Con Silvia 1
Este relato es una adaptación de la serie Delicia que, creo no la ubiqué en la categoría adecuada. Aquí, mi hermana cobra protagonismo en nuestros juegos sexuales experimentando con Silvia y conmigo nuevas emociones. Espero que la transformación sea de tu agrado.
Este relato es una adaptación de la serie Delicia que, creo no la ubiqué en la categoría adecuada. Aquí, mi hermana cobra protagonismo en nuestros juegos sexuales experimentando con Silvia y conmigo nuevas emociones.
Espero que la transformación sea de tu agrado.
Con Silvia 1
por Ramón Fons
La galería de París iba viento en popa. Mis cuadros se vendían muy bien y el asesor financiero aconsejó originar gastos. Decidí abrir una galería en otra ciudad.
Dediqué varios viajes a localizar un local, entrevistar al futuro personal a encontrar y un apartamento cercano para evitar desplazamientos.
Mi hermana hacía tiempo que quería venir a pasar unos días con nosotros. Creí acertada la opinión femenina en muchos quehaceres que me esperaban. Mi esposa estaba de viaje por Sudáfrica en misión humanitaria y no podía estar conmigo.
A mi hermana ya la conocéis. Es alta , con el pelo muy corto, negro, con pechos no muy grandes pero que caben justos en la mano, los ojos marrones, los labios carnosos enmarcando una boca grande y fresca. Una delicia de mujer.
Alquilamos un piso en el centro, muy próximo a la oficina. Era sin muebles por lo que compramos lo imprescindible para pasar pocas horas en él. Reformamos el baño, eso sí. Nos hicieron todo el suelo de cemento con una rejilla de lado a lado como desagüe. Una cortina circular de tres metros de diámetro en el centro del baño te encerraba al ducharte – mi hermana lo vio en una revista de diseño de interiores -. Me quedé con la habitación de matrimonio. Un futón servía de cama. Una mesa de comedor "de madera de árbol y maciza" , dijo el vendedor del rastrillo, de más de cien años con cuatro enormes patas me serviría para el ordenador, cuando lo instalara, y los cuatro papeles que me pudiera llevar del trabajo. Mi hermana se empeñó en que pusiera un sofá grande. - De tres plazas o más, dijo, para separar las zonas de dormitorio y despacho. Mi habitación era enorme, treinta metros con armario empotrado y gran cristalera para salir a una amplia terraza en la que cabían perfectamente una mesa grande con seis sillas, cuatro o cinco tumbonas y una buena barbacoa. - Cenitas en verano - pensé.
-Este sofá lo pondremos en tu habitación. En medio. Tendrás luz natural para leer -dijo en la tienda de muebles.
¡¡¡El piso tiene cinco habitaciones!!! ¿Para que coño quiero un sofá en medio del cuarto? Situé el sofá formando hilera con la mesa frente la salida al balcón, por lo de la luz.
Una noche, al poco de instalarnos, y para celebrar que ya podíamos abrir la delegación salimos de fiesta. Estuvimos en varios locales. Diseño y modernidad contrastaba con las calles del barrio de moda.
Mi hermana hizo que me fijara en una chica que estaba sentada cerca de nosotros. -Podríamos celebrar el éxito con ella – susurró mi hermana al oído.
Me acerqué a la chica en la penumbra. Contemplé unos ojos negros bajo unas cejas perfiladas, aquel pelo azabache y el perfil griego realzaba aun más su belleza. Era la mismísima Afrodita. La corta falda negra descubría unas piernas que parecían no tener final. Una camisa blanca, brillante como ella, que parecía de corte masculino con las magas algo arremangadas. Los cinco botones desabrochados insinuaban unos pechos pequeños y manejables. Observó como la miraba atentamente. Cambió el cruce de sus piernas. Tragué saliva. Ella se dejó abordar.
Mi hermana se acercó. Nos presentamos. Se cayeron bien. Más adelante supimos que ella tenía veintitrés años. Podía ser nuestra hija. Pero no lo era.
El local se llenó y era imposible entenderse con semejantes voces y música machacona. Propuse cambiar de escenario. Silvia conocía bien el ambiente y nos paseó por varios locales con gracia. Los locales y ella. Tenía un suave contorneo al caminar. La faldita sedosa bailaba dibujando aguas en la penumbra encima de su culito respingón que subía más aún sobre los tacones de aguja. No ocultaré que más de uno y más de otras se giraban a su paso. Estaba orgulloso de su compañía.
Casi amanecía cuando la dejamos en la esquina que nos indicó.
-Un sueñecito, una ducha y un café que a las diez abro la tienda- De lámparas propiedad de su familia, supimos más tarde.
Estuvimos de acuerdo en llamarnos para quedar otro día y conocernos mejor.
