Con mi hijo no aguantamos más

Si una mujer joven vive sola con un hombre, estas cosas pasan aunque sea su hijo.

Con mi hijo no aguantamos más.

He decidido continuar mis relatos sobre la vida íntima que llevamos con mi hijo Luis, después de que decidiéramos, o mejor dicho de que yo decidiera, que no tendríamos más una vida sexual en común, luego de que incurriéramos en algunos desenfrenos sexuales los que ya he relatado anteriormente. Para quien quiera saber como empezó esta relación incestuosa entre madre e hijo sugiero que lean los dos primeros relatos: "Mi hijo estudia Bellas Artes" y "Mi hijo estudia Bellas Artes (2)". En cuanto a los desenfrenos a que me refiero recomiendo leer: "Desenfreno con mi hijo". El presente relato se refiere a cómo continuó nuestra historia.

Hacía ya casi dos meses que habíamos suspendido toda relación sexual con mi hijo Luis y a pesar de algunos ruegos de su parte por continuarlas yo había podido hacer valer mi autoridad de madre y persona mayor, convenciéndolo, con cariño y mucho tacto, para que dirigiera sus apetitos sexuales hacia su novia Violeta, que era una mocosa preciosa con la cual tenía relaciones, y eventualmente hacia otras chicas de su edad, si él así lo deseaba. Pero conmigo, no.

Así pasaron las semanas de lo que para mí era una abstinencia total, ya que mi esposo que se encontraba privado de la libertad me había pedido que suspendiéramos las "visitas higiénicas" al penal, ya que allí todo era muy sórdido y sucio. Imaginen una cola de internos con sus parejas esperando que se desocuparan las pocas habitaciones en las que nos permitían mantener relaciones con novias o esposas durante treinta minutos. Todos a la expectativa de la cara de los que salían de las habitaciones, y luego las chanzas de "qué buena que está esa…" o "mira como se va a entretener con esos pechos…" A él la situación le resultó insoportable y a mí también. Así que lo visito regularmente pero no mantenemos relaciones sexuales, de mutuo acuerdo, desde hace más de un año.

Por esa razón la resolución de no tener más sexo con mi hijo me significó pasar de una actividad sexual intensa, todas horas y en cualquier parte, a una falta total, que sólo lograba atenuar, al principio, masturbándome como una loca. Pero con el paso de los días me fui calmando y traté de distraerme con mi trabajo en el colegio, mis clases de yoga y la visita a amigas y parientes para tratar de no pensar en el sexo. Hasta aquel día

El verano estaba siendo más tórrido que de costumbre y el veintiuno de enero es el cumpleaños de Luis. Justamente cumplía veintiún años. El deseaba invitar algunos amigos con sus parejas a cenar unas pizzas y algunos bocaditos. Así que a pesar de los treinta y nueve grados que hacía aquella siesta, los dos estábamos en la cocina preparando la cena. Yo estaba descalza y con una camiseta liviana que me cubría hasta la mitad de los muslos pero ante cualquier movimiento se podía ver mi pequeño calzón. No llevaba corpiño y mis pechos en libertad se movían pesados dentro de la camisola. Luis vestía sólo una malla de baño. La música sonaba fuerte desde el equipo que habíamos llevado a la cocina y mientras removía una salsa sobre la hornalla yo daba pequeños pasos de baile mientras movía mis caderas. Como hacía rato que no escuchaba a Luis giré mi cuerpo hacia donde él estaba y lo vi sentado sobre la mesa, a un metro mío, mirándome fijo.

  • Se puede saber qué es lo que estás haciendo Luis. – Pregunté, aunque era obvio lo que hacía. Me estaba mirando.

  • Lo bien que estás y cómo te mueves. – Contestó el caradura con una inocente sonrisa.

  • Bueno, pero continúa con lo tuyo que cuando terminemos quiero descansar un rato. – Le respondí haciéndome la tonta.

  • Sabes Solita, he estado pensando que es hora que tengamos una charla tú y yo. Así que cuando terminemos no irás a descansar sino que tendremos la conversación que deberíamos haber tenido hace ya un tiempo.

El sabe que no me debe llamar Solita porque no me gusta. Así que le respondí lacónicamente.

No hay problemas, lo haremos en un ratito. ¿Si?

