Con un hombre de 60

La edad no es un impedimento para ser atractivo ni atraer a una mujer.

No me gusta el sexo por sexo, me gusta el sexo con algo más que una simple atracción física. Pero es esta atracción la que me acerca a otras personas, del mismo sexo o distinto. Tengo 45 años y me considero una mujer con un cuerpo aceptable y apetecible. La vida está llena de etapas, etapas que hay que disfrutar en cada momento con las ideas, pensamientos y creencia propias de cada edad.

Me gustan más las sensaciones que los acontecimientos, porque estos últimos se pueden provocar voluntariamente. Las sensaciones surgen de la nada y cuando uno menos se lo espera. Y aquí radica lo atractivo.

A nadie le amarga un dulce y estar con un muchacho dentro de la veintena o treintena, no se tiene porqué despreciar, pero si busco algo más, me decanto por hombres maduros, mayores que yo, aspecto cuidado y pelo canoso. Me atraen de una forma singular.

Alfonso y yo nos fuimos de vacaciones a Fuerteventura, una isla maravillosa dentro de un conjunto de islas a cual mejor. Ese lugar de descanso fue elegido por su belleza, su tranquilidad, su agua limpia y sus inmensas playas que en algunos lugares está despoblada en casi su totalidad.

Con un coche de alquiler nos fuimos en busca de esas calas que presumiblemente deben estar escondidas entre las rocas e invisibles desde la carretera. Unos pocos kilómetros de recorrido nos lleva hasta Cotillo. Desde esa población hay varios desvíos por caminos de tierra que acercan a playas de escasa afluencia de público o ausencia total del mismo.

Entre esta población y Casas de Taca, hay una cala de difícil acceso. Vimos un coche aparcado lo que nos hizo pensar que cercana habría un lugar maravilloso para bañarse. No nos equivocamos. Bajamos a la arena y entre las rocas de lava pudimos acceder.

Estábamos a mediados de septiembre, época en la que la escasa población turística y los colegios, nos permitía cierta libertad. Dentro del agua vimos a una persona que se estaba bañando. La longitud de la playa no es demasiado amplia, aun así nos colocamos en el centro dejando a la otra persona a escasos metros de nuestra ubicación.

Colocamos las toallas sobre la arena entre el sol y la sombra ayudándonos de la lava para usarla como respaldo y alojamiento momentáneo.

Tanto Alfonso como yo nos quedamos desnudos, lugar que favorecía estar sin bañador. aunque solo había una persona, no creíamos que se fuera a escandalizar por nuestra actitud. Volvimos a acertar porque la persona que se estaba bañando salía del agua sin prenda alguna.

Un hombre de unos 60 años de edad. Su cuerpo decía haber trabajo en gimnasio en su juventud, bien cuidado y con apariencia de tener menos de los que tenía realmente. Su pelo canoso, su barba blanca bien recortada, mostraba un atractivo importante, al menos para mí. Por eso mi comentario al comienzo de este relato.

Tenía que iniciar una conversación con él. Al acercarse a su espacio, tomó la toalla para secarse la cara y las manos dejándola caer hasta la rodilla tapando inconscientemente su desnudez y con educación nos saludó con la mano a la vez que una voz ronca y profunda, nos dio los buenos días.

Nuestra respuesta fue inmediata. Le devolvimos el saludo en los mismos términos. Alfonso se percató de mi mirada entre admiración y deseo. Deseo de acercamiento por mi parte pero también es consciente que jamás le entraría a ningún hombre de forma descarada para entablar conversación alguna.

Mi marido toma la iniciativa para marcharse al agua. Sale corriendo lanzándose de cabeza entre las pequeñas olas que rompían sobre la orilla. Me quedé sola dándome crema sobre mi desnudez. De vez en cuando miraba de reojo a aquel adulto, quería verle y le miraba. Su desnudez me atrajo de forma sin igual.

Se encontraba tumbado boca abajo secándose al sol, su cabeza girada al lado opuesto donde me encontraba me permitió levantarme para contemplarle con mayor claridad. ¿Qué tendría ese hombre que me tenía atrapada de esta manera?.

Observo que se mueve. Gira la cabeza hacia donde me encontraba y disimuladamente me fui al agua con mi marido. Alfonso no tardó en preguntarme por mi descarada provocación en mi mirada y comportamiento. Me quedé sorprendida ante sus palabras, pero tan embelesada debería haberme quedado, tan prendada de ese señor que no me di cuenta de mi comportamiento.

Al volver a nuestro sitio, compruebo que nuestro futuro amigo se encuentra boca arriba. Advierto entre sus piernas un maravilloso miembro dormido. Un golpe de Alfonso sobre mi nalga hace que dejara de mirar de forma escandalosa.

