Con sexo no hay problemas y 3

Resolví los problemas de mi marido... y me encontré con los míos.

Continuación de la historia Con sexo no hay problemas 2 que encontrará en http://www.todorelatos.com/relato/115765/

Sin problemas no hay soluciones

Aquella noche huí de mi marido como de la peste y le avisé que tenía la menstruación para evitar que tuviera tentaciones sexuales; tenía el coño terriblemente irritado como para darle más guerra. No le dije que había logrado que no fuera uno de los elegidos para incrementar la cola del paro porque me hubiera sido difícil explicar cómo lo había conseguido.

Estaba terriblemente confusa y avergonzada por mi comportamiento.

Mi mente era un torbellino, había resuelto el problema de nuestros ingresos pero me había metido en un berenjenal de difícil solución. Me disgustó descubrir de lo que soy capaz por el puto dinero, pero... ¿dios, como era yo realmente? ¿Era una puta?... supongo que sí pero lo más bochornoso era que no me arrepentía de nada. Ni Arsenio, ni Gloria eran mi tipo. Jamás se me hubiera pasado por la cabeza intentar seducirles a ninguno de ellos pero... disfruté de cada momento, de cada segundo de placer que me hicieron disfrutar.

No quise ni pensar cómo debía actuar a partir de ahora y procuré no pensar en nada para poder dormirme. Me consolé prometiéndome que lo primero que haría al despertar sería masturbarme como una loca... si es que tenía el coño para ruidos. No pude dejar de sonreír ante mi sentido del humor.

En el trabajo nada parecía haber cambiado. Coincidí un par de veces con Arsenio y no hizo nada que delatara la intimidad que habíamos alcanzado pero no pude evitar sonrojarme pensando que en una semana tenía una cita con él y me inquietó solo de pensar en lo que me esperaba.

Con Gloria la cosa fue diferente. Ella parecía disfrutar del poder que tenía sobre mí y es que yo me ruborizaba como una colegiala nada más verla lo que provocaba en ella una sonrisa despectiva.

A media mañana, coincidimos en el cuarto donde estaban las máquinas de café. Estábamos solas y me pidió, no, no era una petición sino una orden, me ordenó que le prepara un café con leche. Cuando se lo acerqué me miró con desprecio y me exigió que, frente a ella, pusiera las manos en la nuca. No pude negarme y obedecí sumisa.

– ¿Sabes que estás en una posición de sumisión?

No lo sabía por lo que negué ligeramente con la cabeza.

– En ésta posición estás diciéndome que puedo hacer contigo lo que me salga del coño. ¿Eres consciente de ello?

Nuevamente lo ignoraba pero preferí no reconocerlo.

– Y si ahora viniera alguien, ¿qué harías?

– No lo sé... señora –una mirada de terror ante lo que podía significar aquello me hizo abrir los ojos de par en par.

– ¿No lo sabes, zorrita de mierda?, yo sí sé lo que querría que hicieras.

– ¿Qué debería hacer, señora? –pregunté obediente.

– Te quedarías como estás y todos sabrían que me perteneces –la miré atemorizada y con ganas de resistirme–, pero no creo que me convenga que se sepa que eres mi puta perra. Baja los brazos.

Obedecí agradecida.

Me miró de arriba abajo. No pareció gustarle mis pantalones y mi jersey de cuello alto.

– No te quiero volver a ver vistiendo así –me señaló los pantalones–, solo puedes usar falda y lo que quieras arriba pero sin ocultar el nacimiento del pecho –esperó hasta que le di muestras de haberla entendido–. A las doce tengo una reunión con Arsenio, te quiero en mi despacho a las doce y cuarto.

Sin esperar respuesta me dejó estupefacta y rabiosa por doblegarme tan fácilmente. Tenía ganas de llorar, de rebelarme, de gritar... pero taciturna me preparé un café y comprobé cuanto tiempo tenía para cumplir sus órdenes.

A la hora que me había indicado aparecí en su despacho. Sonrió al verme vestida con falda y blusa. Había aprovechado un momento para acercarme a una boutique cercana donde me hice con lo primero que pillé. No era lo más elegante del mundo pero al menos cumplía sus indicaciones. Me sorprendió ver a Arsenio con ella en el despacho. ¡Por favor, con él delante que no se atreviera a...!

Sonriente se acercó hasta quedar casi pegada a mí.

– Quítate la blusa y ponte en posición de sumisión.

Sabía que aquella zorra me iba a humillar y no pude evitar sonrojarme.

– Delante de él no –imploré con voz tenue para que él no me escuchara–, haré lo que quieras.

– Eso es lo que quiero: ¡quítate la blusa y ponte como te digo!

No pude evitar empezar a llorar suavemente. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y lentamente me fui desabotonando la blusa. Evitaba mirar a Arsenio pero sabía que él sí me estaba mirando y más cuando Gloria se puso detrás de mí.

Me desprendí de la blusa y la dejé caer al suelo. Lentamente levanté los brazos y puse mis manos detrás de mi cabeza sin que en ningún momento dejara de mirar el suelo.

– Mírale a él a los ojos –me dijo en voz queda que apenas la oí.

Levanté mi vista y me sorprendió verle sonriendo pacíficamente.

– Que no se quite el sostén –ordenó Arsenio–, simplemente bájale las copas, quiero verle los pezones.

