Con tres hombres en la montaña
Una mujer madura, sola, en plena naturaleza. Y tres hombres cerca, solos, necesitados, es una situación que se presta a todo.
Con tres hombres en la montaña
Me llamo Anne, ciudadana de EEUU, nacida y residente en este país. Tengo 64 años, ya jubilada como profesora universitaria. Divorciada hace muchos años, quedé algo frustrada por un matrimonio que me hizo muy infeliz. Después de ese fracaso no quise volver a tener más contactos con hombres y he vivido prácticamente sola, pues tuve dos hijos con los que no tengo mucha relación.
Como digo, muy desilusionada, tras jubilarme hace dos años, decidí cambiar de vida. Harta de la gran ciudad, volví a mis raíces, a mi tierra, uno de los Estados del interior, montañoso, donde había pasado mi infancia y mi primera juventud, hasta que me tuve que ir a una Universidad lejana y allí ya me quedé ejerciendo la docencia. Volvía de vez en cuando a casa, a ver a mis padres, hasta que fallecieron.
No me he establecido en la misma pequeña ciudad donde nací, sino a cierta distancia. He preferido la total soledad, la naturaleza salvaje, para disfrutar de una vida libre, rodeada de lindos parajes, montañas cubiertas de nieve en invierno, bosques frondosos, agua en abundancia. Alquilé una cabaña, bastante bien acondicionada, pues está dotada de teléfono y electricidad, en un bellísimo paraje, a unos 20 km de esa pequeña ciudad de mi nacimiento. No hay apenas gente por allí establecida, solo en verano y a cierta distancia. La cercanía de la ciudad me permite desplazarme con mi camioneta, hacer las compras, visitar a amigos y alguien de la familia que aún queda allí.
Describiré brevemente el lugar, para que os hagáis una idea. La cabaña en la ladera, entre árboles. Al este, un pequeño sendero lleva hasta la carreterita local, que conduce a la ciudad. Al oeste, el sendero continúa hasta el valle, a unos 500 mts, por donde transcurre un río que en invierno baja embravecido, pero en verano viene amansado, sus aguas bajan por el llano del valle lentamente. Al bajar el nivel del cauce, quedan algunas pequeñas lagunas o pozas en sus laterales, aisladas, lo que hace que el sol caliente el agua, lugares preciosos para un baño.
Como digo, el lugar es aislado. Me permite gozar de mi soledad y dedicarme a una de mis grandes pasiones: la pintura. En mis cuadros intento dejar plasmada la belleza de estos parajes.
Queda, finalmente, describirme un poco a mi misma. Soy mujer alta, de 1,80 y bastante corpulenta. No es que sea gorda, aunque algún kilo me sobra, pero soy de mucha envergadura, mucha cadera, pecho abundante. De rostro agraciado, no es que me tenga por una belleza, pero siempre he gustado a los hombres. Sexualmente estoy muy frustrada, pues mi matrimonio no fue satisfactorio en nada. Hace ya muchos años que no tengo relaciones, que tampoco las echo de menos, ante la torpeza de ese marido que me tocó en suerte. Sinceramente, debo de reconocer, que nunca había disfrutado con el sexo.
Por aquí viene poca gente, aunque en verano se aventuran algunos excursionistas, pescadores, etc. Yo controlo bastante bien la gente que baja al valle, pues tienen que pasar por el camino cercano a mi casa. Y el pasado verano un día, sentada en el porche, pasó una camioneta con tres personas, hombres, que acamparon en el valle. Montaron una tienda grande, junto al río, y sus cañas de pesca. Yo bajo a pasear a diario, normalmente temprano, con mi perro y recorro dos o tres kilómetros valle arriba.
Al día siguiente de llegar los visitantes bajé a mi paseo diario, tuve que pasar cerca de ellos, que habían madrugado. Tenían ya encendido el fuego y preparaban el desayuno. Me limité a saludarles con la mano y decirles un buenos días que ellos contestaron de forma amable. Dos de ellos eran ya de edad parecida a la mía, el tercero era joven.
Al día siguiente, dando de nuevo mi paseo, uno de los hombres se apartó del campamento y me salió al paso. Antes de abordarme me dijo un buenos días a cierta distancia y de forma muy amable, como queriéndome tranquilizar de que no tenía ninguna mala intención. Para nada tuve recelo alguno y me paré esperando a que llegase a mi lado.
- Buenos días, señora, perdone que la moleste.
- Buenos días, no se preocupe. Dígame que desea.
