su coño sobre mí para que se lo comiera.

  • Chúpamelo, que todavía estoy sintiendo el gusto de antes y creo que voy a correrme otra vez.

Y así fue, mientras ella me chupaba, yo le relamía todo su coño, me embriagaba el olor a hembra en celo que desprendía, mezclado con un ligero olor al perfume que recordaba de la vez anterior. Cuando le comenzaron los síntomas del orgasmo se dio la vuelta y se la clavó hasta el fondo.

  • Quiero tu leche en mi coño.

Y comenzó a cabalgarme con movimientos lentos pero sin pausa, al tiempo que yo le pellizcaba los pezones.

Empecé a sentir que me iba a correr y ella al detectarlo aumentó el ritmo. – Me corro, le dije cuando ya me estaba saliendo el semen a borbotones, desparramándose entre nuestros pubis que permanecían unidos. Al tiempo, ella bajó su mano hacia su clítoris y comenzó a correrse también al tiempo que se lo masajeaba.

Cuando fui a levantarme del sofá, me había quedado pegado con la piel del mismo. Qué incómodos son los carísimos sofás de piel.

  • Gracias por haber venido. Ven que te voy a enseñar mi casa.

La acompañé primeramente a la planta superior. Me hizo pasar al vestidor de su dormitorio lleno de zapatos, bolsos y trajes. Me mostró sus repletos cajones con su colección de ropa interior, y aprovechó para cubrir su desnudez con un conjuntito blanco, transparente cuyo sujetador iba cogido con un lacito entre los pechos y las braguitas con sendos lacitos a cada lado, todo rematado con un camisón, que más bien era una chaquetilla transparente también. Siguió mostrándome el resto de la casa, los dormitorios todos ellos con su correspondiente baño incorporado. Bajamos y me mostró su despacho, donde llevaba la contabilidad de la empresa de su marido. Donde tenía su ordenador y donde durante tantas noches se conectaba conmigo para hacernos cibersexo. Reconocí dentro del cubilete de los bolígrafos el rotulador redondeado y grueso con forma fálica que decía que se estaba metiendo mientras nos comunicábamos, vamos, mi sustituto. Ella se dio cuenta y se dirigió a su lujoso sillón, se sentó, me miró con cara pícara mientras cogía el conocido rotulador, lo chupó, se hizo la braguita a un lado y se lo metió mientras yo permanecía en la puerta del despacho viendo lo que hacía.

Se lo sacó, lo dejó en el cubilete y dijo que su amigo iba a descansar hoy porque tenía la de verdad a su disposición.

Continuamos con la exposición de su bonita casa y pasamos a la cocina, abrió el frigorífico y me mostró lo que tenía preparado para la ocasión. Bandejas de todo tipo de canapés, la comida ya preparada y botellas de vino de todo tipo.

  • Hoy te quedas conmigo, no dejaré que te vayas hasta mañana por la mañana bien temprano antes de que los vecinos empiecen a levantarse.

Pasamos al salón y me mostró las fotografías que tenía de ella con su marido y sus hijos.

Tenía una de ella con su hija, ambas en bikini, y no pude evitar comentarle que la madre estaba más buena que la hija. Cosa que le gustó.

Volvimos a la cocina, me indicó que me sentara mientras ponía sobre la mesa una bandeja de canapés, una cervecita especial para mí y una copa de vino para ella. Tomamos un tente en pie y mientras recogía los cubiertos no pude evitar deleitarme con la imagen de su cuerpo con la lencería que llevaba puesta. Me puse de pie tras ella y comencé a deshacer los lacitos. Primeramente el camisón, después el sujetador y por último los lazos laterales de las braguitas las cuales sólo tuvo que entreabrir un poco las piernas para que cayeran al suelo por su propio peso.

La subí sentada sobre la encimera con la intención de penetrarla allí mismo, pero era muy alta y no alcanzaba, así que la cogí en brazos y la puse sobre la mesa de la cocina. Tenía la altura perfecta.

Puse sus piernas sobre mis hombros y me puse a restregar mi pene por su rajita mientras que con el dedo pulgar de la otra mano le masajeaba el clítoris que se presentaba bastante hinchado ya, al mismo tiempo ella con ambas manos se cogía ambos pechos pellizcándose los pezones.

