Con sexo no hay problemas 1
Había que salvar el puesto de trabajo de mi marido. Necesitaba entrevistarme con su jefe.
Procedo de una familia de clase media acomodada. Soy una persona con la cabeza bien puesta y a todo el mundo le extrañaba que saliera con Bosco un chaval muy educado, muy mono, muy simpático pero bastante inmaduro. Cuando nos licenciamos, gracias a los contactos de papá, empezamos ambos a trabajar en una multinacional americana. Con nuestros primeros sueldos tomamos la disparatada idea de casarnos y lo hicimos pese a las recomendaciones de mi familia y amigos para esperar un poco.
Nuestra vida discurría normal, yo diría que hasta monótona, donde el sexo pasó de excitante cuando éramos novios a un discreto aquí te pillo, aquí te mato cuando estuvimos casados. Nuestros sueldos nos permitía una vida cómoda: salíamos todos los fines de semana a cenar con los amigos, teníamos el último modelo de iPad, de ePhone, de coche y lo que se nos antojara y pagábamos sin muchas apreturas la hipoteca del piso que habíamos comprado. Papá ayudaba a final de año con unos suculentos sobres que ingresábamos religiosamente en la cuenta corriente para ir gastando a lo largo del año.
En la oficina el trabajo me satisfacía plenamente pero no así a Bosco que se quejaba de continuo de Gloria, su jefa, y Arsenio el jefe de ésta. La que más le traía por la calle de la amargura era Gloria.
– Esa puta hortera. Siempre haciéndonos creer que mea champagne y es una barriobajera de lo peor –me decía exasperado.
Gloria era una cuarentona que efectivamente se le notaba su poca clase pese a los modelitos carísimos que llevaba y al perfume que a su paso iba dejando. Pero su pelo teñido de rubio de bote, sus gruesos labios rojo rabioso, sus ojos enmarcados entre profundas líneas de rímel que le hacían parecer Nefertiti, no lograban ocultar la clase baja de donde procedía.
A mí, tanto Gloria como Arsenio, me parecían encantadores. Habíamos coincidido en alguna que otra reunión y alguna cena de fuera de la oficina. Bosco decía que me caían bien porque aquellos dos babosos estaban deseando meterse entre mis piernas.
– ¡Ah!, ¿es que Gloria es lesbiana? –decía yo inocentemente.
– Pero es que no has visto las miradas que te echa, si está deseando desnudarte, la muy zorra.
Yo le quitaba importancia pero es cierto que alguna vez había descubierto a Gloria mirándome de una forma un tanto lujuriosa.
Soy una tía resultona pero desde luego no creo que vaya provocando tormentas a mi paso. Tengo el pecho más bien pequeño aunque estoy orgullosa de él, cintura estrecha y caderas anchas. Piernas largas y un trasero firme pero, repito, no creo que nadie babee al verme. El problema es que Bosco es tremendamente celoso y siempre le parece que todos me acosan. Lo de tener celos de una tía era la primera vez que ocurría.
De todas formas, Gloria me parecía muy vulgar para atraerme de alguna manera.
Los problemas empezaron el día que Bosco llegó a casa hecho una furia y me contó que en su departamento iba a haber una reducción de personal para abaratar costes. Le supliqué que no se enfrentara con sus jefes e intentara ser más simpático con ellos pero Bosco, en su inmadurez, le salió la honra del fondo de las pelotas y anunció que no pensaba suplicar por su puesto. Ni me molesté en explicarle -porque no lo iba a entender- que el problema no es que se fuera al paro si no que teníamos que pagar la hipoteca, el coche, los caprichos... Había que buscar otra solución.
Primer problema
Pensé que el problema se solucionaría convenciendo a Arsenio, el director de Gloria. Éste era un ejecutivo cincuentón, coqueto y ligón, de pelo canoso y corbata elegante. Pese a que estaba casado y era padre de tres criaturas encantadoras su fama de mujeriego le antecedía y parecía ser que con bastante éxito.
Por teléfono le pedí que me recibiera para tratar un tema personal y aunque no le adelanté sobre que iba, supongo que él ya se lo imaginaba.
Me concedió una hora al día siguiente poco antes de comer.
