Con total sinceridad

Una introspección a seis años de relaciones sociales.

Si ya ser una persona con discapacidad es una odisea, sumarle además el apelativo de "gay" es convertirlo en surrealismo. Y si no que se lo digan a Marco que, después de tener su primera relación sexual a los 24 años, comenzó a experimentar los placeres de las relaciones humanas, al tiempo que descubría cómo poco a poco su personalidad iba cambiando en función de las situaciones.

Tras una larga y sincera conversación con él en la que hicimos una introspección a nuestras mutuas vidas sexuales, le pedí su permiso para publicar algunas de sus historias.

  • Publícalas todas -me pidió-. Dales ese toque literario que tú sabes darles. Sólo te pido una cosa.

  • Lo que sea, cualquier cosa -le respondí lleno de júbilo al poder escribir lo que ahora estáis a punto de leer.

  • Si algún día descubren todo esto y se ponen en contacto contigo para escribir un libro, quiero el 40%.

Nos reímos a carcajadas como dos chiquillos. Como él mismo lo dice, "la historia de Marco está llena de amagos de relación, sexo con confianza y amores cortos finalmente no correspondidos". Actualmente cuenta con los mismos años que yo, casi 30, y sigue viviendo en el mismo lugar, haciendo las mismas cosas y disfrutando de su eterna amiga, la soledad.

  • En seis años de relaciones sociales, he aprendido más cosas que en toda una vida de libros y apuntes -me dijo.

  • La verdad es que podrías escribir un libro o abrir un blog. Serías como una versión de Carrie Bradshaw en masculino pero con la personalidad de Samantha Jones.

Se rió.

  • ¿Me estás llamando puta?

Me reí algo avergonzado.

  • No, sólo putilla.

Volvió a reírse.

  • Bueno, eso te lo dejo a ti. Lo de escribir, me refiero. Yo no sabría ni por dónde empezar, ni qué palabras utilizar. Ya sabes que lo mío no son las letras. Más bien es… otra cosa. Y todo empezó con

  • con Germán.

  • ¡Uf!, recordar ese nombre me pone los pelos de punta. Siempre lo consideraré como el mayor error de mi vida, pero también debo admitir que fue la persona que me enseñó que a pesar de estar en una silla puedo resultar atractivo y deseado a los demás.

  • ¡Claro que sí, Marco! Cuéntame, ¿cómo os conocisteis?

Érase una vez

El día de Navidad de 2004 me encontraba chateando como tantas tardes en una sala de temática homosexual. En mitad de anuncios de gente que solicitaba y ofrecía sexo, apareció él. Con su humor sarcástico e irónico, tan parecido al mío, me llamó la atención. Pronto empezamos a conversar por privado y a contarnos un poco -o más bien un mucho- de nuestras vidas. Por aquel entonces yo tenía 24 años y él 36. No recuerdo haber puesto ningún inconveniente a la diferencia de edad. Lo que sí recuerdo con claridad, es que tardé 3 días en decirle que estaba en una silla. Tenía miedo de ser rechazado… otra vez.

  • ¿Otra vez? -pregunté extrañado. Había una parte de su historia que me había perdido.

  • Sí bueno, hablo de Tomás, pero ya lo sabes, no me rechazó por estar en una silla, me rechazó porque… pues porque vivíamos lejos y prefería conservarme como amigo.

  • ¡Ah, Tomás! Sí, ahora me acuerdo.

  • ¿Puedo continuar?

  • Por favor.

El caso es que cuando le confesé mi enfermedad y mi situación tardó alrededor de 10 minutos en contestarme. Temí que lo hubiese espantado y tenía los nervios a flor de piel. Su respuesta fue aplastante.

GrMn68: ¿Y? (Disculpa, estaba al teléfono)

Amedio80: Ah, no pasa nada. ¿Y?, pues… que no sé qué pienses de todo esto.

GrMn68: Mira, que estés en una silla no te hace menos persona. Además, no estoy chateando con la silla, ¿o si?

Amedio80: No, por supuesto que no.

GrMn68: Pues eso, estoy chateando con la persona encima de la silla. Y sinceramente, me gusta más la persona que la silla.

