Con mi profesora de refuerzo
Despues de muchos años dandome clases particulares, por fin me enseño lo que yo más deseaba.
Hola:
Mi nombre es Santiago, lo que les voy a contar en este relato, es lo que sucedió con mi profesora de clases particulares.
Hace algunos años cuando yo más o menos iba en 2º o 3º de la eso, empecé a ir mal en algunas asignaturas, casi todas las de números que nunca se me dieron bien, mi madre al principio no le dio mucha importancia, pero en cuanto la cosa empeoró, ya que mis notas iban de mal en peor, me sugirió que me inscribiese en una academia particular. Así lo hice, me matriculé y empecé a ir todos los días un par de horas, yo no sabía como era una clase particular ya que nunca había ido a ninguna, al principio estaba algo desorientado, en la clase éramos unos diez chicos de mi edad, yo no conocía a ninguno. La primera semana fue de adaptación, yo no me enteraba de mucho y pensaba que al ser algo nuevo para mi era normal, primero me tendría que adaptar al ambiente y al ritmo de las clases y luego ya empezaría a coger el truco al asunto. Fueron pasando las semanas y yo seguía sin enterarme de nada, entre los constantes alborotos de la clase, la velocidad del profesor al dar la clase y muchas otras cosas, yo seguía suspendiendo esas asignaturas. Mi madre me pregunto por que razón no aprobaba esas materias si iba a clases de refuerzo, yo le expuse los problemas que tenía en la academia, entonces ella empezó a buscar un profesor que viniera a casa a darme clases, y así poder ir a mi ritmo y sin que nadie nos molestase, yo acepte, me di de baja en la academia y esa misma semana mi madre ya había encontrado a una profesora a domicilio que había puesto un anuncio en el periódico.
Sonó el timbre de casa, mi madre fue a abrir, era la profesora, la estábamos esperando, cuando entro en el salón la vi, era una chica de unos 30 años, morena, pelo largo y liso, algo baja, alrededor de 1.65, de cuerpo no estaba nada mal, a pesar de su corta estatura tenía un buen físico, unas buenas piernas que se veían fuertes, un culazo que marcaban las mayas que traía, de tetas estaba un poco escasa, me cabrían perfectamente en la mano, pero eso si, estaban bien firmes y en su sitio.
Las clases comenzaron ese mismo día, dábamos las clases en el salón de casa donde hay una gran mesa y todas nuestras cosas cabían perfectamente en ella. La chica se llamaba Corina, yo me quede un poco extrañado ya que ese no es un nombre muy común. Corina era una chica muy simpática y agradable, además me enseñaba muy bien, sabía mucho y no solo de matemáticas, física y esas cosas, sino que también de ciencia, historia y muchas cosas más, ella y yo congeniamos muy bien desde el primer día, con ella no me importaba el hecho de estudiar sino que me lo pasaba muy bien, y al mismo tiempo aprendía mucho. Ello se empezó a notar en mis exámenes, ya que cada vez iban mejorando más y mi madre estaba muy contenta con los resultados obtenidos.
Llegó el final del curso y pasé con todo aprobado, estaba muy contento, cuando le dije las notas a Corina ella también se puso muy contenta, pero ya era el final del curso y se tendría que marchar, cuando me despedí de ella me puse muy triste ya que quizás no volvería a verla, pero mi tristeza duró poco, mi madre apareció y le preguntó su número de teléfono, le comento si podría venir a darme clases para el curso siguiente, ella afirmo encantada, yo estaba muy feliz, ya que eso no sería un adiós, si no un hasta luego.
Fueron pasando los años y ella seguía viniendo curso tras curso, empezábamos a tener una relación cada vez más intima, durante esos años me enteré de muchas cosas de su vida, por ejemplo de que estaba casada y tenía una hija pequeña, también de que mantenía su buen físico gracias a que iba a aeróbic y a clases de yuyitsu, nos contábamos muchas cosas, y yo a medida que iba creciendo, conmigo iban aumentando mis instintos de adolescente calenturiento. Ya me había hecho unas cuanta pajas en honor a ella, empezaba a verla como objeto de deseo, mi excitación llegaba hasta tal punto que cuando ella se iba yo olía su asiento y rozaba mi pene contra el pensando que minutos antes su coñito estaba justo en ese lugar.
Cuando inicié mi ultimo curso, me hacía pajas con ella constantemente, ese curso me fue un poco mal, aunque sus asignaturas las había aprobado, en las demás había vagueado un poco y no las pude sacar adelante, como resultado del mal curso, me tocaba repetir y pensé en coger unas asignaturas que fuesen más fáciles para mi, entre ellas no estaban las que me daba Corina, pero no podía hacer nada ya que para mi lo principal era aprobar el curso e ir a la universidad. Así que hice el curso sin su ayuda, al principio la echaba de menos, se me hacía raro no verla, y lo que es peor, ya no podía hacerme pajas en su honor.
