Con mucho vicio dentro de mí (Parte 09).
Novena parte de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Llegó a ser tal mi obsesión por mojar que me planteé el mantener con una fulana mi primer contacto sexual con penetración pero, aparte de que mi situación económica era bastante precaria y no me podía permitir ese tipo de gastos, varios de mis compañeros me lo desaconsejaron puesto que, acostándome con una puta, no iba a solucionar mi desasosiego sexual y que, aunque me desfondara con ella, en cuanto acabara de follármela me volvería a encontrar de lo más deseoso y salido. Mi situación no mejoró hasta que decidí exponer mis inquietudes a un compañero de la facultad que se encontraba realizando las prácticas lo que indicaba que le quedaba poco para finalizar sus estudios. Apenas le había tratado y aunque me daba mucha confianza, me sentí muy cohibido a lo largo de nuestra charla. Me comentó que había pasado por una situación similar a la mía y que no conseguía llegar a mojar ni de coña hasta que decidió anteponer el vaciar sus huevos a los atractivos físicos y la edad de las damas por lo que comenzó a mantener relaciones con féminas de mediana edad separadas, solteras y viudas, de esas a las que se las “ha pasado el arroz” y a las que hacerlas vestir con pantalón en vez de con falda los días más fríos del invierno las parecía casi un sacrilegio, con las que había conseguido asegurarse el echar un par de polvos diarios. Me sugirió que, si se me presentaba la ocasión, me decantara por alguna que aparentara ser una beata ya que solían ser las más cerdas, las que mejor rendimiento daban y de las que más satisfacción se obtenía. Le respondí que estaba dispuesto a seguir sus consejos e imitarle pero que no sabía por donde empezar a buscar. Me contestó que lo difícil era llegar a tirarse a la primera ya que, si realmente era bueno en la cama, el boca a boca haría que no tardara en disponer de un ramillete de hembras dispuestas a abrirse de piernas entre las que poder elegir y que, como le había caído bien, en un par de días me daría la dirección de una de las mujeres a las que tenía en su lista de espera para que pudiera dar aquel primer paso.
Cumpliendo su palabra, unos días después me facilitó la dirección de una dama llamada Marta que, según me dijo, era vecina de una de las féminas a las que últimamente se estaba trajinando con más asiduidad, acababa de cumplir cuarenta y tres años, llevaba separada más de dos años, era madre de un niño y trabajaba por la mañana en una entidad bancaria por lo que me aconsejó que la visitara a primera hora de la tarde, al terminar de comer, para disponer de tiempo suficiente para zumbármela antes de que, alrededor de las cinco y medía, su hijo regresara del colegio. Marta resultó ser una hembra bastante agraciada físicamente y como ella estaba deseando que la metieran un buen cipote para poder sentirse bien jodida y yo anhelada el “clavársela” y cepillármela nuestro entendimiento fue total. Después de quedarnos en bolas y de dedicar unos minutos a sobarnos mutuamente y a mamarla las tetas, con lo que conseguí ponerla sumamente “burra”, para evitar descargar con demasiada celeridad dentro de su coño la obligué a hacerme una felación con intención de que me sacara la primera lechada. La mujer, a pesar de que intentó esmerarse, demostró que no tenía demasiada práctica en chupar el ciruelo a los varones pero consiguió que descargara en abundancia y como me suponía, con rapidez. Al sentir que iba a eyacular la agarré con fuerza de la cabeza, la solté toda mi leche en la garganta y se la hice tragar. Por la cara que puso y las arcadas que sintió me supuse que aquel debió de ser el primer “biberón” que un hombre la había dado en su vida.
Después la hice ponerse a cuatro patas y tras verla bien ofrecida, pude, por fin, hacer realidad lo que durante tanto tiempo había deseado: metérsela por vía vaginal “a pelo”, follármela y descargar libremente en el interior de su seta. Marta, bastante más experimentada en esta faceta, colaboró y se movió convenientemente para intentar incrementar nuestro mutuo placer hasta que se convirtió en la primera dama a la que, sin variar su posición y sin sacársela hasta que culminé por segunda vez, se la “clavé”, me tiré y eché mis dos primeros polvos y su posterior meada dentro de la almeja. Cuándo, tras mantener un montón de contactos sexuales, me cansé de ella y haciendo bueno lo del boca a boca, me relacioné con otras féminas con las que pude comprobar que estaban tan deseosas y salidas que llegaban a enloquecer al poder verme, sobarme y chuparme los atributos sexuales, al darlas caña y al echarlas, a mi antojo, la leche en la boca, en las tetas y en el interior del chocho y del culo.
