Con mucho vicio dentro de mí (Parte 10).
Décima parte de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Al acabar mis estudios universitarios tuve que volver a mi lugar de residencia habitual para no perder la oportunidad de iniciar mi actividad laboral desempeñando un trabajo que, para mí, le habían ofrecido a mi padre. En cuanto me hice con él y como no me apetecía continuar viviendo a expensas de mis progenitores, me aproveché de que era hijo único para convencerles de que necesitaba independizarme por lo que me cedieron un reducido pero acogedor y luminoso piso que era propiedad de mi madre y disponía de una habitación, salón, cocina y cuarto de baño, que se encontraba desocupado y que, inicialmente con su ayuda para lo más básico y más tarde con lo que iba ganando con mi trabajo, fui amueblando mientras seguía centrándome en mantener relaciones sexuales con maduras al considerar que el joderlas, además de gusto, me reportaba muchas más ventajas que inconvenientes.
Consolación fue la primera fémina con la que me relacioné en esta nueva etapa de mi vida. Me resultaba bastante sosa en la cama ya que no tenía iniciativa, se limitaba a dejarse hacer y cuándo se la “clavaba” lo único que la importaba era llegar a mearse de gusto y que el pene no se la saliera hasta que la mojaba con mi leche por lo que, después de mantener con ella un par de sesiones sexuales semanales durante cerca de medio año, decidí romper con ella y sustituirla por Violeta, una joven separada, madre de un niño de corta edad, a la que la motivaba hacerlo en el cuarto de baño por lo que, en cuanto nos desnudábamos, me sentaba en el inodoro para que pudiera efectuarme una lenta felación al mismo tiempo que, introduciendo una de sus manos por mis piernas, me localizaba el ojete, me lo perforaba con un par de dedos y me realizaba unos enérgicos hurgamientos anales con los que se aseguraba que la echara un copioso y largo polvo y me obligaba a apretar ya que para ella el “sumun” era conseguir que defecara mientras la daba “biberón”. Después y manteniéndome acomodado en el inodoro, me solía cabalgar con profusión de movimientos circulares con intención de que le metiera la picha hasta los huevos para que la dilatara el útero, se lo traspasara y explotara manteniendo la punta en contacto directo con sus ovarios con lo que disfrutaba de unos orgasmos descomunales mientras la mamaba las tetas y la mantenía bien abierto el ojete con mis manos con lo que favorecía que se tirara algunos pedos. Una vez que se producía mi descarga y me meaba dentro de ella, se incorporaba y le “daba a la zambomba” mientras me comentaba que mi erecta pilila lucía espléndida y sustanciosa tras haber echado mis dos polvos y una abundante y larga micción. Al final me realizaba unas breves “chupaditas” y me pasaba su lengua repetidamente por la abertura con lo que conseguía que llegara a anhelar el mojarla de nuevo pero, aunque alguna vez se la pude volver a meter por vía vaginal colocada a cuatro patas y echarla por tercera vez mi leche, lo más normal es que Violeta me dejara con el “calentón” y que, después de un exhaustivo baño vaginal que me obligaba a presenciar, decidiera dar por finalizada nuestra sesión sexual lo que me llegó a desquiciar tanto como el que se opusiera rotundamente a que la diera por el culo alegando que la única utilidad de su orificio anal era la de expulsar sus evacuaciones por lo que, harto de discutir a cuenta de ello, busqué a otra hembra dispuesta a permitir que la poseyera por el trasero con la que poder compaginarla.
La elegida fue Teresa, una viuda aún joven y de lo más potable, que aguantaba bastante bien el que la diera caña en su domicilio los lunes, los miércoles y los viernes para durante los fines de semana mantener contactos dobles, el sábado a primera hora de la tarde y por la noche y los domingos por la mañana y a media tarde. Pocas semanas después decidí olvidarme de Violeta para centrarme en Teresa.
Llevábamos varios meses manteniendo relaciones sexuales cuándo su exuberante hija Judith, una joven pelirroja que acababa de iniciar sus estudios de enfermería, nos sorprendió una noche en plena faena en la cama de la habitación de su progenitora. Nos observó en silencio hasta que culminé en el interior de la almeja de su madre. Cuándo la saqué la pirula, que lucía inmensa y se encontraba impregnada en la “baba” vaginal de Teresa y en mi leche, para que cambiara de posición me percaté de su presencia. Judith, manteniendo su mirada fija en mi miembro viril, se despojó rápidamente de la ropa y se acostó con nosotros diciéndonos que pretendía sacar buen provecho de mi soberbio pito mientras realizábamos un trío, experiencia que repetimos con frecuencia durante casi un año.
