Con mucho vicio dentro de mí (Parte 19).
Parte número diecinueve de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Candelas y Verónica pretendían disfrutar de un verano loco a mi lado por lo que cuándo estaban conmigo permanecían más tiempo en bolas que vestidas mientras que a Iris, además de darme muchísimo gusto con la felación que me efectuaba al mediodía, no tardé en comenzar a trajinármela todos los días por la noche después de conseguir mi compromiso de limitarme a echarla dos polvos y una meada dentro del chocho tras darla mi primera lechada mientras hacíamos un sesenta y nueve ó me realizaba una cubana con mi verga colocada en su canalillo y manteniéndola bien apretada con sus tetas. Los sábados y ocasionalmente algún viernes, por la noche nos agradaba desfondarnos manteniendo una actividad sexual tan sumamente intensa y larga como la que, las dos primeras veces, habíamos llevado a cabo en mi despacho prodigándome en castigarla el culo y las tetas y en introducirla mi puño por vía vaginal y/o anal cuándo, después de haberla echado un montón de polvos, la veía entregada hasta que la dejaba exhausta y sin un atisbo de líquido dentro de su cuerpo.
Cuándo Candelas y Verónica se fueron de vacaciones con sus respectivas familias, Iris decidió suplirlas efectuándome una nueva felación, con doble “biberón” y su oportuna meada, a primera hora de la mañana. A su regreso las dos muchachas me visitaban a medía mañana con el propósito de sacarme otro par de lechadas y su consiguiente micción a base de chupármela y de meneármela antes de que la comiera el coño a una de ellas mientras masturbara a la otra hasta que conseguía ingerir la orina de ambas con lo que, más tarde, Iris se tenía que esforzar y esmerar para lograr que la diera otro doble “biberón” y mi lluvia dorada al terminar de comer.
Como durante el verano trabajaba sólo por la mañana, por la tarde Candelas y Verónica decían a sus padres que se iban a tomar el sol a la piscina y lo que, en realidad, hacían era acudir a mi domicilio en donde se aprovechaban de mi soleada terraza para permanecer en bolas mientras sus cuerpos se iban curtiendo y ellas se “entonaban” tomando unos combinados con los que se ponían lo suficientemente “contentas” como para permitir que, a la vista de mis vecinos, las sobara y mamara las tetas, las comiera la seta con intención de ponérsela jugosa y las lamiera el ojete antes de menearme la chorra ó de hacerme una felación con el aliciente que las daba el pensar que algún vecino, además de recrear su vista, se la estuviera “cascando” mientras nos observaba. A pesar de que no las importaba que, en tales circunstancias, ingiriera sus meadas ni beberse ellas las mías, me hacían reprimirme cuándo intentaba penetrarlas lo que no me dejaban hacer hasta el final de la tarde, una vez que el sol comenzaba a perder fuerza y con las persianas bajadas, aunque, cuándo me sentía muy motivado, Verónica se mostraba especialmente complaciente y accedía a que se la “clavara” y me la zumbara en mi habitación.
El que me desfondara con las dos jóvenes a última hora de la tarde originaba que, cuándo iba a casa de Iris, esta se tuviera que desgastar y emplear a fondo para lograr sacarme tres polvos y su oportuna meada tras el segundo, mientras intentaba disponer de unos minutos de descanso entre uno y otro estimulándola el clítoris mientras la mamaba, la sobaba y la apretaba las tetas, la masturbaba ó la hurgaba con mis dedos en el orificio anal después de habérselo lamido a conciencia y haberla propinado unos cuantos cachetes en los glúteos.
Aunque no soy curioso, una noche y mientras Iris bebía agua para reponer líquidos y disfrutaba de un periodo de recuperación sexual mirándome el cipote que como siempre se mantenía duro, tieso y largo, decidí levantarme de la cama y abrir uno de los cuerpos del armario empotrado de su habitación en el que me encontré con un buen surtido de bragas, tangas y sujetadores amontonados en el suelo y con un montón de “juguetes” colocados en unas baldas laterales. Iris no me explicó la procedencia de aquellas prendas íntimas pero me dijo que el “arsenal” lo había ido reuniendo, poco a poco, en su país mientras cursaba sus estudios universitarios y compartía vivienda con dos hermanas gemelas bisexuales que, a pesar de la tralla que las solían dar sus respectivos novios, siempre se encontraban de lo más salidas y dispuestas a abrirse de piernas para que Iris utilizara con ellas aquellos “juguetes” reconociendo que las motivaba mucho más el sexo lesbico que el hetero. Cuándo se encontraban bien húmedas y sumamente cachondas, Iris, convertida en su ama y señora, se solía poner una braga-pene y las obligaba a chupar durante varios minutos el “instrumento” antes de que, manteniéndose a cuatro patas, procediera a cepillárselas por delante y por detrás hasta que sufrían pérdidas urinarias, las goteaba el flujo vaginal y la daban su mierda que, desde que tuvo ocasión de comprobar que no la resultaba tan desagradable como se imaginaba, se habituó a ingerir hasta llegar a considerarla un autentico manjar.
