Con mi sobrina en Londres

Decido invitar a mi sobrina a Londres, donde resido, para que aprenda inglés. Allí se convertirá en algo más que la hija de mi hermano.

Cuando mi sobrina Carla me llamó para decirme que había decidido aceptar mi ofrecimiento de pasar unos días en Londres, el mundo se me vino abajo.

Carla tenía 19 años y era hija de mi hermano mayor. Yo la había invitado muchas veces a venir, pasar unas vacaciones para que perfeccionase su inglés, pero jamás pensé que lo aceptaría. La veía como a una niña arrogante y un poco estúpida, con quien tenía relación por ser hija de mi hermano, pero cuyo carácter se parecía más al de mi cuñada, una mujer sin demasiado que ofrecer.

Sin embargo, Mabel, una enfermera también residente en la ciudad inglesa, con quien compartía cama muchas noches, se sintió muy feliz de conocer a alguien de mi familia, imagino que por intentar dar un paso más en nuestra relación, algo a lo que yo me negaba.

Por mi parte, llevaba ya muchos años viviendo en Inglaterra, dónde tenía un importante cargo en una compañía angloespañola.

Lo que no hacía del todo feliz a Mabel es que había pedido unos días de vacaciones para acudir a una boda en España. En gran parte, este periodo coincidiría con la estancia de Carla en mi casa. He de reconocer que me alegré en parte, ya que no quería aparecer ante mi sobrina como un hombre emparejado.

Una semana después, Mabel y yo fuimos a recibirla al aeropuerto. Cuando la vi, me di cuenta de lo que había crecido. Había estado en España en Navidad, y no sé, entonces me parecía una cría y aunque sólo habían pasado unos meses, tenía la sensación que había madurado bastante.

Fuimos a casa. Mabel intentaba darle toda la información posible, haciendo agobiante su exceso de amabilidad.

Llegamos al pequeño piso que tenía en el centro de la ciudad. Ubiqué a Carla en su habitación. Tuve que llamar la atención a Mabel para que dejase a la chica deshacer tranquilamente su maleta.

Los primeros días de estancia fueron movidos, ya que cuando terminaba de trabajar, nos dedicábamos a hacer turismo. Mabel nos acompañaba siempre. Por la noche cenábamos en restaurantes de lo más variopinto, siempre intentando que la estancia de mi sobrina fuera lo más agradable posible.

Unos días después, habíamos visitado todos los monumentos importantes de la ciudad. También coincidía con la marcha de mi amiga a España. Por un lado, me sentía liberado con la marcha de Mabel, que se había quedado en mi casa a diario desde que llegó Carla, pero por otra, no sabía muy bien qué iba a hacer con una cría de diecinueve años, las dos semanas que aún le restaban.

El viernes por la tarde acompañamos a Mabel al aeropuerto. Después, decidí invitar a mi sobrina a cenar en un restaurante italiano. Al terminar, tenía la intención de volver a casa, pero ella se empeñó en ir a tomar algo en un pub típico de la ciudad.

Dejé el coche aparcado cerca de casa y caminando nos dirigimos a un local donde acudía a veces, principalmente los días que no estaba con Mabel.

Aunque habíamos cenado un rato antes, tomamos unas pintas. No terminó ahí, después de dos litros de cerveza cada uno, pasamos a beber whisky.

Nuestra conversación se liberó bastante, yendo más allá de una charla de tío y sobrina. Carla habló más esa noche que en el conjunto de los días anteriores. Gastamos bromas y nos reímos mucho.

Hubo algo que me llamó la atención y fue cuando se agachaba y su media melena morena se echaba hacia delante, veía el grueso de sus pechos que tapaba el sujetador.

Nunca había visto a mi sobrina como una mujer, sino como a una niña. Casi como a una hija, aunque no tenía, por mi situación, ningún instinto paternal.

A la salida del pub, caminamos hasta casa, no sin hacer alguna ese ebria por el camino y por supuesto, sin parar de reír.

