Con mucho vicio dentro de mí (Parte 11).
Parte número once de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
En esta situación me encontraba cuándo estaba a punto de cumplir treinta años y continuaba viviendo solo en mi vivienda, convertida en “picadero”, sin haber conseguido entablar una relación estable cuándo, sin proponérmelo, todo cambió por completo en la todavía noche cerrada de una fría y húmeda mañana del mes de Noviembre. Me dirigía andando a mi trabajo e iba fumando un cigarro. Me detuve ante un semáforo en rojo y unos instantes más tarde se colocaron a mi lado dos jóvenes estudiantes que vestían el uniforme reglamentario de un centro escolar próximo al lugar en el que desarrollaba mi actividad laboral. No pude evitar mirarlas de reojo y me parecieron dos auténticos bombones, un par de diamantes sin pulir. Aunque ambas tenían el cabello moreno y una estatura similar, la de menor altura y la más agraciada físicamente era delgada y usaba gafas, que la daban cierto toque sensual, mientras que la otra era de complexión normal y estaba dotada de unas caderas ligeramente anchas.
Ellas también me miraron durante unos momentos antes de que la muchacha de caderas anchas y mayor altura se decidiera a llamar mi atención dándome unos golpecitos en el brazo izquierdo mientras me decía:
- “Perdone, señor, ¿podría darnos un cigarrillo?” .
En ese momento el semáforo se puso en verde. Mientras cruzábamos la calle tiré el cigarro e intenté hacerlas ver los múltiples perjuicios que el tabaco ocasiona pero la chica que me había hablado me replicó que no las importaba y que, en aquel momento, lo que de verdad las apetecía era tragar un poco de humo.
Al llegar al otro lado de la calzada las comenté que, al precio que estaba, el tabaco era casi un artículo de lujo y que no pensaba darlas un cigarro a menos que me compensaran de alguna manera. Esta vez fue la joven de constitución delgada la que me dijo:
- “¿Y que le apetece que hagamos?” .
Como estábamos delante de la puerta de acceso a mi centro de trabajo y llevaba dos semanas sin echar un polvo en condiciones y sin que una mujer me chupara la tranca, las propuse entrar conmigo para que, en mi despacho, se “bajaran al pilón” y me hicieran una felación hasta que me sacaran la leche a cambio de entregarlas cuatro cigarros, dos en aquel momento y otros dos al terminar. La cara de asco y de repugnancia que puso la chavala que usaba gafas en cuanto escuchó mi propuesta me hizo suponer que no iban a aceptar pero su amiga y compañera, tras mirarla, me indicó que estaba dispuesta a complacerme aunque me advirtió de que sólo disponían de un cuarto de hora.
De acuerdo con lo que las había propuesto las di un cigarro a cada una y se lo encendí antes de disponerme a fumarme otro en su compañía para que tuvieran que cumplir con lo acordado y no se me escaparan lo que aprovechamos para presentarnos. La chica más delgada me indicó que se llamaba Verónica y su amiga Candelas. Me comentaron que, como había supuesto, estudiaban en el colegio concertado que se encontraba situado a escasos metros de mi centro de trabajo y que cursaban el que pretendían que fuera su último curso de bachillerato aunque, al ser malas estudiantes, no se atrevían a asegurarlo y menos después de haberse visto obligadas a repetir los dos anteriores. Me había imaginado que eran repetidoras puesto que por la edad que calculé que tenían resultaba más propio que estuvieran cursando estudios universitarios. Las pregunté que si tenían experiencia en hacer felaciones y Candelas me respondió negativamente con la cabeza antes de explicarme que, aunque habían tonteado con algunos chicos fuera del centro escolar, en el colegio siempre habían intentado guardar las apariencias puesto que tenían muy bien asumido que en cuanto una chavala demostraba cierto interés por un compañero el resto enseguida se lo enjeretaba como novio y si ese interés se extendía a más de un compañero enseguida la catalogaban de fulana que se pasaba el día “dándole a la zambomba” ó “chupando pirulís”.
