Con total sinceridad (2)

Las cosas se complican para Marco, sin saber qué hacer con Germán

  • Y ese destino desconocido resultó ser

  • su casa, sí.

  • Vaya tela.

  • Ya ves.

  • Lo que me sorprende es que tú siempre has dicho que nunca tendrías sexo en la primera cita, y resulta que la primera vez que quedas con Germán, pierd

  • Uohohohoho… no te pases. Me llevó a su casa, si, pero ese día no ocurrió nada. De hecho, nada más llegar mi primer pensamiento fue que en un lugar como aquél nadie en su sano juicio follaría con nadie.

  • ¿Entonces?

Aquella casa era como la de mis abuelos pero con bastante peor aspecto. Y eso que la casa de mis abuelos ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones y tiene casi 200 años. Tú imagínate si parecía vieja que por un momento pensé que me encontraría con un cagatorio en mitad del pasillo.

  • Home, sweet home! -anunció Germán abriéndome la puerta.

  • Gracias -"creo".

  • Ponte cómodo mientras voy al baño. ¿Quieres tomar algo?

  • ¿Coca-Cola? -dije sonriendo. "En realidad odio la Coca-Cola, pero no te pienso pedir un vaso de agua por si tienes las cañerías oxidadas."

Me quedé esperándole en aquel pequeño salón consistente en una mesa-camilla que sostenía una televisión de plasma (lo único que parecía ser moderno en aquella casa), un sofá que cualquiera que lo viera diría que había sido deshilachado por un gato, una mesita a su lado en la que había revistas de todo tipo y dos cuadros con sendos bodegones cada uno.

  • Espero no haberte hecho esperar -dijo Germán tras de mí, mientras veía uno de los cuadros-. ¿Te gusta? Los pinta mi sobrina Yolanda.

  • Sí, son bonitos. ¿Cuántos años tiene? -pregunté más por cortesía que por interés.

  • Catorce -me respondió al tiempo que daba la vuelta a la silla y me ponía frente a él-. Desde que te vi mientras me esperabas en la carretera he deseado hacer una cosa.

Y, acto seguido, con un "ven aquí", me agarró del cuello y selló sus labios a los míos en un beso inesperado. Si quieres que te diga lo que sentí, fue una mezcla entre incomodidad y excitación. Definitivamente Germán cada vez me gustaba menos, pero nunca jamás hasta el momento ningún hombre me había besado. Así que opté por la opción más rápida: dejarme llevar.

Mientras nos besábamos temblaba como un mimbre. En mi cabeza se amontonaban miles de preguntas: ¿lo estaré haciendo bien? ¿Le gustará? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Debería continuar? ¿Decirle que se detuviera? Su lengua jugaba con la mía luchando en una pelea que parecía no tener fin. Notaba que la respiración de Germán se aceleraba. Sólo tener sus labios pegados a los míos impedía que gimiese de una forma escandalosa. Sus manos continuaban una en mi nuca y otra en mi cara. Sin embargo aquélla fue resbalando por mi cuerpo hasta toparse con los botones de mi camisa que fue abriendo lentamente y con dificultad. Consiguió abrirme dos y metió las manos por dentro, alcanzando uno de mis pezones. En ese momento reaccioné.

  • Germán, hey, Germán. Germán, para, para, por favor.

  • ¿Qué pasa? ¿No te gusta? -preguntó con los ojos desorbitados de la excitación.

  • No es eso, es que yo nunca… -inexplicablemente me estaba poniendo rojo al confesarle que era virgen a pesar de mis 24 años. Pareció entenderlo a tenor de la cara que puso después.

  • No te preocupes, no haremos nada que tú no quieras hacer -acto seguido me abrazó-. ¿Quieres que te lleve a casa? -me preguntó tras el abrazo.

  • Por favor.

Durante el viaje de vuelta no nos dijimos nada. Ni una palabra. Nada. Ni siquiera un "lo siento" salió de su voz. Ni de la mía. Sí, de la mía tampoco. Sin saber muy bien por qué, en alguna parte de mi ser, me sentía fatal por haberle cortado el rollo. Y sentía que tenía que pedirle perdón.

  • Pero no fue tu culpa. Tú no querías hacer nada con él porque simplemente tú no follas en la primera cita y además él no te ponía.

  • Lo sé, pero me sentía fatal. Y bueno, eso de que no me ponía no es del todo cierto.

  • ¿Perdona?

  • A ver, Héctor, no me malinterpretes, no me ponía él, ya te lo he dicho, pero me ponía lo que me estaba haciendo. Compréndelo, era un novato. Pero me acojoné en el momento en el que asimilé quién era el que me estaba tocando.

  • Ya. No sé dónde oí una vez que una cosa es que tengas unos determinados gustos y otra la mecánica de las cosas. ¿Qué pasó después?

  • Luego las cosas se fueron complicando. Nos veíamos todos los domingos. En casa creían que me iba de cafés con mis compañeros del curso de diseño web en el que estaba en aquel momento, así que no había problemas en que me fuera a buscar. Cada vez buscábamos un lugar más apartado para poder aumentar la pasión entre nosotros. Pero todo lo hacíamos en el coche, así que nunca pasó nada realmente "importante", si sabes a qué me refiero.

  • Te entiendo, sí.

  • El problema llegó en el momento en el que empezó a visitarme al trabajo.

Germán trabajaba de recepcionista en un hotel de lujo, pero su contrato era por turnos, por lo que había semanas enteras en las que no trabajaba o trabajaba solo por las mañanas. Entonces aprovechaba y se venía a mi trabajo. En parte lo agradecía porque estar 4 horas con unos horribles pre-adolescentes con acné y hormonas revueltas era como para cortarse las venas. Pero por otro lado, un hombre completamente desarmarizado en un pueblo en el que la homosexualidad estaba medio escondida, me daba auténtico canguelo. Canguelo porque descubrieran mi verdadero yo. Un día mientras veíamos unos discos por Internet, me soltó una bomba que no esperaba.

  • Me gustaría mucho que vinieras un día a casa a dormir conmigo.

  • Uh… ¿disculpa?

  • Llevamos saliendo 3 semanas y viéndonos casi seguido 1 (gracias a que vengo a verte). Va siendo hora de que eso que hacemos por ahí en mi coche, lo hagamos cómodamente en la cama, ¿no te parece?

  • Ya, ¿y qué digo en mi casa? Nunca he dormido fuera si no es en casa de mi hermana. No creo que a mi señora madre le siente bien.

  • A ver, Marco, tienes casi 25 años, va siendo hora de que te dejen hacer lo que te dé la gana. Y eso implica también dormir con tu novio, aunque piensen que soy sólo un amigo.

  • ¿Novio? ¿Sólo llevababais saliendo tres semanas y ya decía que erais novios?

  • Pues sí.

  • ¡Qué valor! Y para ti solo era un amigo con derecho a roce.

  • Espera, porque la cuestión fue que insistió tanto que al final accedí.

  • ¿Qué dijiste en casa?

  • Que tenía una cena con los compañeros de clase y que me quedaría a dormir en casa de Germán. No sé cómo me salió tan bien. Un sábado me fue a buscar después de comer y salimos hacia su casa.