Aquella mañana me arreglé con cuidado y elegí el vestido que mejor me sentaba los zapatos de tacón más alto que estilizaban aún más mi figura y, aún a sabiendo que la cosa no iba a ir a mayores, la ropa interior más descarada y excitante. Sabía que no la iba a mostrar pero llevarla me daba cierta confianza de la que estaba muy necesitada.
A la una en punto me recibió en su despacho y me senté en una de las sillas frente a su mesa de trabajo. El muy capullo parecía oírme pero sospeché que no me escuchaba. Toda su atención se perdía entre mi escote y el borde de mi falda. Me miraba aparentando interés por mi problema pero estoy segura de que solo pensaba en cómo sería un revolcón conmigo.
Estaba perdiendo el tiempo y, sin embargo, no me quería ir. No iba a lograr ablandar su corazón pero me daba cierto morbo sentir que podía gustar a aquel capullo. Y al pensar aquello me imaginé que el muy cabrón debía tener la polla bien dura: pues si no conseguía ablandar su corazón, por dios que le ablandaría otras cosas.
Casi sin darme cuenta de lo que hacía, descrucé las piernas con parsimonia dejando que me mirara el interior de los muslos. A lo Sharon Stone pero con bragas. Mi instinto básico me dijo que si mis ruegos no conseguían cambiar su decisión de despedir a mi marido, la posibilidad de comerse un buen coño a lo mejor sí le convencía. Solo de pensarlo me sentí asquerosamente puta... sobre todo porque supe que aquello no lo hacía solo por Bosco sino porque me puso cachonda a más no poder.
Él se quedó cortado y, supongo que para disimular, solo supo decir:
– Lo siento, Ana, pero ya están elegidas las personas que van a dejar la empresa.
– ¿Y esa elección es definitiva? –añadí a la par que me abría de piernas mostrándole mis bragas sin pudor–, ¿nada te hará recapacitar?
No sé si él estaba asombrado, enfadado, descolocado o qué coño pasaba por su cabecita pero desde luego no parecía dispuesto a echarme del despacho. Se veía que deseaba dar el paso y no se decidía por lo tanto, una vez más, yo tomé la iniciativa. Me levanté y anduve despacio hacia la puerta del despacho levantando lentamente la falda de mi vestido. Cerré la puerta con llave y me volví hacia él levantándome del todo la falda y mostrándole mis descaradas bragas casi trasparentes. Él miraba mi coño humedeciéndose los labios. Aquel cabrón estaba a punto de caramelo. Anduve hacia él mientras, echando las manos a la espalda, me bajé la cremallera del vestido. Cuando llegué frente a él el vestido ya había caído al suelo. Quedé solo vestida con mi ropa interior tan cuidadosamente seleccionada. Una ropa interior, por qué no decirlo, que solo servía para provocar y es que tengo el pecho lo suficientemente firme como para no necesitar sujetador.
Me pegué a sus rodillas y él separó las piernas dándome la ocasión de acercarme hasta tocarle la entrepierna con mis rodillas. Lentamente me incliné y atrapando su cabeza con mis manos le besé en la boca. No perdí el tiempo y le metí la lengua hasta la campanilla. Sentí que sus manos se posaban en mis nalgas para apretarme contra él. Nos morreábamos con pasión y él comenzó a besarme el cuello y los hombros.
Buscó el cierre del sostén y este cayó al suelo. No perdió el tiempo en atrapar mis pechos y empezar a jugar con mis pezones. ¡Dios estaba a punto para correrme!, ¡aquello no podía estar pasando! Me sentía húmeda y sucia, libre y puta... era una sensación maravillosa. Esto era sexo y no el monótono mete saca semanal de Bosco.
Mientras una de sus manos me empezó a bajar las bragas la otra se metió en mi entrepierna y me empezó a acariciar el coño. ¡Hostias, me corro, me corro... no puedo esperar!, no, no podía ser, ¡tenía que esperar!, ¡no podía llegar al orgasmo a la primera!, ¡aquel cabrón se iba a crecer!, y no era por él... me habría corrido aunque me tocara un mono del Peñón de Gibraltar. ¡Dios, era feliz!
