Con mucho vicio dentro de mí (Parte 02).
Segunda parte de esta historia que espero sea del agrado de mis lectores. Espero vuestros comentarios.
Les seguí pausadamente hasta el vestuario masculino. Al entrar en él, el joven se quitó la toalla dejando al descubierto su minga, sus huevos y su culo que, como me encontraba detrás de ellos, fue lo único que le pude ver. Los demás hombres, algunos en bolas, se asombraron y hasta se indignaron por la presencia de la dama que, con las tetas al descubierto y actuando con la mayor naturalidad del mundo, se la empezó a menear al llegar al umbral de la puerta que daba acceso a uno de los aseos ante la atenta mirada de medía docena de curiosos mucho más interesados en verla lucir sus “peras” que en observar como se la “cascaba”. En cuanto entraron en el aseo y cerraron la puerta me dirigí al contiguo, comprobé que estaba vacío, me metí en él y me dispuse a escucharles. Lo primero que oí es que uno de los dos estaba meando. No tardé en saber que era Marisol y que estaba soltando su lluvia dorada permaneciendo de pie y abierta de piernas mientras Héctor la pasaba su mano extendida por la raja vaginal. En cuanto terminó y sin limpiarse, la fémina hizo sentarse al joven en la taza del inodoro para arrodillarse entre sus abiertas piernas dispuesta a efectuarle una felación que resultó tan intensa que llegué a intuir el ritmo de la mamada a través de su respiración entrecortada.
Como quería verles en acción me subí al inodoro pero la mampara de separación era demasiado alta y si me colgaba de ella no tardarían en darse cuenta de mi presencia. Me puse de rodillas y probé a través de la parte inferior que, al estar descubierta, me permitía verles los pies y la mitad de las piernas con lo que, al menos, podía suponer la postura en la que se mantenían por lo que, adoptando una posición casi acrobática que me obligaba a permanecer con las piernas sobre el inodoro, me tumbé en el suelo y les observé aunque sólo fuera parcialmente. Marisol seguía chupándole, con esmero y ganas, el nabo. Un par de minutos más tarde Héctor, sintiendo que no iba a ser capaz de aguantar mucho más, la mandó parar. La hembra, se extrajo lentamente el erecto pene de la boca, se incorporó y manteniendo sus ojos fijos en el miembro viril, le dijo:
- “Métemelo por el culo” .
El joven se levantó y situando sus piernas a ambos lados del inodoro se fue desplazando hacía atrás hasta que su trasero entró en contacto con la cisterna baja mientras Marisol, dándose la vuelta, se doblaba y le ofrecía su ojete manteniéndolo abierto con sus manos. Héctor la colocó la punta de su picha en el orificio anal y al igual que ella, hizo fuerza para “clavársela”. Mientras iba sintiendo como su ano dilataba y como la entraba en su interior, la garganta de Marisol emitió sonidos entremezclados de dolor y de placer al mismo tiempo que colaboraba para llegar a sentirla bien profunda. En cuanto consideró que Héctor se la había metido entera, apretó sus paredes réctales y comenzó a moverse al mismo ritmo que el varón que la dio unos buenos envites anales mientras, echado sobre su espalda, la apretaba las tetas con sus manos, la decía que era una golfa muy linda y la animaba a liberar su esfínter. Pensaba que, a cuenta de la estrechez del conducto rectal, las eyaculaciones en el interior del ojete se demoraban bastante más que con la penetración vaginal pero Héctor debía de estar muy salido y explotó enseguida. Marisol, mientras notaba caer su leche, le dijo:
“¡Qué gustazo debes de estar sintiendo, cabronazo!” y “así, así, dámela toda y en cantidad” .
Después de su portentosa descarga el varón decidió permanecer con su pilila introducida en el ojete de su amante que le recriminó el que hubiera eyaculado con tanta rapidez, sin darla tiempo a disfrutar y el que estuviera perdiendo la erección. Héctor, bastante contrariado, la extrajo de golpe la pirula y agarrándosela con su mano procedió a mear intentando que la orina la cayera en el orificio anal a Marisol que, en aquellos momentos, comenzaba a defecar entre un completa colección de pedos. Su posición permitió que tanto el pis del varón como la mierda, en forma de pequeñas bolas, de la mujer se depositaran en el inodoro. Al acabar, Héctor la limpió con papel higiénico y la propuso que le hiciera una nueva felación pero Marisol, enfadada a cuenta de su rápida descarga, no parecía dispuesta a complacerle por lo que comenzaron a discutir. Fue entonces cuándo me di cuenta de la hora que era. Me supuse que mis primos me estarían buscando puesto que teníamos que regresar a nuestros domicilios por lo que, totalmente empalmado, me fui incorporando sin hacer ruido para no denotar mi presencia. Cuándo abandoné el aseo les dejé en medio de una monumental bronca en la que se intercambiaron todo tipo de insultos en medio de las continuas recriminaciones de Marisol. Llegué a la conclusión de que aquella pedorra estaba casada y que, además de “hacerle pasar hambre”, la encantaba “poner los cuernos” a su cónyuge con “yogurines” como Héctor que aspiraba a darla mucha caña y a pesar de no ser lo más discreto, la daba mucho morbo el satisfacerse sexualmente en lugares públicos.
Lo que había tenido ocasión de ver y oír aquel día perduró en mi mente durante varias semanas hasta que una tarde mi padre me envió a recoger unos libros que había dejado encargados en una biblioteca. Como los tenían que preparar me puse a curiosear en las estanterías desplazándome de sala en sala. Cuándo entré en una que estaba dedicada a la literatura juvenil vi a una bella y minifaldera joven que estaba buscando cierta publicación en la parte alta de las estanterías subida a una escalera. Miré a mi alrededor y en cuanto me percaté de que nadie me observaba, me puse debajo y levantando la vista, pude verla su precioso “muslamen” y su ajustada y menguada prenda íntima. Aún no sabía que existía el tanga y que aquella muchacha era una de las precursoras en su uso pero, al darme cuenta de que tenía los glúteos al descubierto y de lo bien que se la marcaba la raja vaginal en la prenda, me puse tan sumamente “burro” que exploté sin necesidad de tocarme. Mientras sentía un gusto muy intenso la lefa salió a borbotones y los chorros se deslizaron por mis piernas. Estaba aún soltando “lastre” cuándo la chica cogió un libro y descendió con él en su mano izquierda. En cuanto puso los pies en el suelo me miró un tanto sorprendida y al darse cuenta del tremendo “paquete” que se me marcaba en el pantalón en el que, asimismo, lucía una muy aparatosa mancha de leche, me sentí avergonzado y hasta me debí de poner rojo mientras ella me sonreía. Antes de dirigirse al mostrador de préstamos me bajó la cremallera del pantalón e introduciendo su mano derecha por la bragueta, me tocó el pito a través del calzoncillo prestando una atención especial al capullo y a la punta. Mientras lo hacía y sin dejar de sonreír, me miró y me indicó que se sentía muy halagada puesto que no pensaba que, aún manteniéndolas cubiertas, sus partes más erógenas llegaran a levantar semejantes pasiones y que confiaba en que hubiera soltado muy a gusto la leche mientras recreaba mi vista. Lo sucedido ocasionó que durante varias semanas me lo meneara a su salud repetidamente y que la dedicara un buen número de polvos.
C o n t i n u a r á