Con mi profe de Contabilidad

El profesor de conta lucía como un auténtico macho listo para darme lo que yo ansiaba. Pero antes había que permitirle descubrir a la mujercita que habitaba desde siempre en mí

Hola a todos. Por si no han leído nada sobre mí, me presento: Soy Daniela, soy mujer trans. Tengo veintitrés años y llevo un poco más de dos en terapia de reemplazo hormonal. No quiero abrumarlos con una descripción de mi persona que aparece en otros relatos, y solo para que se den una idea, les comento que mido 1:69 m, peso 59 Kg y la TRH me ha dotado principalmente de tres cambios (muy) notorios: unas prominentes caderas, una cintura plana y un trasero del que íntimamente me siento muy orgullosa, pues la cinta métrica me arroja poco más de un metro. Mis pechos son aún pequeños y he estado considerando la posibilidad de operarme, pero eso ocurrirá cuando el salario del empleo me lo permita o bien consiga a un benefactor que me dé su apoyo con eso.

Está vez les cuento sobre el día en qué mi profesor de contabilidad acabó por seducirme. La historia es real, aunque me tomé algunas licencias literarias para adaptarlo a este portal. Pues bien, yo me encontraba estudiando el último periodo de mi carrera de administración -y cómo no había salido del clóset, aún utilizaba ropa muy holgada para que no se distinguieran mis curvas- y llevaba apenas unas dos materias que necesitaba acreditar para concluir los trámites requeridos, y una de ellas era esa materia de conta que venía arrastrando desde el tercer semestre de la licenciatura. Había elegido casi al azar a los dos maestros que se encargarían de brindarme los últimos conocimientos necesarios para acudir al mercado laboral, y días después de inscribirme con ellos, acudí al salón donde impartirian su cátedra. Ahí comenzó todo.

Cuando entró al aula el profesor Robles, supe de inmediato que nos encontrábamos frente a un magnífico ejemplar de la masculinidad: tendría unos cincuenta años, pero su edad solo habría acentuado ese porte de virilidad que algunos hombres alcanzan en la mediana edad. Pero además lucía fuerte, con una espalda que revelaba trabajo en el gimnasio, unos brazos que apenas lograban entrar en su saco y, lo mejor de todo, es que por debajo de sus pantalones del traje se le marcaba un pene tan grande que solo conseguía acomodarlo de ladito.

En fin, que yo sisentaba hasta adelante y fingía estar muy atenta de lo que él explicaba, aunque la verdad es que no lo conseguía del todo, pues buena parte del curso me la pasaba fantaseando con la idea de que me hiciera suya. Esto orilló que en sus exámenes no pudiera dar una buena nota, y ésto me hacía sentir miserable porque mi admirado profesor acabaría por pensar que yo era un pésimo alumno. Pero de verdad, era mucho el embeleso, así que no entendía de su clase algo que me ayudara académicamente.

Esto acabó por llamar su atención. Así que un día en que las clases habían terminado, Rafael -que era su nombre- me llamó aparte y me dijo:

-Daniel, por favor no te vayas todavía. Quiero hablar contigo.

-Si profesor. Dígame- contesté mientras me acercaba a su escritorio.

-No se que puede estarte ocurriendo, y me gustaría entenderlo. Es  que veo que eres un estupendo alumno: te sientas hasta adelante y sueles participar en clase, pero tus evaluaciones son muy deficientes y esto puede acabar con tu rendimiento. Si fuera otro, no me preocuparía. Pero tú siempre haces caso a lo que expongo por acá y no quisiera reprobarte.

-Lo entiendo maestro- dije mientras bajaba la mirada...y mis ojos veían al disimulo su espectacular tranca.- Creo que acudiré al departamento de apoyo a solicitar alguna asesoría particular. A ver si con eso puedo mejorar mis notas con usted.

El se me quedó mirando, con cierta ternura, cómo quien atisba a un animalito desvalido.

-No tienes porqué ir con ellos: yo puedo asesorarte - aseguró con orgullo desde su posición. Mi oficina se encuentra en San Ángel inn, a unos quince minutos de la universidad. ¿Quieres que te asigne un horario? Podría verte como a las 18:00 cualquier día de la semana, y te explico ahí lo que te haga falta.

-¿De verdad?- le contesté entre esperanzada y contenta, pues podría tener lo que requería para poder pasar su materia- me parece genial. ¿Puede ser este próximo jueves?

-Sin problema- admitió él.- veré con mi secretaria que me cancele los pendientes de ese día.

-¡Gracias!- exclamé con júbilo mientras le estrechaba su enorme mano.