El cabrón siguió frotándome el coño mientras que con su mano libre empezó a pellizcarme las nalgas. Lo hacía sin consideración, de una forma brutal, bestial más bien pero me gustaba, ¡oh, sí, me gustaba! ¡Estaba disfrutando de aquello como hacía mucho que no disfrutaba con el sexo! Su mano empezó a separar mis nalgas y me acarició el ano. Me sentí guarra y sucia pero no pensaba detenerle y si no me metía un dedo por el ano, se lo pediría yo a gritos. No hizo falta y su dedo penetró mi oscura estrechez. ¡A tomar por culo la paciencia, la contención!, me corrí como una novata pero como una novata ninfómana. Empecé a chorrear entre sus dedos.
– ¡Cerda, te estás meando!
No pude defenderme, decirle que no era orina, que era puro placer hecho líquido seminal. Pero me daba igual, que pensara lo que quisiera, yo me corrí como si me estallaran fuegos artificiales en el bajo vientre. Mis piernas empezaron a temblar y solo era capaz de gemir y boquear buscando aire con que llenar mis pulmones. Él me miraba atónito: estoy segura de que jamás ninguna tía se había corrido ante él de aquella forma. De un empujón me dio la vuelta y me tiró sobre la mesa con el pecho pegado a la tabla y se ubicó entre mis piernas. Cuando mi quise dar cuenta su polla estaba totalmente hundida en mi coño. Era tal mi lubricación que el pobre hombre apenas debía notar el roce de su polla contra las paredes de mi vagina y, sin avisarme del tema, me la sacó del coño y con un golpe de riñones me la metió por el ano. Ni protestar pude, me faltaba aire, que me follara por donde quisiera. Necesitaba ser follada, enculada, emputecida... usada.
En solo cinco minutos o al menos a mí me pareció muy poco tiempo, se corrió en mi interior y sentí la lava ardiente de su semen en mis intestinos.
Descargar le calmó y se quedó tumbado sobre mí respirando con dificultad pero sin sacar su polla, que seguía igual de dura dentro de mi ano. Me gustó relajarme sintiéndole dentro. Lentamente me la sacó y cuando lo hizo del todo sonó un obsceno ruido parecido al descorche de una botella. Era una guarrada y me sonrojé de vergüenza pero a él no le importó. Sin dejar que me incorporara, resbaló por mi cuerpo hasta tener su boca frente a mi agujero violentado. Sin asco de ningún tipo me lamió el ano sorbiendo mis flujos, su semen y vete tú a saber qué mierda más.
Yo le notaba moverse mientras lo hacía y supe que el hijo de puta se estaba masturbando. Parecía imposible pero el cabrón seguía con ganas. De repente me separó de la mesa y me hizo arrodillarme frente a él y siguió masturbándose con la cabeza de su polla en el interior de mi boca.
– Me corro, puta de mierda, me corro... me corro... bébetelo todo. Quiero ver cómo te tragas mi semen.
Tragué obediente sin dejar de mirarle a los ojos.
Cuando terminó, me miró extrañado. Creo que no sabía lo que había pasado.
– Tú ganas, meditaré la decisión... pero lo que ha ocurrido aquí, que no salga de aquí. No nos conviene a ninguno de los dos...
Mientras se guardaba la polla dentro del pantalón, sin mirarme, añadió.
– Pero debes saber que la decisión final nos corresponde tanto a Gloria como a mí. Intentaré convencerla pero...
Le miré asqueada, si lo hubiera sabido a lo mejor debía haber dedicado mis esfuerzos a la cerda lesbiana en lugar de al capullo de su jefe.
– La semana que viene, ven a verme y veremos lo que se ha podido hacer.
Intuí que en aquella reunión lo que veríamos no iba a ser precisamente el futuro de mi marido pero acepté encantada.
Excitada a la par que abochornada por mi humillante comportamiento me vestí sin mirarle. La ropa interior la guardé directamente en el bolso para no perder tiempo en ponérmela: quería salir cuanto antes de aquel despacho.
Me dirigí como una autómata hacia la puerta pero antes de salir me volví al director que me miraba entre lujurioso y confuso. Me dirigí a él y le atrapé las mejillas. Le besé con furia metiéndole la lengua hasta la garganta.
Sin bragas me voy... la semana que viene vendré sin ellas.