En casa, aún decidimos tomar una última copa. Aunque nuestro nivel etílico era alto, no parábamos de charlar de forma divertida.

Carla se levantó para ir a dormir. Tropezó con la mesa y me ofrecí a ayudarla. No lo aceptó y terminó llegando a la habitación. Yo también me dirigí a la mía instantes después. Para mi sorpresa, había dejado la puerta abierta y pude verla totalmente desnuda y como se ponía el pijama.

Su cuerpo era perfecto. Sus pechos no demasiado grandes pero muy firmes y un sexo depilado, con el pelo corto y negro como el azabache. Imaginaba que por un descuido la puerta había quedado abierta. La realidad es que me excitó, aunque dado el alcohol que habíamos ingerido, hizo que no le diera demasiada importancia.

Al día siguiente era sábado. Me levanté tarde, pero cuando lo hice, aún seguía ella en la cama. Se levantó poco después, imagino que al oírme hacer ruido.

Al entrar en la cocina iba con su pijama rosa. Me vino directamente a la cabeza la escena de su desnudez de la noche anterior.

Su cara estaba desencajada y su pelo suelto. Directamente mi mirada se dirigió a sus pezones que se marcaban de forma insinuante en la camiseta. La desnudé con la mirada, aunque enseguida me preocupé por ella.

  • Tienes mala cara. ¿Te duele la cabeza?
  • Ufff. Si..... Mucho. ¿Tienes algo para aliviarlo?
  • Si, claro. A veces yo también lo necesito.

Le entregué una pastilla de ibuprofeno y le preparé un buen desayuno, con café, tostadas y zumo de naranja natural. Una hora después me dijo que se encontraba totalmente recuperada.

Hacía un día espléndido por lo que salimos a tomar el aperitivo en una terraza. Después de comer decidimos descansar un rato la cabeza, que aún seguía tocada por la ingesta de alcohol del día anterior.

En la noche repetimos la misma acción que el viernes. Decidimos ir al mismo local y de nuevo nos tomamos unas pintas y unos whiskys.

La diferencia con respecto al día anterior radicó en la conversación que ya era mucho más confidencial. Carla comenzó a realizar preguntas sobre Mabel, alguna de ellas ciertamente incómodas.

Fui respondiendo una a una a cada una de las cuestiones que formulaba sobre ella. Al principio eran preguntas inocentes.

  • ¿Cuando os conocisteis? ¿Vas en serio con ella? ¿Sois pareja o tan sólo amigos?

Le dejé claro que era sólo una amiga, pero las preguntas no terminaron ahí, sino que comenzaron a ser más directas, sobre aspectos más íntimos.

  • Dime, ¿te gusta como hace el amor?
  • Carla, por favor. ¿cómo me preguntas esas cosas?
  • Yo sé que tú le gustas mucho. Eso es algo que una mujer sabe de otra cuando mira a su hombre. De ti no estoy tan seguro.
  • Es una buena chica. Pesada, como has comprobado, pero ha intentado que te sintieras cómoda en mi casa.

No sabía si me gustaba el tono que estaba adquiriendo la conversación que podía llevarme a meterme en un jardín del que tal vez me costase salir.

  • Y dime, tío. ¿Quién crees que es más guapa? ¿Mabel o yo?
  • Vaya con las preguntitas¡¡¡..... Mábel es mucho mayor que tú, de mi edad para ser exactos. Ambos tenemos 44. Se conserva bien. Como mujeres sois distintas. Ella rubia y tú morena. Ella con abundantes pechos que ya empiezan a notar el peso de la gravedad, mientras que tú eres todo lo contrario, morena, más delgada.........
  • Y con menos tetas..............
  • No quería decir eso.
  • Lo sé. Sólo quería saber si te parezco atractiva.
  • Claro que eres muy atractiva. Eres muy guapa. Tus amigos dirán de ti que eres una “tía buena”
  • Si, cosas así. ¿Te gustó mi cuerpo cuando lo viste ayer?

Enrojecí. No sabía que me había visto mirarla. Intenté salir de la situación como pude, aceptando lo evidente, que la había visto desnuda.