Aquella pequeña confesión me hizo entrar en una extraña taquicardia, haciéndome pensar si… no, no podía ser. ¿Acaso era posible que me gustase Germán? Tenía que averiguarlo de alguna manera. Dejé que pasase algún tiempo prudencial. Un tiempo en el que hice otras cosas y navegué por otras páginas, tratando de no encontrarme con Germán. Tratando de descubrir si me era completamente necesario chatear con él todos los días. No tardé ni una semana en darme cuenta. Germán me gustaba. Me gustaba mucho. Así que me armé de valor y volví a acceder al chat. Sin embargo no le encontré en la misma sala de siempre. Un rayo de decepción se alojó en mí. ¿Lo había perdido por mis miedos?

GrMn68: ¿Dónde has estado estos días?

Amedio80: ¡Qué susto! ¿De dónde sales? No estás en la sala.

GrMn68: No. Estoy escondido.

Amedio80: ¿Y cómo has sabido que estaba conectado?

GrMn68: Este programa tiene una opción de rastreo. Poniendo el nick de la persona a rastrear sabes cuando entra y cuando sale del programa.

Amedio80: ¿Me estás espiando?

GrMn68: No, en absoluto. Sólo lo hice porque te echo de menos.

Era justo el tipo de declaración que estaba esperando para terminar de quitarme el peso del miedo de encima.

Amedio80: He estado pensando

GrMn68: ¿En?

Amedio80: En ti y en mí. Creo que deberíamos vernos. Bueno… me apetece mucho que nos veamos.

GrMn68: A mí también me apetece. Pero… hay un pequeño problema.

Amedio80: Ya.

Aquel problema no era nada más ni nada menos que no sabíamos el aspecto que tenía el otro. Nunca nos habíamos comunicado por otro medio que no fuera el programa de chat. Por aquel entonces no se estilaban las webcams, relegando únicamente su uso a otro programa de videoconferencias, el NetMeeting. Ni siquiera los MSN de la época tenían la opción de ver a la gente por webcam. Además, Germán no tenía dirección de correo electrónico. El único medio, repito, era el chat. Pero bueno, gracias a las fotos pudimos ponernos caras. En cuanto le mandé una mía, su exclamación fue contundente.

GrMn68: ¡Joder, qué guapo eres!

Amedio80: Vaya… gracias, gracias. ¿Ahora me envías una tuya?

GrMn68: Sí, espera. Estoy buscando una en la que salga medio decente.

Sin embargo cuando la vi todos mis pensamientos se desmoronaron, lo mismo que los supuestos sentimientos que estaba teniendo por él. No era ni de lejos el aspecto que esperaba encontrar. Estaba ante una persona delgada, con gafas, una dentadura que exigía a gritos una ortodoncia y una más que vistosa calvicie que era aún más destacada al cortarse Germán el pelo al 1. No, definitivamente no era mi tipo. Pero sin embargo, gracias a algún cable que se me debió cruzar en el cerebro, acerté a decir lo mismo que él me había dicho a mí. Claro que con menos ímpetu. Años más tarde, querido Héctor, y repasando esta historia, puedo alegar en mi defensa que si quedé con él fue únicamente para hacerme salir a mí mismo de la burbuja de inseguridad que tenía creada en casa.

  • ¿Y quedasteis, no?

  • Sí. El 16 de enero de 2005. Había quedado con unos amigos que tocaban en un grupo y no vi mejor oportunidad para conocernos que aquella. Dije en casa que "un amigo" me llevaría a ver la actuación musical de mis otros amigos, así que nadie puso pegas por nada. Habíamos quedado a las 16.30 de la tarde. Bajé la cuesta que separa mi casa de la carretera general y me dispuse a esperarlo. No tardó mucho en llegar en un pequeño Peugeot 206 blanco. Nos saludamos educadamente, dándonos la mano y nos dispusimos a ir al encuentro de mis otros amigos.

En la zona en la que vivo los atascos domingueros suelen ser habituales por lo que encontrar aparcamiento también se convirtió en una hazaña a querer olvidar. Después de dar cuatro o cinco vueltas por todas las manzanas buscando un dichoso hueco, nos miramos y él habló.

  • ¿Por qué no mejor nos olvidamos de la actuación de tus amigos y nos vamos a otro sitio?

  • Pues sí -le respondí poco seguro de mi respuesta. ¡Quería ir a la actuación! Pero también presentía que aquella tarde iban a pasar muchas cosas-. Tú llevas el coche, tú decides. Soy todo tuyo.

Me sonrió de una forma entre morbosa y agradecida, puso una marcha, pisó el acelerador a fondo y el coche salió disparado hacia un destino desconocido.