Con un compañero de trabajo en el ascensor. Parte1

Sara termina de trabajar tarde y cuando coge el ascensor descubre que no es la única persona que queda en la oficina.

Sara pulsó el botón del ascensor del edificio de oficinas en el que trabaja. Para variar salía demasiado tarde del trabajo; había tenido que quedarse repasando unas facturas y calculaba que ahora ya serían pasadas las 22:00. Seguramente era la última persona que quedaba en el edificio, con la excepción del personal de seguridad.

Trabajaba en la décima planta, así que el ascensor tardó un poco en llegar, lo cual le dio tiempo para pensar en todo lo que le faltaba por hacer antes de irse a dormir. Eso la hizo sentirse más cansada de lo que ya estaba. Sin embargo, cuando se abrieron las puertas del ascensor, no pudo evitar detenerse unos instantes delante del espejo que había dentro y perder el tiempo observándose. A pesar del cansancio el espejo le devolvía la mirada de una mujer atractiva. La camisa blanca con los dos botones de arriba desabrochados y los pantalones negros ajustados dejaban entrever un buen cuerpo, el de una mujer de 30 años, de estatura mediana, que iba un par de veces a la semana al gimnasio para cuidarse. La camisa que llevaba se tensaba a la altura de sus pechos, que eran un poco grandes y resaltaban detrás de cualquier tela que fuera lo suficientemente fina como para reseguir su contorno.

Con un gesto automatizado se deshizo de la coleta con la que recogía su pelo y se pasó una mano por la cabeza para decantarlo hacia un lado con un movimiento inconscientemente sensual.  Luego se giró para pulsar el botón de la planta 0, pero algo se lo impidió. Justo en este instante un chico entró en el ascensor. La saludó con una inclinación de cabeza y pulsó el botón de la planta baja. Sara le devolvió el saludo sorprendida puesto que creía que no quedaba nadie más a parte de ella en la oficina.

Reconocía a ese chico, se lo había encontrado varias veces justamente en el ascensor, aunque no conocía ni su nombre ni en qué departamento trabajaba. Y todo esto lo recordaba porque siempre le había parecido muy atractivo. Tendría alrededor de unos 34 o 35 años, era corpulento, alto, con facciones duras, y siempre llevaba unos pantalones lo suficientemente ajustados como para que se le marcara un poco el paquete, cosa que a ella le encantaba. Siempre había soñado con lo que escondían esos pantalones.

Se sonrojó solo de pensar en todas esas cosas con ese chico a su lado y estando a solas. Sin embargo, se trataba de pensamientos que, por otro lado, le encantaba tener. Su mente siempre había tenido facilidad para divagar en lo referente al sexo y a todas las situaciones que la ponían cachonda.

Sus pensamientos se truncaron a los pocos segundos. De repente se sintió una fuerte sacudida y el ascensor paró en seco. Sara ni tan solo tuvo tiempo de preguntarse qué estaba pasando puesto que su compañero se giró justo en ese momento y la empotró contra la pared.

-        No conoces mi nombre –le dijo él, agarrándole los hombros con las manos– pero sé que te acuerdas de mi. Nos hemos visto varias veces aquí y cada vez me he percatado de la forma con la que me mirabas.  Algo me dice que te pongo tan cachonda como tu a mi y que tienes una mente como la mía. –Hizo una pausa, la miró intensamente y luego añadió– Quiero follarte hasta que te quedes extasiada. Pero no voy a hacer nada que tu no quieras hacer. Así que, si te sientes incómoda, dímelo y lo dejaremos aquí. Pero si no es así prepárate para vivir uno de los mejores polvos de tu vida.

Sara se quedó quieta, fijando la mirada en él sorprendida por lo que estaba pasando. Estaba en shock, no sabía qué hacer, no entendía por qué se había parado el ascensor ni por qué de repente tenía a ese tío tan cerca, prácticamente encima, sin poder moverse ella. Y, sin embargo, algo dentro de ella disfrutaba de esa situación. Por algún motivo que no supo explicarse no podía decirle a él que no, no podía, puesto le gustaba la situación y le ponía la perspectiva de follar con un chico que la excitaba tanto.

Así pues, tras unos instantes, despegó sus labios para susurrarle un “no pares”. La cara de él dibujó una media sonrisa pícara. Sara estaba indefensa, su espalda contra la pared, los brazos inmovilizados a los lados, y él sabía que podía hacer con ella lo que quisiera. Lentamente él se acercó todavía más a ella y empezó a morderle las orejas con fuerza y a besarle y a mordisquearle el cuello, algo que a Sara le encantaba, sobre todo si los mordiscos eran intensos, de los que dejaban marca. No pudo evitar soltar un gemido de placer al tiempo que notaba como se le hinchaban los pechos y se le endurecían los pezones debajo del sujetador de seda que llevaba.