  • Debiste cerrar la puerta--------Venga. Vámonos a casa. Ya es tarde, aunque si quieres, podemos ver alguna peli. Tengo una enorme colección.

Llegamos a casa y nos cambiamos. Ambos nos pusimos los pijamas y volvimos al salón. Le entregué el mando de un disco multimedia, donde tenía grabados cientos de películas para que eligiera.

Era una comedia romántica. Carla se apoyó contra mi hombro y empezó a acariciarme el brazo. En otras circunstancias, estando con otra mujer, la habría cogido, besado y llevado a la cama directamente, pero no podía ser........... era mi sobrina.

La miraba y observaba sus pezones que marcaban la chaqueta de su pijama. Me parecía muy erótica la situación. Lo peor era que mi miembro comenzaba a crecer y me incomodaba. Temía que se diera cuenta y me acusase de excitarme con ella.

  • Tío. ¿Te gusto?
  • Claro. Eres mi sobrina preferida. – Intenté quitar hierro al asunto.
  • Bobo¡¡¡ No tienes otra sobrina. Te lo digo porque el bulto que tienes, igual tiene algo que ver conmigo.

Me ruboricé. No sabía que decir. Temía que montase un escándalo y tomase al día siguiente un vuelo, pero enseguida me tranquilizó.

  • Tranquilo. No me voy a chivar. Mabel tiene mucha suerte de ser tu amiga.

La miré extrañado. No sabía a donde quería llegar, pero de inmediato me sacó de dudas llevando mi mano a su pecho.

  • Estoy segura que lo estabas deseando y no te atreves porque soy tu sobrina, pero te recuerdo que ya soy mayorcita y sobre todo, una mujer adulta.
  • De eso ya me he dado cuenta.

Apreté su pecho por encima del pijama y mis labios se dirigieron a los suyos. A partir de ese momento nuestras manos se volvieron locas.

La tomé de la mano y la llevé a mi cuarto. La coloqué frente a mi. Empecé a desabotonar la chaqueta de su pijama hasta dejarla totalmente abierta. Separé ambas partes para contemplar sus pechos. Después tiré del pantalón hacia abajo. No llevaba ropa interior. Su sexo, negro como el azabache quedó ante mi vista.

  • ¿Te gusto? – Volvió a preguntarme.
  • Eres una chica preciosa.
  • Tú también eres muy mono. Aparte del físico, me pareces muy interesante como hombre. Y otra cosa............. Me invitaste a venir y me dijiste que no me faltaría de nada. No conozco a ningún chico aquí, así que me tendrás que satisfacer sexualmente mientras esté en tu casa.

Me gustaba su soltura y su manera tan directa de decir las cosas. Dicho esto comenzó a desnudarme de la misma forma que lo había hecho yo con ella. Para cuando bajó mi pantalón y mi boxer, ya estaba totalmente excitado ya que mis labios no paraban de besar su cara y su cuello.

Al tocar su piel fui una vez más consciente de lo joven que era. Suave, compacta, como la tapicería del lujoso asiento de un coche de lujo.

Nos tumbamos en la cama y nos miramos fijamente. Me sonrió y la besé en los labios. Una, dos, tres veces hasta que mi lengua se introdujo en la suya. Mis manos empezaron a recorrer su cuerpo. Sus pechos eran duros, mucho. Al no ser demasiado grandes los abarcaba con mi mano sin problema. Después bajé por su estómago que no tenía ninguna arruga, ninguna estría y llegué a su sexo que acaricié suavemente.

Se colocó apoyando su frente junto a la mía, ladeada comenzó a acariciarme el pecho.

  • Me gusta tocar un pecho velludo .Normalmente, los chicos de mi edad suelen llevarlo depilado.
  • Es todo tuyo – Respondí halagado.

Hizo lo mismo que yo. Empezó a morder delicadamente mis pezones, pasando su lengua de manera lujuriosa y llevando su mano hacia mi pene, que agarró con fuerza.

