Con mi madre
Sus gemidos cada vez eran más inhumanos, jamás la había oído así con mi padre. Eso me motivaba y me daba más valentía.
Estábamos entrando en verano, hacía mucho calor por lo que íbamos por casa lo más ligero posible.
Estábamos en el jardín, en la piscina solas mi madre y yo.
Mi madre, una mujer joven de 36 años, ojos azules oscuros y con pelo negro largo. Como todas las mujeres de antes, ella tiene unos pechos enormemente grandes, se cuida ya que cada día va al gimnasio. Yo soy bastante parecida a ella, con el pelo un poco más corto y ojos verdes, soy igual a ella pero con 19 años. Desde pequeña tenia fascinación por su físico, aunque a mí me gustaban los hombres, ella tenía algo que me excitaba demasiado. Era consciente de que era mi madre, aunque podría ser mi hermana a simple vista.
Estaba bañándome mientras la observaba con ansia, quería sentir uno de esos pechos que me habían alimentado desde pequeña, y probar el fruto que tenía allí en medio por el de donde yo salí.
Salí del agua y me tumbé a su lado, de modo que me pidió que le pusiera crema que quería hacer topless. Se quitó la parte de arriba y liberó esos grandes senos que ya estaba acostumbrada a ver pero que cada vez más ganas les tenía. Cogí la crema solar, la eche en mis manos y luego unos cuantos chorros directos por su pecho. Noté como se estremecía, sería debido a que la crema estaba fría. Amasé cada parte de su cuerpo, parecía una profesional de los masajes, hasta que noté débilmente que jadeaba y gemía. Entonces decidí parar porque si no mis impulsos me dominarían…
Pasamos el día en el jardín. Mi padre estaba de viaje y mi hermano de crucero con los amigos. Mi madre tan relajada por el estar solas en casa abrió un poco de vino y nos sirvió a las dos. Cuando entramos al salón ya estaba oscureciendo y el vino se me había subido a la cabeza. Comprobé que ella también iba algo subida de tono. Siempre hemos sido una familia muy sexual, mi hermano siempre con sus amigas haciéndolo por toda la casa y mis padres aún peor… cada noche oía a mi madre gemir descontrolada, quería saber que hacían, quería ser yo quien la desquiciara de placer. Al recordar eso me empecé a humedecer y decidí que esta noche sería nuestra.
Madre: ¿Kyra puedes traer otra botella de vino? –oí que decía mi madre.
Yo: Claro Mamá. –mi voz sonaba ronca.
Traje otra botella y nos la bebimos rápido. Allí sentadas en el sofá y sabiendo que mi madre llevaba un par de días sin sexo, era el momento perfecto.
De modo que me acerqué a ella en el sofá y le dije si quería un masaje mejor que el de esta mañana. A lo que respondió que sí con rapidez.
Busqué aceite corporal y una toalla para el sofá, le puse el aceite por la espalda y de manera muy sensual empecé a acariciarla, bajaba sutilmente hacia sus glúteos y percibía como su cuerpo le pedía más, aunque ella se negara. Le pedí que se diera la vuelta y allí me encontré con esos pechos desnudos que no se había molestado en ponerse nada, tan solo llevaba la parte de abajo. Allí sí que los agarré bien, por todos lados menos por el pezón, cuando noté que ya no era capaz de respirar, que no había aire suficiente me incliné a morder sutilmente uno de sus pezones. A lo cual respondió con un gemido profundo y dando un respingo.
Madre: No cielo, esto no está bien. –dijo jadeando.
Yo: Lo sé. –entonces succioné con brusquedad ese pezón con el que había estado jugando, y noté que mi madre se retorcía tanto de placer como de incomodidad.
Madre: Por favor… no sigas… -decía entre gemidos.
Entonces para que se entregara a mí por completo metí una pierna entre las suyas y presione en su sexo, sintiendo como palpitaba débilmente.
Fue entonces cuando me agarro del pelo y me presionó contra su pezón, queriendo que me entregara más. Así lo hice, hasta que sentí que si no paraba de mover mis caderas contra su sexo me correría yo antes que ella.
Subí hasta su boca y fui a besarla, lo cual se apartó.
Yo: ¿Por qué? –dije algo mosqueada.
Madre: Ya te he dicho que no. –sonaba algo más seria.
Esa respuesta me cabreó, metí mi mano por las braguitas y la embestí con dos dedos, se aferró a mí como una garrapata, con brazos y piernas. La embestía y le chupaba el cuello, me costaba mantenerme firme ya que se movía como una loca, retorcía todo su cuerpo y empezaba a chillar como oía todas las noches. Sentí como mis dedos empezaban a oprimirse llegando su orgasmo, entonces en el momento justo me detuve.
Madre: ¿Qué haces? –dijo jadeando pero cabreada.
Yo: ¿No decías que no era correcto? –dije irónicamente.
Madre: Ahora mismo me da igual, así que retoma tu faena ahora mismo. –dijo autoritaria y deseosa.
Yo: No se… si luego me vas a castigar prefiero no seguir.
Madre: ¡Castigar te castigaré si no sigues! –dijo ya desquiciada.
Yo: ¿Segura?
Madre: Sss… -la embestí de nuevo antes de que respondiera.
Sus gemidos cada vez eran más inhumanos, jamás la había oído así con mi padre. Eso me motivaba y me daba más valentía.
Cuando sentí que llegaba de nuevo me paré otra vez.
Madre: ¿Y AHORA QUÉ? –dijo ya como la niña del exorcista.
Yo: Ya lo verás.
Retiré sus braguitas y bajé hasta su sexo. Cuando rocé ese abultado clítoris recibí como respuesta un:
Madre: ¡Oh, Dios! –dijo jadeando con un hilo de voz.
Lamí esa perla que tenía tan abultada, la degustaba con pasión, bajaba por sus prominentes labios y notaba como retorcía su espalda. Volví a introducirle los dedos pero esta vez uno a uno, con mucha lentitud, sintiendo como ella se volvía loca. Se ahogaba, era incapaz de chillar del placer que le estaba dando. Al sentir de nuevo la presión en mis dedos, esta vez aceleré el ritmo tanto de mi lengua como el de mis dedos. Llegó al clímax con un extraño gemido ahogado y muy prolongado, parecía no terminar nunca, por lo que yo todavía no dejaba de lamerla.
Cuando por fin termino su ahogado gemido, me retiré y subí a besarla. Se sorprendió pero no se apartó. Seguimos besándonos una eternidad, hasta que me dijo es hora de que pierdas tu virginidad.
Se levantó y me trajo un consolador con cinturón.
Me estremecí al instante, nunca había llegado a la penetración, había hecho de todo menos eso.
Madre: No tengas miedo, sabré usarlo. –y me guiño un ojo.
Continuará...