Ese curso fue incluso peor que el anterior, yo estaba desesperado, no sabía que hacer para aprobar, mis padres ya empezaban a estar cabreados, me dieron la ultima oportunidad. Decidí cambiarme de instituto, y escogí asignaturas que se me habían dado bien el primer año y el segundo, y me propuse tomarme el curso con mucha seriedad, y para ello toda la ayuda era poca, así que sin pensármelo dos veces llame a Corina y le dije que la necesitaba para ese curso, ella por supuesto acepto.
Había pasado casi año y medio desde la ultima vez que la vi, yo ya era un chico de 19 años, alto 1.84 y también bastante fuerte, vamos que estaba de buen ver. Cuando nos reencontramos nos dimos un abrazo enorme, la notaba algo cambiada, me parecía que estaba más guapa, yo era feliz por tenerla otra vez conmigo.
En nuestra primera clase nos contamos muchas cosas, todo lo que habíamos hecho ese ultimo año, ella me dijo que había tenido un niño, que ya tenía cinco meses y que durante ese tiempo había estado poniéndose en forma, ello se le notaba, ya que tenía un cuerpo escultural que para sus 35 años no estaba pero que nada mal, incluso mejor que el que yo recordaba. Ese mismo día volví a caer en mi rutina que tanto había echado de menos, que no era otra que masturbarme en su honor día tras día.
Me interesé por el estado de su marido que años atrás había tenido un infarto al corazón, me dijo que ya estaba mucho mejor, al ser joven y resistente ya podía hacer una vida casi normal, aunque sin muchos esfuerzos ni sobresaltos.
Yo por mi parte, entre otras muchas cosas, le comenté que hacía un par de meses se habían mudado dos chicas brasileñas al piso de arriba, y que constantemente hacían mucho alboroto. Esto no tendría sentido mencionarlo en la historia si no fuera por lo siguiente:
Un buen día de primavera, ya bastante avanzado el curso, como cualquier otro jueves Corina vino a eso de las 6 de la tarde, mis padres ya se habían marchado a trabajar y estaba solo en casa. Comenzamos la clase como siempre, Corina llevaba puesto un pantalón pirata negro que marcaba su hermoso trasero, un sudadera con cremallera la cual tenía bajada hasta la mitad y se podían apreciar mejor sus marcadas tetas en la ajustada camiseta que tenía por debajo, y unas zapatillas deportivas que completaban su estilo sport de ese día.
Al poco tiempo de empezar la clase se empezaron a oír unos leves gemidos que provenían del piso de arriba, yo ya sabía lo que se avecinaba ya que lo había vivido otras muchas veces, aunque nunca en presencia de Corina. Las dos brasileñas habían resultado ser dos putones de escándalo, que de cada dos por tres montaban sonoras orgías. Yo sabía que en pocos minutos esos leves gemidos se convertirían en gritos de placer que sobresaltarían a toda la manzana. Así fue, cuando los gritos ya no se podían disimular con nada, a modo de broma le comenté a Corina lo mucho que se estaban divirtiendo arriba, ella empezó a reír y me dijo que menos mal que lo había comentado porque ya no podía aguantar más la risa. Rota la tensión de esa situación le empecé a hablar del tema, le dije que eso sucedía constantemente, que ya estaba acostumbrado... . Comenzamos a bromear sobre lo falsos que eran esos gemidos y gritos, que seguramente la tía no estaba sintiendo nada, y que lo hacía por amor al arte.
Paramos de hablar del tema y seguimos con la clase, los gemidos seguían, incluso cada vez parecían más fuertes, me fijé en Corina y parecía como si estuviera colorada, me dijo que iba un momento al baño, en cuanto se fue, comencé a oler el asiento de la silla, tenía un olor fuerte, al imaginarme que eso que estaba oliendo podrían ser sus flujos me puse súper cachondo, mi polla comenzó a crecer en mis pantalones, ya casi me dolía de lo dura que la tenía, me abrí la bragueta y la acomodé como pude para que no se me notase la erección. Sentí salir a Corina del baño, yo regresé rápidamente a mi sitio, ella entró en el salón aún más colorada que antes. Entre que yo estaba cachondísimo y ella parecía estarlo también, el ambiente en el salón se había acalorado un poco, ella decidió quitarse la sudadera por el calor, se quedó con una finísima camiseta ajustada, si bien yo ya estaba como una moto por lo de antes, más lo estuve cuando aprecié que no llevaba sujetador, y más aún cuando vi que sus pezones estiraban un poco más aquella camiseta para hacerse ver entre aquellos preciosos pechos. Aquello era una confirmación para mi, unos pezones solo se ponen duros cuando hace frío, que ese no era el caso, o cuando se está como una moto, que ese sí era el caso, o por lo menos yo deseaba que lo fuera. Corina se dio cuenta de lo que me estaba mostrando, y también de que yo los estaba observando, pero no disimuló, parecía gustarle que yo me pusiera cachondo mirándole los pezones.