Yo continué con mis labores, pero lo que había sucedido no me dejaba tranquila. Claro que íbamos a hablar. ¿Pero por qué será que las mujeres cuando nos dicen que estamos lindas nos empezamos a comportar de otra manera? Ahora yo estaba pendiente de mi cuerpo y mis movimientos. Sin quererlo, eran más sensuales. Me paraba de puntillas, sin necesidad de hacerlo, lo que sabía que hacía más hermosas mis pantorrillas. Movía más de lo necesario mis caderas al ritmo de la música e imperceptiblemente respiraba hondo sacando pecho, lo que incrustaba mis senos sobre la fina tela de la camisola.

Al cabo de un rato terminamos nuestras labores y luego de charlar sobre algunos temas de la cena de la noche, nos dirigimos a la sala que era el lugar más fresco de la casa. Nos sentamos en el sofá grande, cada uno en un extremo. Yo levanté mis piernas sobre el sofá y me abracé las rodillas, lo que seguramente dejaba ver mi calzón desde la posición en la que se encontraba mi hijo.

  • Bueno Solita he estado pensando que podríamos volver a tener relaciones como lo hacíamos hasta hace dos meses, que fue cuando se te ocurrió esto del celibato. – Comenzó diciendo irónicamente Luis.

  • Ay Luis me parecía que de eso se trataba esta conversación, pero ya lo hemos hablado y quiero que respetes mi decisión de no hacerlo más. – Le respondí conciliadora y casi con pena.

  • ¿Pero por qué nos sometes a esta tortura? Yo te deseo y lo sabes. Y siento que tú también lo deseas.

  • Ya te lo he explicado Luis. Mi temor es que la relación que veníamos llevando podría ser perjudicial para ti que recién estás saliendo de la adolescencia. Tú necesitas chicas de tu edad para descubrir el sexo juntos. ¿Dime no tienes sexo con tu novia regularmente?

  • Claro que sí y con otras también pero esas mocosas no saben nada. Es necesario enseñarles todo. Contigo me siento de otra manera. Mírate eres preciosa. Tienes las mejores piernas que he visto y cómo extraño tus pechos. No he conocido una sola mujer que termine eyaculando como tú, de hecho he estado con una chica que no sabía qué era un orgasmo. Te deseo mucho madre y te metes hasta en mis sueños.

Su voz había bajado de tono así que con ternura le pregunté.

  • Cuéntame tu sueño.

  • Soñé que hacíamos el amor en un lugar público y que la gente se empezó a agolpar alrededor nuestro, pero a nosotros no nos importaba. Cuando terminamos la multitud aplaudió. Son sueños locos, ya lo sé pero me despierto con tremendas erecciones. Y dime. ¿Acaso tú no tienes sueños eróticos? – Terminó preguntando.

Dudé en responderle, ya que sí los tenía y no eran precisamente con él, pero me pareció que debía ser honesta en esta franca conversación que estábamos teniendo, así que le dije.

  • Si tengo uno que se repite. En mi sueño estamos haciendo el amor con un hombre que no puedo identificar, en un lugar extraño. Yo estoy arriba suyo mientras me penetra. De pronto siento una presencia detrás mío. Al volverme veo a otro un hombre desnudo que se aproxima con su pene erecto en la mano y tomando mis caderas intenta penetrarme analmente. Yo me resisto y trato de decirle a quien está abajo mío, que supongo es mi pareja, lo que está pasando, pero él está muy en lo suyo y no me escucha. Finalmente el hombre que está detrás me introduce su miembro en el ano, ante la indiferencia de mi pareja que ni siquiera se percata de ello. Allí me despierto. – Omití decirle que muy caliente, pero pensé que no iba a agregar nada aclarándolo.

  • Ves lo que te digo Solita, esto es una tortura para ambos. Terminemos con esto hoy. Como regalo de cumpleaños. ¿Si?

  • No hijo. Lo siento pero mi decisión está tomada. Piensa en otra cosa por favor y diviértete con tus amigas. – Le respondí con afecto pero con firmeza acariciándole maternalmente la cara. Y dando por terminada la conversación le di un beso en la mejilla y lo dejé con sus pensamientos. Yo creí que habíamos terminado pero cuando me dirigía a mi habitación se acercó rápidamente y en un susurro me dijo al oído.

  • Recuerda que yo tengo y sé lo que necesitas. – Y se encerró en su habitación. Yo sentí un escalofrío.

Ya volveré al relato, porque todo sucedió ese mismo día, mejor dicho esa misma noche o en la madrugada del día siguiente, pero como me quedé pensando en los sueños de Luis y míos, días después decidí contárselos a mi psicóloga para que me diera alguna interpretación. Ella era la única persona a la que le había confiado mi relación con mi hijo y juntas habíamos decido que lo mejor era terminar, ya que de continuar podría causar daños psicológicos en Luis. Cuando le conté nuestra conversación y los sueños que nos confesamos mutuamente me explicó lo siguiente.

