Con mi esposa y mi cuñada

Durante las últimas semanas de mi estadía en el extranjero tenía la verga parada todo el tiempo. Los mails de mi esposa y de mi cuñada eran cada vez más calientes. Las dos, cada una por su lado, me decían que me esperaban ansiosamente y me amenazaban con dejarme sin leche a mi regreso.

Con mi esposa y mi cuñada

Tenía como ocho meses que cada tanto me follaba a mi cuñada con el consentimiento de mi esposa. Por razones de trabajo me tocó estar tres meses fuera del país haciendo un curso intenso de actualización profesional. Durante las últimas semanas de mi estadía en el extranjero tenía la verga parada todo el tiempo. Los mails de mi esposa y de mi cuñada eran cada vez más calientes. Las dos, cada una por su lado, me decían que me esperaban ansiosamente y me amenazaban con dejarme sin leche a mi regreso. Eso me tenía en un estado de excitación total. El día del regreso me esperaban en el aeropuerto las dos, con mis hijos y Juancito, mi sobrino. Nada más subir al auto me enteré que mis suegros estaban de viaje y que no volverían hasta dentro de cinco días. Ahí me enteré también que Carla y los chicos se estaban quedando a dormir en casa de mis suegros para acompañar a Tere. Llegamos a casa de mis suegros y entregué los regalos que había traído. Charlamos largo de la familia y de mi rutina durante el curso. Llegó la hora en que los chicos se fueron a dormir y en cuanto estuvimos los los tres solos en la sala Carla comenzó a besarme apasionadamente delante de mi cuñada. Yo no sabía si corresponder o no. Entonces mi cuñada se acercó a nosotros y mientras Carla me besaba, Tere comenzó a acariciarme tímidamente, primero la pierna y la espalda, y luego, por sobre el pantalón, mi verga paradísima.

Esperen, esperen, ¿qué está pasando aquí?, les dije.

Nada, amor, respondió mi esposa, tienes dos mujeres ansiosas de ti y no hemos podido decidir cuál de las dos será tu aperitivo y cuál tu plato fuerte. Así que si no tienes inconveniente, sólo por esta vez nos tendrás a las dos juntas.

¿Están las dos de acuerdo en esto?

Sí, si tú estás de acuerdo, dijo Tere.

Me hice el pensativo un momento y les dije:

Lo estoy, pero déjenme poner algunas reglas de juego. Si vamos a hacer esto, quiero que estemos en un lugar donde pueda escucharlas gritar y gemir sin inhibiciones.

Ummmm, podemos ir al taller de papá. No creo que los chicos despierten, dijo Carla.

Vamos entonces, completó Teresa.

Adelántense, yo voy a traer algunas cositas.

Fui a buscar entre mi maleta todavía a medio deshacer lo que había traído desde tan lejos: un vibrador y gel lubricante. Me cambié; me puse ropa cómoda para la ocasión, busqué una botella de vino que también había traído del viaje y me dirigí al lugar de encuentro. Entré al taller de pintura que está en el último rincón del patio de la casa donde todavía mi suegro trabajaba de vez en cuando; ví que las chicas se habían movido ágilmente y habían improvisado una cama en el piso con un colchón, frazadas y almohadas. Habían traído también velas e incienso, de tal manera que el taller estaba a media luz. Me sentaron en el sillón viejo del taller, me vendaron los ojos y comenzaron a tocarme y a desvestirme lentamente. Yo trataba de adivinar de qué manos venías estas caricias o de qué boca salían los besos que me chupaban y rozaban por una y otra parte de mi cuerpo. Entonces, me recostaron y casi simultáneamente una boca comenzó a mamarme el pito y un olor a sexo se acercó a mi nariz y boca. Comencé yo también a chupar; quería tocarlas para saber quién estaba haciendo qué pero no me dejaban. Apartaban mis manos y sólo gemían sin decir palabra. Estaba en la gloria: tenía a una de mis mujeres chupándome la verga y a la otra yo estaba comiéndole la pucha. De pronto se separaron las dos de mí. Y desde cierta distancia oí a mi mujer que me decía:

Vas a tocar nuestras cuevas hambrientas y tú vas a decidir a cuál clavas primero mi amor.

