Con mucho vicio dentro de mí (Parte 16).

Parte número dieciséis de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.

Pero al intentar extraérsela, un par de minutos después de terminar de eyacular, me di cuenta de que el capullo se encontraba acoplado a su intestino. Aunque había sufrido ciertos contratiempos de este tipo en algunas de mis relaciones, sólo habían sido unos conatos de “reclusión anal” y no me había encontrado nunca en una situación como aquella, por lo que Iris, que reconoció no tener mucha experiencia en recibir por el culo a pesar de que en su país las jóvenes solían perder la virginidad tanto vaginal como anal a temprana edad, se puso bastante nerviosa pensando que mi polla iba a permanecer en aquella dulce prisión e incluso, me llegó a comentar que sentiría mucha vergüenza si nos teníamos que desplazar acoplados y en bolas hasta la consulta de un médico para que me ayudara a extraer el rabo de su ojete. Por mi parte, mantuve la tranquilidad puesto que me encontraba en la gloria hasta que me acordé de que había leído que, en estos casos, lo más aconsejable era esperar pacientemente a que, sin realizar ningún movimiento de “mete y saca”, la salchicha perdiera parte de su erección por lo que decidí seguir recreándome con sus magnificas tetas y con sus pezones, que la apreté una y otra vez, hasta que se puso histérica momento en el que probé de nuevo y tras un nuevo intento fallido, logré liberar al capullo de su aprisionamiento y la saqué la tranca con lo que la joven se sintió tan liberada que expulsó algunas ventosidades y defecó un poco.

Iris, después de aquel incidente, parecía querer escaquearse pero la hice cumplir su promesa diciéndola que, si no me la volvía a chupar, se la iba a enjeretar, de nuevo, por el orificio anal aunque la tuviera que forzar para conseguirlo por lo que recuperé mi posición inicial sentándome, totalmente despatarrado, en mi silla y empleando un tono de voz dominante y un tanto enfadado, la hice colocarse en cuclillas en medio de mis piernas. Sin rechistar, me la volvió a “cascar” con su mano con profusión de movimientos de tornillo mientras parecía pretender que sus orificios nasales quedaran bien impregnados en la “fragancia” que la verga despedía antes de decidirse a pasarme su lengua por la abertura, efectuarme unas “chupaditas” con intención de empaparme el capullo en su saliva y volver a introducírsela entera en la boca para chupármela. Mientras la miraba efectuándome con esmero y ganas una nueva felación, la avisé de que, como iba a ser mi cuarto polvo, tendría que emplearse a fondo durante un buen rato para conseguir sacármelo. La joven asintió con la cabeza y a base de paciencia y tesón, logró su propósito. En cuanto la dije que estaba a punto de darla mi leche, se extrajo la chorra de la boca y meneándomela con su mano me obligó a echarla toda mi descarga y su posterior meada, en las tetas que tanto la había magreado antes y que terminaron empapadas en leche y en pis que Iris se extendió con una mano mientras con la otra me la continuaba “cascando” muy despacio.

Para seguir evitando que sacara a relucir su carácter autoritario y dominante, la hice acostarse boca arriba en la mesa de mi despacho y mantener las piernas dobladas sobre ella misma con el propósito de que se mostrara bien ofrecida para poder lamerla el ano al mismo tiempo que, introduciéndola tres dedos en el chocho, la masturbaba. Enseguida me percaté de que, una vez más, estaba llegando al orgasmo y al sentirlo próximo, empezó a elevar su trasero con lo que, sin pretenderlo, me facilitó la labor de seguir lamiéndola el orificio anal mientras ella liberaba algunas ventosidades. La dejé disfrutar del clímax en medio de un buen surtido de contracciones pélvicas mientras su cueva vaginal continuaba convertida en un autentico río de flujo, que no dejaba de gotearla. En cuanto se recuperó la ayudé a incorporarse y tras sentarme de nuevo en mi silla, la obligué a colocarse boca abajo sobre mis piernas manteniendo las suyas muy abiertas. Mientras la acariciaba la masa glútea y la estimulaba a través del clítoris, Iris me indicó que la encantaría que aprovechara su posición para martirizarla las nalgas hasta dejárselas tan castigadas que, durante días, no pudiera ponerse tanga ni sentarse en condiciones. Me dispuse a complacerla poniéndola los glúteos como un tomate al mismo tiempo que, a base de presionarla la vejiga urinaria con mis dedos, conseguía que se meara dos veces casi seguidas, aunque la segunda en poca cantidad y que al hurgarla analmente, liberara su esfínter y se cagara y de que forma, ante mí que dejé que su copiosa y maloliente evacuación líquida se fuera depositando en el suelo. En cuanto acabó de defecar y estando un poco harto de propinarla cachetes con mis manos en los “mofletes”, decidí azotárselos con la hebilla de mi cinturón haciéndola gritar de dolor hasta que, como ella quería, su masa glútea lució en un tono entre morado y rojo llena de hematomas y de moratones.