El sueño de Luis era fácil de interpretar. Los dos haciendo el amor ante una multitud que aplaudía cuando terminábamos, era su necesidad de que su grupo de íntimos, amigos y parientes, supieran nuestra verdad, la que obviamente callaba por vergüenza o por que le parecía que podía ser juzgado duramente por mantener relaciones sexuales con su madre. Ese secreto, mantenido a toda costa, era lo que le producía esos sueños.

En cuanto al mío ella interpretó que la persona con la que yo estaba haciendo el amor, y que yo no sabía quien era, se trataba de mi esposo, ya que la mencionaba como "mi pareja", mientras que el hombre que se acercaba por detrás y me penetraba analmente era mi hijo Luis, Mi intento de decirle al hombre de abajo que trataban de penetrarme por atrás, también se trataba de ese "terrible" secreto que, de alguna manera, yo quería confesarle a mi esposo, quien en el sueño no se daba cuenta de lo que sucedía conmigo.

Después me explicó que la relación incestuosa con mi hijo se debía a mi decisión de serle fiel a mi esposo, y que en mi inconsciente yo creía que teniendo relaciones con Luis no le era infiel.

Pero volvamos al día del cumpleaños de Luis. Los invitados comenzaron a llegar como a las diez de la noche. En total eran cuatro chicas, incluida Violeta la novia de mi hijo, y cinco chicos. Yo por mi parte había invitado a mi mejor amiga ya que no pensaba participar en el festejo de los chicos. Ana llegó despampanante, como siempre, con una minifalda que atrajo más de una mirada de parte de la concurrencia masculina. Yo me había calzado un jean, y digo calzado, ya que fue todo un problema ponerme esa prenda tan ajustada, sobre todo subirla por mis caderas. Con Ana dejamos que los chicos hicieran su fiesta en el patio mientras nosotras charlábamos en la sala. Como era costumbre de Ana, a quien conozco desde la escuela secundaria, comenzamos tocando diversos temas familiares pero terminamos hablando de sus aventuras sexuales.

Ana se había separado de su esposo hacía ya cinco años y siendo una mujer independiente y sin compromisos hacía de su cuerpo lo que le venía en ganas. Yo admiraba secretamente su disposición y sus aventuras. En un momento la charla fue así:

  • Y tú Solita. ¿No tienes algún hombre escondido en tu vida? – Preguntó.

  • Ya sabes que no Anita. Esa ha sido mi decisión y me mantengo en ella. – Le respondí. Ana no sabía de mi relación con Luis. – Así que me las arreglo "solita". – Se me ocurrió agregar en tono picaresco, mostrándole mis manos, mientras me reía de mi propia ocurrencia. – Si pudieras verme… - Agregué.

  • ¡Claro que quisiera! – Respondió Ana, en tono serio y bajando la voz. Era evidente que no había captado que lo mío era una broma. Esto fue turbador para mí ya que ella se había tomado en serio mi propuesta. ¡Qué otra cosa me iba a pasar hoy! Pensé. A la siesta la conversación con Luis que me había dejado la cabeza dislocada y ahora mi mejor amiga que quería ver como me lo hacía. Era mucho para un solo día.

No alcancé a pedirle explicaciones porque los chicos vinieron a buscarnos para bailar. Yo me resistí un poco pero Ana no se hizo rogar y en pocos minutos estábamos todos bailando cumbia, rumbas y chachachá. La cerveza corría generosa en las gargantas sedientas por el baile y el calor reinante. Se formó una ronda para que cada una de las mujeres que allí estábamos demostrara cómo se movía al ritmo de turno. Las chicas se balanceaban sensualmente al compás alocado de la música, incluida mi amiga, por lo que cuando llegó mi turno pensé que no podía quedar como una estúpida así que les mostré lo mío y creo que les gustó, según los gritos y aplausos provocados. Salvo algunas situaciones por demás provocativas, protagonizadas por mi amiga y una de las novias de los chicos, la fiesta estuvo linda y todos nos divertíamos sanamente, hasta que comenzó la lluvia, alrededor de las dos de la madrugada. Nunca tan bien aplicado el dicho "Se nos aguó la fiesta". En cinco minutos, empapados, desarmamos las mesas del patio y todos se fueron yendo. Luis salió en el auto a llevar a Violeta a su casa, quien al día siguiente tenía que rendir un examen, pero antes de irse me dijo:

  • Espérame despierta. – Con una sonrisa sugerente.

