Con mucho vicio dentro de mí (Parte 17).
Parte número diecisiete de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Pensaba que, después de aquello, Iris no volvería a pisar mi despacho, al menos sola, pero al día siguiente, poco después de que acabara de mantener mi sesión sexual matinal con Candelas y Verónica, entró por la puerta. Permaneciendo de pie, se apresuró a indicarme que, de momento, no buscaba más sexo puesto que con toda la tralla que la había dado la tarde anterior se consideraba servida para una semana ó más, que, a pesar de sentir un completo repertorio de escozores y de molestias, había podido ponerse la ropa interior y que tenía que sentarse poniendo un par de cojines debajo de su culo pero que la había encantado nuestra sesión sexual y estaba dispuesta a repetir la experiencia, entregándose a mí sin condiciones, con intención de que me la volviera a trajinar mientras ejercía de macho dominante asegurándome que se consideraba capaz de mantenerme lo suficientemente excitado como para conseguir que la llegara a echar otros seis polvazos por lo que acordamos repetirlo cada dos semanas.
Nuestra relación laboral mejoró notablemente desde ese día. Manteníamos un contacto mucho más fluido y frecuente e incluso, solíamos ir juntos a desayunar y a tomarnos un par de cervezas al acabar nuestra jornada laboral. Exactamente, catorce días después volví a mantener una nueva e intensa sesión sexual con Iris que como, la vez anterior, se encargó de sacarme el primer polvo chupándome la pilila, manteniéndose en cuclillas entre mis abiertas piernas, hasta que la di “biberón” que, al mantenerla totalmente introducida en su boca, la fue cayendo directamente en la garganta por lo que no tuvo otra opción que ingerirlo íntegro. Como me pareció que estaba muy salida y mientras me efectuaba la felación la vi introducir su mano izquierda en su prenda íntima para acariciarse el chocho, tras mi descarga procedí a comérselo de una forma bastante exhaustiva al mismo tiempo que la efectuaba unas breves lamidas anales hasta que su cada vez más concentrada “baba” vaginal se depositó en mi boca y conseguí entrar en contacto con su lluvia dorada después de haberla mantenido presionada con mis dedos la vejiga urinaria con intención de provocarla una larga y monumental micción que me bebí prácticamente íntegra.
Después me la zumbé vaginalmente echándola tres polvos seguidos dentro del coño. El primero y su posterior meada, como culminación a mi penetración manteniéndose Iris colocada a cuatro patas; el segundo como resultado de su larga y portentosa cabalgada y el tercero, junto a una nueva micción, haciéndola permanecer acostada boca arriba y con las piernas dobladas sobre ella misma en la mesa de mi despacho.
Más tarde y mientras lucía un miembro viril brillante, aún deseoso e inmenso, llegó el momento de castigarla. Para evitar los hematomas que la vez anterior la había ocasionado en la masa glútea con la hebilla de mi cinturón, me facilitó una especie de látigo con tiras de cuero. La obligué a colocarse dándome la espalda delante de la puerta de mi despacho y en cuanto se abrió de piernas y se dobló adecuadamente para poder ofrecerme su seta y su culo, la amordacé con el pañuelo de seda que llevaba al cuello y la até con una cuerda las manos al pomo de la puerta. Me coloqué detrás de ella y me dediqué a sobarla tanto los glúteos como la raja vaginal, convertida en un autentico río de flujo, antes de comenzar a azotarla, cada vez con más energía e intensidad, las nalgas observando su reacción a cada uno de los latigazos mientras la estimulaba a través del clítoris. En cuanto conseguí que la masa glútea se la pusiera roja como un tomate decidí sacar provecho de que el mango del látigo pudiera ser usado como consolador de rosca para írselo metiendo lentamente tanto por vía vaginal, con lo que a base de hacer presión logré que sufriera varias pérdidas de orina, como anal haciéndola mantener apretadas sus paredes réctales al mango para que, al obligarla a apretar y a hacer presión, liberara su esfínter. En cuanto procedí a sacarla el mango del ojete y lo vi impregnado en su mierda la puse la papelera entre las piernas y la introduje dos de mis dedos en el orificio anal con los que no necesité esforzarme mucho para lograr que echara y en cantidad, sus excrementos en medio de una descarga de tipo diarreico.
