Con una desconocida
Cuando ya no podía más, entonces me corrí en su cara. Fue algo increíble. Su pelo y su cara quedaron impregnados por la leche espesa de mi nabo.
Yo estaba en la edad de matarse a pajas todo el día. Cualquier cosa me excitaba y me incitaba a pelármela como un mono. Un escote, un culo prieto, la gomilla de un tanga, un catálogo con la colección primavera-verano de El Corte Inglés, ... bueno, cualquier cosa. No podía ser muy tarde, pues aún tenía la hora de llegada controlada en mi casa, cuando oí un ruido en un callejón.
Me acerqué con sumo cuidado, sobre todo a causa de mi cobardía. Me asomé y vi a dos tipos con muy mal aspecto, drogadictos, diría yo, drogadictos rumanos probablemente. También vi en el suelo un cuerpo inerte. Dios mío, iban a operar a aquella persona para sacarle los riñones y venderos en el mercado negro! Entonces, resbalé y me caí, con tanta suerte que fui a golpear contra una persiana metálica, con el consiguiente escándalo. Acojonado, yací en el suelo durante varios segundos. Cuando levanté la cabeza, comprobé sorprendido que aquellos dos tipejos se habían ido corriendo por el otro lado. Los había ahuyentado; era un héroe! Me aproximé al cuerpo para ver si seguía con vida, y verifiqué que así era. Me sentí un poco decepcionado, en un principio, porque esperaba ver un cadáver y así poder fardar a la mañana siguiente de ello. Sin embargo, tras mirar con más detenimiento aquella figura humana, se me pasó tal sentimiento.
Era una chica, algo mayor que yo, vestida... cómo podría decirlo suavemente? Como un putón verbenero, sí, exactamente así. Su cara se encontraba embadurnada de restos de maquillaje corrido, y ciertamente no parecía muy guapa vista así. La camisa que llevaba estaba abierta y sus tetas sobresalían de forma directa, sin sostén ni ningún otro impedimento para la vista. Llevaba una corta minifalda y botas altas. Como un verdadero putón. A pesar del miedo que había pasado hacía unos instantes, mi amiguito el calvo se puso duro con tan sólo ver aquellas tetas tan sugerentes. Por aquel entonces, yo no me había comido un rosco en condiciones, y tan sólo le había visto las tetas, de refilón y en la oscuridad de la noche, a una guarrilla en una fiesta. Recuerdo que le estuve tocando las tetas durante cinco minutos, y cuando quise palparle el conejo, la muy zorra me dijo que tenía que marcharse. Decidí pagarlo con la chica inconsciente.
Me agaché y le toqué las tetas, primero lenta y suavemente, con cautela por si se despertaba. Después, seguro de que estaba tan dormida como la Bella Durmiente, con fuertes y rápidos apretones. Me entretuve jugando también con sus pezones y tuve que contenerme para no chuparle los pechos, más que nada porque parecían haber estado en contacto con el suelo, y nunca se sabe lo que podría haber pillado. Se me ocurrió entonces que podría meterle mano también por abajo. Palpé a ciegas y sentí la delicada tela de su ropa interior. No me lo pensé dos veces y comencé a quitársela. Era un tanga sencillo de color azul turquesa, y semitransparente, descubriría unas horas más tarde en mi casa. Pero en ese momento, me limité a guardármelo en el bolsillo. Entonces, le subí la falda y admiré en todo su esplendor el primer coño de mi vida. Era un chocho pelón, con poco pelo, y este muy cortito, como afeitado de un par de días. Su aspereza me fascinó y estuve varios minutos pasando mis dedos por aquella fina capa de vello oscuro. Acto seguido, fueron sus labios los que llamaron mi atención, hinchados y rosados. Los toqué con la punta del dedo índice, rozándolos suavemente, deleitándome en su suavidad y su cálida temperatura.
Mojé mis dedos en saliva y me dediqué durante un buen rato a meter mis dedos en aquella rajita caliente. No sé en qué momento me saqué la polla y comencé a pajearme, pero sin prácticamente darme cuenta, era exactamente eso lo que hacía, meter mis dedos en aquel chochito mientras me hacía una paja. Pensé que aquello parecía un poco raro, y que lo más adecuado sería que metiera mi polla en aquella raja y me dejara de tonterías. Y así lo hice.
Muy despacio, porque cuanto más entraba más cerca parecía mi corrida, fui penetrando a la chica inconsciente. Cuando por fin se la clavé toda, realicé el movimiento en sentido inverso, de nuevo, con mucha paciencia y muy lentamente. Sentía mis huevos palpitar repletos de esperma, deseando deshacerse de todo aquel peso retenido. Conseguí repetir unas cinco o seis penetraciones, que me llevaron unos pocos minutos. Cuando ya realmente no podía más, se me ocurrió hacer aquello que tantas veces había visto en las pelis porno. Correrme en la cara de una tía. Fue algo increíble. Su pelo y su cara quedaron impregnados por la leche espesa de mi nabo.
Me marché entonces, con las manos metidas en los bolsillos, sintiendo entre mis dedos la delicada lencería de aquella desconocida, que tantas pajas me iba a proporcionar durantes las siguientes semanas.
Una semana más tarde, me encontré con mi colega Antón, el cual llegaba con cara muy triste. Nos confesó a todos que habían atracado a su hermana hacía unos cuantos días, y que la habían pegado y la habían violado. Al parecer, la encontraron en un estado bastante lamentable, tirada en un callejón, desnuda y con claros signos de abuso. Yo comencé a ponerme muy nervioso porque temía que me descubrieran, y Antón pareció darse cuenta de que algo no iba bien.
Tío, qué te pasa, te encuentro raro.
Na, macho, que el que se folló a tu hermana fui yo.
Dios, cada vez que me imagino la situación, un escalofrío me recorre de arriba abajo. Menos mal que esto último no es verdad, sólo mis estúpidos remordimientos por lo que hice aquella noche de luna llena. En realidad, ni tengo ningún colega que se llame Antón, ni sé qué fue de aquella chica después de que le dejara unos chorretones de semen a cambio de sus bragas. Pero, oye, pocos pueden presumir de una primera vez como esta.