Con mi padre el camionero

Un viaje con mi padre termina en algo más que un simple viaje.

  • Camión

Esta es la historia de cómo mi padre y yo, en uno de sus viajes de trabajo, acabamos sincerandonos el uno con el otro y acercamos más nuestra relación

Solía pasarme casi todo el año en casa de mi madre porque estaba más cerca del colegio y de mis amigos, pero el verano lo pasaba con mi padre. Al menos, unas semanas. Él y yo no tenemos una relación muy cercana; nos llevamos bien, pero el mío no es de esos padres que se preocupa demasiado por sus hijos. Físicamente, es un hombre grande y bastante corpulento, que roza los cincuenta años. Ya tiene algunas canas en el pelo, por lo que desde hace un par de años que se rapaba la cabeza. Tampoco se deja muy larga la barba por la misma razón. Su trabajo no le permite tener la mejor forma física del mundo y ya tiene una barriga bastante grande, pero lo intenta compensar yendo al gimnasio. Sus brazos, su torso y sus piernas, por otro lado, están bastante musculadas y cubiertas por un vello bastante grueso.

Los primeros kilómetros del viaje fueron bastante callados porque eran las siete de la mañana y yo no tenía ganas de estar despierto. Cuando me desperté, el viaje estaba siendo de lo más normal y tranquilo. Mi padre iba conduciendo a una velocidad algo superior a la permitida mientras yo me dedicaba a mirar el móvil y disfrutar del paisaje. Las conversaciones que teníamos no eran muy trascendentes tampoco: me preguntaba sobre el colegio, sobre mis amigos, yo le preguntaba sobre su trabajo… Viajar con mi padre en un camión no era lo que tenía en mente como unas buenas vacaciones, pero a mi padre no le gustaba la idea de que me quedase solo en casa durante tantos días; no tenía edad para ello.

El día pasó e hicimos noche en un motel, casi a medio camino de nuestro destino. Cenamos en un bar, algo rápido para irnos a descansar. Mi padre ya se había bebido sus dos cervezas y yo seguía con mi refresco; a él le gustaba mucho la cerveza. Al terminar de cenar, me pidió un helado de postre y se levantó a hablar con el camarero a la barra. Supuse que mi padre iba a ese bar cada vez que pasaba por ahí porque habló con el camarero y con algunos clientes, que parecían ser habituales. Comía el helado mientras miraba el móvil, bastante aburrido, ya que mi padre, además de haberme dejado solo, tampoco me daba mucha conversación. Cuando me quise dar cuenta, mi padre estaba hablando con una mujer que me daba la espalda. No alcancé a verla con detalle, pero tendría unos treinta años y el pelo rubio y rizado recogido en una coleta algo suelta. Su cuerpo, delgado y esbelto, cubierto por una camiseta y unos pantalones ajustados negros, me indicó que se trataba de una camarera. Mi padre parecía contento, de hecho, tenía esa sonrisa que se les pone a muchos hombres cuando hablan con una mujer. Yo los miraba a ambos y, cuando él me vio observando la escena, fue cortando la sonrisa y volvió a su cara natural. Pasados unos minutos, volvió a la mesa; yo me había terminado el helado y fuimos a la habitación.

Era de esperar que la habitación no fuera espectacular, sino que entraba dentro de la concepción que se tiene de una habitación de un motel de carretera: mobiliario viejo, paredes y suelos descuidados, un olor a humedad camuflado con productos de limpieza… Lo más sorprendente, sin duda, es que solo había una cama, lo que me hizo suponer que dormiríamos juntos:

– Bueno, hijo, te tocará dormir en el sofá– dijo mi padre riendo. Yo le acompañé con la risa.

– Ni que nunca hubiéramos dormido juntos, papá... Solo será una noche o dos.