Al terminar de presenciar su espectacular evacuación líquida, la volví a azotar los glúteos y una vez más, la metí el mango por sus agujeros vaginal y anal hasta que, a base de echar su culo hacía atrás, entendí que me estaba pidiendo que se la “clavara” de nuevo. Obligándola a permanecer de pie, abierta de piernas y a restregar sus tetas en el pomo de la puerta, se la metí entera por la cueva vaginal. Mientras, con mis movimientos de “mete y saca”, Iris continuaba padeciendo pérdidas urinarias la pirula se fue impregnando en su flujo y en su pis. Cuándo se la saqué de la almeja totalmente empapada, se la pasé pausada y repetidamente por la raja del trasero de arriba a abajo y de abajo a arriba hasta que se la coloqué en el orificio anal. Iris, notando que su ojete se encontraba muy dilatado, echó su culo hacía atrás y sin apenas hacer fuerza, la introduje más de la mitad de mi grueso pito dentro del orificio anal y lo mantuve así hasta que, al estimularla a través del clítoris, volvió a echar su trasero hacía atrás lo que aproveché para agarrarla de la cintura y terminar de “clavársela” entera para comenzar a darla unos envites anales con los que la hice sufrir a cuenta del continuo golpear de la parte baja de mi estomago en su castigada masa glútea. Como parecía motivarla el dolor y el sufrimiento y aquella iba a ser mi quinta lechada y sabía que tardaría en echársela, me dispuse a disfrutar de su culo durante un buen rato mientras la insultaba y la dedicaba un montón de improperios comprobando que, con ellos, se excitaba. Cuándo me cansé de poseerla por detrás en aquella posición se la saqué, la liberé de las ataduras, la hurgué con mis dedos en el ojete y sin quitarla la mordaza, la hice colocarse a cuatro patas en el suelo con su trasero bien ofrecido para arrodillarme detrás de ella y meterla vaginalmente la polla durante unos minutos para que me la volviera a empapar en su cada vez más fluida “baba” vaginal antes de que, de nuevo, la penetrara por el ojete y la diera otra buena serie de envites anales mientras, echado sobre su espalda, la apretaba las tetas, la tiraba de los pezones y a base de sobarla el chocho, conseguía que su jugo la goteara y que continuara sufriendo pérdidas de orina. Una vez más, estaba en la gloria cuándo, con Iris centrada en mantener sus paredes réctales bien apretadas a mi rabo, sentí un gusto tremendo y la eché chorros y más chorros de espesa lefa mientras la joven me animaba a vaciarme dentro de su culo.
Pero, al intentar extraérsela después de mi soberbia eyaculación, me encontré, de nuevo, con la punta de la salchicha aprisionada en su intestino. Me imaginé que la ingente cantidad de leche que la acababa de echar y lo sumamente “burra” que se ponía al sentirla caer en su interior eran los motivos por los que su intestino dejaba de mantenerse dilatado pero, esta vez, sabía lo que tenía que hacer y mientras seguía apretándola las tetas y tirándola de los pezones hacía abajo, la tranquilicé y esperé pacientemente a que la tranca comenzara a perder su erección para, al segundo intento, sacársela. En cuanto la tuvo fuera, Iris se orinó al más puro estilo fuente y soltó una breve evacuación líquida.
Decidí continuar castigándola por no haber sido capaz de retener su micción puesto que lo que más me hubiera agradado en aquellos momentos era que me empapara mi erecta verga en su lluvia dorada antes de beberme los últimos chorros de su meada por lo que, mientras la volvía a insultar llamándola cerda, golfa, guarra, puta, ramera y zorra, la azoté, por segunda vez, la masa glútea con el látigo obligándola a permanecer a cuatro patas. Cuándo me cansé la hice tumbarse boca abajo en el suelo y la volví a meter lentamente y hasta el fondo el mango del látigo con intención de mantenerla bien dilatado el orificio anal mientras la hacia apretar sus paredes réctales. Al extraerla el “instrumento” observé que había logrado convertir su ojete en una gran cueva. No me lo pensé, me eché sobre ella y la metí entera la chorra, la obligué a apretar mientras me la cepillaba con movimientos de “mete y saca” circulares y se la saqué de golpe cuándo menos se lo esperara con lo que pretendía conseguir que su intestino se acostumbrara a permanecer totalmente dilatado para que la punta de mi cipote no volviera a quedar aprisionada más veces. Repetí la penetración y la expulsión varias veces con lo que facilité a Iris que, en cuanto se lo sacaba, liberara algunas ventosidades hasta que noté que la punta del ciruelo se estaba impregnando en su caca y suponiéndome que iba a terminar vaciando su intestino, la dije que retuviera todo lo que pudiera su salida. Aunque, al ser líquida, evacuaba un poco cada vez que la metía hasta el fondo la minga, que acabó bien untada en su mierda, aguantó que se la “clavara” y sacara dos veces más antes de que explotara y expulsara en tromba una gran cantidad de caca líquida y maloliente. Cuándo acabó no sentí ninguna repugnancia mientras la limpiaba el orificio anal, la masa glútea y la parte superior trasera de las piernas con mi lengua, lo que a Iris la encantó, antes de obligarla a darse la vuelta y a permanecer boca arriba con intención de que, poniéndoselo en la boca, me chupara el nabo limpiándomelo de su evacuación y dejándomelo en disposición de darla mi sexta lechada.