- Pues verá, hemos venido a pasar unos días aquí y tenemos un problema, aquí no hay cobertura para nuestros móviles y estamos aislados. Algo preocupados de no poder comunicarnos con nuestras familias.
- Cierto, en este valle no hay cobertura.
- Pero según hemos visto por los postes que van de la carretera a su casa, tiene vd. electricidad y teléfono fijo.
- Así es, sí.
- Pues quería pedirle un favor. Quiero darle el tfno de mi hermana, para que si no le parece mal vd. la llame y le diga que estamos bien. Que ella apunte su teléfono, por si pasara algo grave y nos tuviera que avisar. ¿No le importa?.
Por supuesto que no me importaba nada, el hombre era de lo más amable, así que recogí el papel que me daba, con el número de su hermana. Sin saber muy bien por qué, tuve un gesto de buena vecindad:
- Sin problemas, luego la llamo y le doy mi número. Y si necesitan algo más, no duden en pedirlo.
- Muchísimas gracias, señora, es vd. muy amable.
- ¿Cuánto tiempo piensan quedarse?
- Quince o veinte días, ya veremos.
Los días siguientes cuando bajaba al valle ellos ya andaban afanados con sus cosas. Me saludaban con mucha amabilidad. Creo que fue al cuarto o quinto día cuando me invitaron a desayunar.
- Señora.. ¿no le apetece un café?
Dudé un momento, pero me pareció descortés rechazar la invitación. Me acerqué a ellos, que tenían como todas las mañanas el fuego encendido, bien acondicionado entre piedras y la cacerola del café humeando. Olía bien. Yo suelo desayunar cuando vuelvo del paseo, así que me cogió con apetito. Me senté en un taburete plegable de lona y me sirvieron un gustoso café con algún dulce. Me hablaron mucho sobre ellos. El mayor, viudo, George de nombre, tenía 67 años. Su hijo, el hombre joven, Mikel, de 30 años. Y el tercero, hermano de George, de 65 años, separado, se llamaba Robert. Mikel era un chico de una tímidez casi enfermiza, algo feo, quizás por ello acomplejado, me miraba de reojo sin apenas articular palabra. Su padre, amable siempre, era también algo serio. Y el más dicharachero y extrovertido, el hermano, Robert. Yo también les informé con detalle de mis circunstancias, ya que ellos se habían sincerado sobre su vida. El desayuno se extendió tanto con la conversación que repetimos café y dulces, todos encantados.
Dos o tres días después, un poco antes de mediodía oí que me llamaban desde el porche. Venían los tres, a traerme un obsequio, varios peces que habían pescado, ya los traían preparados, limpios y descabezados, listos para guisar.
- Anne, buenos días, perdone que la molestemos. Queremos que acepte estos peces, ya que vd. es tan amable siempre.
- Muchas gracias, me agrada mucho el detalle. Pero los aceptaré solo con una condición, que esta noche vengan vdes a cenarlos conmigo, los prepararé al horno, que me salen muy bien.
Los tres sonrieron sorprendidos y agradecidos.
- Por supuesto, por supuesto, Anne, estaremos aquí a la puesta del sol.
- Les espero.
Preparé para esa cena los peces con un guiso exclusivo mío que gusta a todo el mundo, además de una buena ensalada. No soy bebedora, pero tenía por allí una garrafa de vino de tres litros que alguien me había regalado hace tiempo, así que tendría ya un buen bouquet. A la hora exacta llegaron los tres hombres. Todo estaba preparado en el porche. Se acomodaron y George soltando un suspiró alabó el lugar.
- Vaya vista, Anne, que bonito. La montaña, el valle, el silencio… Ahora comprendo que haya elegido vd. esta soledad.
- Aquí me he encontrado a mí misma, George, de veras.
- No me extraña nada, este lugar serena el alma.
Charlamos mucho y durante mucho tiempo. Estábamos todos cómodos. Nuestras vidas, nuestros matrimonios pasados, nuestra vida profesional, lo que nos gustaba. Los trabajos que habían desempeñado, uno había sido vendedor de coches, otro un representante de seguros, ambos también jubilados. El chico al parecer no tenía un oficio definido, dada esa forma de ser que le costaba enfrentarse a la vida. El padre por ello lo cuidaba con esmero.