En cuanto terminamos de fumarnos los cigarros, entramos en mi oficina, fiché y nos dirigimos a mi despacho en donde nos despojamos de nuestra ropa de abrigo, cerré la puerta con llave y me coloqué detrás de ellas. Candelas vestía el uniforme colegial con falda y leotardos y Verónica llevaba puesto el deportivo con pantalón. Aprovechándome de mi posición las hice doblarse ligeramente para, a través de su ropa, sobarlas con mis manos los glúteos. Como se dejaban hacer levanté a Candelas la parte de atrás de la falda para, a través de sus leotardos de color verde, entrar en contacto más directo con su culo observando que se encontraba dotada de un trasero más voluminoso que el de Verónica por la que comenzaba a sentirme muy atraído.
Las jóvenes me indicaron que apenas disponían de tiempo y que si se encontraban allí era para algo mucho más apetecible y excitante que el dejarse tocar el culo por lo que me apresuré a quitarme el pantalón y el calzoncillo para lucir ante ellas mi verga que se encontraba dura, larga y tiesa. Candelas y Verónica, manteniendo sus ojos fijos en mi miembro viril, evidenciaron haberse quedado impresionadas por sus dimensiones antes de que Candelas comentara que nunca había tenido ocasión de ver una chorra tan tiesa y de ese grosor y tamaño. Pasando por el medio de ellas, me senté en mi silla, me abrí de piernas colocándolas en los apoyabrazos y las dije que podían comenzar en cuanto desearan. Candelas, muy decidida, se arrodilló delante de mí y procedió a tocarme y menearme el cipote durante unos instantes con su mano antes de olerlo, humedecerme la punta en su saliva, efectuarme unas “chupaditas” para irse acostumbrando a su “fragancia” y a su sabor e introducírsela en la boca mientras lograba que Verónica, que se había situado a mi lado para poder ver mejor a su amiga mientras me la chupaba, dejara a un lado sus ascos y sus repugnancias para que me sobara los huevos con su mano derecha y me perforara el orificio anal con dos dedos de la izquierda, que previamente se ensalivó, con el propósito de que me hurgara con movimientos hacía dentro y hacía fuera.
Mientras observaba a Candelas esmerándose con el “chupa-chupa” intentando darme la mayor satisfacción posible al mismo tiempo que disfrutaba saboreando mi ciruelo, hice descender ligeramente y al mismo tiempo el pantalón del chándal y la braga de Verónica que, instintivamente, se abrió de piernas lo que me permitió masajearla el coño, que enseguida se la puso caldoso, con dos dedos que fui desplazando sin descanso del clítoris al ojete y del ojete al clítoris. Con su lubricación me terminé de excitar y me puse tan “burro” que no tardé en sentir que mi eyaculación era eminente mientras Candelas mantenía dentro de su boca buena parte de mi minga. Después de haberla puesto la seta muy jugosa en cuestión de segundos, decidí introducir mi dedo gordo en el orificio anal de Verónica y procedí a hurgarla analmente. Mientras la joven intentaba colaborar apretando con fuerza sus paredes réctales me di cuenta de que iba a explotar por lo que, echando mi cuerpo hacía atrás, la extraje bruscamente el nabo a Candelas, que permaneció con su boca abierta, en el preciso instante en que, sin necesidad de más estímulos y sintiendo un intenso gusto, hacía acto de presencia mi leche que, en espesos y largos chorros, intenté depositar en la cara y en la boca de la muchacha aunque, a cuenta de la fuerza con la que la solté, varios de ellos la cayeron en la ropa y en su poblado cabello.
Ese día no hubo tiempo para más y tras mi portentosa descarga la tuve que sacar mi dedo del ojete a Verónica que se quejó de que con mis hurgamientos la había dejado bastante predispuesta para defecar mientras se volvía a poner bien la braga y el pantalón y Candelas se limpiaba. Después las di un beso en la boca y los dos cigarros que las había prometido y salieron precipitadamente de mi despacho para llegar a tiempo a su colegio dejándome con los atributos sexuales al aire.
C o n t i n u a r á