Entonces se acercaron y guiaron mis manos a sus respectivos sexos. Ambos estaban mojadísimos. Yo me dediqué no sólo a tocar sino que les metí un dedo a cada una y movía mi mano según los gemidos que intuía de cada una. Sentí entonces que una de las dos chuchas estaba más caliente que la otra y sacando el dedo dije: "Ésta es la que me quiero comer primero". Y mientras acercaba el cuerpo hacia mí, me quité la venda y ví que era mi cuñada. Sin decir nada, mirándola a los ojos la senté sobre mi palo y la clavé directamente hasta el fondo. Tere pegó un grito tremendo e hizo una mueca que era mezcla de placer y dolor. Inmediatamente comenzó a moverse desaforadamente mientras mi mujer, sentada a mi lado, observaba tocándose la cuca y masturbándose. Entonces le dije:

Amor, ayúdame a hacer gozar a tu hermana hasta volverla loca de placer. Chúpale el hueco de atrás.

¿Quéeee?

Dale, hazlo sin remilgos, por favor.

Entonces, Carla, sin estar muy convencida, se acercó a su hermana por atrás y empezó a besar el hueco de su culo. Primero con recelo y luego ya de manera más entusiasta pasaba su lengua por el agujero de su hermana. Yo tenía tomada a Tere de sus nalgas y la hacía subir y bajar sin piedad. Ella tenía los ojos hacia atrás y pasaba la lengua por su boca con la cabeza hacia atrás. Sin dejar de ensartárla le dije a mi esposa:

Amorcito, trae el gel que está sobre la mesa.

Me hizo caso. Se paró junto a nosotros sin saber qué hacer.

Úntale el agujero y métele un dedo haciendo círculos, mi amor.

Tere parecía loca. Como autómata subía y bajaba por mi verga. Yo le daba instrucciones a Carla para que llegue a meter tres dedos en el culo de mi cuñada. Cuando Tere estuvo lista, la separé de mí, la puse en cuatro en el colchón que estaba en el piso y la penetré por el culo. Como estaba bien lubricada, mi verga entró casi sin problemas. Entonces le hice señas a Carla para que traiga el vibrador y ubicándose debajo de Tere se lo metió en la vagina, dándose modos de, al mismo tiempo, buscar y chuparle el clítoris. Nos costó acoplarnos pero cuando lo hicimos, Tere gritaba:

¿Qué me hacen? ¿Qué me hacen? Ay, ay, no puede ser. Me muero de placer, no paren, no paren. Más, más, más.

Tere, pareces una cascada, estás chorreando a mares, le dijo mi esposa.

No puedo parar, estoy teniendo un orgasmo tras otro, no paren, apenas pudo decir mi cuñada.

Yo, escuchando esto y viendo cómo entraba y salía mi verga del culo de mi cuñada, no resistí más y grité.

¡¡¡Me vengo!!!

Dale papito, reviéntame las tripas.

Me vertí en el hueco de Tere, agarrándola de los pelos y echando su cabeza para atrás. Carla se salió de abajo y yo jalé a Tere hacia mí de manera que como pudimos nos besamos en la boca, moviendo nuestras lenguas para todo lado.

Me separé de ella y se acercó mi mujer. Nos besamos un rato y luego me senté en el sillón a descansar un momento. Entonces Carla sacó un pañuelo de mi pantalón y con su mano hacía, al mismo tiempo, una especie de paja y de limpieza de mi verga, limpiándose a su vez en el pañuelo. Luego, mirándome a los ojos comenzó a mamarme hasta ponerme nuevamente a punto. Se acercó Teresa y las dos me mamaban la verga simultáneamente. Yo tomé sus cabezas para guiarlas en sus subidas y bajadas, para indicarles quién debía meter la cabeza de mi barra a su boca y quién bajar a mis bolas. Calculando el momento preciso, acerqué sus cabezas para que se besen, rechazando las dos instintivamente mis movimientos. Pero insistí varias veces hasta que al fin comenzaron a besarse con los ojos cerrados, supongo que por la vergüenza que les causaba. Entonces comenzaron a tocarse una frente a otra. Las dirigí al colchón y me ubiqué debajo de ellas, llevando mi pene a la cuca de mi esposa y mi boca a la cuca de mi cuñada. Calculé bien y casi simultáneamente clave a mi mujer y bajé la cadera de mi cuñada para clavarle mis labios y lengua en su panocha. Las dos echaron gemidos espectaculares y comenzaron a moverse sin dejar de devorarse con sus bocas.

Tere, ahora te toca a ti. Chúpale el ano a tu hermana y métele el consolador.

Mi cuñada me desoyó y tuve que repetirle la orden porque seguro estaba gozando con mi lengua en sus labios vaginales y con el faje que se estaban dando con Carla. Finalmente, se puso tras de Carla, obedeció mi pedido y se puso a chuparle el chiquito. Mi mujer gritaba y movía la cabeza:

Métemelo hermanita. Quiero sentir lo que tú sentiste. Y tú amorcito, no pares, no pares, por favor.