Yo me había puesto, en lugar de mi chándal habitual, un vestido veraniego, un poquito por encima de las rodillas, abotonado por delante de arriba abajo. Para estar más cómoda, ya que me resultaba un poco estrecho para andar, tenía desabrochados los dos últimos botones. Con todo el tiempo que llevábamos charlando, era normal que en algunos momentos me descuidara un poco, con algún cruce de piernas o bien abriéndolas un poco, lo que hacía que el vestido subiera algo.
Noté enseguida las miradas de deseo de los hombres, sobre todo de los dos mayores. El joven, en su timidez, apenas se atrevía a mirar, pero lo hacía disimuladamente. Estaba clara su situación: uno separado, otro viudo, otro seguramente virgen. No me molestó la situación, a pesar de estar totalmente apagada mi sexualidad con los años. Quizás me divertía observar que aún con mi edad y mi corpachón de mujer madura, todavía podía despertar ese deseo masculino. Robert se levantó en alguna ocasión para coger algo o ir al baño y de reojo me pareció ver como bajo su pantalón el bulto de su masculinidad parecía algo más grande de lo normal. Me sonreí para mis adentros. La garrafa de vino estaba ya casi vacía.
Tras la buena cena nos permitimos unas copas e incluso algún cigarro, a pesar de que ninguno de nosotros ya fumaba, pero encontré un viejo paquete de cigarrillos en un cajón y nos permitimos la excepción. Reíamos un poco como adolescentes. Nos despedimos ya avanzada la noche.
Repetimos en los días siguientes, tanto el desayuno como otra cena por mi parte. Ellos me facilitaban pescado en abundancia, que tenía que guardar en el congelador. Ya habían pasado quince días desde su llegada y les pregunté si tenían prevista la partida.
- De momento no tenemos previsto nada. Seguiremos aquí, estamos muy bien, para qué cambiar.
Me agradó escucharlo.
Y otro día, Robert, hizo otra propuesta.
- Anne, siempre desayunas con nosotros y por nuestra parte subimos a cenar a tu cabaña. Podíamos cambiar. Bájate esta noche a cenar con nosotros, por favor.
- Bueno, perfecto, una cena a la orilla del río me sentará muy bien. Será algo distinto.
- Estupendo, estupendo... Pero te pido otro favor, llévate ese vestido azul, que nos gusta mucho.
El vestido azul era el abotonado que me había puesto el primer día que subieron a cenar.
- Jajajajaaja… Qué pícaro eres, Robert. Pero te complaceré, llevaré ese vestido.
- Graciasssssssssss…..¡¡¡¡
Esa noche me arreglé un poco más. Eran muchos años de estar sola, sin tener a nadie a quien agradar y ya no recordaba casi los cuidados propios de una mujer. Me pinté los labios, retoqué bien mi peinado, me maquillé ligeramente y por supuesto quise complacerlos con ese vestido, un vestido simple, pero que estaba claro que a ellos les gustaba. Me puse también perfume y cuidé mi interior, sin saber por qué lo hacía. Pero escogí un conjunto de braga y sujetador, blanco, que me quedaba muy bien y que solía ponerme en las pocas ocasiones algo especiales. El conjunto quedó completo con unas sandalias que tenían algo de plataforma y me hacían más esbelta, con cintas atadas al tobillo. Llevé también en una bolsa algunos útiles de aseo, una toalla y alguna botella de vino.
Algo estaba sucediendo en mi mente, algo que yo no acababa de entender. Pero esos preparativos que acabo de citar me anunciaban algo, algo que tampoco podía intuir con seguridad. Pero estaba bastante segura que yo quería complacer, agradar, contribuir a hacer felices a aquellos tres hombres.
Bajaba la cuesta desde mi cabaña al valle, cuando el sol estaba a punto de ponerse. El rojo de la puesta en la montaña se reflejaba en las aguas del río. Un espectáculo precioso, de pura naturaleza. Tenía razón George cuando comentaba que este lugar serena el alma. Y en ese momento la mía, que bien falta me hacía.
Hacia la mitad del sendero, me llevé una sorpresa. Los tres hombres subían en mi búsqueda. Agradecí el detalle y se colocaron a mi lado para continuar el resto del trecho del camino, me sentía como una reina, halagada, complacida. Hacia tiempo que no me dedicaban tantas atenciones. Con mis sandalias de plataforma me sentía algo insegura y George, muy atento siempre, me agarró del brazo hasta que llegamos al campamento.
Lo tenían todo muy bien dispuesto, incluso una mesa de camping, con mantel incluido, platos y vasos, a la luz de una lámpara de camping gas. También habían preparado un menú especial. Ellos también se notaban bien aseados, cambiados de ropa, recién afeitados.
