Con mi niñera

Un pequeño desliz...

Con mi niñera (I)

No es Mary Poppins. Y no voy a perder el tiempo describiéndola porque uno ya se la imagina.

–Dime Carolina, ¿de dónde eres?

–De Grecia. ¿Quieres café?

–Sí, porfa .

–Muy bien.

–¿Y qué lengua hablan allí?

–El griego, bonita.

Me doy cuenta de que tiene acento asiático. Como si fuera… húngara o croata.

–¿Sabes hablar ingles?

–No, pero sé hacer cosas mejores.

–¿Como por ejemplo?

–Unas tostadas con chocolate.

Y deja escapar esa risita aguda, como su uniforme.

–A ver… quiero ver cómo las tostadas derriten el chocolate –suelto mordiéndome el labio para fingir que no quiero sonreír.

Empezamos la risa tonta para que luego acabara preguntándome que qué hago esta noche. Siento que nunca tendré problemas con ella, especialmente porque es capaz de hacer todo lo que a mí se me pase por la cabeza. Una cachonda, eso es.

–Tu padre dice que fumas. ¿Es eso verdad?

–¿Por qué iba a ser mentira?

–Bueno, yo también fumo. Me gusta.

Dejo caer un Ah muy redondo y sugiero que sigamos con las tostadas. Qué me importa a mí lo que a ti te guste o no te guste, pienso por un momento.

Observo sus ojos. Son negros y grandes, como los míos. Tiene las cejas demasiado finas, demasiado negras para su piel casi blanca y grasosa. No se maquilla casi. Sólo las pestañas, y un poco de lápiz. Sus labios están secos. No le vendría bien un remedio casero. Sonríe y la sangre asoma por sus grietas. Un poquito.

–Carolina

–Sí cariño.

–Quiero una mermelada.

–¿Mermelada?

–Sí. Esa que está arriba del todo. Mira. Si abres el armario ese. En el último estante. La de arándanos.

Carolina vuelve a sonreír, me da la espalda y se acerca al estante. Echa su engominado pelo rubio hortero hacia atrás y se pone de puntillas. Tampoco está mal la chica.

–¿Ya? –pregunto con impaciencia.

–Espera

Su voz está cansada, débil, imposible. Agotada. Casi gime. Las puntas de su pelo van a quemarle el culo. Y aún así persevera. Tiene esa amabilidad ciega, pese a todo. Y no parece ser agobiante.

–Creo que está en el… en el cajón de abajo –suelto.

A Carolina no parece importarle, se agacha y empieza a buscar en el cajón de abajo. Puedo ver todo su culo. El tanga yace escondido entre sus nalgas sudorosamente frías. También tiene una cicatriz muy vieja bajando por el glúteo izquierdo. Alguna quemadura, será. Se levanta y me mira sorprendida porque no hay ninguna mermelada de arándanos en ninguno de esos estantes. Siento un vivo y frío escalofrío recorrerme el cuello, la espalda, las manos… dejo el tenedor caer frenéticamente al suelo. Ella se agacha y vuelve a echar ese pelo hacia atrás. Me encanta cuando se echa el pelo hacia atrás. Y ahora, como premio, puedo hundir mis ojos entre sus enormes tetas. Están sucias. La deseo. El aroma que desprende su cuerpo al levantarse me inspira y cometo el mejor error. El lazo que cierra su corsé parece derretirse entre mis dedos, derretir el corsé, derretir su cuerpo. Voy desatando todas sus posibilidades de escapar. Entonces se da la vuelta y me mira, un poco sorprendida. Tiro bruscamente del hilo que nos une y aquí la tengo, pegada a mí, cuerpo a cuerpo, la irresistible Carolina. Una putilla casera. Pero qué importa eso ahora. Las cosas parecen ir sobre ruedas. Las mangas se deslizan suavemente por sus hombros, dejando al descubierto esas dos Miss Sixty que a penas podía imaginar vagamente. No se resiste. Al contrario, echa la cabeza para atrás. Yo la empujo contra la lavadora y empiezo a comerle el cuello mientras mis manos recorren sus tetas. Tiene la piel muy caliente. Aparto el sujetador, lentamente, y pellizco sus pezones endurecidos. No opone resistencia. Bajo la lengua por sus tetas y me las como lentamente. Es increíble. Estoy cada vez peor. Pero entonces Carolina agarra mi cara y me besa, y puedo sentir su lengua invadir mi boca. Me la como. No se acaba. Ella cuela sus manos por debajo de mi blusa y me agarra las tetas. Siento estremecer todo mi cuerpo. Me sienta en la lavadora y me sonríe inocentemente, igual que antes, justo antes de buscar esa mermelada que aún no ha encontrado. Ni encontrará. Me sube la falda y hunde su dedo en mi agujero mojado. Siento que me voy a quedar si lengua. Mientras tanto ella ya me ha quitado la camiseta y su otra mano baja suavemente por mi tripa. Siento uno de sus dedos tocar mi clítoris suavemente. No puedo pensar ni en ella ni en mí, sólo en lo mucho que me gusta. Después con la punta de su lengua. Mi novio nunca me habría hecho eso. Empiezo a fluir, y fluir, y el flujo se resbala por mis piernas, y por sus tetas, y no aguanto más la sensación. Suelto un ahogado ‘follame’ y ella introduce sus dos dedos dentro de mí. Remueve y siento que empiezo a desmayarme. Me está doliendo cada vez más. Abro mis piernas cuanto puedo y empiezo a pegar gritos, ahora estoy salpicando por todas partes. Mientras tanto Carolina ha subido por mi cuello y mi boca de nuevo con su lengua, de tal manera que creo que voy a correrme… y me corro. Por el lavabo, el suelo, la mesa, la silla… de mi agujero ha salido una cantidad de flujo enorme. Estoy exhausta, siento que no puedo hablar, se me ha congelado la garganta, me atraganto, a penas puedo gemir siquiera. Parece eterno. Mi tripa se contrae sola, mis piernas se mueven solas, me muerdo el labio inconscientemente hasta que noto sangre caer por mi barbilla. Introduzco un dedo en mi agujero y después lo chupo, manchándolo de sangre. Hasta me da miedo ponerme en pie y andar, pero Carolina me coge en brazos y me lleva al sofá, donde me deja caer. Estoy sudando. Cierro los ojos porque no la quiero ver más.