Que osadía la mía. No puedo creer que mi comportamiento fuera de esta manera.

Después de secarnos al sol, Alfonso se levantó mientras me quedaba medio dormida sobre la arena. Mi marido se acercó hasta nuestro único vecino para presentarse y saludarle.

La escusa fue formidable. Su acento canario declaraba posiblemente su residencia en la isla, ocasión que aprovechó Alfonso para solicitarle información acerca de lugares digno de visitar que no fueran bares o discotecas, para eso ya habría tiempo.

Ciertamente le explicó diversos sitios, a cual más bonito y pintoresco, para acudir de forma inexcusable a visitarlos. Ambos se acercaron a mí que estaba aun tumbada. Las presentaciones de rigor acompañadas de sendos besos en las mejillas. Carlos. Un nombre bonito.

Ya tiene nombre esa imagen que se había clavado en mi retina y en mi mente. Su ronca voz, ese rugir de palabras ordenadas, culto en sus manifestaciones, educado en su conducta. Durante unos minutos charlamos los tres de pie, Alfonso propuso sentarnos y en corro mostrábamos con nuestras palabras la filosofía de cada uno de nosotros. Preguntas entre todos para conocernos mejor y alcanzar un acercamiento entre curioso e interesado.

Alfonso se levantó excusándose para ir a bañarse. Su intención estaba lejos de refrescarse, más bien dejarnos solos para crear un lazo de intimidad que ante su presencia se hace complicado.

Así fue, acertado como siempre con estos tipos de detalles. Nada más marcharse, Carlos, haciendo uso de su perfecto lenguaje, comenzó a decirme piropos, de los de antes, de aquellos elegantes que no ofendían a quien iban dirigidos. Entre comentarios sobre el tema que estuviéramos tratando se le escapada de forma intencionada una palabra agradable para mí. Me sentía muy alagada ante sus adjetivos acompañados de ese timbre de voz melodiosa y sensual dentro de su rudo tono.

Sus historias contadas con esa melódica voz, al menos a mí me parecía que me cantaba más que contaba, me dejaron petrificada escuchándole cada una de las palabras que por esos labios carnosos salían hacia mí. Mi marido llevaba a nuestro lado unos minutos sin darme cuenta de su presencia. Sentado detrás de mí y ante mi ignorante capacidad para sentir a mi marido, lancé un precioso piropo a Carlos sonrojando inmediatamente clavando su mirada tras de mí.

Alfonso comenzó a reír al darme cuenta de su presencia. Sin mediar palabra alguna, me levanté para ir al mar y ocultarme durante unos segundos bajo el agua. Ambos se quedaron mirando mi contoneo en mi carrera hacia el océano. Hablaron. Sí, hablaron de mí durante mi ausencia.

Volví para situarme entre los dos. Tumbada boca abajo. Alfonso se marchó a dar un paseo por la playa y buscar sitios recónditos en ese paisaje lunar. Carlos aprovechó para ofrecerse a darme crema. Inesperado pero deseosa que me tocara, acepté encantada. Sin moverme del sitio extendía el líquido protector por mi espalda, a la altura de los hombros. Seguía por la cintura deteniéndose al final de la columna vertebral.

La sensualidad con la que me estaba acariciando me relajaba de tal manera que apunto estuve de quedarme dormida. Siguió repartiendo la crema. Esta vez comenzó por los pies para seguir piernas arriba deteniéndose en la parte alta de los muslos.

No se atrevía a ir más allá de lo socialmente permitido hasta que le propuse continuar por aquello que se había dejado atrás. No lo dudó, tanto él como yo, estábamos deseando que esa parte fuera sometida a los caprichos de sus dedos. Con elegancia masajeaba mi trasero donde se entretuvo más de lo que lo había hecho con las otras partes de mi cuerpo. Continuó después desde la cabeza a los pies, esta vez sin interferencias.

Me giré para ponerme boca arriba y le pedí que continuara echándome crema. Así lo hizo. Extendió líquido en spray y continuó rozando mi desnuda piel con la yema de sus dedos. Volvió a repetir lo mismo. Me tocaba por todos los sitios menos por los pechos y la vagina. Le advertí que esas dos partes también necesitan protección contra el sol. Mientras frotaba mis pechos veía que su varonil miembro adquiría un tamaño algo mayor que el que tenía hasta ese momento, pero cuando pasó su mano por la raja depilada de mi entrepierna la erección fue instantánea e interesante.