A pesar de que, según me dijo, hacía mucho tiempo que no usaba las bragas-pene y que, desde que se había liado conmigo, no recurría a las bolas chinas, a los consoladores y a los vibradores, que antes utilizaba con mucha regularidad para darse satisfacción, aquel descubrimiento me vino de maravilla ya que me permitió usar con ella, durante mis periodos de descanso y recuperación, un espectacular consolador de rosca con el que lograba que sus orificios vaginal y anal llegaran a dilatar al máximo y asegurarme de que la punta de mi ciruelo no se iba a volver a quedar aprisionada en su intestino y un fórceps que la mantenía fuertemente presionado el clítoris y que se encontraba dotado de una especie de grueso berbiquí ó sacacorchos que, a base de girarlo desde el exterior de su almeja, se la iba abriendo hasta convertírsela en un gran boquete y la punta del berbiquí iba entrando en contacto con sus ovarios provocándola un vaciado intenso, placentero y rápido. Además y aunque no me ha importado nunca metérsela a una mujer cuándo está con su ciclo menstrual, el uso de aquel aparato me permitió cortarla la regla un par de veces.
Con ello me volví bastante más sádico en mi relación con Iris y para no perderme ningún detalle decidí cubrir con espejos las paredes y el techo de mi dormitorio y del suyo lo que me obligó a trasladar al salón la exposición de la parte más nutrida de mi colección de prendas íntimas femeninas. Un par de semanas más tarde y al igual que había hecho en mi vivienda, decoré la de la joven con la ropa interior que tenía depositada en el armario y con la de ella, una vez usada. Una noche y mientras Iris se reponía del soberbio “biberón” que la había dado después de habérmela chupado durante un montón de tiempo, descubrí que, entre aquel “arsenal”, conservaba y en perfecto estado un par de monumentales vibradores anales y tres bragas-penes dotadas de un “instrumento” duro, gordo y largo que la propuse que volviera a usar conmigo.
Desde entonces, los lunes por la noche me hacía sentarme en el inodoro y metiendo una de sus manos entre mis abiertas piernas procedía a introducirme bien profundo en el ojete un vibrador anal a pilas antes de hacerme colocar la minga entre las piernas para que, a base de abrirlas y de cerrarlas manteniendo presionado mi miembro viril, se me pusiera duro, largo y tieso y llegara a lucir inmenso con el capullo bien abierto momento en el que me obligaba a dejar de estimularme para proceder a “cascármelo” despacio con intención de sacarme un par de lechadas seguidas junto a la consiguiente meada tras la segunda que, a cuenta del vibrador, resultaban de lo más “electrizantes”. Al final, el “juguete” que tenía introducido en mi orificio anal surtía todo su efecto obligándome a defecar. Iris se resistía a extraérmelo por lo que siempre lo solía sacar bien impregnado en mi caca antes de verme expulsar una descomunal evacuación.
Los miércoles solía darme por el culo usando una de las tres bragas-pene cuyo “instrumento” la gustaba verme chupar durante un buen rato diciéndome que, mientras lo iba empapando en mi saliva, me tenía que ir convirtiendo en una zorrita deseosa. Después procedía a poseerme por detrás mientras permanecía a cuatro patas y sin desfallecer hasta que conseguía que defecara delante de ella. La primera vez me sorprendió que, en cuanto logró su propósito, me sacara el “instrumento”, me abriera con sus manos el orificio anal y sin dudarlo, me pusiera en él la boca con intención de dar debida cuenta de mi evacuación a medida que iba apareciendo por el ojete. Desde ese día, Iris se ocupa de que no se desperdicie ninguna de mis defecaciones.
El que la joven me poseyera regularmente por el culo y el que ingiriera mi evacuación me motivó hasta el punto de encontrar en ello un nuevo aliciente y reto en nuestra actividad sexual. Además de permanecer en bolas siempre que nos encontrábamos en su domicilio ó en el mío, me acostumbré a convertirme un par de veces por semana en un dócil corderito dispuesto a permitir que me hiciera todo aquello que deseara aunque a Iris lo que más la motivaba era centrarse en mantenerme abierto de piernas y atado de pies y manos a su cama para, a su antojo, meneármela, chupármela, efectuarme una cabalgada vaginal tras otra y penetrarme por el culo al mismo tiempo que, echándose sobre mi espalda, me “cascaba” el nabo para extraerme la leche que, junto a una buena meada, llegaba a extraerme en dos ocasiones para depositarlas en las toallas con las que solía cubrir la sabana de la cama, antes de que consiguiera provocarme la defecación. Después de dar debida cuenta de mi mierda, la agradaba aprovechar la dilatación de mi ojete para meterme su puño con el que me forzaba durante un rato con movimientos circulares mientras me decía que quería que, al igual que ella cuándo se lo hacía, sintiera las “delicias” que llegaba a ocasionar el fisting anal. A pesar de siempre me había parecido vejatorio que una dama se recreara introduciéndome su puño en el ojete, con Iris lo llevé bastante bien sobre todo pensando que durante los cinco días restantes de la semana y de una manera especial los viernes y los sábados por la noche, me convertía en el macho dominante, podía follármela a mi antojo y conveniencia y además de martirizarla los glúteos con lo que muchos días se veía obligada a prescindir del tanga, la imponía todo tipo de castigos y sobre todo, el efectuarme exhaustivas cabalgadas anales y mamadas que debía de afrontar de inmediato para que se sintiera dominada y sometida a mi voluntad.
Acabé dándome cuenta de que había dado con una “yegua” cerda y viciosa muy a mi gusto a la que no la gustaba que se desperdiciara nada de lo que salía de su cuerpo y del mío por lo que no dudé en seguir su ejemplo para meterme de lleno en el sexo más guarro y duro que me podía imaginar cuándo me convertí en su water personal al mismo tiempo que me proponía mantenerla en mi redil y no dejarla escapar bajo ningún concepto.
C o n t i n u a r á