Con misterio

m/F, incesto

Cuando entré en su dormitorio mamá estaba sentada sobre la cama. La veía de perfil e inmediatamente me di cuenta de que no llevaba puesto nada de cintura para arriba. Sus enormes pechos se perfilaban sobre el color amarillo pergamino de la pantalla de la lámparita de su mesilla de noche. Sus pezones sobresalían algo más de un centímetro y aún no apuntaban hacia abajo a pesar de sus cuarenta años.

La habitación estaba iluminada tenuemente por esa lamparita que daba luz amarillenta y tenía un aspecto muy acogedor. La persiana del ventanal que había a la izquierda estaba bajada totalmente y las cortinas estaban echadas. A mamá le gustaban las cosas así, envueltas en un halo de misterio.

Flexionó una rodilla y apoyó el pie sobre el filo de la cama para quitarse con facilidad una de sus medias. Subió la prenda a lo largo de su muslo hasta llegar a la cumbre que era su rodilla y luego comenzó el descenso hasta llegar al tobillo. Repitió el proceso con la otra pierna y luego se terminó de sacar las dos medias, dejando expuestos sus dos pequeños y sensuales pies, cuyas uñas estaban pintadas de violeta.

Yo permanecía de pie a los pies de la cama cuando mamá se levantó y se dio la vuelta para verme de frente. Me sonrió de forma extraña, como si con su sonrisa quisiera darme a entender con un cierto toque de altivez que éramos dos rivales a punto de enzarzarnos en una pelea, y luego llevó sus manos a ambos lados de las pequeñas braguitas rojas tipo slip que llevaba puestas. Contoneándose casi imperceptiblemente, empezó a bajarse aquella última prenda que cubría su cuerpo relleno de ama de casa cuarentona. Muy lentamente, apareció ante mí el núcleo de su femineidad, su bosque negro, triangular y bellamente frondoso. La prenda fue enrollándose sobre sí misma a medida que mamá la iba deslizando hacia abajo por sus rollizos muslos. Al pasar las rodillas, mamá las dejó caer sobre sus pies y luego sacó éstos de ellas hábilmente y sin perder el equilibrio. Aquella mujer, cuyo cuerpo yo únicamente podía calificar de suculento, estaba ahora frente a mí en todo su esplendor. Pensé que así era más poderosa que la bestia más fiera, que el ejército más poderoso o que la peor plaga de langostas. Sus tetas enormes, sus areolas amplias, sus pezones gordos y apetitosos, su agradablemente gorda figura y el poblado triángulo de su entrepierna me contemplaban y con su silencio decían más que el más elocuente de los oradores.

Mientras yo me resarcía de la única prenda que llevaba puesta, los calzoncillos, mamá se dirigió a una cómoda que había bajo el ventanal y encendió dos velas gordas rojas. Luego apagó la lamparita de su mesilla de noche y el aspecto de la habitación cambió radicalmente. Invitaba ahora, con su color rojizo, al pecado y a la impureza. A ello se unía el olor almizcleño que desprendían nuestras excitadas entrepiernas y que empezábamos a percibir. Mamá sacó de un cajón una extraña vela y la encendió. Cuando olí la fragancia que desprendía casi no me lo podía creer. ¡Era el olor de un coño cachondo! ¿Dónde demonios habría comprado aquello mamá?

Con mucha parsimonia, mamá se acercó a mí y, tras poner sus manos sobre mi pecho musculoso, me besó en los labios. No fue un beso inocente en lo más mínimo, puesto que de inmediato sentí cómo su lengua me invadía lascivamente y lamía mi boca por dentro. Yo empecé a magrearle las tetas y ella agarró mi polla con una mano y me masturbó lentamente. Yo estaba tan absolutamente impaciente por introducir mi verga en su coño mojado y apaciguarla que casi no podía tenerme en pie.

Mamá seguía acariciándomela mientras yo sobaba su cuerpo. Sin mediar palabra, embriagado por el olor a coño que invadía la habitación, eché a mi madre sobre la cama boca arriba. Ella se abrió de piernas casi de inmediato, ofreciéndome su fruta prohibida y madura para darme y darle placer. Yo iba a reventar de excitación, así que agarré mi verga de 17 cm y la guié hasta su agujero, donde la hinqué sin compasión.

Entró entera y con suma facilidad y los dos dejamos escapar un suspiro de placer. Comencé entonces a moverme y, lentamente, la metí y la saqué. Sus tetas se movían al son de mis embestidas y su cara estaba casi desfigurada de placer. Yo chupaba sus tetas sin poderme escapar, ya que mamá apretaba mi cabeza contra ellas.

El calor y la humedad de la caverna íntima de mi madre envolvía mi verga, que seguía invadiéndola. Mamá gozaba a causa del morbo que le producía entregar sus encantos de mujer a su propio hijo y dejar que se la follara de aquella manera. Su coño hervía de excitación y despedía un intenso olor acre, ese olor que embriaga a los hombres y los hace regresar a un estado animal donde reinan sólo los instintos más primitivos.