Yo quedé sola en casa, pensando en Luis. Si volvía con alguna idea loca ya vería quien era su madre, me dije y me dirigí a darme la quinta ducha en ese día, ya que me encontraba toda transpirada. Era una delicia sentir el agua fresca por mi espalda mientras bullían en mi cabeza los acontecimientos del día. Me sequé con cuidado y sin apuros me dirigí desnuda a mi habitación. Era un placer andar desnuda por la casa cuando estaba sola. Me recosté sobre las sábanas frescas y confieso que tuve la intención de masturbarme, pero si alguna mujer está leyendo esto sabrá que a veces nos resulta imposible hacerlo, ya que no nos conforma. La necesidad es otra y requiere de otro. No sé si me explico.

Me encontraba sumida en estos pensamientos cuando me sorprendió el ruido de la llave en la cerradura de la puerta de calle. Era Luis que regresaba. Pensando que iría directamente a su cuarto o a ducharse me cubrí con mi camisola sin ponérmela. Cuando pasó por mi puerta y me saludó dirigiéndose a su habitación suspiré aliviada, había sido un día intenso y no quería tener que rechazarlo una vez más.

Luego escuché que entraba en la ducha, como lo hacía siempre con la puerta abierta del baño ya que teníamos una cortina de baño para no mojar el piso. Yo escuchaba caer el agua e imaginaba el cuerpo de mi hijo cubierto de jabón. Cuántas veces lo habíamos hecho juntos. Si hasta podía imaginar qué parte de su cuerpo acariciaba el jabón según el ruido del agua al caer. Ahora jabonaba su cabello, su cara, su pecho y brazos, sus nalgas, sus piernas musculosas y velludas, y finalmente la zona anal y sus genitales. Se detenía allí más de lo necesario. Enjabonaba sus testículos y su pene, teniendo cuidado de enjabonar bien la parte que cubría su prepucio, sintiendo luego lo resbaloso que se ponía su glande. Era probable que esto le produjera una media erección o una erección completa.

Cuando sentí que cerraba la ducha y corría la cortina del baño para secarse me puse presurosa la camisola por si entraba a mi cuarto antes de irse al suyo. Después de todo, quizás sí me masturbara luego de que él se durmiera pensé, pasándome la mano por mi vagina húmeda.

Al cabo de un minuto entró en mi cuarto con ganas de comentar cómo había transcurrido la fiesta. Charlamos unos momentos sobre los trastornos que había ocasionado la lluvia y mientras nos reíamos sobre un comentario que yo había hecho sobre el comportamiento de la novia de uno de sus amigos, él se acostó distraídamente a mi lado. Yo me puse alerta y para no darle falsas expectativas me puse sobre mi costado izquierdo dándole la espalda, Yo no me había puesto el calzón así que disimuladamente trataba de bajar la camisola para que no se notara. La habitación estaba en penumbras que iluminaban los relámpagos desde el ventanal. Sentí un escalofrío del que culpé a la brisa fresca que entraba por la ventana. Luis se percató de esto y dijo.

  • ¿Tienes frío ma? – Y sin esperar respuesta agregó: - Yo te abrazo. – Acercándose a mi espalda y pasando un brazo por debajo de mi cuello y el otro por sobre mi brazo. Esta actitud era casi normal entre nosotros, ya que sabía lo que a mí me gustaban los abrazos. No dije nada y lo dejé hacer. Seguimos conversando, ahora en susurros, mientras yo sentía su aliento cálido en mi nuca, el perfume de su cuerpo recién bañado y su pecho fuerte apoyarse en mi espalda. Mi mente estaba dispuesta a rechazarlo ante cualquier insinuación, pero esa otra que habita en mí había empezado a dudar.

No puedo decirles si fui yo quien echó sus caderas hacia atrás o fue él quien empujó su pelvis hacia delante, lo que sé es que en un momento tuve la sensación de su bulto sobre mis nalgas. Se hizo un silencio de algunos minutos en los que, inmóvil, trataba de percibir lo que estaba pasando. Primero fue una sospecha pero luego se fue haciendo evidente. Algo duro estaba creciendo allí atrás. Cuando ya no me cupo duda le pegué un golpe con mi cola, preguntando.

  • ¿Qué es eso Luis?