Lo mejor de aquella relación fue que ambas se complementaban puesto que a Teresa la gustaba “cascármela” y sacarme manualmente la primera lechada antes de que, colocándose a cuatro patas, la enjeretara la polla por vía vaginal ó anal mientras que Judith se prodigaba mucho más en chupármela para que la diera “biberón” antes de efectuarme unas exhaustivas y largas cabalgadas vaginales ó de incitarme a que me la tirara obligándola a permanecer con las piernas dobladas sobre ella misma. Lo que, de inicio, llevó bastante mal fue el que se la metiera por el culo, sobre todo cuándo lo hacía delante de su madre, puesto que se sentía cohibida y la daba vergüenza que siendo más joven su ojete no llegara a dilatar tanto como el de su progenitora y hasta que se acostumbró al sexo anal no dejó de quejarse del daño que la hacía tanto al meterla el rabo como con mis movimientos de “mete y saca” y de que necesitara emplear varios minutos para descargar en el interior de su apetecible, redondo y terso trasero.
Con el paso del tiempo me terminé cansando de la madre y continué trajinándome a la hija en solitario. Parecía que nuestra relación iba por buen camino y que, en vista de que pasaba más tiempo en mi domicilio que en el suyo, nos podíamos plantear el iniciar una convivencia en común pero un día, cuándo llevábamos más de un año manteniendo relaciones sexuales diarias, tuve la “feliz” idea de sacarla unas fotografías en ropa interior para enviarlas a un concurso en el que iban a elegir a las modelos que publicitarían en prensa y en televisión las prendas íntimas que una conocida marca de alta lencería femenina estaba a punto de poner en el mercado. El que obtuviera unos primeros planos de su “delantera” enfundada en un menguado sujetador que apenas ocultaba nada y el que la hiciera posar sin más ropa que un tanga con transparencias para poder sacarla unas instantáneas en las que se podía apreciar lo bien que se la marcaba la raja vaginal y lucía sus desnudas nalgas, influyó en el jurado para elegirla.
Desde entonces todo se complicó puesto que su soberbio cuerpo y el color de su cabello, junto a su espontaneidad y a su simpatía, hicieron que, tras convertirse en modelo publicitaria, pasara al mundo de las pasarelas y mientras ella se dedicaba a lucir palmito en ropa interior de desfile en desfile sin acordarse de sus estudios, me veía en la obligación de pasarme varias semanas sin verla y “dándole a la zambomba” una vez tras otra para aliviar mis “calentones”.
Cuándo me enteré de que en Mayo iba a efectuar una gira por el extranjero de tres semanas de duración, me cogí las vacaciones para poder acompañarla pero Judith se encontraba tan sumamente controlada que ni por la noche conseguíamos tener intimidad por lo que me veía obligado a retozar con ella en el cuarto de baño de los vestuarios al acabar sus desfiles y evitando a toda costa que orinara ó defecara durante el coito puesto que hasta en eso la controlaban. Una noche me la zumbé en un vestuario colectivo bajo la atenta mirada de las demás modelos, la mayoría de ellas en bolas ó en tanga, que no dejaban de indicarnos que teníamos que darnos prisa puesto que era la hora de la cena y no tardarían en ir a buscarlas. Como no me dio tiempo a culminar por segunda vez en el interior de su chocho no me pude contener en el autobús en el que nos llevaron hasta el hotel en el que se alojaba y subiéndola la ceñida y corta falda del vestido, la “metí mano” y la masturbé. Judith se encontraba muy caliente por lo que, mientras gemía sintiendo que estaba llegando al clímax, aproveché para indicarla que me estaba cansando de aquella situación y que teníamos que buscar una solución para poder pasar más tiempo juntos.
Al llegar al hotel pensaba encontrar a Judith dócil, obediente y salida pero en cuanto entramos en su habitación cambió por completo y plantándome cara me comentó que, hasta cierto punto, la encantaba que me mostrara sumamente activo con ella sobre todo cuándo la obligaba a darme satisfacción mientras me efectuaba una exhaustiva y larga mamada, me la cepillaba sádicamente por vía vaginal ó me recreaba poseyéndola por el culo pero que no conseguía habituarse a que la forzara la vejiga urinaria para verla mear ni a que la hurgara analmente con mis dedos ó a que la pusiera lavativas para provocarla la defecación y obligarla a retener la salida de su evacuación antes de darme el gustazo de írsela sacando, poco a poco, con la ayuda de mis apéndices.
El que, tras discutir, decidiera romper conmigo a cuenta de mis “exquisiteces” para entregarse en cuerpo y alma al mundo de la lencería y de las pasarelas me hundió moralmente por lo que durante los siguientes meses mi único consuelo sexual fue el que alguna madurita accediera a pajearme para observar como se me ponía la salchicha y como echaba el “lastre”; el que una inmigrante llamada Bianca que se meaba de risa en el sentido literal de la palabra por cualquier cosa y Micaela, una joven de color dotada de una portentosa “delantera”, me efectuaran una felación de vez en cuando para que las diera “biberón” ó las empapara las tetas con mi leche; el meneármela en solitario delante del espejo del cuarto de baño y el restregarla por la noche en la sabana de mi cama permaneciendo acostado boca abajo.
C o n t i n u a r á