Conseguí que, manteniendo apretada mi zona genital a su cara, permaneciera casi diez minutos con mi pene introducido en su boca, sin dejar de chupármelo ni de succionarme la punta. Al final, el morado rostro de Iris denotaba que, si continuaba, iba a acabar ahogándose por lo que se lo saqué de la boca y la dejé recuperar su respiración habitual antes de tumbarme sobre ella y “clavársela” hasta el fondo por el coño. Las fuerzas de la joven volvían a estar bajo mínimos pero me agarró con fuerza de los glúteos y manteniéndose apretado a ella, me dijo:
- “Jódeme, jódeme mucho, que quiero que me des más leche y seguir sintiéndome tu puta” .
Y me la follé durante bastante tiempo ya que, por un lado, pretendía disfrutar lo más posible de su abierta y jugosa seta y por otro, mi sexto polvazo tardó lo suyo en salir para, finalmente, echárselo a chorros y de una forma más que masiva aunque, como en la sesión anterior, me resultó un tanto aguado. Sin haber terminado de dárselo, me meé dentro de la húmeda almeja de Iris que, al sentir que la estaba mojando con mi pis, alcanzó su enésimo orgasmo y se orinó de autentico gusto entre contracciones pélvicas. En cuanto la extraje la picha procedí a meterla el puño para, como dos semanas antes, acabar la sesión forzándola el chocho y vaciándola pero, esta vez, se había desgatado más con nuestra actividad sexual, se sentía muy escocida y de lo único que “disfrutó” fue de varios orgasmos secos bastante seguidos que terminaron por obligarla a gritar de dolor. Aunque la saqué enseguida el puño me resistía a finalizar la sesión sin haberla “exprimido” a tope por lo que, tras intentar sin éxito que mantuviera su culo elevado, la hice darse la vuelta para que permaneciera acostada boca abajo en el suelo y manteniéndola bien abierto el ojete con mis dedos procedí a meterla el puño por vía anal. Era la primera vez que se lo introducía por detrás a una dama aunque, en su momento, se lo había metido a Damián y a Fernando en varias ocasiones y con un resultado bastante positivo tanto para el que forzaba como para el forzado por lo que me dediqué a rematarla con bruscos movimientos circulares mientras observaba que, a cuenta de la presión que estaba ejerciendo mi puño en su interior, el trasero de Iris aumentaba de volumen. Me llegué a motivar tanto que si la joven hubiera tenido fuerzas para meneármela no la hubiera costado mucho conseguir que superara mi récord de polvos sacándome la leche por séptima vez pero, al estar exhausta, se dejó hacer emitiendo alguna que otra leve protesta hasta que me cansé y la saqué el puño con lo que su culo pareció desinflarse al perder masa y volumen. Mi pilila lucía inmensa y demandaba que me la “cascara” con mi propia mano para echarla mi leche en la espalda y en los glúteos pero, cuándo me la meneé y aunque llegué a sentir mucho gusto, el “lastre” se resistió a salir por lo que, al final, no tuve más remedio que claudicar. Dejé que, en bolas y despatarrada, se recuperara después de ofrecerla una botella de agua para que repusiera líquidos y una vez más, localicé su ropa interior, la miré, la olfateé y me quedé con ella. Al igual que me había sucedido dos semanas antes, tardé bastante tiempo en comenzar a perder la erección por lo que al salir de mi despacho en compañía de Iris, que aunque había descansado casi una hora se encontraba escocida y sentía un buen repertorio de molestias, todavía se me marcaba un “paquete” bastante notable en el pantalón.
C o n t i n u a r á