Me di cuenta que Carla tenía mucha más experiencia con los hombres de la que yo me había figurado. Era una hembra muy caliente.

Su lengua se deslizó hasta mi ombligo. No tenía prisa. Se lo tomaba con calma y disfrutaba con ello. Por mi parte, deseaba que esa boca llegase ya al final del camino que tenía previsto.

Agarrando mi miembro con su mano lo levantó y empezó a pasar suavemente la lengua por mis testículos. Era maravillosa.

Estaba seguro que había agarrado muchos órganos masculinos así. Su lengua se dirigió hacia la punta no sin dejar de soltarla y apretar fuertemente.

Estaba tumbado, mirando hacia el techo y mis manos apenas alcanzaban a tocar ligeramente su espalda y si las colocaba por debajo, también uno de sus pechos.

Pedí que parase para no correrme tan rápido.

  • ¿Te gusta, tío?
  • Me encanta, sobrina

No me dejó tomar la iniciativa. Directamente se colocó a horcajadas, encima de mi y agarró otra vez mi miembro, sólo que esta vez lo dirigió hacia la entrada de su sexo.

  • ¿No quieres que me ponga un condón?
  • Tío, tomo la píldora. Además, sé que tú no te vas con cualquiera.

En eso llevaba razón. No iba desde hacía mucho tiempo con otras mujeres. No frecuentaba los locales de alterne y mi única chica, aún sin considerala mi pareja, era Mabel, bueno, y ahora también Carla.

Notaba su sexo húmedo. Se movía, con las rodillas apoyadas en la cama, intentaba hacer un remolino con su cuerpo. Me volvía loco. Era maravillosa. Tal vez, sexualmente hablando, la mujer que más me estaba haciendo disfrutar.

Tomó mis manos y la llevó hacia sus pechos. Los acaricié. Toqué sus pezones. Con mis dedos pulgar e índice los masajeaba. De nuevo, volvían a estar puntiagudos, como la punta de un bolígrafo.

Agachó su cuerpo para besarme. Aproveché a tocar mejor sus senos. Ella me tomaba la cara con sus manos, apretando mis carrillos y llevando su lengua hasta casi mi garganta.

Notaba el esfuerzo que hacía su vagina para cerrarse. Realmente esta chica sabía como hacer disfrutar a un hombre.

De un fuerte giro, conseguir darme la vuelta. Ahora la tenía yo a ella sobre la cama. Chupé, de forma enfurecida, sus pechos y acaricié sus caderas. Mis piernas se entrelazaron con las suyas y de nuevo mi pene buscó su sexo, que húmedo, no tuvo inconveniente en volver a ser penetrado.

Penetrándola de forma tradicional también era una máquina. Comenzó a mover su culo y mis movimientos se acompasaban con los suyos de tal manera que cuando mi miembro estaba dentro de ella, aún presionaba más para apurar los escasos milímetros y que todo ello se hundiese en ella.

Además de buena en la cama, era generosa. Se preocupaba de mi disfrute. Hacía todo lo que un hombre podía desear y para mi suerte, ese era yo.

Noté que me iba a correr y no quería hacerlo. No deseaba terminar aún por lo que me aparté de ella ligeramente. Me coloqué perpendicular a su cuerpo y decidí que mi boca la inspeccionase.

Primero di un homenaje a sus pechos. Mis manos ayudaban. Con una le acariciaba un seno, mientras que con la otra apretaba sus pezones para posteriormente lamer y morder la parte saliente.

No tenía prisa. Quería que guardase un buen recuerdo de su tío, de esa primera vez con su tío Pedro. Mis manos empezaron a recorrer el camino hacia su sexo. Olía estupendamente. Su piel era fresca e hidratada.

En mi cuerpo se entremezclaban varias sensaciones. El aroma de su piel, la textura, la tibieza. Procuraba no descentrarme con aquellos descubrimientos.

