Con mucho vicio dentro de mí (Parte 07).

Séptima parte de esta historia que confío sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.

Desde entonces, comenzamos a acudir a la antigua, aunque muy amplia y cálida, vivienda que mis amigos compartían con tres jóvenes, Belén, Cristina y Patricia, que, al igual que ellos, se encontraban cursando sus estudios universitarios aunque estando más pendientes del sexo que de los libros. Solíamos ir a su domicilio cuándo sabíamos que las jóvenes estaban fuera ya que Damián y Fernando me pedían cada día con mayor insistencia que les empezara a poseer por el culo pero, como me continuaban gustando a rabiar las mujeres y no pretendía encasillarme en el sexo homosexual, les iba dando largas aunque no tuve más remedio que complacerles cuándo me pidieron que, colocados a cuatro patas y bien ofrecidos, les pusiera enemas, lavativas y peras laxantes llenas de agua caliente con intención de darles la debida satisfacción anal al mismo tiempo que favorecía su defecación. Casi nunca aguantaban más de dos, mientras les obligaba a apretar y les propinaba cachetes en la masa glútea y normalmente me tenía que apresurar a extraerles el largo rabo de la pera para que pudieran desplazarse hasta el cuarto de baño puesto que pretendían evacuar con la debida intimidad aunque, para los días en que no les daba tiempo a llegar, solíamos tener preparado un orinal.

Un sábado por la noche fuimos a su residencia pensando que sus compañeras de piso estarían de fiesta pero, al abrir la puerta, las encontramos sentadas en el sofá viendo la televisión en braga y con las tetas al descubierto. Las jóvenes, al oírnos llegar, se pusieron de pie y me animaron a entrar y a compartir la velada con ellas mientras me sorprendía que mis amigos, en cuanto cruzaron el umbral de la puerta, se apresuraran a quedarse en bolas. Cristina me explicó que, como aquel piso era sumamente caluroso, tanto ellas como mis afeminados amigos se habían habituado a permanecer en la vivienda ligeritos de ropa por lo que me invitó a lucir mis atributos sexuales ante ellas.

En cuanto me desnudé y me vieron la chorra y los huevos comentaron que, por fin, daban con un buen miembro viril y con unos soberbios cojones después de haberse hartado de mirarles la “colita” que les colgaba a Damián y a Fernando y no haber tenido mucho éxito con el tamaño del cipote de sus últimas conquistas. Incluso, Cristina comentó con la mayor naturalidad del mundo la gran decepción que había sufrido pocos días antes cuándo decidió compartir su cama con un joven que prometía y que, además de encontrarse dotado de un ciruelo pequeño, estaba operado de un testículo y aunque se le ponía tieso y llegaba a sentir el gusto previo, fue incapaz de echarla una sola gota de semen.

Me hicieron permanecer abierto de piernas delante de ellas mientras se recreaban sobándome los atributos sexuales hasta que Patricia se decidió a meterse la punta de mi minga en la boca para efectuarme unas “chupaditas”, con las que me puso a tono, antes de pedirme que me la meneara despacio para sacarme la leche. Aunque, de inicio, me sentí un tanto cohibido me animé al pensar que si conseguía que aquellas cerdas me vieran con frecuencia el nabo, los huevos y el culo y observaban mis portentosas eyaculaciones alguna de ellas terminaría por abrirse de piernas con intención de que me la zumbara regularmente. El que Belén y Cristina me motivaran con sus comentarios y con sus insultos originó que no tardara en soltar una gran cantidad de leche que, de acuerdo con sus indicaciones, intenté depositar en las tetas de las tres mientras reconocían que aquello sí que era una descarga y no las mínimas lechadas que los “mariposones” de Damián y Fernando las daban cuándo lograban explotar.

Desde ese día las tres jóvenes se dedicaron a presionar a mis amigos hasta que no les quedó más remedio que aceptar, a regañadientes, que luciera mis atributos sexuales ante ellas y que me menearan el pene para sacarme un polvo los días laborables y dos los sábados y los domingos poniéndolas la condición de que, cuándo me encontrara a punto de explotar, tenían que permitir que lo hiciera dentro de la boca de uno de ellos para darles mi leche. Una vez que se producía mi descarga aquellas cerdas se nos unían para, vulnerando nuestra intimidad, no perderse el menor detalle de como ponía a Damián y a Fernando las peras laxantes haciéndome introducírselas por el ojete al mismo tiempo mientras ellas, usando unos antiguos felpudos para las alfombras, se ocupaban de ponerles los glúteos como un tomate.

Durante algo más de una semana nuestra actividad sexual se desarrolló, poco más ó menos, de acuerdo con lo pactado inicialmente pero las chicas se pusieron bastante pesadas diciendo que anhelaban el verme eyacular por lo que decidimos que fueran Damián y Fernando los que me chuparan la picha hasta que me encontrara a “punto de caramelo” para que una de ellas me pudiera sacar el “lastre” meneándomela con su mano.

Un domingo por la tarde Patricia pensó que había llegado el momento de comenzar a “degustar” mi leche por lo que habló con Belén y con Cristina y las dijo que, como ella, tenían que decidirse a chuparme la pilila hasta que las diera “biberón” puesto que tenía que dar mucho gusto el recibirlo mientras me la mamaban luciendo en todo su esplendor. Patricia, sin pensárselo, tomó la iniciativa y esa misma tarde se la metió en la boca después de habérmela meneado con su mano e introduciendo sus manos entre mis abiertas piernas me agarró con fuerza de la masa glútea para mantenerme apretado a ella mientras Belén me sobaba los huevos. La felación de Patricia, que me la chupó con ganas y sin descanso, resultó tan intensa que no tardó en lograr que culminara echándola una soberbia lechada. La joven se encontró con tal cantidad de “lastre” que no la quedó más remedio que ingerir la mayor parte aunque pudo retener en su garganta los últimos chorros que, entre arcadas e insultos, escupió en cuanto la saqué la pirula de la boca. Ese fue el segundo “biberón” que di a una dama.

Belén y Cristina no querían ser menos que Patricia por lo que, desde aquel día, se prodigaron en chuparme el pito para sacarme la leche. Al principio, en cuanto consideraban que estaba a punto de producirse mi descarga, se lo sacaban de la boca y me lo meneaban con su mano para que las soltara el “lastre” en las tetas pero Damián y Fernando, a los que aquella situación les estaba empezando a hartar, las hicieron recibir mi lefa en la boca y tragársela diciéndolas que, en otro caso, serían ellos los que se ocuparían de efectuarme las felaciones.

Las chavalas me solían llamar su “yogurín ardiente, calentorro y vicioso” y a cambio de mi leche, me entregaban la braga de una de ellas una vez usada para que la llevara puesta durante dos ó tres días hasta que me despojaban de ella, la guardaban en una bolsa transparente para conservarla impregnada en mi “fragancia” y en mi olor y con el mismo propósito, me daban otra prenda íntima que, previamente, había utilizado una de las tres.

C o n t i n u a r á