La chica nos gustó. Me pareció una chica atrevida. Picarona con trazas de arriesgada. Nos gustan así, con ganas de pasarlo bien y sin tabús.
Mientras hacía el amor con mi hermana jugábamos con ella. Nos la imaginábamos entre nosotros. Mi hermana imitaba su voz – Román, ¿te gusta como te la chupo?Aquella criatura me gustaba cada día más. Mis duchas fueron de ella. Nos masturbábamos pensando en aquel cuerpo. Tenía que verla y pronto. No me decidía a llamarla por temor a ser pesado y que me mandara a freír espárragos.
Decidimos que fuera mi hermana quien diera el paso. Le hizo una visita sorpresa en la tienda. Dijo que yo estaba con un cliente en la zona y mientras me esperaba aprovechaba para saludarla.
Silvia vestía una faldita corta (fuimos descubriendo que era su prenda preferida. Nos alegramos de ello. Y lo disfrutamos) plisada, color verde militar y una camiseta imperio con estampado de camuflaje.
Pasados veinte minutos entré en la tienda y me recibió con dos besos. La noté nerviosa. Se sonrojó. Aceptó el café. La dependienta nos miró de arriba a bajo esgrimiendo una sonrisa que no entendí. Se hizo cargo del negocio.
Silvia se dio cuenta de mi interés. De que me gustaba. Hizo que sonriera con divertidas anécdotas de su infancia, de la universidad. Terminó económicas aquel año. Y poco más podía contar ya que su juventud no le ofrecía demasiadas experiencias. No pude contenerme y le lancé – se que es una locura pero me estoy enamorando, sólo pienso de ti. Mi hermana corroboró mi estado.
Dibujó una sonrisa y añadió – cuando te acercaste la otra noche tuve una sensación que nunca antes había sentido. Un hormigueo en el estomago...y no he dejado de pensar en ti. Tenía muchas ganas de verte -dijo en voz entrecortada mirándome a los ojos.
Acercó su cara a la mía, rozó tiernamente sus labios con los míos y dijo -creo que me has hecho tuya.
Mi hermana rompió la magia.
-Y a mí nadie me besa. Yo también estoy enamorada de los dos.
Nos juntamos en un beso largo. Los labios de los tres se apretaron y buscaron las lenguas que todos encontraron. No había duda. Haríamos un buen equipo.
El café se alargó más de tres cuartos de hora. Le hablé de mí, de mis proyectos, de mi vida en general de mis aficiones. La conversación se fue calentando. El sobre de la mesa era de vidrio transparente y entre la poca tela de la faldita y que no paraba de cambiar el cruce de piernas aprendí de memoria el tanga blanco. Nos interesamos por nuestros gustos sexuales. Reconoció ser sumisa/ejecutora, que le dieran órdenes y sentirse esclava, como mi hermana. Dijo que tuvo varias experiencias lesbicas con compañeras de la Universidad. Compartían piso y solía dormir con ellas. - Ya me entiendes, un poco de jaja jiji y luego a dormir- añadió.
Cuando me tocó, confesé mis debilidades. Hacer realidad mis fantasías para mí es primordial. Tríos, orgías, intercambios, incesto, mismos sexos, vicio, jovencitas -me lanzó un beso-, perversión -se mordió el labio superior-, tiritos... -respiró profundo-
-¡Joder, que pasada de hermanos! Y habéis hecho todo eso. Que os dio más placer- preguntó sin pestañear.
-Todo. Juntos y por separado- respondimos a la vez.
-Pero nos daría mucho más placer repetirlo contigo.
Se le pusieron los ojos como platos y los pezones en punta.
Luego nos confesó que le gustaba ser observada.
-Algo exhibicionista, vaya –. Acompañó sus palabras abanicándose con la falda mirando fijamente al caballero de enfrente quien al verle las bragas dio un respingo y derramó el cortado en la corbata.
-Veis a lo que me refiero.
Nos contó que le excitaban las escaleras mecánicas. Que tenía una fantasía recurrente que le gustaría realizar alguna vez. Añadió que quizá podríamos acompañarla con una cámara oculta y nos relató su fantasía:
-Estaba en las escaleras mecánicas del Cor... unos grandes almacenes. Llevaba detrás tres señores de tu edad más o menos. Me gustan maduros. Visitantes de la feria porque les colgaba del cuello el mismo carnet. Aceleré el paso subiendo ocho escalones. Separé algo las piernas tiré de la minifalda hacia arriba para que dejara ver mejor el culo y me incliné hacia delante sin doblar las piernas para tocarme un zapato. Quedé inmóvil hasta que acabó la escalera. A paso lento les esperé hasta quedar a mi altura. - Disculpen, la zapatería saben donde está.