Pero como el boca a boca dejó de ser efectivo pasado un tiempo, comencé a frecuentar ciertas discotecas y salas de baile a las que los fines de semana acudían en masa varones y hembras de más de cuarenta años en busca de tema. Me gustaba engatusar a las que más me agradaban físicamente hasta conseguir que bailaran conmigo lo que aprovechaba para frotarme con ella al mismo tiempo que la obligaba a mantener sus tetas apretadas a mi torso y si se dejaba, la colocaba mis manos en los glúteos para poder tocarla el culo a través de su ropa. A muy pocas las pasaba desapercibido el grosor y tamaño que con aquellos roces llegaba a alcanzar mi minga por lo que no tardaba en convencerla para que me acompañara al cuarto de baño femenino del local en donde se la enseñaba con intención de que pudiera ver que no había trampa antes de que me la sobara hasta la saciedad y que me la meneara para verme echar la leche tras lo cual la solía proponer y ella aceptar, pasar el resto de la velada retozando en su domicilio ó en la habitación de una pensión a la que, a falta de un lugar mejor, llevaba a mis conquistas.
Lo que más me agradaba de ellas era que se mostraran deseosas y dóciles y que, tras obligarlas a chuparme la punta y a efectuarme una felación, se la podía “clavar” colocadas a cuatro patas lo que me permitía elegir si se la introducía por la raja vaginal, con lo que favorecía que una parte de ellas se meara de autentico gusto al sentirla en su interior ó por el orificio anal prodigándome, a pesar de su manifiesta oposición inicial, en darlas por el culo, que a la mayoría las desvirgué, encontrándome con más de una indecisa pardilla que no pensaba que pudiera llevarse a cabo tal práctica sexual. El mayor inconveniente con el que me encontré en este tipo de relaciones fue que su aguante y su poder de recuperación dejaban bastante que desear en comparación con el de mujeres quince ó veinte años más jóvenes por lo que, cuándo me sentía más motivado, no podía desfondarme y a duras penas lograba echarlas más de dos polvos en cada una de las sesiones sexuales que manteníamos y dejándolas recuperarse entre uno y otro a pesar de encantarlas, sobre todo al principio de nuestra relación, que las diera caña por la mañana al despertarnos, al mediodía y a última hora de la tarde ó por la noche. Para solventar este problema decidí liarme al mismo tiempo con dos damas maduritas con lo que, en cuanto me fallaba el rendimiento de una de ellas, recurría a la otra.
Pero, asimismo, tenía un buen número de ventajas como era el poder “clavársela a pelo” por el coño, joderlas a conciencia y descargar con total libertad en su interior sabiendo que por más leche que las echara las posibilidades de dejarlas preñadas eran remotas ó nulas; el que cada día se esmeraran más con sus exhaustivas y largas mamadas y el que colaboraran manteniendo bien apretadas sus paredes réctales a mi nabo cada vez que las poseía por el culo; el llegar a vivir prácticamente de ellas durmiendo en su cama y realizando todas las comidas en su domicilio; el ocuparse de que no me faltara dinero en el bolso y el conseguir que convencieran a algunas de sus familiares y amigas para que pusieran su boca, su seta y su culo a mi disposición con lo que me trajiné a las cuñadas, sobrinas, amigas y vecinas de varias de aquellas féminas a las que me agradaba zumbarme por separado durante los días laborables para los fines de semana ir adquiriendo experiencia sexual efectuando tríos y bastante sádicos, con tía y sobrina, con dos cuñadas ó con dos primas.
Aunque me cepillé a varias hembras de lo más complacientes, como Asunción, Aurora, Consuelo, Elia, una atractiva sobrina de Aurora que se convirtió en la primera mujer con menos de cuarenta años a la que me follé con asiduidad y de la que obtuve un excelente rendimiento en la cama, Inés, Inmaculada, una viuda a la que la seguía agradando lucir canalillo y piernas vistiendo ropa juvenil con escotes pronunciados y faldas cortas a pesar de que estaba a punto de cumplir cincuenta años, Mónica, Rocío ó Rosa María, no pretendía que esas relaciones pasaran de ser aventuras y rollos sexuales por lo que, una vez que las “exprimía” y obtenía el máximo provecho tanto de ellas como de las distintas meonas que se iban uniendo a nuestra actividad sexual, rompía la relación para iniciar una nueva con otra dama.
C o n t i n u a r á