- Hoy toca carne, Anne, ya era demasiado pescado…ajajjajaa
Habían ido con su camioneta a la ciudad y se habían traído una buena cantidad de chuletas de cordero, aparte de otras viandas. Fue Mikel el encargado de pasarlas por el fuego, para eso el chico se manejaba bien. Las chuletas a la brasa estaban riquísimas y nos dimos un buen atracón, con el complemento de un buen vino. Después ya nos acomodamos para tomar el café y charlar. Me dejaron su mejor hamaca y de nuevo, tal como sucedió la primera noche que subieron a mi cabaña, me mostré una pizca atrevida. No solo llevaba desabrochados un par de botones por abajo, sino también por arriba. Con el sujetador de los días de fiesta, que realzaba mis pechos, asomaban por el escote con muchísima sensualidad. Los muslos también se mostraban generosos. Los hombres tenían sus miradas clavadas en mi cuerpo, aunque intentaban disimularlo.
La buena cena, el buen vino, nos tenía bien animados, incluso Mikel, siempre tan callado, estaba comunicativo. Por mi parte llegó el momento de tomar una decisión que venía pensando, aunque no segura de ejecutarla.
- Bueno… - dije, haciendo un ademán de levantarme-, creo que ha llegado el momento..
- ¿Te vas ya, Anne? – los hombres mostraron cara de disgusto-.
- No…jajajaja, no. Digo que es el momento… ¡ de darme un baño¡
Los hombres se miraron desconcertados. Yo cogí mi bolsa y me fui despacio hacia la poza, mi pequeña laguna preferida, distante unos 80 m.
- Pero no miréis, eh… no seáis malos….
Quedé fuera del halo de la lámpara del camping. Pero la noche era limpia, estrellada y a media luz se me veía lo suficiente para que los tres amigos pudieran recrearse bien en lo que iba a suceder.
Ya decidida, aunque también desconcertada yo misma por mi atrevimiento, desabroché despacio mi vestido azul y lo dejé caer al suelo, quedándome con la ropa interior. El color blanco del conjunto íntimo destacaba perfectamente en la suave luz de la noche. Seguí con mi exhibición, desabroché el sujetador y lo retiré también con movimientos lentos, al igual que las bragas. Me descalcé y ya cuando estaba dispuesta para entrar en el agua me volví hacia mis amigos, llevándome la sorpresa que de que me habían seguido los tres, y estaban sentados en el suelo, a la mitad del recorrido, observándome con la mayor atención.
- Os dije que no miraráis…ajajajaja. Mira que sois malos, eh….
- Por nada del mundo nos perderíamos esto, Anne. Eres el mejor postre.
Cogí el jabón y entré en el agua, hasta la cintura. Me aseé todo el cuerpo, prestando atención a mis grandes pechos, moviéndolos bien, para halagarles. Enjaboné mi sexo, mi espalda y me sumergí hasta el cuello para aclararme. Y luego, salí del agua para secarme, de nuevo sin prisas, recreándome en mis movimientos. Unos días después ellos me comentaban lo que habían disfrutado viéndome, la sensualidad de aquel momento del que siempre me estarían agradecidos.
No me vestí. Introduje mis prendas en la bolsa y me senté en el suelo para ponerme las sandalias. Y así, desnuda, solo con esas sandalias que tanto me gustaban y que me daban ese toque erótico, caminé despacio hacia ellos. En ese momento habían desaparecido casi todos mis miedos, avancé con seguridad. Ellos se habían ahora levantado y me esperaban atentos, anhelantes, mudos. Recorriendo mi cuerpo con su vista, mi cuerpo fuerte de mujer madura. Aunque caminaba despacio, yo atrevida, procuré dar movimiento a mis pechos grandes, que se bamboleaban deliciosamente. No me depilo el pubis, pues no le veo motivos al estar sola, y luzco una buena mata de pelo que ahora también se exhibía sin tapujos. Ya al llegar a ellos, fue Robert el que por fin comentó algo:
- Vaya mujer, que poderío, que delicia… Gracias, gracias, Anne…Nunca olvidaremos este momento. Nos hacía mucha falta una mujer así.
Yo seguí recorriendo los pocos metros hasta el campamento y ellos me siguieron deleitándose esta vez en mi voluminoso trasero. Me paré al llegar a la tienda y mientras hacía intención de entrar, me volví para decirles la frase definitiva:
- Ahora podéis pasar para acompañarme, de uno en uno.