No era tarde, debían ser las diez de la noche y, aunque al día siguiente tendríamos que madrugar, no tenía sueño. Y mi padre tampoco. Decidió que se ducharía por la noche, así podría dormir un poco más por la mañana. Cuando él entró en la ducha, preparé mi ropa para el día siguiente y esperé a que terminase para entrar yo. No tardó mucho en ducharse, quizá unos cinco minutos; oí cómo el grifo se cerraba y salió totalmente desnudo. Recuerdo que cuando era pequeño se mostraba sin ropa de forma natural, probablemente para que no sintiera pudor por el cuerpo desnudo, pero imaginaba que, después de tantos años, habría dejado de hacerlo. Con un dedo señalando el baño, y acompañado de un guiño, me dio a entender que me fuera a duchar. Ya en la ducha, me puse a pensar en mi padre desnudo. Hacía muchos años que no lo veía así, y no recordaba que tuviera una polla tan bonita. Aunque miré más bien poco, por la vergüenza, pude ver una polla bastante larga, más oscura que el resto de su cuerpo, sin circuncidar y recubierta de vello, como su torso. Era como uno de esos actores que me gusta ver de vez en cuando: hombres de unos cuarenta años, bien cuidados, con mucho pelo y una polla bastante grande. Reconozco que tuve una erección, solamente por el morbo de haberle visto desnudo y pensar en que, físicamente, era un hombre que me atraía.

He de aclarar que a esa edad pasé por una etapa de bisexualidad. Hasta el momento, solo había estado con chicas, pero a veces me excitaba ver cómo dos hombres lo hacían, sobre todo si eran algo más mayores que yo.

Cuando terminé de ducharme, me puse el pijama y salí a la habitación. Mi padre, que había salido de la habitación cuando yo entré a la ducha, volvió a los veinte minutos con una cerveza de lata en una mano y un refresco en la otra. Dijo que había ido al bar a tomar algo y que pensaba que yo tendría sed. Los dos nos sentamos en el sofá, mi padre se quedó en boxers (él no usaba pijama) y bebimos. El efecto del alcohol en mi padre había hecho que me diera más conversación: me volvió a preguntar por mis amigos, por mis clases, pero ahora parecía más interesado e indagaba más en mis respuestas. Yo también aprovechaba para preguntarle acerca de su vida; le pregunté si ahora estaba con alguien, a lo que me respondió que no.

– Desde hace dos años que lo dejé con mi exnovia, no he vuelto a estar con nadie, hijo– me confesó.

– Vaya… Pues sí que ha hecho tiempo– respondí.

– Lo sé. Bueno, no significa que haya estado solo, he tenido algunas “amigas”, como supongo que habrás tenido tú.

– Sí, claro. Amigas he tenido, y digamos que amigos… No he tenido, pero creo que estaría abierto a ello.

– ¡Anda! ¿También sientes interés por los hombres? ¡Eso no lo sabía!– ¿Cómo iba a saberlo? si nunca habíamos hablado del tema… – Me alegro mucho. Ahora tendrás el doble de posibilidades, ja, ja, ja.

La conversación me puso algo tenso, ya que hablar de ligues con mi padre se me hacía muy raro. Eso sí, como veía que a él no le importaba, poco a poco me fui relajando y terminé soltándome.

– Bueno, el doble de posibilidades… Seguro que tú tendrás más amigas que yo. Y si no, ¿quién era la chica con la que hablabas antes?

– ¡Me has visto! Es solo… una amiga, ya sabes. La conozco de venir al bar algunas veces. Y es muy guapa.

– Solo la he visto de espaldas, papá. Tendré que fiarme de ti

– Pues de frente es más espectacular. Tiene unas tetas que… ¡redondas y en su sitio! No veas cómo rebotaban la última vez que estuve por aquí

– ¡Papá!– grité, asombrado y cortado. Una cosa es que me hablase de sus amigas y otra que me describiera sus encuentros.

– Vamos, que ya tienes una edad para hablar de según qué con tu padre sin avergonzarte. ¿O es que tú no has hecho nada todavía?

– Yo… –susurré–. Todavía no. Bueno, sí que una amiga me masturbó mientras yo le tocaba las tetas, pero nada más…

– ¿Que te hizo una paja? Ja, ja, ja. ¿Y qué, cómo fue?

Le conté con algunos detalles cómo fue: en el baño del instituto, los dos de pie, ella pegada a mí… Como gesto de agradecimiento, él me contaba que la mujer rubia del bar también lo hacía muy bien, y que también hacía muy buenas mamadas. Así siguió la conversación, yo menos avergonzando que antes y mi padre sincerándose conmigo sobre sus andanzas sexuales. Abandonamos el sofá y nos metimos en la cama con la luz apagada, pero las farolas de la calle se colaban entre las rendijas de la cortina.

