Con mucho vicio dentro de mí (Parte 01).
Esta semana comienzo a publicar una nueva historia que espero sea del agrado de mis lectores y esta vez es en riguroso estreno. Espero vuestros comentarios.
A pesar de que las damas me consideran arrogante y atractivo y que, al encontrarme dotado de unos meritorios atributos sexuales, me suelen decir que soy un tío cojonudo y que estoy “buenísimo” ó “para mojar pan”, mis inicios no fueron fáciles y me resultó complicado conseguir que se abrieran de piernas para ofrecerme su “arco del triunfo” con tanta asiduidad como demandaba mi libido.
Debo de comenzar reconociendo que, siempre que me cruzo por la calle con una fémina de buen ver y la miro con detenimiento, la chorra se me pone dura, gorda y tiesa. Me gusta fijarme, en primer lugar, en su culo. Nunca me han agradado los voluminosos puesto que, aunque supuestamente dispongan de un ojete más amplio y grande, he llegado a pensar que si se tiran un pedo mientras jiñan pueden romper el inodoro y que son capaces de sacarse el cipote del orificio anal si las da por liberar ventosidades mientras el varón de turno se lo enjereta por lo que siempre me han atraído mucho más los delgados y prietos. Luego, observo su cabello, el resto de su cuerpo y su cara. Normalmente, un buen trasero lleva parejo un físico atractivo, un pelo bonito y sedoso y un rostro agradable pero, en más de una ocasión, me he sentido decepcionado al toparme con hembras tan poco agraciadas de cara que echaban por tierra las impresiones positivas que hasta ese momento había sacado de ellas.
Desde temprana edad y a cuenta del lote visual que me daba con las distintas mujeres con las que cruzaba por la calle, casi todos los días llegaba a casa empalmado y salido por lo que, en cuanto tenía ocasión, me encerraba en el cuarto de baño y me meneaba el ciruelo a su salud. Aunque me gustaba “cascármelo” lentamente para que aquello durara, mis eyaculaciones se producían con bastante celeridad y mientras mi leche salía al exterior en espesos y largos chorros, la dedicaba mi descarga a alguna de ellas. No tardé en percatarme de que mis huevos reponían “lastre” con rapidez por lo que había días en que, a intervalos de unas dos horas entre polvo y polvo, me la llegaba a menear de tres a cuatro veces.
Durante mi pubertad me encantaba frecuentar en el verano las piscinas, a las que solía acudir acompañado por dos de mis primos, puesto que en ellas podía recrear la vista observando a chicas jóvenes y no tan jóvenes luciendo palmito en bikini motivándome mucho el ver lo bien que a algunas de ellas se las marcaba la raja del culo. Cierta mañana en que la afluencia de público era superior a la normal y aunque fuera de manera pasiva, en plan mirón, tuve mi primera experiencia. Una dama “maciza”, rubia y de mediana edad decidió acomodarse en un pequeño hueco de hierba situado delante de nuestra posición. La estrechez del lugar ocasionó que su toalla ocupara parte de la mía. Mientras la veía quitarse su sugerente ropa, colocarse bien el bikini en tono azul marino que llevaba debajo y darse crema, me giré para ponerme en posición contraria a la de mis primos con lo que, una vez que la fémina se acomodó boca abajo para tomar el sol, sus pies quedaron tan próximos a mi cara que podía oler perfectamente el ungüento que se acababa de dar. Actuando con cierta picardía situé mi cabeza entre sus tobillos lo que me permitió mantener mis ojos centrados en su entrepierna y mientras la hembra se mostraba inquieta y no dejaba de mirar su reloj, intenté determinar, a través de la braga de su bikini, el emplazamiento exacto de su raja vaginal.
Llegué a estar tan absorto con ello que casi me arrolla con sus piernas cuándo, de repente, se dio la vuelta para sentarse, quitarse el sujetador que dobló por la mitad y depositó en el lateral izquierdo superior de su toalla, tumbarse boca arriba abierta de piernas y cubrirse los ojos con su corta falda. Después de observarla durante varios minutos luciendo unas tetazas y unos pezones impresionantes, que según me comentaron mis primos eran propios de una mujer a la que habían preñado varias veces, me di cuenta de que si la seguía mirando durante más tiempo iba a eyacular sin necesidad de tocarme por lo que pensé en colocarme de rodillas entre sus piernas, bajarme el traje de baño y meneármela a su salud pero, como no tuve valor, terminé echándome hacía atrás para poder levantarme con intención de encaminarme hacía el vestuario en el que me alivié el “calentón”.