Él la siguió mordiendo mientras ella, guiada por la excitación del momento, empezó a recorrerle la espalda con las manos, hasta llegar a la cintura. Podía notar sus músculos tersos a través de la tela de la camisa. Luego bajó hasta su culo, ese culo que tanto le había llamado la atención, y empezó a tocarlo con avidez. Le encantaba notar la tensión de sus nalgas apretadas y firmes y disfrutó rozándolas y apretándolas a la vez, cosa que a él también parecía gustarle, a juzgar por los gemidos que soltaba.

En aquel momento, aquel tío al que no conocía estrechó con fuerza su cintura contra la de ella y la empotró todavía más contra la pared, algo que la hizo humedecerse aún más. Poder sentir el cuerpo de un desconocido tan de cerca, apretar los dedos contra su cuerpo y notar su erección dentro del pantalón, con su miembro duro presionándole la entrepierna, la hizo volverse loca. Sara sintió como subía el calor en su cuerpo hasta un nivel que no podía controlar.

Los labios de él se acercaron a los de ella. Sara los mordió, los lamió, probó su sabor dulce, suave y agradable. Eran unos labios fuertes pero que besaban con delicadeza y sensualidad, disfrutando de cada momento, saboreándolo, como a ella le gustaba. Mientras se besaban ella le repasó el torso con las manos, siguiendo y adivinando el movimiento de cada músculo, y empezó a desabrocharle la camisa. A él le gustó la idea y empezó a hacer lo mismo con ella. Primero le levantó un poco la camisa para tocarle el bajo vientre con la punta de los dedos.  Ella estaba tan excitada en aquel momento que sus partes, hinchadas y húmedas, empezaron a dolerle. Quería que la penetrara, quería que la follara.

Pasados unos segundos él le desabrochó del todo la camisa y se la abrió, dejando al descubierto sus pechos todavía protegidos bajo el sujetador. Sara se alegró al recordar que aquella mañana había decidido ponerse los sujetadores negros que mejor le sentaban. Reseguían a la perfección la forma de su pecho y, además, se abrían por delante. “Qué gran acierto”, pensó en ese instante, al tiempo que él volvió a hablarle.

–         Hace ya meses que sueño con apretarte esas tetas que tienes y chupártelas como mereces. No sabes cuantas veces me he masturbado pensando en correrme sobre ellas.

Ella gimió por la excitación. Deseaba que él le tocara las tetas, que jugara con sus pezones, que se los metiera enteros en la boca. Como siguiendo sus pensamientos él le desabrochó el sujetador y dejó sus tetas al aire. Sara se quedó mirándolo mientras lo hacía y vio como augmentaba en él la lujuria y el deseo, reflejados en su cara. Siempre había tenido unos buenos pechos, tersos y bonitos, y le encantaba mirar a la cara a los tíos cuando los veían por primera vez. Esa cara de triunfo, esa cara de saber que eso que te habías imaginado es mucho mejor de lo que creías. Y ese tío al que no conocía de nada no era una excepción.

–         Tienes unas tetas espectaculares –reconoció él– Son mucho mejor de lo que creía.

Sara sonrió y acercó su boca al oído de él. “Hoy son tuyas, haz con ellas lo que quieras”. Él sonrió excitado, la alzó por la cintura y la dejó horcajadas encima suyo, con las tetas a la altura de la cara. Con suavidad empezó a besuquearle uno de los pechos, que ella sentía duros y calientes. Notar el aliento de ese hombre tan cerca de sus pezones la excitó tanto que le pareció que estaba a punto de tener un orgasmo de puro placer. Los lamía, se los metía enteros en la boca, los mordía, los besaba, y los volvía a lamer.

De reojo Sara observó su reflejo a través del espejo del ascensor. Le encantó la imagen que le devolvía ese espejo. Un tío excitado, con el cuerpo en tensión, aguantándola a ella a horcajadas y haciéndola disfrutar mientras le lamía y mordía las tetas y le dejaba notar su erección empujándola una y otra vez contra la pared. Vio como sus tetas, cada vez más empapadas en saliva, empezaban a moverse arriba y abajo al ritmo de los movimientos que él iba haciendo con la cadera. Sin poder contenerse, ella agarró la cabeza de ese tío y la hundió entre sus pechos, sabiendo que eso a él le encantaría. Y así fue, puesto que le oyó soltar un gemido de placer.