– Me apuesto lo que quieras a que ésta zorra los tiene duros de excitación, ¿verdad que sí, zorrita? –dijo con satisfacción mi ama lesbiana.

Efectivamente  los tenía duros y excitados.

– Mastúrbala –indicó su jefe.

Gloria levantó mi falda hasta dejarla echa un guiñapo alrededor de mi cintura y hundió su mano en mis bragas. Me acarició el clítoris como solo ella sabía hacerlo. Junté mis muslos para atrapar su mano y evitar que me dejara de acariciar.

– Separa las piernas, puta –gritó.

Obedecí al instante.

Sin dejar de mirar a Arsenio me corrí entre los dedos de Gloria gimiendo como una posesa. Me avergonzaba que me viera tan desprotegida derrotada por el placer pero ansiaba mostrarle que era suya, de él, de ella, de ellos.

Cuando el climax pasó Arsenio le solicitó a Gloria que me masturbara el culo. Entonces ella me hizo ponerme de espaldas a él, agachar el torso para destacar el trasero y abrirme yo misma las nalgas para mostrar impúdica mi entrada más íntima. Se lubricó un par de dedos en los jugos de mi propio coño y me masturbó con fiereza sin cuidarse de mis necesidades. Tampoco ésta vez tardé mucho en alcanzar el orgasmo. Quedé rendida, con las piernas desfallecidas que apenas me soportaban el peso del cuerpo y caí de rodillas. Gloria se puso delante de mí y se levantó la falda. Le miró a él como solicitando su aprobación y entonces se medio bajó las bragas.

– Cómeme el coño, zorrita –ordenó.

Cuando conseguí que Gloria estuviera al borde del orgasmo sentí que Arsenio se había colocado detrás de mí y cómo su polla buscaba la entrada de mi coño.

Pronto descubriría que era Arsenio el que nos manejaba a su antojo y la propia Gloria no hacía nada sin su consentimiento. Me convertí en el juguete sexual de aquellos dos depravados y no me arrepentí de ninguna de las falacias que me obligaron a cometer.

Les satisfacía juntos y por separado. Jamás vi a Arsenio follar a Gloria y no sabría decir porqué, en cambio Gloria si le comió la polla en varias ocasiones siempre a indicación de él.

Me usaban cuando querían y como les apetecía. Llegaron incluso a llevarme a fiestas íntimas donde me mostraban como alguien luce una obra de arte recién comprada. Serví de camarera en varias de éstas cenas y a la humillación de hacerme ir completamente desnuda se unía el desasosiego de que todos los invitados iban elegantemente vestidos: su elegancia acentuaba mi desazón por mi desnudez completa. Como era de esperar en estas cenas sufría continuas humillaciones por parte de los invitados y pronto descubrí que eran más crueles ellas que ellos. Aquellas cabronas sabían que cuando alcanzaba el orgasmo era el breve momento en que más indefensa estaba porque me desinhibía totalmente y entonces me humillaban haciéndome mostrar mi ano abriéndome yo misma las nalgas o me hacían abrir la boca para escupir dentro. Todo aquello provocaba grandes carcajadas entre los invitados y luego, invariablemente, todos los hombres me follaban, unos por el coño y los más por el ano. Pocas mujeres me acariciaban sexualmente pero casi todas sí me hacían acariciarlas a ellas y, un detalle que me parecía curioso, es que procuraban que no fuera a la vista de todos, por ejemplo me hacían ponerme bajo la mesa del comedor y comerles el coño o masturbarlas simplemente. Si no había forma de ocultarse no me permitían quitarlas la falda o remangarles el vestido simplemente tenía que meter la mano en su entrepierna y hacer mi trabajo.

Solo Gloría me pegaba y muy de vez en cuando. Normalmente con la mano desnuda pero a veces empleaba una flexible fusta a la que llegué a tomar cariño. Yo me corría como una loca odiando aquel dolor pero al día siguiente deseaba que Gloria me atendiera otra vez con su fusta. Jamás me pegó delante de él pero si le gustaba mostrarle las marcas de mi último castigo y él las acariciaba ensimismado y sé que le excitaba porque tardaba poco en follarme o encularme. Lo malo de las marcas es que también podían ser visibles por mi marido o incluso por la familia o los amigos si bajaba a la piscina pero rápidamente aprendí a torear esas situaciones.

Yo pensaba con amargura que todo aquello lo había provocado la inmadurez de mi estúpido marido por eso lo tomé como un regalo cuando Gloria me ordenó esconderme bajo su mesa y a comerla el coño mientras mi maridito le informaba de los avances que había obtenido con las ventas en la última semana. Me hubiera gustado que se asomara por encima de la mesa y me viera defendiendo su puesto de trabajo en la entrepierna de su jefa pero por suerte nunca lo hizo.

Al cabo de unos meses, me harté de Bosco y sus inmadureces y le mandé a tomar por culo. Vendimos el piso, el coche y las mil chorradas que habíamos comprado en el matrimonio y repartimos las ganancias a partes iguales. Al día siguiente me mudé a vivir a casa de Gloria y tuve que participar en los gastos de la vivienda porque la calefacción la teníamos todo el día encendida por mí y es que a Gloria le gustaba verme siempre desnuda.

FIN