Los de arriba seguían con su juerga, y el salón parecía ya un horno, ahí estábamos los dos con unas ganas tremendas de follarnos mutuamente y en ved de eso estábamos como gilipollas estudiando física. Los dos lo estábamos deseando, pero ninguno se atrevía a tomar la iniciativa. Hasta que ella volvió a retomar el tema de lo que sucedía arriba, ya llevaban un buen rato dándole al tema, Corina comento lo mucho que aguantaban y entre risas dijo las palabras mágicas "quien pudiera", ahí estaba, por fin una señal que daba pié a seguir con una conversación muchos más picante y a la que los dos queríamos llegar. Ella al terminar de decir esto se puso aun más colorada, pero esta vez era por vergüenza de lo que yo pudiera pensar, yo le respondí con naturalidad y sin mostrar sorpresa por sus palabras, esto hizo que se sintiera más cómoda a lo largo de la conversación. Le pregunté que por que decía eso, que ella estaba casada y no debería tener ningún problema en ese sentido, yo para ese entonces ya solo pensaba con la cabeza de la polla, e iba a tratar de llevar esa conversación a buen puerto que ya os podréis imaginar cual es. Ella ya adquiriendo un tono un poco más serio y viendo ya por donde iba la conversación, no tubo ningún pudor en decirme que desde que su marido había tenido el ataque al corazón, su vida sexual había empeorado notablemente, y que solo lo hacían dos o tres veces al mes. Yo, intentando ser gracioso, le dije que aunque eso le pudiese parecer poco, yo firmaría tener sexo tres veces al mes. Ella esbozó una leve sonrisa y por un momento parecía que me iba a decir algo, pero finalmente no lo hizo. Le dije que no se preocupase, que ya vería como poco a poco iban cogiendo el ritmo de antes y teniendo cada vez más sexo. Pero ella con un tono ya completamente serio me dijo que no creía que eso pasara, que esa situación se venía dando desde hacía ya dos años, yo no me imaginaba que hubieran pasado ya dos años desde lo de su marido, pensaba que había pasado menos tiempo.
La cogí de la mano y acariciándola le dije unas palabras de ánimo, ella por su parte hizo lo mismo y sonrió, me dijo que su marido ya casi no tenía apetito sexual, así que se iba a tener que comprar un consolador, en el momento que lo dijo nos empezamos a partir de risa. Me dio las gracias por mi apoyo, me dijo que de entre todos sus alumnos yo era su preferido y al que más aprecio tenía, y que después de tantos años ya me consideraba un amigo. Por un momento no supe que decir, y pensando que ella con aquello me estaba pidiendo a gritos un polvo, me lancé, y con un tono medio de broma medio en serio, le dije que yo no tendría ningún problema en solucionar esa escasa actividad sexual que tenía. Ella se me quedó mirando seria, no parecía enfadada ni sorprendida, más bien parecía dudosa, yo pensaba que ya estaba echo, su reacción de no enfado me hacía pensar que de un momento a otro accedería a mi petición. Yo estaba nerviosísimo, no sabía de donde avía sacado el valor para haber dicho aquello, y también a la vez estaba súper cachando, mi pene estaba como una piedra, y por la punta ya asomaban los líquidos preseminales.