Intentando abarcar con mis manos todo su cuerpo, mi boca terminó llegando a su sexo. A pesar de haber sido ya penetrado, su olor seguía siendo fresco y húmedo. Estaba apretado. Toqué su abertura que era muy compacta. Sin duda todo su cuerpo respiraba juventud. Me volví a incorporar para situar mi cuerpo como continuación del suyo y mi cabeza entre sus piernas.

Mi dedo recorrió su vello y se dirigió a su clítolis. Podía notar el relieve de pequeño garbanzo. Lo presionaba y bordeaba a mi antojo.

La extremidad de mi mano dejó paso a mi lengua. Mis dedos apartaron los labios y lo lamí. Vi como daba un giro brusco y la oí gemir.

Era mi turno. La punta de la lengua se movía de forma alocada. Mis brazos mantenían sus piernas separadas y mis dedos sus labios vaginales. Tenía su sexo, que brillaba por su excitación, ante mis ojos.

Un último grito a la vez que se retorcía de placer dio paso a que sus manos apartaran mi cara de su sexo. Había tenido un orgasmo brutal.

  • Tío. Me has hecho disfrutar como nunca. Los muchachos de mi edad no suelen entregarse tanto con la chica.
  • Me alegro que lo vivas así. Pero aún tengo que terminar yo.
  • Si, claro. Dame un par de minutos para que me recupere.

Apoyó su cara sobre mi pecho y cerró los ojos. Temía que se quedara dormida y dada mi calentura eso resultaría terrible para mi.

Instantes después levantó su cara y empezó a besarme de nuevo y me habló.

  • Quiero que te corras dentro de tu sobrina y disfrutes del polvo más brutal de tu vida. ¿Qué es lo que quieres hacer?
  • ¿Qué quiero? Pues aunque no suene fino, quiero follarte. Follarte hasta que la piel de mi polla se caiga a cachos por las rozaduras.

Se echó a reír a carcajadas. Soy una persona educada, pero la excitación del momento me podía. Le pedí que se colocase de rodillas. Me apetecía penetrarla desde atrás.

Hizo lo que le pedí y yo me coloqué justo detrás. Cuando penetraba así a alguna mujer siempre se les veía un trasero mucho mayor y solían parecer obesas aunque tuvieran un buen cuerpo. Sin embargo Carla resultaba perfecta incluso en esa posición.

Agarré mi pene y busqué cuidadosamente su entrada. Me agaché ligeramente para introducirla hacia arriba. Fue perfecto, con una sensación similar a cuando ella se había colocado encima.

Fui muy despacio, saboreando cada instante, disfrutando cada segundo. Poco a poco, mi excitación marcó un ritmo más rápido. La jaleaba, la movía con fuerza incluso dándole algún azote en su bonito culo. Estaba casi en el éxtasis, pero no era el momento de terminar, aún no.

Paré unos momentos y la volvía a situar sobre la cama. Quería terminar eyaculándola en la postura del misionero.

Se dejaba hacer. Su cuerpo quedó en forma de cruz dejando que contemplase de nuevo la plenitud de su desnudez.

Me tumbé encima. Ahora no me hizo falta dirigir a mi pene. Reconocía el camino sin problema. Al introducirlo noté como de nuevo el cuerpo de Carla se excitaba y me agarró con las manos el cuello, mientra mi boca iba a su cuello. Sus piernas rodearon mi cintura haciendo que la penetración fuera aún más intensa.

Teniéndome fuertemente agarrado por todos lados, ella comenzó a mover sus músculos, acompañando mi mete y saca.

Mi cabeza se levantó para mirarla y mi boca se abrió para tomar aire. Sus ojos brillaban al cruzarse con los míos. Continué lo que pude, aunque sabía que estaba en las últimas.

Instantes después los dos yacíamos sobre la revuelta cama. Carla tiró de la colcha y arropándonos tumbó su cabeza en mi pecho y me besó.

  • Me ha encantado, tío. Tenemos todas las vacaciones para repetir. – Dijo sonriendo mientras me besaba en los labios

No le contesté. No sabia si estaba bien lo que había hecho, pero sin duda había sido el mejor polvo de mi vida.