Con mucho vicio dentro de mí (Parte 20).
Parte número veinte de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Durante el mes de Septiembre Iris y yo tuvimos que disfrutar de nuestro periodo vacacional. Habíamos pensado pasarlo juntos y aprovechar que se había ido habituando a que la diera caña para mantenernos inmersos en una frenética actividad sexual pero, al enterarse de que la salud de su progenitor se había complicado tras sufrir una angina de pecho, tuvo que desplazarse a su país de origen echando por tierra todos nuestros planes. Al final, me tuve que ir solo dos semanas a una conocida isla del Mediterráneo, famosa por su desenfreno, lujuria y perversión nocturna, donde me harté de ver a niñas monas sin más ropa que la íntima y algunas con transparencias e hice buenas migas con unas jóvenes que se encargaron de que mi pene no estuviera mucho tiempo en reposo y que me brindaron, aunque no acepté, la posibilidad de irme con ellas asegurándome que podían conseguir convertirme en una “vaca lechera” y que viviría rodeado de lujo si me pasaba el día tirándome y dando mi leche a las féminas, más ó menos acaudaladas, que acudieran a mí con intención de obtener satisfacción sexual a cambio de su dinero.
A mi regreso me fui a pasar una semana con Verónica a una vivienda rural en la que sus padres habían estado durante el mes de Agosto con intención de darse caña después de haberse enterado de que su madre no podía engendrar más hijos. La muchacha, que reconocía que cada día me deseaba más y se sentía más unida a mí, terminó aquel periodo muy bien servida sexualmente y especialmente, por el culo.
Pero en Octubre, al restablecer mi actividad sexual diaria con Iris, me percaté de lo bien que funcionaba nuestra relación por lo que la propuse que, al no existir mucha diferencia de edad entre nosotros, nos planteáramos el vivir juntos para evitar pagar el alquiler de la vivienda que ella ocupaba indicándola que, en caso de aceptar, tendría que encargarse de las comidas y de las labores domésticas de nuestro “nidito de amor” convertida en una dócil y obediente “chacha” dispuesta a darme plena satisfacción sexual por la noche ya que por la mañana y por la tarde pretendía seguir manteniendo relaciones con Candelas y Verónica. Iris aceptó y durante el siguiente fin de semana trasladamos todos sus enseres a mi vivienda en la que, poco a poco, se fue acomodando.
Candelas y Verónica, en esos momentos, estaban a punto de iniciar sus estudios universitarios. La primera había intentado durante el verano cambiar la carrera que pretendía estudiar para poder seguir viviendo en el domicilio paterno y continuar a mi lado pero su madre, que debía de sospechar algo de la relación que mantenía conmigo desde que demostró un gran interés por erradicar de su vestuario las bragas y sustituirlas por tangas que una vez que los estrenaba su progenitora no volvía a ver, la obligó, aunque era mayor de edad, a estudiar la carrera que siempre había querido para separarla de mí por lo que, hasta que se dio cuenta de que me encontraba muy bien servido con Iris y Verónica, continuamos retozando los fines de semana, los puentes y los periodos vacacionales que pasaba en el domicilio de sus padres. Al final, terminé perdiendo todo contacto con ella y lo último que supe, a través de Verónica, es que estaba dedicando más tiempo a ejercer de chica fácil, haciendo felaciones y abriéndose de piernas, que a estudiar.
Verónica, por su parte, eligió cursar una carrera que la permitía seguir en el domicilio paterno y junto a mí aunque sabiendo que me iba a tener que compartir con Iris a la que, aunque a Verónica no la motivara ni la hiciera mucha gracia, la gustaba vernos en acción siempre que podía durante los contactos sexuales matinales y vespertinos que mantenía con la muchacha. La joven islandesa acabó convenciéndola para que colaborara con ella en las labores domésticas a cambio de ayudarla con sus estudios y para que tomara parte activa en los tríos que Iris había planeado llevar a cabo las noches de los fines de semana y aquellas en las que la joven podía escabullirse para pasar la velada nocturna en nuestra compañía prometiéndola que los domingos por la tarde la permitiría utilizar las bragas-pene para que pudiera darme por el culo a su antojo. A cuenta de esos tríos, en los que Iris y Verónica se convertían en dóciles y obedientes corderitas, entró en acción el lado lesbico de ambas lo que me vino de maravilla puesto que podía desahogarme con Verónica mientras esta se esmeraba en dar satisfacción a Iris y viceversa.
Nuestra relación funcionó perfectamente hasta el mes de Abril siguiente cuándo Verónica, que estaba harta de tener que depender económicamente de sus padres, decidió ponerse a trabajar para obtener sus propios ingresos. Gracias a su físico consiguió hacerse con su primera ocupación laboral en un bar de copas que sólo abría de jueves a sábado por la noche, en el que tenía que atender a la clientela bastante ligerita de ropa. Aunque su jornada laboral se iniciaba a las nueve de la tarde, acababa a horas intempestivas y para que no la echaran, tuvo que acceder a la pretensión de los dueños y como las demás camareras, exhibir su “delantera” mientras atendía a los clientes lo que pretendían convertir en un reclamo con el que intentar atraer a más personas al establecimiento y que ocasionó que Verónica terminara hasta el moño de que determinados jóvenes intentaran propasarse con ella. Aquel trabajo me permitía retozar con ella a diario después de comer y mantener una sesión de mayor duración los domingos por la tarde pero la impedía participar en los tríos que, acompañados por Iris, llevábamos a cabo la noche de los viernes y los sábados.