Le dejé que se entretuviera el tiempo que le apeteciera tocando es esa parte tan sensible ayudándole en sus caricias abriendo mis piernas poco a poco. Sabía donde tocar para no provocar una excitación mayor que la que ya tenía, acariciaba con los dedos los labios humedecidos por la situación.

Notaba su erección, evidentemente no es la de un chico veinteañero, pero se podía apreciar cierta dureza.

Le propuse cambiar para ser yo quien le untara de crema su cuerpo. Accedió colocándose en mi sitio boca abajo. Eché el spray sobre todo su desnudo cuerpo y permitir a mis manos estar en plena libertad para acariciarle en toda su extensión. No tuve que esperar su anuencia para tocar su precioso trasero.

Le pedí que se diera la vuelta repitiendo los mismo actos. Posó su manos detrás de su cabeza a modo de almohada, espolvoreé líquido por su torso para extenderlo. Tomé la iniciativa de abrir mis piernas colocando una a cada lado de su cintura sentándome encima de su miembro sediento de placer.

La notaba entre mis labios vaginales humedecidos de placer. Carlos cerró los ojos dejándose llevar. La extensión de su erecto miembro me rozaba en el clítoris y de forma irremediable comencé a moverme lentamente a un ritmo de vaivén suave y controlado. Me masturbaba con su pene. El aumento de placer me impidió seguir repartir la crema. Apoyé mis manos a ambos lados de la cabeza para continuar con el movimiento de caderas.

Tenía que aumentar el ritmo, el cuerpo me pedía más y más y costaba negárselo. Seguía y seguía hasta que alcancé un orgasmo maravilloso. Sin pedirme permiso, Carlos bajó su mano hacia su miembro. Lo agarró dirigiéndolo hacia la entrada de la vagina. Lo colocó recto para que fuera yo quien decidiera el momento de meterlo.

Me frotaba nuevamente el clítoris con la punta de aquel maravilloso pene y con un movimiento rápido me senté encima de él hasta que no pudo entrar más. Me levantaba y me sentaba.

Sentía el roce de su miembro en mi punto "G" lo que hacía que me moviera de forma progresiva aumentando la velocidad de entrada y salida. Agarré sus manos para que me tocara el pecho de nuevo. Su experiencia hizo sentirme mucho más mujer cada instante y cada roce. Mi ritmo no cesaba, crecía cada vez más.

Sentí como su líquido blanco y caliente entraba dentro de mí, un chorro que brotaba de su interior a mi interior y con una cantidad asombrosa. Antes de llegar a mi orgasmo, mis muslos fueron testigos de aquella corrida monumental. El sobrante se derramaba pierna abajo sintiendo su recorrido hasta la rodilla.

A pesar del esfuerzo, Carlos parecía querer más de mí. Me coloqué de rodillas a un lado, agarré aun erecto pene para masturbarle. Conjugaba las manos con la boca. Tardaba bastante en volver a expulsar el líquido blanco, pero mi experiencia en estos menesteres, hizo que una segunda eyaculación brotara por la punta de aquel cansado miembro.

Nos fuimos a lavar. Limpieza profunda y vuelta a las toallas. Fue sentarnos y aparecer Alfonso. Ante la presencia de Carlos le conté con detalle, como a él le gusta, lo que habíamos hecho. Eso hizo que tuviera una erección que no podía permitir que se quedara así. Ante la mirada de Carlos masturbé a mi marido. Nuestro amigo pidió permiso para tocarle. No pusimos objeción alguna.

Alfonso se puso de rodillas con las manos sobre la toalla, a cuatro patas es más fácil hacer sentir placer a un hombre. Carlos le masturbaba mientras yo trabajaba con su trasero y le susurraba al oído como me la había metido Carlos, como me había tocado las tetas y la vagina, como se había corrido dentro de mí y como se la había chupado.

Esos comentarios le excitan enormemente haciendo que eyaculara sobre la arena de la playa.

Nos bañamos los tres juntos. Volvimos al apartamento después de facilitarnos los números de teléfono. Carlos vivía solo en la casa que tiene para el verano. Nosotros teníamos aún varios días de vacaciones, pero el apartamento deberíamos dejarlo en un par de días.

Carlos, generoso y atento nos invitó a pasar una semana en su casa a la que acudimos durante una semana más. Una semana de sexo encantado.

Cuando regresamos después de las vacaciones, Alfonso me comentó que tenía un regalo para mí. Nos sentamos en el sillón, puso la televisión, encendió el DVD y allí estaba yo con Carlos haciendo todo aquello que le había contado.

Se marchó para dejarnos solos llevándose la cámara de video y nos grabó con todo detalle el acto al que fuimos testigos los tres.