Me suplicaba que se la metiera, pero la hice sufrir durante un rato hasta que cuando menos lo esperaba se la metí hasta el fondo. Estuvimos un buen rato hasta que no pude aguantarme y me corrí. Esta vez terminé yo antes que ella, así que prosiguió ella sola mientras que yo permanecía de pie frente a ella viendo como se masturbaba. Se restregaba el dedo por la raja cubierta por mi semen hasta que se lo metía, lo sacaba y se metía dos dedos, se los sacaba mojados de sus jugos y mi semen y se los chupaba. – Me gusta tu leche. Le acerqué mi pene que ya permanecía fláccido, y recogió con la lengua la gota de semen que le quedaba en la punta, al tiempo que la excitación hizo que comenzara a masajearse fuertemente el clítoris con ambos dedos asta que irrumpió en un sonoro orgasmo.

Pasamos al salón, me senté en el sofá mientras ella subía para traer unas sábanas para ponerlas sobre el mismo, ya que la piel del sofá con la piel del cuerpo resultaba incómodo para estar desnudos como estábamos. Al bajar con las sábanas se había cambiado de ropa interior. Esta vez un conjunto de encajes de color morado. – Hoy voy a lucir todos mis conjuntos para ti.

Quedamos ambos tumbados tomándonos cada uno su bebida, y no sé como pero me quedé dormido. Apenas había dormido la noche anterior y aún estaba resacoso.

No recuerdo cuanto tiempo estuve dormido, pero el despertar fue al notar una sensación. Abrí los ojos y ella estaba arrodillada junto al sofá, con un cojín bajo las rodillas y haciéndome una mamada. – Ven... le dije, con la intención que me montara. Pero ella negó, y siguió chupándomela. – Vas a hacer que me corra. Y me miró con una sonrisa pícara volviéndosela a meter el la boca llegando a metérsela hasta las campanillas. – Voy a correrme ya... Se la sacó y comenzó a pajearme chupándome el frenillo al tiempo que salía mi semen sobre sus labios, al tiempo sacaba la lengua y se lo tomaba hasta que mi pene dejó de manar. – ¿Te lo hago ahora yo a ti?. Pregunté.

  • Después del almuerzo. Me contestó. Me duele la pipitilla.

Fui a recoger mi ropa con la intención de vestirme para comer, pero ya no estaba donde la dejé tirada, ella la había recogido. – No te devolveré la ropa hasta que no te vayas a ir mañana. Me dijo.

Por tanto estaba condenado a estar desnudo durante mi estancia, me fijé y ella se había cambiado de nuevo de lencería otro modelito a cual más sexy.

Tras almorzar me dispuse a recoger la mesa, me ofreció un delantal y me dediqué a recoger los platos, los enjuagaba y los metía en el lavavajillas, al tiempo que ella me observaba sentada desde el otro extremo de la cocina. Al volverme estaba desnuda, había dejado la ropa interior sobre la mesa, con una pierna en el suelo y la otra sobre la silla de al lado, estaba totalmente abierta tocándose. – Me gusta tu culo, me dijo. Fui a quitarme el delantal, pero que dijo que no lo hiciera y que permaneciera donde estaba. Quería jugar. Así estuvo un rato mientras mi pene se encontraba totalmente tieso, despegando el delantal de mi cuerpo formando una tienda de campaña. Cosa que le hizo gracia. - ¿puedo ya? Le pregunté.

  • Vamos a mi dormitorio. Me contestó.

Subimos las escaleras, ella delante de mí, y yo a tres o cuatro escalones más abajo, con su culo a la altura de mi cara subía deleitándome como asomaban sus húmedos labios inferiores entre sus piernas. Conforme iba subiendo me miraba y sonreía al tiempo que exageraba más sus sensuales movimientos.

Entramos al dormitorio, tiró de las sábanas hacia atrás, se subió a la misma y agarrándose a los barrotes de acero forjado del cabecero se dispuso a cuatro patas para recibirme.