En el interior todo estaba bien ordenado y en una de las colchonetas, la más amplia, unas sábanas blancas, impecables. Lo tenían preparado… por si acaso. Me tumbé sobre la colchoneta, esperando, todavía con mi conciencia dando algunas vueltas. Iba a tener sexo con tres hombres y no podía evitar sentirme un poco prostituta. Procuré tranquilizarme diciéndome que al fin y al cabo era como una obra de caridad.
- Me hago a la idea de que soy una ONG…
Sentí a los hombres hablar en voz baja, estarían decidiendo como hacer el turno. Al poco entró el mayor, George. Yo, desnuda, desde la cama le dirigí una leve sonrisa, para animarle, pues se le veía algo cortado. Se despojó de la ropa y se colocó a mi lado. Le seguí sonriendo.
- Soy tuya, George…
- Eres la mujer más espléndida que he conocido.
Comenzó a acariciar mi cuerpo, mis caderas, mis muslos, mis pechos. Sus manos eran suaves y en todo momento se comportaba con ternura, con suavidad, como si tuviese entre sus manos un delicado objeto de porcelana. Tuve que tomar la iniciativa y dejé la posición de lado para colocarme boca arriba. Le cogí la mano para llevarla a mi sexo, abriéndome ligeramente de piernas. Sus dedos recorrieron mi sexo peludo. Yo estaba en una situación intermedia, no me sentía realmente excitada, llevaba mucho tiempo sexualmente dormida, pero estaba cómoda, me gustaba agradar a aquel hombre y me halagaba su rostro lleno de felicidad.
Al final se decidió, pasó su pierna por encima de las mías y con cuidado me montó. Yo me abrí ya toda, completamente, despatarrada. ¡ Cuánto tiempo que no lo hacía..¡ El hombre se agarró el miembro ya erecto y lo dirigió a mi entrada. Empujó…
- Ahhhhhh, cuidado, George, cuidado…
No estaba apenas lubricada, la falta de uso se notaba. Me rascaba el duro miembro, provocándome molestias. El, cuidadoso, penetró despacio, pero lo hizo hasta el final, sin detenerse. Sentí su pubis chocar contra el mío y se quedó ahora quieto, disfrutando de mi interior. Poco a poco cesaron mis molestias, me había dilatado lo suficiente para aceptar el falo con cierta comodidad. Había olvidado ya la sensación de tener a un hombre dentro de mí, aunque los recuerdos de cuando había sucedido, hacía ya años, no eran precisamente buenos, dada la torpeza de mi marido. No sentía orgasmos con él y si me apetecía, cosa rara, tenía que masturbarme.
Ahora me relajé procurando captar las sensaciones que me producía la penetración. Era como algo extraño, tener dentro aquel pedazo de carne dura y caliente. Pero era el miembro del hombre que tenía encima y ese hombre me agradaba y yo quería agradarle. Me sentía a gusto. Para hacerle saber de que estaba cómoda, le pasé un brazo por el cuello, abrazándole.
El, procurando excitarme, se retiraba un poco de vez en cuando y pasaba sus dedos por mi sexo. Luego volvía a penetrarme, ya sin dolor por mi parte. La sensación cada vez que volvía a entrar era muy dulce. Sentí que me humedecía.
Siguió así bastante tiempo. No cambiamos de postura, ya que la estrechez de la tienda y los otros esperando no se prestaba a entretenerse. Volví a animarle de nuevo:
- Bésame los pechos, anda….
Bajó con su boca para besar y chupar las grandes aréolas que tengo. Los pezones se contrajeron de inmediato y se pusieron duros. Al tiempo que los disfrutaba con la boca me daba también fuertes apretones con sus manos. Noté que su respiración se agitaba, estaba cercano a la eyaculación. Me besaba en el cuello, en las orejas, sin atreverse a buscar mi boca. Al final, cuando estaba ya a punto de correrse, se atrevió a buscar mis besos y nos entrelazamos las lenguas. Fue inmediato y noté perfectamente el chorro de esperma. Se quedó quieto unos momentos, recuperando el aliento. Después comenzó a incorporarse.
Se vistió y antes de salir me agradeció de nuevo mis servicios (volvía yo a sentirme como una puta).
- Gracias, Anne. Me has hecho muy feliz.
- Gracias a ti, George. Eres un hombre muy tierno, me he sentido muy a gusto contigo.
Ese agradecimiento tan sincero volvió de nuevo a disipar mi mala conciencia y ya estaba dispuesta a seguir complaciendo a los otros dos hombres. Salí desnuda, solo con mis sandalias que no me había quitado, con mi toalla y mi jabón.