Teresa le fue metiendo de a poco el vibrador. Se lo sacaba un poco y nuevamente se lo metía. Lo hizo sin gel y a mi mujer ya no le importaba si era dolor o placer lo que sentía en el cuerpo. Cuando tuvo todo el vibrador dentro, mi cuñada comenzó a moverlo al ritmo que

Carla se movía con mi verga ensartada en su pucha.

Tere, tócale ahora los pezones, ordené.

No, por favor, no voy a aguantar, dijo mi esposa.

Hice mi cabeza a un lado y miré a Tere que estaba detrás de mi esposa dándole a entender que era una orden que no se discutía. Entonces Tere, sin dejar de perforarla con el aparato dirigió su mano izquiera al seno de mi mujer y comenzó a frotárselo y a pellizcar sus pezones. Y mi esposa comenzó a hacer lo que ya había visto una vez en Tere: comenzó a llorar y a reír simultáneamente y a jadear.

¡¡¡¡Ayyy Dios!!!! No puedo más, estoy loca, me muero, me muero.

¿Quieres que te dejemos de culear? Pregunté

¡¡¡Nooo!!! Aaaahhhhggggg, se tensó toda, dando muestras de un orgasmo intensísimo.

Entonces, rápidamente me quité de ella, separé a Tere y le quité el consolador. Se desplomó sobre el colchón pero yo levanté sus caderas y sin decirle nada la penetré desde atrás por el culo. Al inicio mi mujer parecía desmayada, sin fuerzas, pero al rato nuevamente comenzó a moverse a mi ritmo. Tere quiso ubicarse debajo de su hermana, seguramente para volver a lamerla pero yo le ordené:

Bésala en el cuello.

Tere obedeció y nuevamente mi mujer comenzó a llorar, a gritar, a reir como loca. Y entonces sí me vacié en ella, llenándole el culo de leche.

Nos echamos sobre el colchón los tres todos transpirados y tremendamente excitados. Estábamos cansados pero de lejos se veía que queríamos más. Al poco rato, Tere retomó la iniciativa y se puso a mamar nuevamente mi aparato mientras nos besábamos y nos tocábamos con mi esposa. Estuvimos así un rato hasta que, sin decirles nada, fui guiando sus cuerpos para que hagan un 69 de costado; entonces, yo me dirigía a un extremo y desde atrás de la que estaba siendo chupada en su vulva le pedía a la otra que me chupe alternadamente la punta de mi verga y el clítoris de la otra; dejaba pasar un momento y clavaba desde atrás a la que tenía de espaldas. Luego repetía la operación al otro extremo del 69. El hecho de alternar con una y con otra nos tenía en excitación extrema. Entonces fue Carla la que se soltó de su hermana y casi con violencia me tiró al colchón y me cabalgó de manera brutal. Gritaba diciéndome:

Eres un hijoeputa, me vas a matar de placer. Me tienes de perra arrecha. No puedo parar cabrón.

Yo le pellizcaba un pezón y Tere le chupaba el otro. Carla subió sus manos a su cabeza y alcanzó su orgasmo pegando un grito espectacular.

Le tocaba a Tere. Mientras mi esposa descansaba un momento, Tere y yo nos fuimos acomodando para hacer un nuevo 69. Llamé a Carla y le pedí que me ayude a chupar a su hermana; yo le mamaba el hueco de delante y mi esposa el de atrás. Cuando Tere me puso a punto de llegar por la rica mamada que me estaba haciendo, la separé de mí e hice que se agachara frente a uno de los espejos que había en el taller. La penetré desde atrás con fuerza y al poco rato llegamos juntos.

Nos acostamos en el colchón a descansar y cuando estábamos por dormirnos, Tere dijo:

Tenemos que ir a la casa, no sea que nos durmamos de largo y mañana nos encuentren aquí los chicos.

De mala gana nos vestimos y salimos hacia la casa de mis suegros. En la puerta, antes de entrar, Tere me dijo:

Esto fue por tu bienvenida. Carla y yo tenemos miedo de perder el control. Por eso no volverás a estar con las dos juntas. Pero tienes que guardar tu leche porque estos días que no están mis papis tienes que atendernos a las dos como castigo por tu larga ausencia.

Esos días se pueden resumir así: dormir, comer, jugar un rato con los chicos, tirarme a una, tirarme a otra, volver a dormir, volver a comer y así sucesivamente. Fue tan excitante que una noche mi esposa y mi cuñada cambiaron su lugar en mi cama y en la de Juancito tres veces. Literalmente, me ordeñaron.