Entré a la cama gateando, pasé la lengua desde su coño, pasándola por el culo hasta su espalda, reaccionando ella con un escalofrío que quedó convertido en una oleada de calor cuando mi polla la penetró. – Méteme el dedo en el culito como hiciste en el hotel. Me dijo.

Así que volvimos a hacer aquello que tanto le gustó. Pero esta vez fui mas allá. Sabía que ella no quería, pero una de las veces que mi pene salió de su vagina, saqué el dedo y lo enfilé hacia el agujero de su culo. Esperaba su rechazo pero se quedó quieta y no dijo nada. Lo entendí como su permiso, así que empecé a empujar hacia adentro. – Despacito por favor, me dijo. Podía ver la punta dentro de hoyo y como la piel de alrededor era arrastrada hacia adentro por la cabeza de mi pene, pero no entraba. Aunque ella estaba receptiva, vi que sin un lubricante iba a ser imposible metérsela, pero ella prefirió desistir del intento. Nunca lo había hecho por ahí y creo que iba a seguir siendo así.

Cambiamos de postura esta vez yo sobre la cama y ella sobre mí dándome la espalda. Se la metió y se echó hacia atrás tocándose los pechos y yo abriendo con mis dedos sus labios menores y acariciando su clítoris hasta que nos corrimos.

Se levantó y pasó al baño, pudiendo oír como abría los grifos de la bañera. Entró y me dijo que si nos dábamos un bañito. La verdad es que nos vendría bien. La bañera era casi una piscina de hidromasajes, cabíamos ambos con perfecta comodidad.

Ella bajó y subió con una cubitera que contenía una botella de champán a punto de hielo y dos copas. Así que nos dimos un relajante baño mientras nos terminamos la botella entre los dos. El efecto del champán no tardo en manifestarse, yo tenía de nuevo el pene erecto a causa de las burbujas del hidromasaje y ella al dase cuenta no tardó en subirse sobre mí clavándosela. Esta vez no se movía, me lo iba a hacer como bien sabía, apretando con sus músculos haciéndome una paja con su coño al tiempo que yo le lamía sus mojados pezones.

Los orgasmos no se hicieron esperar, tras lo cuál salimos nos secamos y nos metimos en la cama a echar la siesta. Creo que estuvimos al menos dos horas durmiendo a pierna suelta.

El primero en despertar fui yo, me levanté a hacer pis y al entrar de nuevo en la habitación permanecí observándola. Dormía plácidamente con una ligera sonrisa en sus labios. Tenía las piernas abiertas, y me senté a los pies de la cama observando su precioso coño. Sus labios permanecían entreabiertos y enrojecidos de la actividad que habían tenido, rodeados de su negro vello púbico.

Decidí ser yo quien la despertara esta vez, así que acerqué mi cabeza a su entrepierna separando aún mas sus labios con mis dedos para permitir a mi lengua acceder a todos los huecos de su coño. Los abrí aún más para permitir descapullar su clítoris que no tardó en ponerse de nuevo hinchado, tras lo cuál procedí a devorarlo con mi lengua y mis labios al tiempo que le daba chupetones. Ella gemía pero permanecía con los ojos cerrados, seguramente ya despierta pero se hacía la dormida. Seguidamente uno de mis dedos se coló en su vagina al tiempo que el otro lo hacía por su ano haciendo la tenaza mientras mi lengua bailaba con su clítoris. Así continué un rato hasta que abrió los ojos y dijo: - ¡Fóllame ya niñato, que me vas a matar de gusto!

La monté y me puse a bombear al tiempo que ella gritaba y profería todo tipo de obscenidades al tiempo que se corría minutos después.

Tras terminar nos lavamos, se colocó otro conjunto de lencería a cuál más bello y pasamos abajo a tomarnos un whisky. Así estuvimos toda la tarde mientras bebíamos y tomábamos aperitivos. Llegó la hora de llamar por teléfono a su familia que estaba en la playa, por lo que me pidió que no me moviera y no hiciera ningún ruido.

No lo había pensado pero tras finalizar la llamada le transmití mi preocupación no fuese que decidieran volverse de la playa y pillarnos in fraganti.