Aunque no tardé en volver, al llegar a mi posición ya no estaba allí. Mis primos me indicaron que se había levantado para darse una ducha y que, al salir de ella totalmente empapada, se encontró con un amigo ó un conocido con el que mantuvo una breve conversación antes de recoger sus cosas e irse juntos. Como no tenía nada mejor que hacer decidí buscarla pero la aglomeración me obligó a dar dos vueltas hasta que, por fin, la localicé al fondo de la piscina, en el lado opuesto al que nos encontrábamos nosotros. Estaba acompañada por un musculoso varón mucho más joven que ella y permanecían sentados en sus toallas. Como la gente llegó a impedirme observarles me tuve que aproximar a la verja. En aquellos momentos la pareja comenzó a “morrearse” sin el menor recato y sin que les importara que cerca de ellos hubiera niños. El hombre, que se llamaba Héctor y tenía acento sudamericano, aprovechaba sus besos para magrearla las desnudas tetas y tirarla repetidamente de los pezones que, enseguida, se la pusieron muy erectos.
A medida que se acercaba la hora de la comida parte de la gente se fue yendo lo que la dama, que debía llamarse Marisol puesto que con ese nombre se dirigió a ella varias veces su acompañante, aprovechó para tumbarse boca arriba, como siempre, abierta de piernas con lo que facilitó que Héctor se dedicara a estirarla la goma de la braga con intención de poder ver lo que la prenda ocultaba antes de introducir su mano derecha por ella para acariciarla el “felpudo” pélvico y la almeja y “hacerla unos dedos” mientras la hacía abrir y cerrar sus piernas constantemente. La fémina no tardó en comenzar a levantar su culo evidenciando que se encontraba próxima al orgasmo mientras su pareja estiraba cada vez más la goma de la braga, que incluso la bajó ligeramente dejándola al descubierto su frondoso vello púbico, para no perderse el menor detalle de como llegaba al clímax. De repente y entre lo que más adelante supe que eran contracciones pélvicas, su prenda lució una mancha de lo que imaginé sería flujo. El joven pareció contentarse con aquello y sonriendo, la llamó golfa, la sacó los dedos, los olió y se tumbó a su lado boca abajo para volver a besarla y a tocarla las tetas. Unos minutos más tarde Marisol se levantó y dándole la espalda, se colocó delante de él. Héctor, permaneciendo sentado, la fue metiendo la parte trasera de la braga en la raja del culo para que, además de hacerla presión en el chocho, la dejara los glúteos al aire que la besó varias veces antes de propinarla unos cachetes en cada nalga. Después se incorporó y cogidos de la mano, se dieron una ducha y se metieron en la piscina.
Permanecieron en el borde con Marisol abrazada a Héctor, que colocó sus manos en la desnuda masa glútea de la hembra para obligarla a mantenerse apretada a él frotando su voluminosa “delantera” en su torso mientras se “morreaban” y restregaban sus cuerpos. De vez en cuándo, la mujer se separaba un poco de él y sin ningún disimulo, le tocaba el miembro viril a través del traje de baño como queriendo comprobar las dimensiones que iba adquiriendo. Cuándo salieron del agua el varón lucía un buen “paquete”. Con un paso lento se encaminaron al lugar en el que se encontraban sus enseres y cubriéndose de cintura para abajo con sus toallas, procedieron a despojarse del traje de baño y de la braga del bikini que Héctor se apresuró a recoger y a guardar en su mochila. Acto seguido y en una actitud muy acaramelada, se dirigieron hacía los vestuarios. Al pasar por delante de mí oí al varón decirla que, además de prodigarse bastante más en metérsela por el culo, la iba a preparar una bebida a base de aceite, limón y vinagre que la ayudaría a superar su estreñimiento crónico.
C o n t i n u a r á