Después y haciéndola permanecer de rodillas delante de mí procedí a castigarla las tetas, que se la pusieron sumamente gruesas y tersas y con los pezones en órbita como si la fueran a explotar, mientras la decía que, puesto que no iba a poder usar tanga, también podría prescindir durante unos días del sujetador. Como, a pesar de que estaba agotada, el dolor y el verse sometida la mantenían lo suficientemente motivada decidí depilarla su arreglado y rizado “felpudo” pélvico a tirones y a pesar de que Iris intentó aguantar semejante tortura, no pudo evitar gritar cada vez que la arrancaba un trozo de vello. Al terminar y mientras la volvía a sobar su sumamente caldosa raja vaginal, me pidió que la desagraviara volviéndola a joder lo que hice tras observar con detenimiento que la había dejado el coño despejado de pelos y de obligarla a realizarme otra lenta y esmerada mamada durante casi medía hora que fue el tiempo que necesité para culminar por quinta vez dándola un nuevo “biberón”.

Como estaba totalmente rota y su respiración era entrecortada, en cuanto acabó de ingerirlo, se sacó el cipote de la boca y se desplomó en el suelo. De malas formas, la obligué a ponerse boca arriba, la abrí las piernas todo lo que pude, me tumbé sobre ella, la metí hasta el fondo el ciruelo dentro de la seta y me la volví a follar dándola unos buenos envites mientras Iris, que se limitaba a dejarse hacer, demostraba que no la quedaran fuerzas para colaborar. Mientras me la tiraba la dije que tendría que ir asumiendo que su misión principal si quería relacionarse conmigo tendría que ser la de darme gusto ofreciéndome su boca, su almeja y su culo a diario. La joven asintió con la cabeza antes de decirme que lo estaba intentando asumir. No sé el tiempo que empleé para echarla la leche pero, cuándo comenzó a salirme en espesos y largos chorros, sentí una gran alegría puesto que era la primera vez que, en una misma sesión, conseguía descargar en seis ocasiones. Mi eyaculación, aunque la sentí más aguada que las cinco precedentes, resultó tan abundante y masiva como las anteriores y aún la estaba mojando cuándo la solté, sin poder retener su salida, dentro del chocho y a grandes chorros llenos de espuma, otra meada. Fue tan larga que, además de resultarme de lo más placentera, llegó a darme la impresión de que, mientras permaneciera moviéndome tumbado sobre ella, no iba a acabar de salirme pis.

Seguí echado sobre Iris un rato más en el que localicé su ojete, se lo perforé con dos dedos y la hurgué con ellos hasta que sentí picores en la punta de la minga y decidí sacársela. A pesar de que se mantenía gorda, larga y tiesa tenía la seguridad de que aquella golfa había conseguido vaciarme los huevos y que necesitaba darles una tregua para que pudieran reponer lefa. Después de mirarme el nabo erecto pero con la punta escocida y el capullo enrojecido, observé que Iris lucía un coño tan sumamente abierto que parecía un boquete. Se lo sobé y la pasé repetidamente mi mano abierta por la raja al mismo tiempo que la presionaba el clítoris con mi dedo gordo hasta que me decidí a introducirla y sin contemplaciones, el puño con intención de forzarla para acabar de vaciarla permaneciendo arrodillado entre sus abiertas piernas. En principio, reaccionó con ese estímulo y llegó a liberar unas ventosidades mientras volvía a mantener ligeramente levantado el culo con lo que me facilitaba que pudiera hacerla más presión con el puño en su vejiga urinaria para “exprimírsela” hasta que conseguí que se meara. Su lluvia dorada fue saliendo al exterior acompañada por su cada vez más espesa “baba” vaginal y aunque unos minutos antes había expulsado una larga y masiva micción, al verla mear volví a sentir ganas de orinar por lo que me agarré el pene con la mano izquierda y la mojé con mi orina el exterior de la seta y la parte superior externa e interna de las piernas antes de aprovechar que Iris mantenía su boca abierta para depositar en ella mis últimos chorros.

Un poco después la joven alcanzó otros dos orgasmos prácticamente seguidos con los que soltó una ingente cantidad de flujo que expulsó a chorros y con tanta fuerza que llegó a depositarse en mi codo antes de que agotara sus escasa fuerzas y me pidiera una y otra vez que dejara de forzarla puesto que se sentía sumamente escocida y se considera incapaz de volver a llegar al clímax. A pesar de sus ruegos y de sus súplicas la forcé varios minutos más hasta que, tras hacerla soltar unas gotas de pis y expulsar otra gran cantidad de “baba” vaginal con una fuerza impresionante, dejó de mantener su culo elevado y empezó a venirse abajo al sentir orgasmos muy secos que, según me indicó, la resultaban dolorosos. Cuándo la extraje el puño me di cuenta de que había sobrepasado mi jornada laboral por lo que, tras volverla a pasar mi mano por el gran boquete en que se había convertido su almeja, me incorporé, me vestí y localicé las prendas íntimas que Iris llevaba puestas cuándo entró en mi despacho, las miré detenidamente, las olí y me quedé con ellas. Después la ofrecí una botella de agua para que repusiera líquidos que se bebió casi entera y me interesé por su estado. Me indicó que estaba agotada, confusa, escocida, revuelta y que sentía un poco de frío pero que se encontraba bien y que lo único que necesitaba era descansar para reponerse del esfuerzo por lo que la sequé con papel higiénico, la cubrí con su vestido, recogí lo mejor que pude el pis y la caca que se había ido depositando en el suelo durante nuestra intensa sesión sexual y la dejé, muy abierta de piernas, acostada en el suelo. Como la picha no perdía ni un ápice de su erección tras los seis polvos que había echado a Iris, abandoné el despacho marcando un impresionante “paquete” en mi pantalón.

C o n t i n u a r á