Seguimos hablando de sexo, aunque, en realidad, era mi padre el que iba hablando porque tenía mucha más experiencia que yo. Escucharle me servía para relajarme y ver que no estábamos hablando de nada malo; él me tenía como a un colega y yo a él también. Descubrí muchas cosas sobre él: es, sexualmente, muy activo, necesita follar por lo menos tres veces a la semana y tiene bastantes mujeres dispuestas a hacerlo con él. En el sexo le gusta llevar las riendas, hacerlo a su manera, un pensamiento algo egoísta, pero que a nadie parecía importarle. Además de eso, solía masturbarse casi cada día para liberar tensiones y para aguantar más durante el sexo. Eso, además de decirlo él, ya lo había escuchado de mis compañeros de clase, pero no creo que fuera verdad. Todo depende de la excitación del momento.

Hablando de excitación: aunque simplemente estuviéramos hablando e intercambiando informaciones, la conversación hizo que se me pusiera muy dura. Por suerte, la luz estaba apagada y yo estaba bocabajo en la cama, así que mi padre no se daría cuenta. Él, en cambio, estaba bocarriba y con sus piernas algo abiertas. La luz que entraba en la habitación era muy tenue y no podía verlo con claridad, pero parecía que a mi padre también le estaba calentando la conversación.

– Bueno, hijo, ya es algo tarde. Yo voy a ir un segundo al baño, que lo necesito… Tú ya me entiendes, ¿no? –dijo riendo.

– ¿Vas a aliviarte?– le solté. Además del calentón, la confianza con mi padre había alcanzado el punto de preguntarle si se la iba a cascar en esos momentos.

– Claro, después de estar tanto rato hablando de lo mismo… –se hizo una pausa– Si quieres, yo voy al baño y tú te quedas aquí, así tenemos nuestra privacidad. ¿Qué te parece?

– Me parece bien, papá. Pero no hace falta que vayas al baño –le respondí. – Quédate en la cama conmigo, no me importa. La cama es grande, tendremos espacio, y no hay mucha luz.

Tras preguntarme varias veces si me parecía bien y yo contestarle que sí, que lo acompañaría, se quitó los boxers y vi cómo se la agarraba. Yo me quité el pijama, me desnudé y me di la vuelta. Los dos nos quedamos quietos unos segundos y cuando mi padre empezó a hacerlo yo lo hice con él. No tardó mucho en subir la intensidad; por lo visto, ya estaba bastante cachondo. Yo mantuve mi ritmo, más lento, ya que no quería correrme enseguida. Pasaron unos cinco minutos, que a mí me parecieron poco más de un minuto, y mi padre me preguntó si lo estaba disfrutando. Él estaba imaginando que su amiga, la camarera, estaba haciéndosela. De repente, mi padre me miró de arriba a abajo y me dijo: “Sí que la tienes grande ya, ¿no?”

Creo que, para mi edad, mi polla no era nada del otro mundo: 16-17 centímetros, ya con bastante vello y sin circuncidar. Mi instinto hizo que le dijera a mi padre que no era tan grande como la suya y me quedé mirándola. Vi una gran polla, unos 21 centímetros, bien gruesa y con la silueta de una capa de vello rizado en la base. Ambos seguíamos pajeándonos.

– ¿Quieres?

Mi padre solo dijo eso, pero sabía exactamente qué estaba ofreciéndome. Sin decir nada, me arrimé un poco a él y deslicé mi mano desde su barriga hacia abajo, buscando su polla. Con su mano, cogió la mía y la llevó hacia donde quería. Cuando la tuve agarrada me di cuenta de que era más gruesa de lo que esperaba y, además, de que la tenía muy dura. No dudé en empezar a pajearle mientras él se relajaba y disfrutaba. Comenzó a gemir, algo que no hacía cuando se pajeaba él mismo, así que intuía que le gustaba más cómo lo hacía yo. Me rodeó los hombros con su brazo, pegándome bien a él hasta que mi cabeza descansaba sobre su pecho peludo. Oía muy de cerca sus gemidos y sus suspiros, lo que hizo que me mojase muchísimo.