  • No te preocupes ma, tú sabes que es natural. Yo no lo manejo y no estoy pensando en nada raro. Quédate tranquila. – Respondió.

Pero al cabo de un minuto "eso" se había transformado en una presencia que no se podía ignorar por mi parte o disimular por parte de él, por lo que giré mi cuerpo hacia su lado diciéndole.

  • ¿Por qué no te vas a tu cuarto hijo así dormimos un poco? Ha sido un día agotador. - Cuando dije esto mi seno derecho se salió del amplio escote de mi camisola de dormir y su pezón quedó apuntando al cielo raso. Cuando me percaté, observé la mirada de Luis clavada en mi pecho por lo que levanté mi mano para cubrirme, pero mi brazo no respondió y allí quedó mi pecho al desnudo y yo esperando una respuesta. En ese momento supe que no había retorno.

  • Ya te dije que no te preocupes, es una reacción natural. O acaso a ti no te pasa lo mismo sin que estés pensando en nada. – Respondió, y continuando. – Si te toco allí abajo presiento que estará muy húmedo. ¿No crees? – Agregó mientras su mano se deslizó sobre mi vientre encima de la camisola y se quedó allí desafiante, como pidiendo permiso para seguir adelante. Sin responder giré totalmente mi cuerpo e imperceptiblemente, por lo menos para mí, entreabrí mis piernas como concediendo el permiso. Su mano siguió la ruta hasta que la sentí en mi pubis desnudo y que había depilado aquella misma mañana. Pude ver su cara de sorpresa al descubrir que no llevaba calzón y más aún por lo suave y mojada que estaba toda la zona.

  • Ahora soy yo el que pregunta. ¿Qué es esto? ¿Por qué no llevas calzón? ¿Ahora te depilas? Estabas por masturbarte, me parece. ¿Eh?

Yo no respondí y con un suspiro, abrí mis piernas para sentir su mano en mis genitales. El se abalanzó sobre mi seno desnudo chupándolo con fruición, mientras su dedo se introducía en mi vagina. Levanté mi pelvis para hacérselo más fácil pero de pronto se detuvo. Se apartó un poco y mirándome a los ojos me dijo.

  • ¿Lo quieres? Si quieres que lo hagamos debes decirlo Solita. Debes pedirlo. No quiero ser yo quien fuerce esto. – Dijo mientras se quitaba su bóxer y su pene erecto quedó temblando en el aire. Su glande brillaba al reflejo de los relámpagos. El sabía que yo no resistía la visión de su hermoso miembro. Pero no le respondí y tomando su mano la dirigí nuevamente a mi entrepierna, pero él no lo permitió, diciendo.

  • No. Debes pedirlo.

¿Por qué me hace esto? Pensé. Me daba vergüenza pedirlo, pero su pene frente a mi cara y al verlo decidido a no continuar, le dije sin mirarlo a los ojos.

  • Sí. Házmelo hijo.

  • ¿Hazme qué?

  • Hazme el amor. – Dije tímidamente.

  • Esa que lo pide, de esa forma, es la profesora de literatura. Yo quiero a la Solita fogosa y descarada con ganas de sexo. Inténtalo de nuevo pero recuerda que ya no eres la profesora, ahora eres una hembra que clama por que le metan algo adentro. Sonaba enojado por los meses de abstención a los que lo había obligado. Yo no aguanté más.

  • Si. Métemelo. – Dije con una voz ronca que no reconocí como mía. - Clava ese pene en mi interior. Quiero sentirlo todo adentro, pero despacio por favor que quiero sentir cada centímetro. – Agregué mientras me sacaba mi estúpida camisola, ofreciéndole la visión de mi cuerpo desnudo. Pero él aún no estaba conforme.

  • Ahora estoy seguro que lo quieres, pero además debes jurarme que no intentarás romper nunca más nuestras relaciones sexuales. – Dijo mientras se acariciaba su pene provocadoramente.

  • Lo juro. - Dije en un susurro.

  • Además, en los próximos días, estarás dispuesta a participar de los juegos más perversos que se me ocurran. ¿Estás de acuerdo?

  • ¿Qué juegos?

  • Los que yo quiera. ¿Estás de acuerdo?

  • Si… si. – Esta aceptación, casi inconsciente, produjo que tuviera que permitir algunas cosas los días que siguieron a esa noche.