Contra todo pronóstico ella empezó a recoger sus cosas y dijo que se tenía que ir, no parecía enfadada, actuaba con normalidad, como cualquier otro día. Yo le pregunté si se había enfadado por lo que había dicho, ella me dijo que no, que se iba porque si seguían hablando sobre ese tema tal y como estaba el ambiente podrían pasar cosas de las que luego nos podríamos arrepentir. Le pregunte si es que acaso ella no lo deseaba, pero no me respondió, su silencio respondió por ella. Yo no lo podía creer, sabía que ella estaba deseando tanto como yo el follar allí mismo, pero sus remordimientos se lo impedían. Yo sabía que una ocasión así no se volvería a repetir, así que no lo dudé y la cogí del brazo cuando estaba a punto de salir del salón, la atraje hacia mi y le dije que no se tendría que arrepentir de nada, que nadie se enteraría y sobre todo que los dos lo disfrutaríamos muchísimo. Me dijo que eso no podía ser, que ella estaba casada y tenía una familia a la que quería, yo le volví a repetir que no se enteraría nadie y también que ella estaba deseando hacerlo tanto como yo. Me dijo de nuevo que no y se intentó apartar de mi, yo la aguaré con firmeza de la cintura, la volví a atraer hacia mi, y la besé. Con mi lengua intenté hacerme paso a trabes de sus labios, a lo que ella respondió sacando también su lengua y juntándola con la mía. Nos dimos un morreo apasionado, pero duró poco, ya que ella apartó la cara e intentó separase de mi volviendo a decir que aquello no podía ser. Yo la volví a atraer hacia mi y comencé a besarle y a chuparle el cuello, ella intentaba librarse de mi con unos débiles empujones, mientras la besaba no paraba de repetir que no podía ser, que aquello estaba mal. Comencé a bajar mi boca por su pecho, y por encima de su delgada y sudada camiseta comencé a chupar sus pezones, ella ya no oponía resistencia, tenía los ojos cerrados y me decía de vez en cuando que parase que aquello no podía ser, pero ya con mucha menos insistencia. Mientras seguía comiéndole las tetas, comencé a desabrochar su pantalón, lo dejé caer, me puse de rodillas y se lo quite sacándole también las zapatillas, se quedó tan solo con la camiseta, un precioso tanga negro, y uso calcetines. Le quité el tanga y los calcetines, miré hacia arriba y vi que tenía los ojos cerrados y la cabeza ligeramente hacia atrás, sus manos estaban sobre mis hombros, ya no decía nada, simplemente abrió ligeramente las piernas y me dejo ver aquel lindo coñito, estaba depilado, simplemente asomaban unos cuantos pelillos cortos. Se veía que ya estaba húmeda, coloqué mis manos en sus nalgas y dirigí mi boca a aquel rico manjar, comencé a chupar sus clítoris, Corina soltó un leve gemido y puso sus manos sobre mi cabeza empujándome hacia su coño, yo empecé a chupar con más insistencia, ella cada vez iba gimiendo más, a medida que chupaba ella iba quitándome la camiseta, yo por mi parte me saque el pantalón y los zapatos, me quedé solo con el calzoncillo. Estuve comiéndole el coño un buen rato, hasta que soltó un gemido mayor que los anteriores, y de su coño empezaron a salir mayor cantidad de flujos, había llegado al orgasmo. Me puse en pié, me quite los calzoncillos y ella se quitó la camiseta que ya tenía completamente empapada, nos quedamos los dos frente a frente completamente desnudos, le pregunté si aun quería irse, ella me dijo que no. La cogí de la cintura y la senté sobre la mesa, ella abrió su piernas ofreciéndome su coño, yo me puse entre ellas, comencé a jugar con mi polla dándole golpecitos en la entrada de su vagina, puse la punta en la entrada y le pregunte que quería que le hiciese, ella abrazándome con sus piernas y poniendo sus manos en mi nuca me respondió: "fóllame".
Mi pene comenzó a entrar poco a poco en aquel delicioso coño, Corina tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior, cuando mis huevos toparon en su culo, permanecí así unos segundos, le dije a Corina que abriese los ojos, ella obedeció, me incliné un poco hacia delante, cogí sus manos de mi nuca y las llevé hacia la mesa, ella se dejó caer hacia atrás apoyándose sobre ellas, de ese modo nuestros cuerpos se tocaban, yo notaba sus duros pezones en mi pecho, la miré fijamente a los ojos, nuestras caras estaban a escasos centímetros, quería ver de cerca cual era su expresión en el momento de la penetración.