- Esperadme un momento, chicos. Voy de nuevo al “baño”…
Creo que era obligación mía asearme. Tenía en mi sexo el esperma y los pechos ensalivados de otro hombre. Soy muy escrupulosa en mi aseo, así que me encaminé de nuevo a la laguna, pero esta vez no iba sola, me acompañó Robert, agarrado a mi brazo. Entendí que era el segundo del turno. Se sentó en la orilla mientras realizada de nuevo el aseo, esta vez algo más rápido. Cuando volvíamos me enlazó fuerte por la cintura.
- Yo no te escapas, Anne..
- Es que no quiero escaparme…ajajajaa. Me quiero quedar.
Entramos en la tienda. Se desnudó y me sorprendió que tuviera el miembro ya totalmente erecto. Robert era otro estilo de hombre, diferente a su hermano. Más sexual, más directo. Me encontró rápido la boca mientras recorría con sus manos todo mi cuerpo, ansioso. No me molestó, era bueno conocer hombres distintos, de comportamientos diferentes. Ya que mi experiencia sexual era casi nula, estaba aprendiendo rápido. Pero sí tengo que decir que esta actitud sexual, algo agresiva, me puso algo tensa, al no saber bien como actuar. Con su hermano había llevado yo un poco la iniciativa, ahora, al contrario, tenía que actuar más como pasiva porque él dominaba en todo momento. Y, sobre todo, quedé sorprendida cuando de cabeza se tiró entre mis piernas para practicarme una buena sesión de sexo oral. Nunca me lo habían hecho, ya he dicho que mi marido era un desastre en la cama. Sabía que eso se hacía, por oírlo a mis amigas, verlo en películas, etc. Quedé algo estupefacta, sin saber muy bien que hacer. Pero me dejé llevar y allí se quedó mucho tiempo, le encantaba comerme el coño. Luego me penetró con total facilidad, ya que me tenía bien lubricada con su lengua. Me bombeaba dentro del sexo de forma frenética, potente, y enseguida volvía a bajar con su boca ávida. Mi cuerpo se tensaba, me agradaba por una parte, por otra me sentía tímida, como algo sucia de que la boca de un hombre estuviese en mis genitales.
El coito duró menos que el de George. Robert estaba en un tremendo grado de excitación y el polvo fue más rápido. Tampoco tuve orgasmo, aunque estuve también relajada. . Pero era igual de educado que su hermano y me dio igualmente las gracias al terminar.
- Gracias, Anne. Necesitaba estar con una mujer, hacia mucho tiempo que no tenía sexo. Y tú eres toda una mujer. Ahora entrará el chico, procura ayudarlo, porque es virgen. Pero seguro que esta primera experiencia contigo no la olvidará nunca.
- Gracias a ti, Robert. Eres todo un hombre, un macho de categoría. No te preocupes, seré muy dulce con el chico.
Salimos de la tienda, yo de nuevo al “baño”. Robert le dijo al chico que me acompañara, pues de él no salía esa iniciativa.
Después de asearme volvimos a la tienda. Cogí de la mano a Mikel para que se sintiera más seguro. El joven miraba al suelo, algo aturdido. De reojo mi miraba, desnuda como estaba. Le solté la mano y le eché el brazo por el hombro, apretándolo contra mi cuerpo, rozándolo con mi pecho. Respiraba agitadamente, nervioso.
- Tranquilo, Mikel. Será muy fácil, ya verás. Yo te ayudaré.
- Gracias.
Solo dijo eso, gracias. Pero pareció serenarse algo. Entramos en la tienda y el chico miró atrás para ver a su padre y a su tío, como buscando aún su protección. Ellos le hicieron un gesto de ánimo.
Esta vez no me tumbé en la colchoneta esperando acontecimientos. De pie, ayudé al chico a desnudarse. Tenía un buen pollón, aunque en reposo. Los nervios le impedían aún la erección. Lo abracé, lo acaricié, puse sus manos en mi cintura, le invité a besarme. Yo le sonreía mucho y él me respondía muy cortado.
Después de un buen rato, nos tumbamos en la cama. Ambos de lado nos seguimos besando. Yo le pasé uno de mis gruesos muslos por encima, y el pasó la mano por la pierna y por mi cadera. Despacio se iba animando. Se agarró por fin a mis pechos, sus primeras tetas. Las sobaba con los ojos muy abiertos.