En mitad de la paja llamó mi atención para que lo mirase y me recordó que esto no debería salir de aquí, que era algo entre hombres y que nadie tenía por qué enterarse. Cuando le dije que estaba de acuerdo, me dio un beso en los labios, probaba si podía hacer eso conmigo. Como no me opuse abalanzó su cara sobre mí y comenzó a besarme, metiendo su lengua dentro de mi boca y moviéndola de un lado a otro. Al final del beso mi padre acarició mi cara y empujó suavemente de ella hacia su polla, que no había dejado de mover en ningún momento.

Al tener la polla de mi padre delante de la cara me pregunté si me cabría entera en la boca. Mi padre, que debió oír lo que pensaba, empujó mi cabeza hasta su glande y yo, instintivamente, abrí la boca. La primera polla que cataba y era la de mi padre. Comencé a succionarla, lentamente y solo el glande, para comprobar si lo hacía bien. Los gemidos de mi padre me indicaban que lo estaba haciendo tal y como a él le gustaba, por lo que me animé y seguí metiéndomela más y más en la boca. Desde luego, él lo estaba disfrutando, pero yo todavía lo disfrutaba más; no podía dejar de pajearme mientras se la comía. Para ayudarme, mi padre cogió mi cabeza y comenzó a empujarla hacia su polla, dejándola toda dentro de mi boca. Tenía la forma perfecta, me cabía toda sin ningún esfuerzo, y eso a él le volvió tan loco que comenzó a follarme la boca suave, pero terminó dándole más rápido y dejándome sin aire.

Parecía que estaba a punto de correrse, pero antes quería hacer algo más conmigo. Me dijo que quería follarme y yo, obviamente, le dije que sí. En circunstancias normales, me plantearía si lo que estaba haciendo estaba bien o no, si haberme puesto cachondo con mi padre era normal o era algo extraño. Pero, en ese momento, solo se me ocurrió poner mi culo sobre la polla de mi padre, que no necesitaba ningún tipo de lubricante debido a la cantidad de saliva que había dejado en ella, para que comenzara lo que quisiera. Comenzó metiendo solo la punta y fue introduciéndola lentamente hasta llegar a la mitad, que fue cuando me preguntó si iba bien. La verdad, me dolía un poco, pero la excitación era mayor que el dolor, así que le dije que estaba perfectamente.

Comencé a moverme despacio, acostumbrándome al grosor de la polla de mi padre abriéndose paso dentro de mí. No veía muy bien la cara de mi padre, pero estoy seguro de que era de placer absoluto. Solo de pensar en que estaba dándole placer a un hombre y que ese hombre era mi padre bastó para que terminase de ponerme bien caliente y sentarme totalmente en la polla de mi padre. En ese momento, gemí yo y gimió él; eso nos gustó a ambos. Él intuyó que mi culo se había adaptado completamente a su polla, por lo que decidió que era el momento de pasar a la acción. Me cogió y me tumbó en la cama, él se puso de rodillas entre mis piernas, escupió su mano y la pasó por mi culo para, justo después, clavármela en el culo. Mi padre lo hacía tan bien que estaba muy mojado. Aproveché que él me estaba follando para pajearme yo también, sintiendo su polla dentro de mí.

Él tenía muchas ganas de correrse y le pregunté que dónde iba a hacerlo. Me respondió que no me moviera y siguió follándome, ahora muy rápido. Yo no pude aguantar más y me corrí sobre mi barriga y mi pecho, entre gemidos y quejidos de placer. Exhausto, quedé inmóvil mientras mi padre continuaba; lo hizo durante unos pocos minutos hasta que comenzó a gemir muy alto, casi parecía un grito, y la sacó de mi culo. Siguió pajeándose y se movió hacia mi cara, donde finalmente comenzó a correrse. Una corrida caliente y muy espesa me cubrió la mejilla y la boca, lo que me puso tan caliente que tuve que volver a pajearme hasta que, en poco menos de un minuto, volví a correrme. Ambos acabamos agotados y nos fuimos a dormir sin mediar muchas palabras.

Al día siguiente, después de desayunar, volvimos a montarnos en el camión y seguimos nuestro viaje. Me notaba diferente, más cercano a mi padre. Definitivamente, esto nos había ayudado con nuestra relación. En un momento del viaje, él me puso la mano en el muslo y me dijo que lo que hizo conmigo la noche anterior fue increíble y que podía repetirse.