Ella me tranquilizó y me dijo que se pasaban todo el verano allí, y cuando tenían que volver por algún imprevisto, siempre llamaban antes de salir. Cosa que casi nunca había ocurrido.

Llegó la noche y tras una elegante cena con velas, en la que me permitió ponerme algo de ropa para la ocasión, una bata de su marido, y ella elegantemente vestida con un vestido negro largo y ampliamente escotado con la espalda al aire, zapatos de tacón y sin nada más debajo, lo que insinuaba sus marcados pezones sobre la suave y fila tela. Me indicó que después de la cena nos bañaríamos desnudos en la piscina, ella solía hacerlo sólo que había que tener unas precauciones. La primera de ellas era la zona de la piscina desde la cual no tenían visión desde los chalets vecinos. La segunda mantener las luces apagadas y no encender ningún cigarrillo puesto que la luz del encendedor podría delatarnos. Y sobre todo no hablar para que los vecinos no oyeran que estaba con compañía.

Después de la cena salimos al jardín, nos fuimos a la piscina, donde ella se deshizo de sus zapatos, dejó caer el vestido al suelo mostrando su desnudez a la luz de las estrellas y se metió en el agua haciéndome señas para que fuera tras ella. Tras meterme se lanzó sobre mí, abrazándome con las piernas y casi como quien sujeta a una fiera agarró mi polla y se la dirigió hacia su coño. El agua de la piscina hizo que la penetración fuera menos lubricada y pudimos sentir como al entrar friccionaban nuestras pieles sonando como un desgarro. Del frío del agua al calor de su vagina, la sensación térmica fue increíble. Me di la vuelta y la puse de espaldas al borde de la piscina y mientras ella se agarraba a mi cintura con sus manos y sus piernas yo me agarré al borde de la piscina para tomar los impulsos con la fuerza que me exigía. El frío del agua ayudó a que el orgasmo tardara en llegar. Lo hicimos de diversas posturas. El agua, que ya entraba en su dilatada vagina había conseguido bajar ligeramente su temperatura interior. Podía sentir como en cada penetración el agua salía por el contorno de nuestros sexos, hasta que tras casi una hora el orgasmo nos llegó con la dificultad de no poder hacer ruido para que los vecinos no llegaran a oírnos, vecinos que podíamos escuchar perfectamente las conversaciones que mantenían en sus respectivos jardines.

No recuerdo cuantos whiskys nos tomamos desnudos en las hamacas de la terraza, pero ya estaba bien entrada la madrugada cuando decidimos subir a dormir. Yo tenía pensado echar otro polvo antes de dormir, pero cuando salí del aseo vi que ella había quedado profundamente dormida sobre la cama y no quise despertarla.

Aparecían los primeros rayos de sol a través de las finas cortinas que cubrían las ventanas del dormitorio. Miré a mi lado y ella no estaba. Me duché y bajé a la planta de abajo. Allí estaba ella, en la cocina, con otro modelito de lencería preparando el café y las tostadas.

¡Buenos días princesa! Le dije al tiempo que la abrazaba por detrás al tiempo que la besaba en el cuello.

Ella suspiró extendiendo su mano atrás y agarrándome el paquete.

¡Buenos días semental¡ Me contestó. Me tienes el coño escocido.

Nos pusimos a desayunar en silencio, ninguno hablaba. Sabíamos que ya había llegado la hora de terminar y esta vez si era definitiva.

Mi ropa y mis zapatos estaban perfectamente colocados sobre una de las sillas de la cocina. Me dirigí hacia la ropa para vestirme, pero ella me lo impidió.

Fóllame una vez más antes de irte. Se quitó las braguitas de encaje rojas que llevaba puestas y me las guardó en el bolsillo de mi pantalón que estaba sobre la silla para que me las llevara de recuerdo. Se quitó el sujetador y me arrastró de nuevo a su dormitorio.

Allí lo hicimos por última vez, una vez terminamos no quiso acompañarme a salir, quedándose en la cama con lágrimas en los ojos, las cuales recogí con mis labios y seguidamente bajé las escaleras para vestirme y marcharme discretamente hasta siempre.