Comencé a sacar poco a poco mi polla hasta llegar a la punta, yo no paraba de mirarla a los ojos, ella tampoco paraba de mirar a los míos. Después de unos segundos la penetré de nuevo con fuerza, su cara mostraba signos de placer absoluto, de su boca salió un sonoro gemido, seguí con un ritmo lento pero con fuertes envestidas, en cada una de ellas veía como disfrutaba e iba gimiendo cada vez más. Estuve así unos minutos, luego me pidió que fuese más rápido, así lo hice, comencé un mete-saca veloz y continuo, ella mientras emitía gemidos y suspiros al compás de mis taladradas, cada vez me abrazaba más fuerte con sus piernas. Después de un buen rato dándole sin parar, me separé y me senté en una silla, ella bajó rápidamente de la mesa y se me subió encima, cogió mi polla y se dejó caer sobre ella, empezó a cabalgarme desenfrenadamente, yo agarraba su culo y ella arqueaba su cuerpo hacia atrás con una cara de placer enorme, sus pechos saltaban ante mi cara, ella comenzó a tocarse los pezones, entonces sentí como ella se volvía a correr, sus gemidos subieron de tono y empezó a cabalgar más fuertemente, luego de unos minutos paró, se levantó y me preguntó si quería que me la chupase para poder correrme, yo le dije que no, que quería seguir, pero ella me dijo que no quería que me corriese dentro del coño, que ya había sido demasiado arriesgado el follar tanto tiempo por ahí, entonces le dije que me la follaría por el culo, a lo que respondió que ni hablar, que por ahí nunca le habían dado y que le dolería mucho, yo le dije que lo haría con cuidado, y que además ella debería darme ese gusto ya que se había corrido dos veces y yo ninguna. Entonces ella aunque no estaba del todo convencida accedió.
Le dije que se acostara boca abajo en el sofá, y así lo hizo, le coloque un cojín bajo los genitales para que la zona quedase más elevada y pudiese llevar a cavo una mejor y mayor penetración. Mojé dos de mis dedos en su aún húmedo coño, separé sus exquisitas nalgas y empecé a lubricar aquel maravilloso ano, primero mojé un poco la superficie, luego fui introduciendo las yemas de mis dos dedos, y poco a poco metí el resto. Ya dentro de su culo comencé abrir los dedos y a escupir entre ellos para que la entrada estuviese lo más lubricada posible. Después de un rato intentando que aquello estuviese lo más abierto y lubricado posible, me coloque sobre ella, apunté mi pene a la entrada de su ano, y fui desvirgando poco a poco aquel increíble culazo que tantas pajas me habían inspirado.
La primera penetración fue lenta y dolorosa, Corina resoplaba de dolor y me decía que fuese con mucho cuidado y despacio. Le siguió un mete-saca lento y con muchas interrupciones, hasta que por fin aquello parecía estar ya preparado para una follada más movidita. Empecé un ritmo más acelerado y continuo, aquello era una gozada, penetrar aquel estrecho y virgen culo me ponía cachondísimo, así que a la vez que me la follaba más rápido, también lo hacía cada vez más fuerte. Corina gritaba de dolor diciéndome que fuera más despacio, pero yo no le hacía caso y seguía con una fuerte penetración. Viendo que sus palabras no tenían efecto intentó buscar una posición más adecuada para el coito, quitó el cojín que le había puesto debajo y se puso de rodillas y a cuatro patas, yo me puse también de rodillas detrás de ella y empecé de nuevo la penetración anal, en aquella nueva posición parecía no dolerle tanto, incluso parecía que empezaba a gustarle. Empezó a tocarse con una mano su clítoris mientras yo seguía con mis desenfrenadas envestidas. Sus nalgas se movían al ritmo del coito, al igual que sus pechos con los que me entretuve masajeándolos y pellizcándolos. Cuando el clímax estaba a punto de llegar, se lo comuniqué y me dijo que podía correrme dentro de su culo, para ese entonces ella ya no sentía dolor sino que gemía de placer. Se incorporó, yo la abracé y comencé a magrear sus pechos y a besarla en el cuello.
Después de una cuantas envestidas más me corrí en su interior llenándole el culo de lefa. Saqué mi pene de su interior y ella cayó rendida en el sofá. Yo me quedé sentado a su lado exhausto y sin palabras, me preguntó si se podía dar una ducha, yo le dije que no había problema. Mientras se duchaba yo me limpié el pene de los restos de semen, me vestí de nuevo, recogí la ropa de Corina y se la fui a llevar al baño para que se pudiese vestir allí. Cuando salió yo estaba sentado en el sofá pensativo e incrédulo todavía a lo que acababa de suceder. Se sentó a mi lado, me miro y me dijo que si quería seguir haciendo aquello tendría que ser en horas no lectivas, porque si no mi rendimiento escolar bajaría. Yo por supuesto acepté, entonces ella se acercó me dio un morreazo y me dijo que no recordaba un polvo así en toda su vida, yo le dije que tendía los que ella quisiera. Se levantó, cogió sus cosas y nos despedimos en la puerta con otro flamante morreo.
Desde entonces me llama tres o cuatro veces a la semana para seguir satisfaciéndonos mutuamente. Ya no lo hemos vuelto a hacer en mi casa, ahora lo hacemos en la suya, o en su coche, o en moteles, o en lugares apartados. Cualquier lugar es idóneo para disfrutar del sexo puro y duro.