Otro relámpago iluminó mi cuerpo desnudo, tembloroso y ansioso de recibirlo. Ahora, satisfecho con mis respuestas, comenzó a tocarme como nunca me lo habían hecho. Eran sólo sus manos pero parecía que habían cobrado vida. Exploró cada parte de mi cuerpo mientras me retorcía de placer. Cuando estaba de espaldas me besaba en la boca, chupaba mis pezones mientras sus manos acariciaban mis muslos, mi vientre y su dedo jugaba con mi clítoris. Luego me giraba y me besaba la nuca y la espalda mientras su mano acariciaba mis nalgas y se detenía en mi ano introduciendo suavemente la yema de su dedo. Luego me giraba nuevamente, lamía mi clítoris y metía su lengua en mi vagina. Me giraba nuevamente y lamía mi ano introduciéndome la punta de su lengua. De pronto me puso de espaldas a la cama, abrió mis piernas y se arrodilló entre mis piernas abiertas. Pude ver que me iba a introducir su pene. Ambos jadeábamos.

Sentí su glande abrirse camino entre los labios de mi dilatada vagina y tal como se lo había pedido lo fue introduciendo muy despacio. Entraba una pedazo y lo sacaba suavemente, luego lo introducía nuevamente, pero un poco más adentro. Así lo fui sintiendo hasta que estuvo todo adentro mío. Sentí que me venía un orgasmo. Le pedí:

  • Apriétalo más adentro. – Sintiendo la parte más gruesa de la base de su miembro abrir la entrada a mi cuerpo. Allí llegó mi primer orgasmo. En seco, me sacudí mientras él me miraba atónito sin moverse, tal como se lo había pedido. Mi pelvis empujaba la suya como queriendo comerse todo su miembro mientras sentía sus testículos en la entrada de mi ano. Mi cuerpo se estremeció ante tamaño placer y entonces empezó a moverse. Su pene era un ariete que empujaba cada vez más, y con cierta violencia ahora. Yo lo recibía gustosa. No deseaba que acabara nunca. Pero le decía en susurros.

  • Dame tu leche. Termina todo ahí. Házmelo fuerte ahora. – El se detenía a veces controlando su eyaculación y luego seguía con más fuerza. Yo movía mi pelvis para sentirlo mejor, hasta que no aguantó más y empezó una inacabable eyaculación en el interior de su madre. Yo seguía moviéndome para recibir su esperma y darle más placer. Cuando terminó quedó un minuto en esa posición, en el que yo sentía su miembro palpitar en mi interior, a la vez que se me producían espasmos uterinos que apretaban su carne tratando de exprimirle hasta la última gota. Luego se derrumbó sobre mí dándome un largo beso en la boca, mientras sus manos acariciaban mis senos.

Yo quería más y sabía que no habíamos terminado la noche aún. El ya me había demostrado que podía terminar dos o tres veces, así que lo dejé que se pusiera a mi lado y recostada sobre su vientre empecé a jugar con su pene, casi flácido ahora. Lo sentía embadurnado con su semen y mis fluidos. El acariciaba mi cola, que yo movía para excitarlo mientras refregaba mis senos sobre su pecho. Su miembro estaba resbaloso. Sólo tuve que bajarle el prepucio dos o tres veces cuando noté que se endurecía nuevamente. Entonces apretando sus testículos, le dije al oído.

  • ¿Le darás más a mami? – A lo que él respondió con un quejido. Me subí a horcajadas y acomodé su glande en la entrada a mi cuerpo. Allí todo era una baba. Cuando sentí la cabeza en mi interior empujé bruscamente hacia abajo y se clavó hasta el fondo de mi cuerpo. Ahora yo dominaba la situación, era todo mío. Empecé a subir y bajar frenéticamente mientras Luis me miraba y manoseaba mis senos que subían y bajaban en una loca danza descontrolada. El murmuraba cosas, como.

  • ¿Te gusta ahora? ¿Por qué no querías, eh? Siénteme adentro tuyo. ¿Me vas a acabar allí, como sólo tú sabes? Ya verás como se cumple tu sueño. – Cuando dijo esto último me detuve y pregunté.

  • ¿Qué sueño?

  • Ese, en el que otro te la mete por acá. – Respondió mientras introducía un dedo en mi ano. Fue demasiado. Empecé a besarlo en la boca mientras un primer chorro salía de mi vagina. Luego vinieron otros, entre gritos y gemidos, hasta que él terminó nuevamente en mi interior.

Empezaba a amanecer. La tempestad se había calmado, sólo quedaban los charcos en el patio y en la cama. Las almas y los cuerpos estaban en reposo.