Mamá se revolvió en la cama, cerrando los ojos con fuerza y agarrando las sábanas, cuando su primer orgasmo llegó. Mi polla se hundía en ella despacio, haciéndola gozar de una forma desmesurada. Ya casi no me podía contener, estaba a punto de correrme yo también. Mamá me mantenía entre sus ardientes muslos sujetándome con las piernas, que estaban colocadas sobre mi culo firme, y no pude evitar que, al poco, mi semen empezara a brotar con violencia dentro de su cuerpo excitado. Chorro tras chorro, su vagina se llenó con mi blanco cáliz de la vida como tantas otras veces se hubiera llenado. Mamá adoraba sentir el calor de mi esperma dentro de su agujero y le daba un morbo enfermizo pensar que podría quedarse embarazada de mí, de su propio hijo, que años atrás saliera de aquel orificio que ahora había llenado con su virilidad.

Los dos permanecimos unidos durante dos o tres minutos hasta que mi erección remitió totalmente y mi pene salió de la vagina de mi madre. Me senté sobre mis pantorrillas enfrente de mi madre, que seguía con las piernas abiertas mostrando su coño piloso, del que ahora manaba lentamente mi semen y chorreaba hasta gotear sobre las sábanas.

Mamá me miraba satisfecha y yo me sentía de la misma forma, porque había cumplido con mi obligación de hombre de una forma bastante brillante.

-¿Te ha gustado? -me preguntó.

-Mucho, ¿y a ti? -le respondí.

-También. Me has dejado el coño bien a gusto, aunque creo que quiero que me lo llenes de polla más cuando te recuperes -me dijo palpándome la polla fláccida con uno de sus sexis pies con uñas pintadas de violeta.

-¿No te da miedo que te pueda dejar embarazada?

-Llevo puesto un DIU, ¿no te lo había dicho?

-No, ahora me entero -le dije.

-Pues me lo puse el martes.

-Ah.

-Ahora me puedes follar tranquilamente sin temer que me puedas dejar embarazada. En otras ocasiones nos arriesgamos demasiado, ¿no te parece?

-Sí, pero ha que reconocer que tenía morbo aquello de no saber si te iba a preñar, eh...

-Tenía morbo, sí, pero con estas cosas no debemos jugar y, además, tenerme que tomar la píldora del día después era un auténtico suplicio.

-Ya.

-Vaya, por lo que veo está volviendo a la vida tu churrilla... -dijo con una mírada pícara señalando a mi incipiente erección.

Yo me limité a sonreír y me puse de rodillas entre las piernas de mamá. Esta vez, sin embargo, mamá se dio la vuelta y se puso a cuatro patas, elevando el culo para que estuviera más alto que su espalda y me facilitara el acceso. Agarré mi rabo, lo coloqué en posición y, cogiendo sus caderas con las dos manos, se la metí hasta el fondo. Aún había semen dentro y estaba dilatada, de modo que fue fácil empezar.

Tenía un control total sobre ella, ya que traía hacia mí su culo con la fuerza que yo quisiera al tener las manos puestas en sus caderas. Mi verga entraba y salía a placer de aquel coño cachondo recién follado y relucía al estar impregnada con la mezcla de nuestros efluvios. Las tetas de mamá, que colgaban bajo su cuerpo, se balanceaban con cada embestida y aquello me puso aún más cachondo. A pesar de ello, mi orgasmo, siendo aquélla la segunda vez que jodíamos, se iba a hacer de rogar, de modo que mi madre iba a disfrutar de lo lindo. Y, de hecho, así fue, porque mamá se corrió al poco tiempo, gimiendo de placer e instándome a que le diera más fuerte. Yo obedecí y me estrellé contra sus nalgas con más fuerza para darle más placer ahí donde a ella le gustaba. Debí hacerlo bien, porque se volvió a correr a los pocos minutos y me pidió aún más potencia. Yo se la di y volví a precipitar un orgasmo suyo, pero tan fuerte le había dado que mi propio orgasmo estaba ya a punto de llegar y me empecé a estremecer de placer. Mi cuerpo entero se convirtió en una masas extática irracional. Ya no me importaba nada en el mundo, nada más que mis instintos, nada más que copular de aquella forma frenética con mi propia madre. Un potente chorro de semen caliente salió disparado de mi polla y se estrelló contra las paredes del coño de mi madre mientras ella gemía de placer. Hundí mi polla al máximo para que mi semen la llenara desde lo más hondo y, poco después, empezó a salir de su agujero y a chorrear.

Los dos caímos sobre la cama después de corrernos, con las entrepiernas aún húmedas y satisfechos. El olor a alzmizcle aún no se había ido, más bien se había intensificado con el olor ultrafemenino que despedía su coño. Mamá me besó en la boca suavemente y luego me acarició. Los dos nos acurrucamos y estuvimos rozando nuestros cuerpos, yo sintiendo la suavidad de mi madre y ella mi vello masculino. Tal vez nuestra relación fuera antinatural, pero los dos nos queríamos y nos necesitábamos y no estábamos dispuestos a dejar de hacer aquello para apagar nuestro fuego interior.