- ¿Quieres chuparlas…?
Hizo un gesto afirmativo con su cabeza y comenzó a succionar los pezones, que de nuevo se pusieron duros. Mientras chupaba agarré su mano y la llevé a mi pubis peludo. Por la ventana abierta de la tienda entraba una luz tenue que nos permitía la observación mutua. Me sentía muy a gusto. Estaba claro que a pesar de mi inexperiencia yo era una mujer a la que le gustaba llevar el mando. Mientras sus dedos recorrían mi raja la noté húmeda, cosa que solo había sucedido antes con Robert, pero había sido consecuencia del oral, no de mi lubricación propia.
Miré para comprobar el estado de su miembro.
- Vaya, Mikel… Que poderío, la tienes ya casi dura del todo. Que alegría, hijo.
El chico se había relajado y lucía ya un pollón muy vistoso. Se lo agarré y lo apreté, masajeándolo suavemente. La erección aumentó. Su juventud se notaba, el miembro totalmente pegado a su vientre, vertical, poderoso. Me puse boca arriba y me abrí toda.
- Vamos, cariño, súbete encima. Ha llegado el momento.
Se colocó sobre mí sin saber muy bien que hacer. Pero allí estaba yo, atenta para ayudarle. Agarré el duro falo y lo llevé a mi entrada.
- Aprieta ahora, cielo, empuja, sin miedo. Eso, esoooo, asíiiii….
El chico entró en mí sin dificultad alguna, me sentí de nuevo totalmente llena, mujer penetrada, golfa en suma. Ahora ya no me importaba sentirme muy puta, había perdido ya la vergüenza.
- Ya, cariño, ya estás dentro de una mujer.
- ¿Qué hago ahora? – preguntó el chico en su inocencia-.
- ¿Estás a gusto, te sientes bien?
- Sí, muy a gusto, me encanta.
- Pues entonces solo disfruta, déjate llevar, haz lo que te apetezca: entrar y salir de mi cuerpo, besarme, tocarme, todo lo que quieras.
Pues el consejo surtió efecto. Vamos, como si llevara follando media vida. Se portó como un experto. Todo un hombrecito. Bombeaba con su pollón, sacándolo y metiéndolo, unas veces lento, otras rápido. Me lo clavaba hasta el fondo y apretaba sin compasión. Me buscaba la boca y yo le besaba con lengua; seguía succionando los pezones. Llevaba las manos a mis gruesas piernas, a mis caderas, se sorprendía con mi volumen.
Esta vez si que estaba yo animada. Ese sentimiento de estar enseñando a un joven (quien me lo iba a decir, yo que apenas tenía experiencia) me hacía sentir muy, pero que muy bien. Era una mezcla de amante y madre amorosa. Empecé a empujarlo hacia mí, agarrando sus caderas y su culo. Inicié un movimiento cadencioso con mis caderas, adaptándome a su ritmo cuando bombeaba. No lo había hecho antes con su padre y con su tío.
- ¡ Que delicia, que a gusto estoy, que bien me lo haces, cariño…¡
Sentía un calor especial en todo mi cuerpo y unas sensaciones raras, pero tremendamente placenteras. Doblé las rodillas, subiendo las piernas y abrazando con ellas la cintura del chico. Así la penetración era más profunda, sentía la punta de su miembro muy dentro. Eso yo nunca lo había hecho antes, me salía espontáneamente. Lo agarré por el cuello y lo besé con pasión. Las oleadas de sensaciones aumentaban. Estaba cerca del orgasmo….pero esta vez tampoco llegó, porque el chico se corrió de inmediato y satisfecho ya de sexo, se bajó de mi cuerpo. Me quedé a medias pero tampoco frustrada, porque me había dado cuenta que yo era capaz, que podía llegar bien. Si esta vez no lo había conseguido sería la próxima, estaba segura.
El chico se dejó caer a un lado y lo abracé con ternura, acariciando su cabeza y dándole besos tiernos. Llamé a su padre.
- George, ven un momento, por favor…
El padre entró en la tienda, un poco temeroso, pensando que algo iba mal.
- George, mira, me quedo aquí a dormir con Mikel. ¿No os importa?
- Para nada, Anne, todo lo contrario, nos agrada. Ahora cojo los sacos de dormir y nos quedamos fuera. ¿Cómo se ha portado el chico?
- Todo un hombre, George, de maravilla.
- Enhorabuena, hijo, felicidades. Continuar a gusto lo que queráis.