Les pregunté sabiendo que no conocían los almacenes, pero entendieron el mensaje.
En la planta superior y después de comprobar que me habían seguido por las escaleras mecánicas, en las que repetí la flexión, con rebote esta vez, estaba la zapatería. Doblando un pasillo me despojé del tanga. Le dí varias vueltas a la goma hasta que quedó como una pulsera. Lo colgué de mi muñeca. Ya en la sección cogí varios zapatos al tuntún y me senté frente al típico espejo inclinado de siempre. No tardaron en revolotear los tres visitantes. Fui poniendo y sacando, levantándome y paseando frente al espejo inclinado, que a su vez sirve de taburete para la dependienta. Cambié de lado. Había dos taburetes espejo uno junto al otro.
Al ponerme en pié veía mi coño mojado en el espejo y les veía a ellos entre mis piernas. Sentí un bombazo y un chorro cayó a la moqueta. El zapato que acababa de coger se soltó de mi mano y salpicó en el charco. Me doblé para coger el zapato ofreciendo la mejor fotografía de un coño encharcado que jamás verán los tres tenores.
Unos no me entraban pero a piernas cruzadas y separadas y bien abiertas simulaba mirar como quedaban. El espejo hacía mis delicias y las suyas. Me levanté y busqué más modelos. Ellos iban acercándose cada vez más. El alto cogió unos zapatos y se sentó en frente de mí simulando observarlos. Creo que nunca había hecho tantos estiramientos. Levantaba los brazos poniéndome de puntillas para alcanzar el zapato más lejano. La minifalda parecía un cinturón. Los espejos rebotaban la imagen de mi culo y mi coño vistos desde detrás. Estaba chorreando de placer.
Volví a sentarme y el alto tomó asiento en el taburete/espejo que yo tenía en frente.
- Permites que te pruebe éste? Estoy seguro que te gustará.
Levanté la pierna a la vez que separaba la otra. Le estaba enseñando mi coño depilado, mojado por fuera, encharcado por dentro, mi ano estallaba de gusto. Volvió el bombazo. El alto cogió el pié y lo separó aún más de la otra pierna. Creía que me iba a romper.
El que parecía más joven se acercó y levantó la otra pierna tirando hacia él. Quedé espatarrada y recostada. En milésimas de segundo llenaron de dedos mi coño encharcado. Jugaron con él por dentro y por fuera. Introducían de cuatro en cuatro los dedos de las dos manos a la vez en los dos agujeros. El alto me arrancó el tanga de la muñeca poniéndomelo en la boca, casi ahogándome. Veía sus pollas reventando los pantalones. Las quería dentro de mí. Daba igual por donde pero dentro de mí.
El joven entendió que era lo quería cuando yo alargaba la mano buscándole el paquete. Se la sacó y sin dejar de mover frenéticamente los cuatro dedos dentro de mi ano me la puso en la boca. Yo quería la del alto también. Chupando, lamiendo, mordiendo, ensalivando aquella polla reventé y salieron chorros de dentro de mi coño. El alto sin soltarme la pierna encajó su boca tragando todos los jugos que pudo.
El joven gemía como una animal herido. Apreté su polla por la que chorreaban mis babas resbalando por sus huevos y soltó una descarga de leche increíble. Me la metí en la boca y tragué. Seguí chupando, y volví a tragar. Le escurrí la polla hasta no dejar una sola gota de leche. Cuando el alto por fin se decidió a darme la vuelta para follarme por detrás el tercer visitante avisó ... -Que viene que viene!!!. Me recordó al vigilante de la clase de cuarto.
Se acercó una señorita y amablemente preguntó si deseaba algo. En estos almacenes cuando buscas una dependienta nunca la encuentras y ahora que no la quería apareció. - Sí que lo deseo pero por tu culpa me lo he perdido.
Silvia se acercó y cojiendome la cabeza por la nuca me ahogó con su lengua de Afrodita.
Cuando me soltó dijo –Te ha gustado la fantasía. Eres mi amo y yo soy tu esclava. Haré todo lo que tu quieras que haga. Quiero disfrutar de tu experiencia. Eres lo que buscaba en mis sueños.
Estaba muy claro. Nos habíamos encoñado mutuamente.
Mi hermana aplaudió la fantasía y le prometió que la harían realidad.
Salimos de la cafetería a paso lento. Yo no quería separarme de Silvia. Ella también parecía no tener prisa. Llegamos a la tienda y quedamos para cenar en mi casa el próximo jueves.
Mi hermana me invitó a comer con la prisa de meternos en la cama. La fantasía de Silvia y ella misma relatando la morbosidad la tenía a cien. No terminamos el segundo plato y fuimos en busca de mi nueva cama.
-Cuando mi hermana se corrió por última vez dijo -El jueves lo haré en su boca.