Ese jueves acudí puntual a la cita. Quería sentirme sexy, empoderada, pero a la vez aún me avergonzaba que alguien supiera mi secreto. Así que me había puesto una coqueta tanga color hueso, que hacía juego con un sujetador deportivo del mismo color que ya me veía obligada a usar por el pequeño, pero definitivamente femenino, crecimiento de mis senos. Me había puesto también unas medias blancas y un liguero del mismo color que acentuaba la belleza de mis largas y depiladas piernas. Unos zapatos unisex, una larga sudadera gris y mis pantalones bombachos completaban mi outfit: yo era un desaliñado muchacho que llevaba oculta una terriblemente sexy mujer. No era la primera vez que lo hacía, pero está vez debo de reconocer que me esmeré de más.

La oficina era elegante sin ser desmesurada. Tendría tres o cuatro cubículos, una sala de juntas y el espacio para la recepción. Al llegar una bonita señorita me atendió con amabilidad, me preguntó con quién iba y me ofreció un poco de café. Le contesté con el nombre de mi profesor, en lo que le admitía la taza de esa bebida. Al poco tiempo, Rafael salió a recibirme y, con bastante cordialidad, me hizo acompañarlo hasta su privado. Ahí tomó unas hojas de un block que tenía para eso, y empezó a realizar su cátedra con absoluta profesionalidad. El tiempo se nos fue volando entre apuntes, risas y tazas de café, y sin que nos percataramos, nos dieron las diez menos cuarto.

-Pero que barbaridad Danielito- me dijo con cariño- ya nos agarro la noche. Debería llevarte a tu casa.

-No, no se preocupe. Puedo tomar aún el metro.

-De ninguna manera. Te llevo- se ofreció en lo que levantaba las tazas que aún tenían líquido adentro. Con las prisas, tropezó por accidente con mi codo y esto ocasionó que el resto del café se vertiera en mi sudadera.- pero que torpe soy. Permíteme que te ayude- sostuvo en lo que, de un solo movimiento me quitaba esa prenda. Al tiempo creo que él pensaba que yo llevaría una playera abajo, y también ahora caigo en cuenta de que no hubo forma de que yo hubiera puesto resistencia, pues su actuar fue tan veloz que literalmente no me dejó tiempo para más... la cosa fue que al quedarme sin esa prenda, se podían apreciar en mí tanto el coqueto brassier, como las curvas que ya se reflejaban en mi cuerpo. Instintivamente me volteé, dándole la espalda, pero luego hube de aceptar que ese movimiento no aportaba nada en mi interés de ocultar mi condición, porque el liguero se asomaba por debajo de mi bien formada cintura. Llevé mi sudadera a mi rostro y empecé a lloriquear despacio pero abundantemente. Y el solo me veía como quien ha tenido frente a si desde siempre a alguien desconocido. Entonces me abrazo y dijo:

-Esta bien. No tienes de que avergonzarte.

-Es que no quería que nadie lo supiera aún- dije entre sollozos. Y ahora todo el mundo se va a enterar.

-Pero por qué lo dices Daniel...o quizá mejor prefieras Daniela. Si esto queda entre nosotros.

-¿Lo dice en serio?- le pregunté mientras mi mirada se volvía a posar sobre el.

-Desde luego Daniela. Este será nuestro secreto. - aseguró mientras su expresión de infinita comprensión se cambiaba por otra que no supe cómo interpretar- solo que, para que no lo revele a nadie, debes hacer algo por mi- sentenció de pronto.

-¿Que quiere que haga?

-Por lo pronto, quiero verte del todo. Quítate el pantalón.

-pero...

-Hazlo. Ahora. Por favor.

Le obedecí, no solo por mi interés de que esto no fuera más allá de su oficina. También me hacía sentir dominada y caliente. Cuando me quedé en ropa interior, el dió un par de vueltas sobre mí. Admiró mis enormes nalgas, el abultado de mis caderas y mis torneadas piernas. Y para terminar, un pene minúsculo que se asomaba con timidez por debajo de mi sensual tanga.

-Woow. Pero que tenemos aquí. Si el apocado Daniel resultó ser una suculenta mujercita.

No acerté a decir nada, pero intuitivamente llevé mis manos a la altura de mis ingles y ahí las dejé.

-¿Y que más sabes hacer, además de arreglarte cómo toda una putita?- me preguntó en lo que con una mano tomaba mi cuello y con la otra buscaba el cierre de su pantalón.

-Yo... Quise responderle mientras pude notar que su verga había salido de su escondite y buscaba avidamente mi piel- no se que quieras que haga.

-Juega con ella- me ordenó de súbito mientras se sentaba en uno de los sillones de su despacho y me dejaba ver el pedazo de carne que ofrecía impúdicamente.