Cogió los sacos y ya no volvieron a aparecer en el resto de la noche. Mikel y yo caímos en un sueño reparador, gratificante, aunque yo me despertaba de vez en cuando a causa de las emociones de la noche.
Ya avanza la madrugada algo me despertó. Eran las manos de Mikel, recorriendo todo mi cuerpo. Me dejé hacer, agradecida. Se pegó a mi espalda, agarrando por delante mis pechos, buscando de nuevo mi sexo. Esta vez no me había ido a asear a la laguna, no hacía falta, porque el hombre que me iba a seguir disfrutando era el mismo. Me quedé quieta, concentrada en sus caricias, durante mucho tiempo, no había ahora prisa alguna.
Comencé a sentirme mujer, o sea, me volví a sentir húmeda. Notaba mis muslos mojados, como antes nunca me había sucedido. Le hice ya saber que me había despertado y que me agradaban sus dulces toqueteos. Me giré para ponerme boca arriba y me ofrecí de nuevo a él, abierta al máximo. No hizo falta ahora que lo guiase, saltó encima con mucha decisión y de un solo golpe, hasta las entrañas, entró en mí. Nunca había sentido la dulce sensación de ser penetrada estado así tan húmeda. Fue delicioso sentir como entraba sin el más mínimo roce que resultara desagradable.
Apretó con decisión y el jodío chico metió su lengua en mi boca sin que apenas pudiera respirar. Vaya manera de aprender y rápido. Medio ahogada sentía que de mi sexo salían ahora verdaderos chorros, la mayor excitación de mi vida. Y ahora de nuevo las sensaciones, el calor, una especie de temblor que me hacía llevar a unas convulsiones riquísimas. ¡¡ Y me corrí…¡¡. Sí, sí, ahora sí, ahora por fin llegó. Y sentí un potentísimo orgasmo y además muy largo, me parecía que encadenaba uno con el siguiente. Quedé agotada, inmóvil, medio desmayada. No me enteré que había pasado con el chico, ya no estaba en condiciones de preocuparme por él. Pero seguro que también se había corrido en mi interior, pues descabalgó y se quedó relajado boca arriba. Yo también miraba al techo de la tienda y a través de la ventana veía el cielo lleno de estrellas muy brillantes. Fuera, era tal el silencio de la naturaleza que solo me llegaba el ruido del agua del río y el ligero ronquido de uno de los dos maduros que dormían fuera.
Noté que algunas lágrimas de emoción caían por mi cara, era con seguridad el momento más bello de mi vida, la felicidad completa. Me quedé ahora profundamente dormida.
Ya con la luz del nuevo día entrando en la tienda se asomó Robert.
- Vamos, chicos, que es hora de desayunar…. Jjajajajajaja. Vaya noche que habéis tenido, eh…
- Jajajaja, la mejor de mi vida, Robert….jajajajaja –Yo ya putita total, sin pudor alguno-.
Nos levantamos y Mikel y yo volvimos a la laguna para bañarnos. Después de vestidos nos esperaba el mejor desayuno que habían preparado su padre y su tío.
Desde ese día eran ellos los que subían a mi cabaña, donde estábamos más cómodos. Pero ya no los tres juntos, eso fue solo el primer día. Ahora subía uno solo cada noche y se quedaba a dormir hasta el día siguiente.
Pero lo que sí ocurrió más de una vez, fue que tras marcharse el que había pasado la noche, subía a media mañana otro de ellos, y después de comer el tercero. Descubrí mi tremendo potencial sexual, a edad madura, pero nunca es tarde si la dicha es buena ( o mejor dicho: si la picha es buena…ajajaa). Y este caso los tres eran muy buenos amantes, cada uno en su estilo. Disfruté como loca, ya perdía la cuenta de los orgasmos que sentía.
Los tres hombres tenían pensado pasar unos diez o quince días en el lugar. Pero ya llevaban mes y medio, el verano se terminaba y venían los primeros fríos. Recogieron el campamento aunque con pesar, prometiendo volver en cuánto pudiesen.
Y claro que volvieron a acampar el verano siguiente. Pero es más, no esperaron a volver hasta el verano, y se presentaron en el otoño y en el invierno a pasar una semana en mi cabaña.
Ni que decir tiene que cuando me llamaban para anunciarme su visita, se me iluminaba el rostro.
Por cierto he engordado cuatro o cinco kilos, debe de ser de la satisfacción. Pero no me importa porque ellos me dicen que están bien repartidos y me sientan muy bien.
¿Qué más puedo pedir?