Cuándo lo dejó encontró ocupación para todo el verano en una heladería en la que percibía un sueldo ridículo pero tenía un horario bastante cómodo puesto que abrían a las once de la mañana, descansaba para comer entre las tres y las seis y medía de la tarde, cerraban antes de las once de la noche y libraba los lunes y la mañana de los martes por lo que no entorpecía nuestra actividad sexual y como no tenía que acudir a la facultad, antes de dirigirse a la heladería, solía visitarme en mi trabajo para efectuarme una felación con doble “biberón” ó para hacer un sesenta y nueve; después de comer y a días alternos, me la solía trajinar sin prisas y los viernes y los sábados por la noche participaba activamente en los tríos que efectuábamos con Iris.
Al finalizar el verano volvió a la hostelería poniéndose a trabajar en un bar en el que el dueño, a cambio de obtener gratuitamente sus favores sexuales cuándo le veía en gana, dejaba que unas fulanas esperaran casi en bolas a sus clientes en el establecimiento para resguardarse del frío y que, cuándo era necesario, utilizaran el almacén para mantener sus contactos sexuales lo que originó que, más de una vez, algunos varones confundieran a Verónica con una de las putas y la ofrecieran dinero por pasar un rato en su compañía desahogándose sexualmente con lo que la chica, además de no estar a gusto, empezó a encontrarse incomoda. Pero el propietario no se contentó con rodearla de rameras y la exigió que hiciera la vista gorda con las parejas de colegiales que, a ciertas horas, entraban en el local para utilizar el cuarto de baño. Seguramente hubiera acabado metiéndose en un buen lío si no se hubiera descubierto enseguida que el hombre usaba a sus hijas como ganchos para llevar al establecimiento a auténticos críos con el propósito de que mantuvieran sus primeros escarceos sexuales ó para que se desahogaran en el cuarto de baño sin saber que, como meses antes había hecho en el almacén, había instalado varias cámaras para grabarles. A través de las imágenes se pudo observar que, siempre delante de una de sus hijas, algunos críos se limitaban a besarse, a enseñarse mutuamente los atributos sexuales ó a orinar delante de sus parejas mientras que otros se dedicaban a sobarse con un elevado número de chicos mostrándose fetichistas con la ropa íntima de las chavalas pero, más tarde, aparecieron otras grabaciones en las que las hijas del dueño incitaban a las muchachas a efectuar pajas ó felaciones a sus parejas a cambio de que estos las masturbaban y las comieran el chocho antes de obligar a la joven de turno a permanecer doblada y con las manos apoyadas en la taza del inodoro para mostrarse bien ofrecida con intención de que su acompañante la sobara en aquella posición antes de proceder a penetrarla por vía vaginal y animado por una de las hijas, descargara, generalmente con suma rapidez y la mayoría de las veces sin condón, en su interior. Lo más escandaloso fue ver como un grupo de jóvenes obligaba a entrar en el cuarto de baño a una cría bastante menor que ellos sin más ropa que la braga, que mantuvo siempre a la altura de sus rodillas, para poseerla por el culo. Después de descargar en el interior de su trasero y mientras la cría defecaba masivamente, la obligaron a efectuarles una felación a los más decididos con el propósito de que la picha se les volviera a poner en condiciones para poder penetrarla vaginalmente y echarla la leche dentro del coño.
Aunque se demostró que el propietario no obtenía ningún lucro económico de tales grabaciones y que además de sus hijas y de él, sólo las habían visto algunos de sus familiares y de sus amigos, le cerraron el bar y Verónica se volvió a quedar sin ocupación laboral y sin cobrar los casi tres meses que había estado trabajando allí después de verse obligada a comenzar su jornada laboral al mediodía por lo que, al acabar sus clases en la facultad y sin comer, tenía que desplazarse rápidamente hasta el bar. Como no existía un horario establecido para cerrar ya que dependía de la demanda que tuvieran las fulanas, había días que antes de las diez y medía de la noche estaba en la calle pero otros y especialmente los fines de semana, el establecimiento permanecía abierto hasta las tres ó las cuatro de la madrugada y aunque ella solía irse sobre la una, aquel trabajo nos imposibilitaba para mantener nuestra sesión sexual de la tarde y nos obligaba a retrasar la hora de inicio de los tríos de los fines de semana aunque lo más normal es que, cuándo Verónica llegaba, ya la hubiera dado bastante tralla a Iris.
Semanas más tarde decidió compaginar sus estudios universitarios con un trabajo por la tarde a tiempo parcial en un comercio de lencería fina en el que de lunes a miércoles se tenía que encargar de mantener ordenado el almacén y de los encargos y los pedidos para los jueves, los viernes y la mañana de algún sábado, ayudar a la dueña con la atención al público y otro nocturno en un disco pub que los jueves, los viernes y los sábados solía permanecer abierto hasta más de las seis de la mañana por lo que, aparte de dormir poco y de no tener tiempo para estudiar, el cansancio que iba acumulando ocasionó que se enturbiaran aún más nuestros contactos sexuales. Pero lo peor fue que uno de los clientes más asiduos al disco pub la hizo “tilín” con lo que empezó a abrirse de piernas para él cuándo cerraban y a faltar a nuestras citas hasta que decidieron alquilar un apartamento en el que poder vivir juntos con lo que Verónica decidió dejarnos de lado y se olvidó por completo de nosotros.
C o n t i n u a r á