No me quedó otra que hacerle caso. Y procedí entonces a sujetarla desde la base e iniciar un movimiento de arriba hacia abajo. Conforme lo iba realizando, aprecié cómo la sangre llenaba las cavidades de su falo, haciéndolo crecer a cada jalón que le daba. Y cuando estuvo totalmente firme, contemplé mi hallazgo: era una tranca de más de veinte centímetros de músculo, enrojecida, dura y brillosa. No pude contenerme al ver ese portento y me lo llevé a la boca. Su sabor era salado pero rico, sabor a macho, a hombre y a deseo. El se dejó hacer en los primeros minutos en qué me hice con mis labios de su pene. Pero después empezó a meterme mano por entre mis nalgas buscando mi agujerito. Yo me sentía completa, era toda una hembra y ansiaba tener dentro de mi a mi macho. Metió primero con poca dificultad un dedo, y luego dos y hasta tres buscando dilatarme. Pero conforme yo mamaba de su polla y el intentaba meter más dedos por mi culito, pareció entender que necesitaría de algo más si quería meterme ese enorme cacho de carne. Entonces se levantó de su asiento, fue como se encontraba con los pantalones a media rodilla y regreso de la estancia con una crema que su secretaria guardaba en uno de los cajones. Entonces me pidió ponerme en cuatro arriba de su sillón, me puso bastante crema en la entrada de mi recto, y cuando consideró que era suficiente solo volteó y me dijo:

-Princesa, ahora te voy a poseer. Procuraré no lastimarte, pero ve guiandome por si no me aguantas.

-Yo asentí con mi cabeza, pero francamente ya no me importaba: lo quería adentro de mi y lo tendría a cómo diera lugar.

Entonces el puso su cabeza en la entrada de mi colita, empezando a presionar poco a poco para llevar toda su verga hasta el fondo. De pronto yo solo pujaba y aleteaba mis brazos, y eso le daba la pauta para entender que la estocada debería realizarse un poco más lento. Pero a veces los hombres en tales circunstancias ya no piensan con fluidez, entregados cómo están en el empeño de poseer a su mujer. El más inteligente de ellos se torna necio al estar detrás de su hembra. Y eso ocurrió: Rafael empezó a intentar meter a su monstruo dentro de mi cuevita cada vez más fuertemente. Y por más que yo movía mis brazos, que con mis manos procuraba alejarlo un poco de mi y que mi voz le pedía que fuera menos brusco, no obtuve la respuesta que esperaba. Mi anito se encontraba ya dilatado, pero el tamaño de esa fiera no dejaba en duda que costaría trabajo abrirse paso.

Y como pudo, empezó a meter centímetro a centímetro, horandando mi agujerito con eficacia y destreza. Y de pronto sentí que mis barreras habían cedido al intruso, y fue cuando su ejemplar polla entró de lleno hasta el fondo. Una vez en tal sitio, pude sentir el calor que me inundaba por dentro, las palpitaciones de su pene que rebotaban en ese espacio que había sido conquistado finalmente por él. Y la sensación de estar llena, repleta de mi hombre que ya entraba y salía de mis entrañas, me hacía saber que ante todo yo era una mujer y tenía el derecho de disfrutar así a mi pareja. De pronto no hubo dolor ni quejas: todo era de mi parte gemidos y placer, mucho placer.

-Tienes un culito delicioso princesa. Y me encanta como me admitió.- alcance a escuchar mientras el sonido de mis propios bramidos llenaba la habitación.

-Damela así. Más fuerte, más rápido cabron. Sigue así ahhh- grité consumida de tanto placer.

-¿Asi te gusta, eh? -Preguntó el mientras el ritmo creciente de su pelvis seccionaba en dos mi esfinter.- así te la voy a dar perrita.

Entonces no pude más, y desde mi clítoris-pene, eyacule abundantemente.

-pero mira nada más. Mi perrita ya se vino y sin pedir permiso. Solo por eso te la voy a dar sin piedad.

-Si Rafa. Dámela toda, sin miedo, que está perrita ya es tuya.

Entonces el incrementó aún más sus embestidas. Y de pronto entre tanto frotamiento, señaló:

-Que me vengo. Que me voy a venir y probablemente lo haré adentro de ti.

Yo no acerté a contestar nada, concentrada cómo me hallaba en disfrutar al intruso adentro de mi ser.

El súbitamente preguntó:

-Me voy a venir ¿Puedo hacerlo dentro de tu culo?

Que me pidiera autorización me encantó: me sentí protegida y segura en esos instantes en qué me seguía empañando con su mástil.

-Rafaáaa- grité con júbilo.- Si este hoyito ya es tuyo. Puedes descargar donde tu quieras. Para eso lo conquistaste.

Eso último lo fue todo: mi profesor vació dentro de mí una muy abundante secreción de leche, que yo percibí que me inundaba por todo mi recto, dejándome una gran cantidad de líquido muy viscoso, con olor a cloro de hombre. Al hacerme enteramente suya, se había asegurado de dejarme adentro su aroma, su sabor y su savia.

Nos quedamos un rato abrazados sin decir más nada, hasta que el rompió el silencio cuando murmuró:

-¿Sabes que Daniela? Creo que no requieres más clases. Para mí tu tienes diez en mi materia.

-Gracias profe- le dije mientras tomaba su mano con la mía.- Es usted muy gentil.